La investigación en ciencias sociales es como resolver un misterio. Empiezas con una observación curiosa y vas desenredando el ovillo hasta acercarte, que no encontrar, una explicación. Un buen ejemplo de este proceso detectivesco lo encontramos en un trabajo de Julia Cagé, Moritz Hengel y Yuchen Huang sobre donativos benéficos que Cagé presentó hace unos días en el Madrid Political Economy Workshop que organiza CUNEF.
Algo raro está pasando
La observación inicial es intrigante. Desde hace años, en Francia, Alemania, Estados Unidos, Países Bajos, Suecia y Reino Unido, la proporción de ciudadanos que dona a organizaciones benéficas ha venido cayendo. No se trata de que se done menos en total, sino de que el sector depende de una base cada vez más pequeña de donantes.

Cuando te encuentras con un fenómeno así, lo primero es buscar más datos, algún patrón que te dé una pista de por qué sucede. Cagé y sus coautores lo encontraron: el declive en donantes coincide temporalmente con el auge electoral de la extrema derecha.
Pero claro, como bien sabemos, correlación no implica causalidad. Una coincidencia temporal no significa nada por sí sola. Hace falta mirar más de cerca. Por eso los autores cruzan tres tipos de datos para ver si la relación aguanta:
Primero, encuestas individuales: Preguntaron a 12.600 personas justo antes de las presidenciales francesas de 2022 sobre sus donaciones y su intención de voto. El resultado: los votantes de Marine Le Pen tenían 6 puntos porcentuales menos de probabilidad de reportar una donación que los abstencionistas. Los votantes de Zemmour (el otro candidato de extrema derecha) también donaban menos. Todos los demás votantes donaban más que los abstencionistas. Solo la extrema derecha rompía el patrón, que se repitió en una encuesta similar en Alemania.

Segundo, datos fiscales administrativos: Las encuestas pueden mentir, la gente puede reportar lo que cree que suena bien al encuestador. Así que utilizaron información fiscal de los residentes en unos 33.000 municipios franceses entre 2013 y 2019. En cada uno calcularon qué porcentaje de hogares reportaba donaciones benéficas en su declaración de la renta, y lo cruzaron con los resultados electorales de las presidenciales de 2012 y 2017.
El patrón se repetía: donde Le Pen sacaba más votos, menos hogares donaban. Y esto controlando por demografía, ingresos, desigualdad, población extranjera, empleo, educación... variables que pueden explicar tanto el voto como las donaciones.
Tercero, registros de las ONGs. Para asegurarse de que el patrón no era exclusivo de los donativos deducibles en impuestos, los autores obtuvieron datos detallados de tres grandes organizaciones: Acción Contra el Hambre, SOS Mediterráneo y Oxfam. Encontraron lo mismo.
Un falso culpable: la falacia ecológica
Pero, un momento. Los resultados a nivel municipal podrían deberse a un caso clásico de falacia ecológica: inferir comportamientos individuales a partir de datos agregados. Que un municipio vote más a Le Pen y done menos no significa necesariamente que sean los mismos individuos quienes votan Le Pen y no donan.
Por eso los autores complementan los datos municipales con encuestas individuales y ahí confirman la relación: los votantes de Le Pen donan menos, incluso controlando por edad, género, ingresos, religión, satisfacción vital, confianza en instituciones y otros factores.
Aún hay más: cuando explotan la dimensión temporal de los datos fiscales, es decir, cuando comparan el mismo municipio entre 2012 y 2017, el efecto persiste. Municipios que aumentaron su voto a Le Pen también experimentaron caídas en donaciones que no se explican por cambios demográficos o económicos.
Un sospechoso habitual: La variable omitida
Correlación no implica causalidad por varias razones. Una es la causalidad inversa; que la flecha causal vaya en la dirección opuesta. No parece probable que la caída en donativos empuje a la gente hacia la extrema derecha. Primero, porque la secuencia temporal no encaja. Segundo, porque no hay un mecanismo claro.
Pero queda otro sospechoso: la variable omitida. Un ejemplo clásico de este problema es la fuerte correlación entre ventas de helados y muertes de niños por ahogamiento: no es que una cosa cause la otra, sino que ambas son más frecuentes en verano. Entonces, ¿hay un “verano” oculto que explique tanto el voto de extrema derecha como la caída en donativos?
¿Bajo capital social quizás? La desconfianza y el aislamiento podrían explicar ambas cosas. En los datos de encuestas individuales, los autores controlan por distintas medidas de confianza en instituciones políticas, en extraños y en gente de otras nacionalidades y religiones, así como por satisfacción vital y pesimismo hacia el futuro. Y, sin embargo, el efecto de la extrema derecha persiste. En los datos municipales no disponen de medidas directas de capital social, pero sí controlan por características demográficas y económicas que suelen asociarse con él (estructura de edad, educación, desempleo, desigualdad). Aun así, el patrón se mantiene. No es imposible que una caída generalizada en capital social sea la culpable, pero no parece probable.
La pistola humeante tras la cortina
Si no es una tercera variable, ¿qué queda? Los autores proponen un mecanismo causal directo: el discurso de la ultraderecha ha convertido a las organizaciones benéficas en un tema político candente para sus votantes.
Recopilaron programas electorales y discursos de políticos de extrema derecha y encontraron que en ellos crecía el número de críticas al Tercer Sector como agente de un "universalismo sin fronteras" ajeno a los valores nacionales. Los ejemplos van desde los ataques del ultraderechista Éric Zemmour a los bancos de alimentos franceses a las críticas de Santiago Abascal a Cáritas, o el reciente tijeretazo de Trump a USAID.
Para ahondar en esta hipótesis, Cagé y sus coautores clasificaron las ONG francesas según su orientación: “globales” (mencionan países extranjeros, hablan de solidaridad internacional) o “locales”. Y encontraron otro patrón revelador: en municipios con más ONG de perfil global, la brecha de donaciones de extrema derecha es todavía mayor.
Pero, ¿no podría ser simplemente que estos discursos estén intensificando un natural sesgo de cercanía? Al fin y al cabo, si se va a hacer una donación, parecería natural ayudar antes “a los de casa” que a alguien que está lejos. Sin embargo, un dato que Cagé mostró en su conferencia (pero que no aparece en el paper) indica que esa explicación tampoco encaja.
Los autores estudian el “5 per mille” en Italia, un mecanismo idéntico a nuestra casilla de la iglesia y fines sociales en el IRPF: los contribuyentes pueden destinar el 5% de su impuesto sobre la renta a organizaciones sin ánimo de lucro simplemente marcando una casilla en su declaración sin que les cueste un euro. Y, de nuevo, en los municipios con una mayor proporción de voto al partido de extrema derecha Fratelli d’Italia menos contribuyentes la marcan. Esto apunta a algo más profundo que un simple cálculo coste/beneficio.

Ronda de reconocimiento: ¿Normas sociales o preferencias?
Esto nos lleva a la pregunta clave: ¿estamos ante un cambio en normas sociales o a un cambio en preferencias?
Si fuera lo primero, esperaríamos que los votantes de extrema derecha donaran menos en entornos donde son mayoría. Pero una comparación entre municipios contradice esta hipótesis: la brecha en donaciones es más fuerte en municipios donde hay menos votantes de Le Pen. Es decir, los votantes de extrema derecha no son más reacios a donar cuando están rodeados de gente que sí dona. Si acaso, es al revés.
Esto apunta hacia una intensificación de las preferencias: Cuando observan solo a los “nuevos” votantes de Le Pen (quienes no la votaron en 2017 pero sí en 2022), el efecto sobre donaciones es menor y no siempre significativo. Pero entre los “fieles” (quienes ya la votaron en 2017), la brecha es grande y robusta. Además, los municipios que ya votaban más por la extrema derecha en 2012 experimentaron caídas mucho más pronunciadas en donaciones entre 2013 y 2019, incluso controlando por todos los cambios demográficos y económicos locales.
El misterio resuelto (más o menos)
Al final, el caso queda más claro, aunque no resuelto. Parece que el ascenso de la extrema derecha, con su discurso crítico hacia el Tercer Sector, está cambiando la legitimidad de la solidaridad. Los votantes de extrema derecha, especialmente los más comprometidos, están retirando su apoyo a organizaciones benéficas, no por presión social, sino por unas preferencias que el éxito electoral de sus partidos ha legitimado.
Pero queda una última pregunta: ¿por qué estos partidos invierten tanto esfuerzo en atacar al Tercer Sector?
La respuesta parece ser el efecto sustitución que documentan Cage y sus coautores. Al enmarcar a las organizaciones benéficas como parte del “establishment globalista”, los partidos de extrema derecha animan a sus votantes a redirigir sus contribuciones hacia ellos mismos. Las donaciones que antes iban a las ONG ahora van a financiar sus campañas políticas.
Los autores analizaron los datos fiscales administrativos de donaciones benéficas y a partidos políticos. Los resultados muestran que, en municipios con mayor proporción de estas últimas, la relación negativa entre voto de extrema derecha y donaciones a ONGs es significativamente más fuerte. Es decir: las donaciones políticas y benéficas actúan como sustitutos para los votantes de extrema derecha, un patrón que no se observa con la misma intensidad en votantes de otros partidos. No es que estos votantes estén en contra de hacer donaciones, sino que cambian a quién se las hacen.
Esa canalización de recursos se hace a expensas de causas benéficas de todo tipo, incluyendo, como Cagé mostró en la conferencia, a ONGs que ayudan a ancianos franceses aislados y sin recursos, o a aquellas con valores explícitamente protestantes. Las únicas que se salvan son las que ayudan a los animales.
Cuando el discurso político deslegitima instituciones enteras, incluso aquellas que ayudan a los más vulnerables de "los nuestros", las consecuencias van más allá de la competición electoral. Estas narrativas han resignificado el concepto de solidaridad y han redefinido quién merece nuestra ayuda. El misterio que queda sin resolver es quizá el más inquietante: si estas transformaciones son reversibles.