Nuevas respuestas a viejas preguntas: ¿realmente merece la pena organizar unos Juegos Olímpicos o un Mundial?

Por David Boto-García y María Santana-Gallego

Cada cuatro años, muchos países deciden postularse para ser sede de los Juegos Olímpicos o de la Copa Mundial de la FIFA, dos de los eventos deportivos más importantes del mundo. España, por ejemplo, será junto a Marruecos y Portugal sede del Mundial de fútbol de 2030. Anteriormente se postuló, sin éxito, para acoger los Juegos Olímpicos de 2012, 2016 y 2020.

Es habitual que, cuando el debate público aborda la conveniencia de organizar estos eventos, los defensores sostengan que los megaeventos impulsan el turismo, la inversión y el empleo, y, en consecuencia, fomentan el crecimiento económico. Por el contrario, sus detractores señalan que provocan desplazamiento del turismo por la congestión y el aumento de precios, endeudamiento público e infraestructuras infrautilizadas (“elefantes blancos”). La cuestión es, ¿Cuáles son realmente los efectos económicos para los países anfitriones de estos eventos deportivos?

Evidencia previa

Desde hace décadas, los economistas intentan medir los efectos reales de los megaeventos deportivos, pero los resultados siguen siendo ambiguos. Este blog ha abordado en otras ocasiones los impactos económicos esperados de acoger este tipo de eventos (véase aquí o aquí). Aunque los informes previos, especialmente los encargados por los organizadores, suelen prometer beneficios multimillonarios, los estudios ex post resultan mucho menos optimistas (Baade y Matheson, 2016). Algunos trabajos encuentran aumentos en el empleo, sobre todo en servicios, y un impulso al PIB (Feddersen y Maennig, 2012; Firgo, 2021). Rose y Spiegel (2011) destacan un posible “efecto señal”, es decir, una mayor visibilidad internacional que impulsa el comercio exterior. Sin embargo, otros estudios no detectan efectos significativos en el crecimiento o la apertura comercial (Billings y Holladay, 2012) e incluso documentan un aumento de la desigualdad (Ivanov y Ashyrov, 2024).

Parte de esta falta de consenso responde a dificultades metodológicas. Para estimar correctamente los efectos causales de estos eventos, es necesario compararlos con un contrafactual adecuado, lo cual no es sencillo. Habitualmente se compara a los países anfitriones con el resto, pero estos difieren del “país promedio”: suelen ser economías grandes, abiertas y con buena infraestructura (Maennig y Vierhaus (2019)). Además, el anuncio de la sede con varios años de antelación puede generar efectos de anticipación que distorsionen los resultados. Por último, la celebración escalonada de los eventos complica aún más las comparaciones, ya que un país futuro anfitrión podría usarse erróneamente como control de otro que ya lo fue (de Chaisemartin y D'Haultfœuille, 2020).

Nuevo análisis

En un nuevo estudio reevaluamos los efectos económicos de albergar los Juegos Olímpicos de verano y el Mundial de fútbol, abordando los principales problemas metodológicos de investigaciones anteriores. Utilizamos un panel de datos de 147 países entre 1991 y 2023 para analizar cuatro variables: llegadas de turistas internacionales, PIB per cápita, empleo en el sector servicios y peso del valor añadido bruto (VAB) del sector servicios en la economía, como indicadores de terciarización.

La principal innovación del trabajo radica en la identificación de los efectos causales. Definimos dos periodos de tratamiento: (1) desde el anuncio hasta la celebración del evento y (2) desde el año del evento en adelante, lo que permite distinguir entre efectos de anticipación y de legado. Empleamos tres grupos de control: 1) todos los países, 2) los que se postularon como sedes, y 3) países similares a los anfitriones, identificados mediante técnicas de emparejamiento estadístico. Los modelos se estiman con dos métodos recientes: el estimador por cohortes de Wooldridge (2025) y el estimador stacked de Cengiz et al. (2019)

Resultados: luces y sombras del “efecto olímpico”

Los resultados cuestionan la idea de que organizar un megaevento sea una apuesta segura para el crecimiento. En turismo, los Juegos Olímpicos generan un ligero aumento previo de llegadas, probablemente por el “efecto escaparate” y la mejora de infraestructuras, pero tras el evento el flujo cae, en parte por el “efecto desplazamiento” (turistas que evitan el destino por precios altos o congestión). En el Mundial, ni siquiera se observa ese impulso anticipado: el turismo disminuye después, sin beneficios previos.

En otras variables macroeconómicas, ambos eventos aumentan el empleo en el sector servicios, pero no la productividad: el valor añadido del sector no crece, e incluso puede reducirse. Esto sugiere que se crean empleos temporales o poco cualificados (en hostelería, transporte o seguridad), pero sin un cambio estructural duradero. En cuanto al PIB per cápita, solo los Juegos Olímpicos muestran un efecto positivo sostenido; el Mundial no presenta impactos significativos.

El estudio también muestra un aumento de las exportaciones (mayor visibilidad internacional), una mejora en la estabilidad política y ausencia de terrorismo, quizás por el esfuerzo de los gobiernos por proyectar buena imagen, junto a un repunte de la inflación, probablemente asociado al aumento del gasto y de los precios durante el evento. Este último factor también podría explicar parte de la posterior caída del turismo tras la celebración del evento.

Los efectos, además, varían según el país. China y Grecia registraron fuertes aumentos del empleo en servicios, mientras que Brasil y el Reino Unido sufrieron caídas del turismo tras sus Juegos. En los Mundiales, Sudáfrica, Brasil, Japón y Corea del Sur generaron empleo en servicios, pero en países europeos como Francia o Alemania se observaron incluso descensos del PIB per cápita. Todo apunta a que los beneficios dependen del nivel de desarrollo, la calidad institucional y la capacidad para aprovechar la visibilidad internacional y generar efectos duraderos.

Lecciones para el futuro

El principal mensaje del estudio es que los megaeventos deportivos no son una fórmula mágica para impulsar el crecimiento económico. Aunque generan ciertos beneficios, estos suelen ser modestos, temporales y desigualmente distribuidos. En cambio, los costes tienden a ser elevados y persistentes: infraestructuras infrautilizadas, deuda pública, sobrecostes y, con frecuencia, una complicada resaca económica. Aun así, no todo es pesimismo. Los efectos positivos en exportaciones y mayor estabilidad política interna pueden ser relevantes si el país anfitrión logra mantener esa visibilidad y reforzar su reputación económica.

Como muy bien se apunta aquí, antes de decidir postularse para organizar un megaevento, es fundamental realizar un análisis riguroso, informado y transparente de su impacto y comunicar adecuadamente la decisión a la sociedad. Los datos invitan a repensar el entusiasmo con el que habitualmente se celebran los anuncios de sede. En este sentido, el COI y, en menor medida la FIFA, están introduciendo cambios en el modelo de elección de las sedes, en parte como respuesta a los casos de corrupción y compra de votos, y en parte para proponer nuevos modelos de como para promover nuevos modelos de organización. Entre las principales reformas destacan la posibilidad de celebrar los eventos de forma compartida entre varias ciudades anfitrionas, una mayor flexibilidad para que los organizadores integren las agendas locales y la prioridad dada al uso de infraestructuras existentes y a la sostenibilidad. (véase aquí).

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