Sé que no voy a hacer muchos amigos escribiendo esta entrada y asumo las posibles críticas de corporativismo que se me puedan formular. A pesar de ello, creo sinceramente que Nada es Gratis es uno de los mejores foros donde actualmente se pueden discutir ideas sobre la economía porque cada cual puede expresar libremente su opinión, incluso aunque esta discrepe de la de los autores de otras entradas. Y esto viene a colación porque – completando una defensa de nuestra ciencia que publiqué hace unos meses – hoy quiero reprobar a quienes supuestamente hacen divulgación económica y, en realidad, están vendiendo humo.
Un vicio feo
Tengo el feo vicio de ir por librerías de vez en cuando para hojear las novedades que se publican en los temas de mi interés. Por supuesto, esto incluye los libros de economía y empresa, tanto especializados en mis campos de docencia e investigación como en otros que puedan ser interesantes para difundir nuevas ideas o darles una vuelta a las viejas. Para mi disgusto (y no descarto que tal vez sea cosa de la edad) constato que cada vez me resulta más insoportable en estas visitas no poder separar claramente las secciones dedicadas a la divulgación económica de las destinadas al denominado “crecimiento y desarrollo personal” (sic).
Hagan ustedes la prueba. Vayan a una librería cualquiera y encontrarán con facilidad magníficos libros de teoría, ensayo o divulgación –– de los que en este blog ya se han recomendado en el pasado algunas lecturas muy interesantes (por ejemplo, aquí, aquí, o aquí) –– ubicados en peligrosa vecindad con los que prometen autosuperación y dietas milagrosas. En este último saco incluyo panfletos (alguno incluso superventas) con títulos parecidos a “Cómo convertirse en millonario antes de los 30”, “Piense y hágase rico”, “Invertir en bolsa para dummies” o “Los siete pasos definitivos para el éxito financiero”. Estos libros, cuyas portadas y entradillas intentan llamar nuestra atención como lo haría un vendedor ambulante de pócimas y ungüentos, son fiel reflejo de un fenómeno social preocupante: el ‘terraplanismo económico’, esto es, el desprecio absoluto por el rigor científico y una falsa candidez supuestamente interesada en dar respuestas sencillas a preguntas complejas.
Cualquiera que haya hojeado alguno de estos textos conoce bien su receta. Normalmente, se trata de una historia de superación personal; el autor, un joven incomprendido que vivía en el sofá de su madre, de repente descubre el gran secreto que todos los demás ignoramos. Puede que sea el poder de ‘pensar en positivo’, una epifanía sobre la importancia de ‘trabajar inteligentemente’, o quizá simplemente ‘invertir como lo hacen los ricos’. Y ahora, generosamente, está dispuesto a compartir su sabiduría con nosotros por el módico precio de 19,99 euros o mediante un curso online con tarifa de tres cifras cuya primera sesión, como no, es gratuita.
La mayoría de estos libros están escritos al peso y suelen disfrazarse de ensayos de economía, pero lo cierto es que tienen más en común con los horóscopos que con un texto académico. ¿La razón? Se basan en verdades a medias, generalizaciones absurdas y una selección de anécdotas tan arbitraria como las reglas de un juego de mesa inventado por un gato. Permítanme desmontar algunos de los pilares fundamentales de este cuñadismo económico para entender por qué no solo son inútiles, sino también peligrosos.
El mito del esfuerzo individual
Uno de los dogmas preferidos en este tipo de ‘literatura’ es el de la meritocracia absoluta: si trabajas lo suficiente y sigues al pie de la letra los consejos del autor, el éxito es inevitable. Esta narrativa es atractiva porque simplifica la realidad: ¡todo depende de ti! Si no te va bien, es porque no has ‘visualizado’ o ‘entendido’ lo suficiente. Olvídate de las desigualdades estructurales, las crisis económicas o del funcionamiento ineficiente de los mercados. Esas son excusas de perdedores, dicen ellos.
Por supuesto que el esfuerzo personal importa, tal como se ha discutido en este blog (véase aquí o aquí). Pero reducir el éxito financiero a una cuestión de voluntad individual es como decir que cualquiera puede correr los 100 metros en menos de 10 segundos si simplemente entrena lo suficiente. ¿Y los factores genéticos? ¿Y el acceso a instalaciones de entrenamiento? ¿Y el hecho de que Usain Bolt solo hay uno? Los libros de autoayuda ignoran alegremente el contexto histórico y social que determina en gran medida las oportunidades de las personas. Al hacerlo, perpetúan una visión cínica de la vida: si no eres rico, es porque no te esfuerzas lo suficiente y ni siquiera mereces las políticas compensatorias del Estado que pagamos con ‘mis impuestos’.
La promesa de la fórmula mágica
Otro clásico del ‘terraplanismo económico’ es la idea de que existe una fórmula secreta, una combinación mágica de estrategias que las personas de éxito conocen y tú no. Si tan solo aplicaras los siete principios de la riqueza o aprendieras a pensar como un millonario, todo cambiaría. Esto, por supuesto, es una tautología. Si hubiera una receta universal para hacerse rico, todo el mundo la utilizaría y el concepto mismo de riqueza perdería sentido. En realidad, el éxito financiero también depende de una mezcla de factores contextuales, decisiones informadas y, sí, una dosis considerable de suerte. Pero admitir esto no vende y los ‘criptobros’ no podrían hacer su negocio, como ya se discutió hace tiempo en este blog. Es más rentable repetir que la clave está en “invertir en bienes raíces” o “diversificarse y crear varias fuentes de ingresos”, pero la realidad es que estas estrategias suelen ser obvias o imposibles para la mayoría. ¿Inversiones en bienes raíces? Perfecto, siempre y cuando tengas suficiente capital inicial para entrar al mercado. ¿Otros ingresos? Genial, pero crear una empresa o ser un youtuber o tiktoker con millones de suscriptores requiere mucho más que leer un libro.
El fetichismo del emprendedor
En el altar del cuñadismo económico, el emprendedor es el sumo sacerdote. Estos modernos libros de pócimas glorifican al empresario como el único camino hacia la libertad financiera y personal. Si no estás creando tu propia startup, estás condenado a ser un esclavo del sistema. El mensaje es claro: ¡conviértete en tu propio jefe! Esto, por supuesto, ignora la cruda realidad de que la mayoría de las empresas fracasan. En España, más del 60% de las startups no logran superar los primeros cinco años de vida y casi el 30% cierra antes de los doce meses. Pero esta tasa de fracaso no es algo que se destaque en estos panfletos de autoayuda. Al contrario, el mantra es que, si fracasas, es porque no lo intentaste lo suficiente. Curiosamente, nunca es culpa de haber seguido malos consejos.
Creo que también hay algo profundamente elitista en esta narrativa. No todos pueden (ni quieren) ser empresarios. La sociedad necesita maestros, enfermeros, ingenieros y millones de trabajadores que trabajen por cuenta ajena: seguir órdenes no es malo per se; al contrario, lo es el no recibir una compensación adecuada o tener que trabajar sin perspectivas para conciliar o promocionar profesionalmente.
El uso selectivo de anécdotas
Para dar un barniz de credibilidad a sus teorías, estos libros suelen recurrir a historias de éxito. Cuentan cómo Jeff Bezos empezó Amazon desde un garaje o cómo el inefable Elon Musk durmió en el suelo de su oficina mientras construía PayPal. Estas historias son inspiradoras, pero también son trampas lógicas: el hecho de que algunos hayan tenido éxito de esa manera no significa que sea un camino reproducible para cualquiera de nosotros. De hecho, este tipo de libros incurre en el “sesgo del superviviente”: solo se fijan en los que triunfan y olvidan a los miles (o millones) que hicieron lo mismo, pero fracasaron. Es como estudiar a los ganadores de la lotería para aprender a “jugar de manera inteligente”. De nuevo, los autores ignoran alegremente el contexto que, en la vida real, hace que cada persona sea diferente.
Lo peor: el desprecio por la evidencia
Pero quizá el mayor problema del “terraplanismo económico” es su absoluto desprecio por la evidencia contrastable. Estos libros rara vez citan estudios académicos sólidos o proporcionan datos empíricos y, cuando lo hacen, suele tratarse de aportaciones sesgadas que confirman sus prejuicios. Los economistas serios no utilizan “fórmulas mágicas”, al igual que los médicos serios, los arquitectos serios y cualquier otro profesional riguroso que entienda que su campo de conocimiento se sustenta en cientos y miles de experimentaciones repetidas y comprobadas a lo largo de décadas y siglos anteriores.
Frente a simplificaciones caricaturescas, debemos admitir con sinceridad que los sistemas económicos están determinados por una multiplicidad de factores históricos, sociales y políticos que no se pueden reducir a un puñado de frases motivacionales. Nuestra disciplina debe caminar por enfoques consistentes y con base empírica. La actividad económica es un sistema dinámico y adaptativo, caracterizado por interacciones sociales no lineales. Por ello, tal como abogan Kirkman (2012) o Helbing y Kirkman (2013), entre otros, nuestras modelizaciones deben reconocer la existencia de agentes heterogéneos, dinámicas endógenas e incertidumbre, todo lo cual ofrece una representación más realista de los fenómenos económicos. En la medida de lo posible, y dado que los economistas no detentamos el monopolio de la verdad, yo sugeriría además en lo posible incorporar elementos de otras disciplinas como la psicología, la sociología, la geografía o la historia.
Conclusión: la verdad no es relativa
El ‘terraplanismo económico’ es seductor porque promete soluciones fáciles a problemas complejos. En un mundo donde la incertidumbre es la norma, la idea de que podrías cambiar tu vida siguiendo unos pocos pasos es enormemente atractiva. Pero también es una gran mentira. La desgracia es que esto no lo vemos solo en las librerías sino, cada vez más, en políticos y dirigentes cuya miopía los transforma en peligrosos charlatanes con poder para aplicar medidas económicas cuyo impacto no entienden por ignorancia o mala fe.
Es cierto que trazar una línea divisoria entre buenos y malos resulta muy difícil y que pasarse de la raya puede dar lugar a negar el pensamiento creativo heterodoxo (algo que es fundamental para el progreso de nuestra disciplina) o a caer por el otro extremo en un ‘cancelacionismo’ basado en admitir únicamente lo políticamente correcto. Combatir este fenómeno requiere fomentar la educación económica y el pensamiento crítico. Hay que enseñar a distinguir entre la verdadera economía, la que no ofrece respuestas simples, pero sí herramientas útiles para entender el mundo, y la pseudoeconomía de los gurús que solo venden humo. Porque, al final del día, la economía no es una colección de “recetas” ni “trucos”, sino una disciplina que intenta explicar, con todas sus limitaciones, cómo funciona nuestra sociedad.
Hay 2 comentarios
Muy buena entrada, pero hay un error en el apellido de uno de los autores citados: es Kirman, no Kirkman.
Es cierto. Gracias. Dichosas prisas... 🙂