¿A qué altura vuela el tiempo?

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Por Javier Campos

Hace unos días se estrenó en los cines la película El test, dirigida por Dani de la Orden y basada en la obra teatral homónima de Jordi Vallejo. Sobre ella ya se escribió en este blog discutiendo las posibilidades que, desde la economía del comportamiento, se abrían para verificar mediante distintos tipos de experimentos la pregunta sobre la que se sustenta esta comedia: “¿tú que prefieres: cien mil euros ahora mismo, o un millón dentro de diez años?”

Si tiene la desgracia de ver esta comedia con algún economista, es probable que no se divierta mucho porque le dirá que la respuesta a esta cuestión es obvia y que está asociada a las preferencias intertemporales de cada individuo: quienes sean relativamente más pacientes preferirán esperar, mientras que los impacientes optarán por el dinero en mano. Incluso insistirá en que resulta posible cuantificar ese grado de impaciencia relativa a través del factor de descuento para el que se igualan ambas opciones, el cual se podría matizar además en función de la actitud ante el riesgo, el impacto de la decisión sobre otros individuos u otros elementos adicionales.

El valor del tiempo no siempre es el mismo

Sin embargo, lo que subyace realmente a esta película es algo más profundo y, si me lo permiten, de mayor contenido filosófico: ¿cuánto vale el tiempo? Como ya he comentado en un post anterior, el tiempo es un recurso escaso que interviene en muchas decisiones económicas, por lo que su valoración se asocia generalmente a su coste de oportunidad. Pero la pregunta que me planteaba mi amigo economista al salir del cine era otra: ¿cuánto vale el tiempo a través del tiempo? Esto es, ¿la decisión de los individuos habría sido la misma si la pregunta se les formula con 15, 20, 40 o 60 años?

Hay varias formas de analizar esta cuestión. Una de ellas consiste en estimar el valor económico de aplazar una decisión. En la figura anterior, asumiendo ceteris paribus que todos los pagos se realizan a principios de año y que la tasa de descuento anual es constante, el factor que iguala ambas opciones en la decisión planteada por El test viene dado por la expresión 100.000 = d10·1.000.000, es decir, d = 0,79 aproximadamente. Si esperamos un año, este valor crítico se reduce a 0,77, a 0,74 si esperamos dos años, y a 0,10 si esperamos nueve años. La conclusión es obvia: el “precio de esperar” por el futuro vale menos a medida que nos acercamos a él, ya que deja de ser futuro para convertirse en presente.

Esto no significa, ni mucho menos, que no valga la pena esperar. Al contrario, si la espera aporta valor (por ejemplo, más información o más experiencia) las preferencias del individuo deben actualizarse e incorporar dicho valor, esto es, la decisión debe replantearse siempre en función de las circunstancias de cada momento.

El problema radica probablemente en que muchos economistas solemos utilizar una concepción del tiempo excesivamente limitada. Como argumentaba Henri Bergson, filósofo francés y premio Nobel de literatura en 1927, pensar el tiempo como tres momentos separados (pasado, presente y futuro) es una forma incompleta de acercarnos a las percepciones reales del ser humano. En nuestra vida cotidiana, a la mayoría de nosotros nos resulta muy difícil aislar el presente y separarlo del pasado y del futuro. De hecho, ¿qué instante es realmente el presente?¿Podría usted afirmar que lo que está leyendo no está siendo afectado por su pasado (su historia personal o su formación previa) o su futuro (sus expectativas sobre a dónde nos lleva este post)?

El tiempo a lo largo del tiempo

No es mi intención entrar en debates metafísicos, sino reflexionar sobre algunos aspectos de esta cuestión que pueden afectarnos en nuestra profesión. En el campo de la economía del transporte, por ejemplo, el valor del tiempo de viaje es uno de los conceptos fundamentales para el análisis del comportamiento de los viajeros, el diseño de los modelos de asignación de tráfico intermodal o la evaluación de numerosos proyectos de inversión y políticas públicas (véase aquí o aquí en ejemplos previos en este blog).

Las primeras contribuciones teóricas en este ámbito (Becker, 1965, o DeSerpa, 1971) se basaron en modelos microeconómicos de asignación del tiempo de ocio y de trabajo, por lo que consideraban que el coste de oportunidad de un viajero se asociaba – simplemente – a su salario. Esta simplificación del valor del tiempo era particularmente conveniente y sencilla de implementar desde un punto de vista empírico, pero también tremendamente rígida.

Como señalan Mackie et al. (2001), estimar en la práctica el verdadero valor del tiempo es más complejo por al menos tres razones. La primera es que el verdadero coste de oportunidad está vinculado a la renta disponible del individuo, ajustando el salario por los impuestos y la composición de su unidad familiar. La segunda es que no siempre es posible que los individuos puedan asignar su tiempo de forma óptima como se propone en el marco teórico, ya que deben hacerlo en el marco de una legislación laboral que establece restricciones adicionales (por ejemplo, sobre el salario o la duración de la jornada). Por último, las circunstancias del viaje también podrían afectar al valor del tiempo. Por ejemplo, si un individuo puede trabajar o escuchar música en el avión o el tren, o incluso apagar el móvil y hablar con otros seres humanos, esto hará que (generalmente) el viaje sea menos desagradable y que el valor asignado a su tiempo de viaje disminuya. Igualmente, la relación entre el salario y el tiempo no tiene que ser igual en un viaje de ocio (cuando vamos de vacaciones) o en uno por motivos de trabajo.

El valor del tiempo y la elasticidad de la renta

¿Y cómo se relaciona todo esto con la película El test y la decisión intertemporal sobre la que esta se basa? Muy sencillo: existe una dimensión adicional del problema planteado, ya que no solo es relevante considerar el valor del tiempo (el valor del futuro) sino también cómo cambia dicho valor a lo largo del propio tiempo cuando lo hacen las circunstancias personales del individuo (su renta, su entorno institucional o la comodidad de los medios de transporte).

Lamentablemente, no solemos tener en cuenta todos estos factores hoy en día. El enfoque tradicional en la mayoría de las contribuciones actuales en economía del transporte sigue considerando el valor del tiempo como una función del salario medio, la cual se ajusta proporcionalmente a lo largo del tiempo utilizando la misma tasa de crecimiento de la renta, esto es, asumiendo que su elasticidad del valor del tiempo con respecto a la renta es igual a uno. No obstante, no hay razones obvias para concluir que esta sea la estimación correcta de esta elasticidad y de hecho existen diversos meta-análisis (véase Wardman, 2001, o Wardman y Abrantes, 2013) que obtienen resultados contradictorios, estimando valores para la misma que oscilan entre 0,5 y 0,9. Estas diferencias tienen implicaciones relevantes, ya que – como en el ejemplo ilustrado en la figura anterior – pueden dar lugar a decisiones diferentes (por ejemplo, sobre construir o ampliar una infraestructura de transporte) dependiendo del momento del tiempo en el que se plantea la cuestión.

Que el tiempo vuela es algo que todos sabemos. Sobre lo que quizás no reflexionamos tan a menudo es que puede volar más alto o más bajo, más rápido o más despacio, y la forma en la que lo hace afecta a nuestras decisiones económicas y personales. Al final hemos descubierto (y sin necesidad de hacer spoilers) que, efectivamente, la película El test no es otra cosa que un examen sobre nosotros mismos y nuestras preferencias intertemporales. Espero sinceramente que lo vean así y que la lectura de esta entrada no les haya parecido una pérdida de tiempo.

Hay 3 comentarios
  • El valor del tiempo considero que pivota en torno a la intensidad del placer o el displacer que experimentamos. Así una existencia agraciada con el bienestar es deseable que no acabe nunca, su valor se multiplica. En cambio, una experiencia de dolor, sufrimiento y carestía devalúa el tiempo. Y dado que la vida es tiempo, la vida misma.
    Esto es un incentivo vital. Vital porque si me ofrecieran a elegir entre un año más de vida, o un millón de euros, probablemente elegiría desde mi bienestar poder disfrutar más de mi experiencia y de los míos.
    Michael Ende en Momo nos muestra el camino. Los ladrones de tiempo actúan creando la ficción de que el bienestar es exclusivo de un bienestar material. El economista promedio debe saber ver en la encrucijada y no aceptar pérdidas de tiempo remuneradas como ganancias. La mala calidad de nuestro tiempo afecta a la conducta y a nuestras decisiones futuras.

    Un cordial saludo.

  • Si inviertes 100000 en un producto que al cabo de 10 años te devuelve 1000000, has hecho una más que buena inversión: implica un interés anual acumulado del 25% aproximadamente, variable que echo en falta en el comentario. Supongo que está incluida en el factor de descuento.

    Si no estás muy necesitado de dinero, la decisión parece clara.

    En cualquier caso, gracias por el comentario. Trataré de ver la película.

  • Ese valor tiempo fluctua con el riesgo factores exogenos etc. y no solo entemas financieros tambien laborales incluye factores endogenos. En gral tiene un valor mas alto q el del dinero todo el mundo sabe q el factor tiempo con otras variables lo desvirtua todo de ahí el dichovde mas vale pajaro en mano … A dia de hoy esta en boga

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