Paciencia y riesgo: una relación complicada

No sé si es algo relacionado con la edad o es que desde siempre me ha preocupado el concepto del tiempo. En algunos posts anteriores (aquí o aquí) ya he reconocido mi ignorancia sobre esta cuestión y, a pesar de ello, creo que sigue siendo muy relevante para los economistas en numerosos aspectos relacionados con decisiones habituales de consumidores y empresas, es aspectos relativos a los mercados de activos o de transporte o en la evaluación de proyectos y políticas públicas. En esta mi primera contribución a Nada es Gratis en 2024 me gustaría compartir una reflexión sobre la relación entre la percepción relativa del tiempo, es decir, nuestro grado de paciencia o impaciencia, y nuestra forma de enfocar el futuro, esto es, nuestra actitud ante el riesgo.

El tiempo ya no es lo que era

En su (no tan) Breve historia del tiempo, Stephen Hawking distinguía claramente (es un decir) entre el tiempo cosmológico (relacionado con la creación del universo y el desarrollo del Big Bang), el termodinámico (determinante y determinado por la energía que nos rodea) y el psicológico, en el que la dirección de la flecha temporal afectaba y se veía afectada por la posición relativa de cada individuo. Este último es el que nos interesa hoy, ya que, desde la aportación seminal de Kahneman y Tversky (1979) sobre la teoría prospectiva de la decisión, en la economía del comportamiento tenemos bastante claro que la percepción (individual) del tiempo y la percepción (individual) del riesgo están estrechamente relacionadas, si bien dicha relación suele ser más compleja de lo que puede parecer a primera vista.

Para comenzar a ilustrar esta idea podemos considerar, por ejemplo, el interesante artículo de Christoph Carnehl y Johannes Schneider, publicado en 2023, donde se estudiaba el caso de un agente económico que debía resolver un problema bajo limitaciones de tiempo, para lo cual tenía que asignar dinámicamente su esfuerzo entre poner en práctica una idea inicial arriesgada o explorar alternativas que le aportaban más información pero cuya probabilidad de encontrarlas disminuía progresivamente. Este tipo de situaciones se nos presenta con frecuencia en la vida diaria y, aunque todos tenemos nuestra propia estrategia para afrontarlas, los resultados obtenidos en el trabajo citado proporcionaban una respuesta razonada a lo que a veces consideramos “sentido común”.

Por ejemplo, cuando una persona se siente bajo presión de tiempo, es más propensa a tomar riesgos. Esto se debe a que, probablemente, esté más ansiosa por evitar las consecuencias negativas de no adoptar una decisión. Cuando estamos en una situación en la que tenemos que tomar una decisión rápidamente, es más probable que elijamos la opción que nos parezca más segura, incluso aunque no sea objetivamente la mejor. Por el contrario, cuando tenemos tiempo de sobra para pensar las cosas con calma, solemos ser más propensos a tomar decisiones menos arriesgadas. Esta percepción subjetiva del tiempo también afecta de otras formas a nuestra manera de percibir el riesgo. Por ejemplo, cuando estamos en una situación en la que sentimos que hemos perdido tiempo (ya sea por haber cometido algún error que nos obliga a repetir una tarea o por simple procrastinación), es más probable que – cuando finalmente nos decidamos a actuar – tomemos mayores riesgos. Esto se debe a que estamos más ansiosos por lograr nuestro objetivo y estamos menos dispuestos a esperar y pensar con calma. En general, la percepción del tiempo futuro – nuestro grado de impaciencia – tiene un impacto significativo en nuestra percepción del riesgo y nos genera (incluso aun no siendo conscientes de ella) una duda existencial permanente.

Lo que dicen los experimentos

Es evidente que este es uno de los campos de la economía más predispuesto para la experimentación (tal como hemos abordado en este blog en otras ocasiones). De hecho, en otro trabajo más reciente, planteado desde un punto de vista algo más pragmático, Thomas Epper y Helga Fehr-Dudda identifican al menos siete regularidades experimentales que muestran sorprendentes paralelismos entre los patrones subjetivos del riesgo y los del descuento temporal, lo que sugiere que puede haber fuerzas subyacentes comunes que impulsen estas interacciones.

En primer lugar, señalan que la aversión al riesgo suele ser menor para eventos con que se materializan en un futuro más remoto que para los que se materializan en un futuro más inminente. Esto explicaría, por ejemplo, por qué resulta tan difícil movilizar a la opinión pública a favor de las políticas contra el calentamiento global o por qué las primas de riesgo en los mercados de activos disminuyen con el vencimiento (Shelley, 1994). Una segunda regularidad se relaciona con el descuento hiperbólico y sugiere que la impaciencia tiende a disminuir cuando los posibles resultados se retrasan hacia un futuro más lejano, lo que explica fenómenos como el comportamiento impulsivo o el ahorro insuficiente para la jubilación (Loewenstein y Thaler, 1989). En tercer lugar, muchas personas parecen tener una preferencia con respecto a la forma en que se resuelve la incertidumbre, es decir, de una sola vez o secuencialmente, lo cual puede hacer que los responsables de la toma de decisiones sean menos tolerantes al riesgo, tal como muestran, Abdellaoui et al. (2015) en el ámbito de las decisiones financieras. También se ha observado, en cuarto lugar, la existencia de cierta subaditividad en las tasas de descuento: cuando estas se componen a lo largo de varios subperíodos tienden a ser superiores a la tasa aplicada al período total (Read, 2001). En quinto lugar, muchas personas también muestran preferencias subjetivas por el momento concreto en que se resuelve la incertidumbre: una parte sustancial de los participantes en experimentos prefieren retrasar la resolución de la incertidumbre en situaciones en las que hay dinero en juego, a pesar de que podría beneficiarles conocer el resultado lo antes posible (véase von Gaudecker et al., 2011). Una sexta observación es la denominada diminishing immediacy, o el hecho de que los resultados seguros parecen descontarse más que los inciertos (Keren y Roelofsma, 1995). Y la última regularidad importante es que las ordenaciones de distintos pagos futuros arriesgados están afectadas por el orden en el que se descuentan: en particular, descontar primero por riesgo parece disminuir su valor en comparación a descontar primero por tiempo (Óncüler y Onay 2009).

Modelizando conjuntamente el descuento temporal y la actitud ante el riesgo

Explicar todas estas regularidades enfocando el análisis de la paciencia y el riesgo por separado como a menudo hacemos los economistas nos lleva a ignorar la naturaleza interrelacionada de ambos elementos. En la citada aportación de Epper y Fehr-Dudda se demuestra que la incertidumbre inherentemente asociada a las perspectivas de futuro, junto con la propensión de los individuos a ponderar subjetivamente las probabilidades de ocurrencia de los diferentes eventos, permiten construir un modelo unificado de decisión que, teniendo en cuenta ambos factores, permite explicar un gran número de resultados conductuales desconcertantes.

Este modelo se basa en dos premisas relativamente sencillas. En primer lugar, considerar que siempre existe un riesgo asociado a eventos futuros porque únicamente lo que es inmediato y presente puede ser considerado como cierto por el individuo. Se trata, como seguramente habrá reconocido algún lector avispado, de un idea ya planteada por el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, uno de los representantes del idealismo y de la dialéctica, según el cual “solo lo que es presente es real”. En particular, siempre es posible que ocurra un acontecimiento que impida la realización de un resultado futuro, es decir, que algo salga mal antes de que los beneficios se materialicen realmente. Puede surgir un imprevisto, como perder un vuelo porque un atasco nos hace llegar tarde al aeropuerto o darse cuenta de que uno se ha olvidado la documentación en casa. Es de suponer que casi todo el mundo puede anticipar fácilmente la posibilidad de que se produzca un incidente de este tipo y tenerlo en cuenta como posibilidad en sus procesos de decisión. La segunda premisa es que si cualquier perspectiva futura se perciben como intrínsecamente arriesgada, la mayor o menor tolerancia al riesgo de las personas debe desempeñar un papel importante en sus valoraciones de lo que les sucederá en el futuro. Por lo tanto, la actitud ante el riesgo se convierte en algo fundamental para evaluar cualquier prospectiva futura, incluso de aquéllas que se pudieran considerar como seguras.

Aunque no es este el lugar para explicar con detalle el resto de complejidades técnicas de dicho modelo, es importante señalar que los propios autores lo someten a un experimento en el que se estiman las preferencias temporales y sobre el riesgo de 282 individuos a los que se ofrecen diferentes opciones de pagos con incertidumbre, con distintos plazos temporales y sus correspondientes equivalentes ciertos. Los resultados confirman lógicamente las siete regularidades mencionadas anteriormente, lo que sugiere que ambos elementos – paciencia y actitud ante el riesgo – deberían tenerse muy en cuenta en nuestra forma habitual de abordar el tiempo en economía. Esta y no otra es la reflexión de este post.

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