Las cuotas de género no tienen el efecto que crees

Hace unas semanas asistí a la conferencia anual de la Asociación Francesa de Economía Experimental (ASFEE), que este año se celebró en la bella ciudad de Nancy. Confieso que sentí una envidia sana al ver que los economistas experimentales franceses tienen su propia asociación nacional y organizan una conferencia en inglés y con un buen nivel. Además, con el apoyo del Ministerio de Educación, están desarrollando EXPLAIN, una plataforma que aspira a convertirse en una alternativa francesa a Prolific o MTurk y que permitirá realizar estudios online a gran escala. No son los únicos: los experimentalistas alemanes también cuentan con su propia asociación (la GfeW), que este septiembre celebrará su primera conferencia también en inglés. En España no tenemos todavía una cita comparable dedicada en exclusiva a la economía experimental.

Entre las presentaciones que más me interesaron estuvo la de Maria Kogelnik, investigadora posdoctoral en Yale, titulada (Mis)Understanding Gender Quotas. Se trata de un trabajo conjunto con Philipp Strack que explora por qué las cuotas de género generan tanta controversia. La hipótesis es tan sencilla como provocadora: la mayoría de la gente no entiende bien el efecto real de las cuotas.

Las cuotas de genero generan una gran controversia porque crean una tensión entre dos objetivos: Por un lado, se consideran una herramienta imprescindible para avanzar hacia la igualdad, aunque también pueden contribuir a mejorar la eficiencia cuando se introducen en entornos con fuertes sesgos: En el corto plazo, porque obligan a selecciones más competitivas y meritocráticas, y en el largo plazo, porque una mayor representación del grupo minoritario tiene un efecto de rol o modelo que facilita la atracción de talento futuro. En el otro lado están a quienes preocupa que la aplicación forzada de las cuotas tenga efectos no deseados sobre la calidad media del conjunto de seleccionados y sobre la percepción del mérito de quienes se benefician de ellas, tanto la propia (síndrome del impostor), como la social (estigmatización). Nada es Gratis no ha sido ajeno a este debate, que de hecho ha sido uno de los más recurrentes y polémicos en el blog en ámbitos tan diversos como los consejos de administración, las listas electorales y las universidades.

El trabajo de Maria Kogelnik y Philipp Strack parte precisamente de esta tensión: su hipótesis es que buena parte de la resistencia a las cuotas no se explica solo por razones de principios o de evidencia empírica, sino porque la mayoría de las personas no entiende bien cuál son sus efectos reales. Tanto quienes las critican como quienes se benefician tienden a sobrestimar su impacto en los procesos de selección, generando percepciones distorsionadas de mérito y equidad. Si estas percepciones se corrigieran, por ejemplo, informando de manera más precisa sobre sus efectos concretos, es probable que el consenso social sobre los beneficios de su adopción fuese mucho mayor.

Para ello, los investigadores utilizan un experimento bastante elegante. Tomaron como participaron a centenares de estudiantes universitarios de carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que realizaron una prueba de matemáticas bajo un incentivo monetario. Los participantes se agrupaban aleatoriamente en grupos de diez, siempre con paridad de género (cinco hombres y cinco mujeres). Los tres participantes con mejor puntuación recibían un premio de 20 dólares.

En el experimento había dos tratamientos. Uno de control sin cuota, donde simplemente ganaban el premio las tres personas con más puntos en la prueba, independientemente de su género. El segundo grupo era con cuota: al menos uno de los tres premios debía asignarse a una mujer; si los tres mejores participantes eran hombres, el tercero no recibía el premio, que se daba a la mejor mujer.

El punto clave es que no existía brecha de género en el desempeño en esa tarea, por lo que en la gran la mayoría de los casos la cuota no modificaba en absoluto quién ganaba el premio. Sin embargo, como suele ser habitual en las pruebas de matemáticas, la percepción general era que la tarea favorecía a los hombres. Este sesgo de percepción es el que produce la distorsión en la interpretación de los resultados. De hecho, el efecto real de la cuota fue ínfimo, entre un 2% y un 3% de cambio en la probabilidad de ser seleccionado. El impacto psicológico fue mucho mayor porque tanto hombres como mujeres sobreestimaron enormemente el efecto de la cuota sobre quién ganaba los premios.

Cuando los investigadores preguntaron a los hombres que no habían obtenido el premio cuánto habría aumentado su probabilidad de ganar si no hubiera habido cuota de género, respondían de media un 50%. La realidad era apenas un 2,5%. Cuando a las mujeres seleccionadas se les preguntó cuánto había aumentado su probabilidad de ser seleccionadas debido a la cuota, estimaron un 70%, cuando en realidad era un 3%, es decir, cuando sus puntuaciones las habrían hecho merecedoras del premio de todas formas.

Estos resultados contribuyen a explicar las encontradas e intensas reacciones que a menudo generan las cuotas de género. En los hombres demasiado confiados en sus habilidades y que no son seleccionados, la reacción suele ser un sentimiento de injusticia que puede derivar en ira y contrariedad. Cuando uno está decepcionado con su propio resultado, culpar a la cuota puede ayudar a mantener una autoimagen positiva. Esta percepción distorsionada no solo afecta a la valoración de nuestro propio desempeño, sino también la forma en que juzgamos las capacidades de quienes no comparten nuestro género. En las mujeres seleccionadas, puede causar una menor autoestima o un rechazo por la estigmatización que ser elegida puede conllevar. Los efectos dinámicos de esta percepción no son desdeñables: Si internalizan la idea de que su éxito no se debe al mérito y descuentan el feedback positivo que obtienen, es posible que las mujeres persistan menos en entornos competitivos en comparación con los hombres, reforzando así las brechas de género.

La conclusión del estudio es incómoda pero muy relevante: muchas personas que se oponen a las cuotas no lo hacen porque tengan claro sus efectos, sino porque imaginan que tienen un impacto mucho mayor del real. Estas percepciones distorsionadas alimentan tanto la deslegitimación de las políticas de diversidad como la autopercepción de las propias mujeres. Los autores están todavía recogiendo más datos y desarrollando nuevas variaciones experimentales para entender mejor estas dinámicas, por lo que aún queda mucho por investigar sobre cómo se forman estas creencias y qué estrategias pueden corregirlas. Si estos resultados se confirman en otros contextos, se impone mejorar la información sobre el efecto real de las cuotas y reducir la innecesaria resistencia que generan.

Hay 2 comentarios
  • Las cuotas te parecerán injustas o no independientemente del tamaño del efecto. Las cosas no son más o menos injustas porque sucedan con mayor o menor frecuencia.

    Por otro lado, el argumento funciona también en sentido inverso: dado que las cuotas casi no tienen efectos reales, entonces no son necesarias.

  • JesúsR, lo que presentas como lógica neutral no es mas que una expresión
    ideológica.

    La negación de la utilidad de las cuotas, incluso cuando
    la evidencia muestra que corrigen sesgos más que alteran resultados,
    es una constante en los discursos conservadores de toda la vida. No
    porque falten datos, sino porque la igualdad incomoda a quienes
    dais por natural nuestra posición inicial de ventaja como hombres.

    Decir que “como apenas cambian nada, no hacen falta” es la típica
    trampa argumentativa desde tu marco ideológico: no aceptais las cuotas
    si tienen efecto (porque las considerais injustas) ni tampoco si no lo
    tienen (porque las considerais innecesarias). Porque lo tuyo no es una
    cuestión de justicia ni de datos: simplemente te incomoda lo que
    cuestione un orden desigual que das por bueno.

    Aquí, la verdadera “frecuencia” no es la de los efectos de las cuotas,
    sino la de los argumentos como el tuyo, repetidos década tras década para
    frenar cualquier política de igualdad. Estais ya muy vistos!

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