De Pedro Rey (@pedroreybiel)
"En estas fechas tan señaladas" (sic) ya se ha convertido en una pequeña tradición de este blog el que Manuel Bagüés les cuente historias curiosas relacionadas con la lotería de Navidad (aquí, aquí, o aquí). Este año, continuando con el tema central de mis entradas, le he pedido a Manuel que me cediera su espacio para hablarles de cómo alguno de los sesgos psicológicos más clásicos, en este caso la envidia porque otros ganen, puede ser utilizada para diseñar cambios en el comportamiento de los individuos que pueden tener un beneficio público. Y no, no me refiero a conseguir que la gente juegue más a la lotería como mecanismo para recaudar impuestos (que es por lo que El Gordo se creó en Cádiz para financiar la guerra contra los franceses en 1812). De lo que les hablo hoy es, por ejemplo, de cómo la "envidia preventiva" (término prestado del sociólogo José Antonio Gómez Yáñez) puede conseguir que usted deje el coche aparcado y vaya a partir de ahora al trabajo en bicicleta... lo que sería estupendo para su salud y, marginalmente, para la de todos (si no es usted de los que se han puesto a negar el cambio climático).
¿Jugaba usted a algún número en la lotería de esta mañana? Probablemente si, porque el 74% de la población española lo hace. ¿Se ha quedado con las ganas de que le tocara El Gordo? Probablemente también, porque sólo toca a un número entre 100.000 (y la probabilidad de que le haya tocado un premio mayor de lo que se ha gastado es menor del 5%). ¿Se arrepiente, por tanto, de haber jugado? La mayoría de ustedes me dirán que no. Jugar a Lotería de Navidad es una tradición, una manera de identificarse con los suyos (no sorprende que en Cataluña se creara en 2013 un sorteo de hasta similar nombre, La Grossa de Cap dÁny), una ilusión anticipada que no se frustra cuando no se consigue el premio... o quizá una manera de prevenir sentirse fatal por no haber jugado cuando a todos los que a uno le rodean les ha tocado. De hecho, la propia publicidad de la Lotería Nacional, ha utilizado frecuentemente esa previsión de la horrible envidia que uno sentiría para conseguir que juguemos: "¿Y si toca aquí?". Pero, ya que estamos en Navidad, ¿se pueden usar sentimientos negativos, como la envidia, para generar resultados que nos beneficien a todos?
Imaginen una empresa que decide intentar contribuir a la reducción de emisiones de CO2, y se plantea un experimento para conseguir que sus empleados no acudan en coche al trabajo, para lo decide probar varias iniciativas. La primera, consiste simplemente en, en lugar de hacer pagar por el parking, dar cinco dólares a cada empleado que no aparque su coche. La segunda, aún más ingeniosa, entre otras cosas por posiblemente ser menos costosa para una empresa con más de 100 empleados, es que cada vez que un trabajador acude a la oficina sin su coche, su nombre se añade a un "bombo" del que, al final de la semana, se extrae el nombre de un ganador de un premio de 500 dólares. ¿En cuál de los dos casos se verían ustedes más inclinados a dejar el coche en casa? ¿Con el premio seguro de 5 dólares o con una cierta probabilidad de ganar 500 dólares, acumulando más boletos y probabilidades cuántos menos días de la semana condujera al trabajo? Antes de contestar, piense en una medida aún más maliciosa que, al mismo coste, quizá resulte más efectiva. Imagine ahora que, independientemente de que use su coche o no, su nombre se añade al bombo de posibles ganadores del premio de 500 dólares. Por tanto, todos los empleados tienen la misma probabilidad de que su nombre sea el elegido, conduzcan o no. Al final de la semana, se extrae un nombre del bombo y quizá sea usted el agraciado pero, y aquí está el truco, sólo le darán el premio si durante la semana no ha llevado el coche al trabajo y, además, se anuncia públicamente a toda la empresa que aunque usted ha ganado el sorteo, no gana el premio por haber llevado el coche. ¿Cómo se siente ahora? ¿Dejamos el coche en casa?
En el siguiente gráfico tienen los resultados en proporción de conductores que no usan el coche por días de la semana de un experimento realizado por Uri Gneezy y coautores, siguiendo exactamente el diseño que les he contado. Como ven, las tres medidas aumentan la proporción de empleados que no conducen de camino al trabajo respecto al tratamiento de control, pero la más efectiva es, claramente, la que explota la envidia preventiva ("lottery with regret").
¿No podríamos diseñar un mecanismo similar para, por ejemplo, incentivar las campañas de vacunación, otorgando premios sólo si se comprueba que los agraciados han vacunado a sus hijos? En algunos países como Holanda se ha planteado precisamente esta iniciativa, utilizando los códigos postales: un código es elegido al azar como el ganador y todos los residentes de esa zona reciben un premio... siempre y cuando se compruebe que han cumplido con el comportamiento deseado. Dejando de lado el roblema del paternalismo, inherente a gran parte de las medidas políticas, y ya debatido, ¿no les parece una medida interesante?
¿Se les ocurren otros ejemplos para conseguir resultados buenos para todos? En estas navidades tengamos un poco de envidia... !de la buena!
PD: Soy consciente de que, como las mayoría de mis compañeros economistas, debería decirles que no jueguen a la lotería, pues el pago esperado de hacerlo, teniendo en cuenta las probabilidades de que les toque, es infinitamente más bajo que el coste de cualquier participación que compren pero, después de que a mi suegra le tocara el tercer premio de la lotería de Navidad hace unos años (y me hiciera un muy buen regalo)... ¿quién soy yo para aconsejarles nada?
Hay 5 comentarios
Muy bueno.
Feliz navidad a todos los nihilgratuistas
¡Genial! Emplear mecanismos o sistemas de lotería como nudge es muy buena ¿Alguna otra referencia aparte de Gneezy et al.?
Y¿ qué me dice del hecho de pagar por la satisfacción conseguida los días anteriores al sorteo pensando en cómo repartir el premio con los demás si toca? Si el coste del juego es suficientemente bajo en términos absolutos, aunque el razonamiento probabilistico y la aversión al riesgo no aconsejen participar en el juego, la utilidad recibida mientras se planifica la utilización del premio, en el remoto caso de que se resulte premiado, podría justificar el hecho de participar en el juego. Pagamos por la satisfacción recibida al permitirnos pensar lo que se podría hacer si toca el premio. Posteriormente si toca satisfacción extra al poder hacer un regalo al yerno. Es muy importante que el precio del juego sea suficientemente bajo en términos absolutos.
Loterías y Apuestas del Estado vende ilusión ...
Desde una perspectiva más general (y obviamente no aplicado al caso del sorteo de navidad de la Lotería Nacional) ese es el argumento sostenido por Conlisk, J. (1993). The utility of gambling. Journal of Risk and Uncertainty, 6(3), 255-275.
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