Por Belén Rodríguez Moro.
Hace unos meses en este blog comentábamos cómo el nacimiento del primer hijo cambiaba el uso del tiempo de madres y padres de forma desigual: mientras ellas reducían horas de trabajo remunerado para dedicarlas a cuidados y tareas domésticas, ellos apenas modificaban su tiempo en casa (consulta la entrada aquí). Esa brecha, que aparece en la primera etapa del ciclo familiar, suele ser duradera.
La mayoría de los estudios sobre el impacto de tener hijos se centran en los primeros años tras el nacimiento, porque es más fácil medir sus efectos a corto plazo. Sin embargo, todos coinciden en que esos cambios en la organización del tiempo familiar son duraderos: las madres siguen asumiendo más tareas domésticas y menos trabajo remunerado incluso diez años después del primer parto.
Recientemente, Claudia Goldin, Claudia Olivetti y Sari Pekkala Kerr han puesto el foco precisamente en lo que ocurre después, cuando los hijos crecen y empiezan a volverse autónomos. En su trabajo —que ellas describen como “la otra ladera de la montaña” del ciclo laboral de las mujeres— muestran que, aunque las madres se reincorporan al empleo cuando los hijos se hacen mayores, la brecha salarial apenas se reduce, porque los salarios de los padres continúan aumentando.
¿Podemos entender este fenómeno observando en paralelo qué ocurre dentro del hogar, con la asignación del tiempo entre madres y padres, cuando los hijos crecen y finalmente se van de casa? ¿Siguen ellas siendo las principales responsables de las tareas domésticas cuando desaparecen las demandas de cuidado?
En mi artículo recientemente publicado en SERIEs (The Unchanging Divide: Housework and Labour Responsibilities in Late Family Stages), analizo precisamente esta pregunta utilizando datos longitudinales del Reino Unido, entre 1992 y 2023. El objetivo es entender cómo evoluciona la división del trabajo remunerado y doméstico entre madres y padres durante dos etapas clave:
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- cuando los hijos adolescentes o jóvenes adultos (de 16 a 30 años) aún viven en casa; y
- tras su emancipación.
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Una división del tiempo que apenas cambia con la edad de los hijos
En la primera parte del trabajo observo familias “canónicas”: madre, padre e hijos convivientes. Los resultados muestran una sorprendente estabilidad en la organización del tiempo, a pesar de los grandes cambios en la vida de los hijos.
Los Gráficos 1 y 2 muestran la evolución de las horas semanales previstas dedicadas por cada miembro de la casa a tareas domésticas y trabajo remunerado. Las madres dedican unas 20 horas semanales al trabajo doméstico, más del doble que los padres (unas 8 horas). En cambio, los padres siguen siendo los principales proveedores de ingresos, con 11 horas más de trabajo remunerado que las madres. Esta doble especialización —ellas en casa, ellos en el mercado— apenas se modifica a lo largo de la adolescencia y juventud de los hijos.
Entre los hijos también aparecen brechas: las hijas contribuyen algo más al trabajo doméstico y, a partir de los 21 años, alcanzan niveles similares a los de los padres, mientras que los hijos varones apenas superan las 4–5 horas semanales. En cambio, en trabajo remunerado las trayectorias de chicos y chicas son muy parecidas.
En conjunto, la brecha de género en el hogar persiste más allá de los años de crianza, incluso cuando los hijos ya son adultos y las necesidades de cuidado se reducen (y cuando ellos mismos podrían contribuir también a las tareas de la casa).
Gráfico 1. Horas semanales previstas de trabajo doméstico por miembro de la familia mientras conviven en el hogar por cada miembro
Gráfico 2. Horas semanales previstas de trabajo remunerado por miembro de la familia mientras conviven en el hogar
La emancipación: un “evento” que apenas altera las rutinas familiares
¿Qué ocurre cuando los hijos se emancipan? ¿Se reequilibra el reparto del tiempo entre madres y padres?
Para responder a esta pregunta utilizo una metodología de diferencias en diferencias dinámicas, similar a la empleada para estudiar el impacto del nacimiento del primer hijo, pero tomando como “tratamiento” la emancipación de los hijos. Este enfoque permite comparar cómo cambia el tiempo de los padres antes y después de que los hijos se vayan, frente a familias similares cuyos hijos aún no lo han hecho.
Los resultados, representados en los Gráficos 3 y 4, son claros:
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- Las madres reducen su trabajo doméstico en unas 3–4 horas semanales (un 15–20%) tras la marcha de los hijos.
- Aumentan su trabajo remunerado en una magnitud similar y sus ingresos crecen entre 250 y 300 libras mensuales.
- Los padres, en cambio, no modifican su tiempo ni en el hogar ni en el mercado laboral.
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En otras palabras, cuando los hijos se van, las madres aprovechan parte del tiempo liberado para trabajar más fuera de casa, pero no se produce una redistribución de las tareas dentro del hogar: ellos no hacen más. La división tradicional se mantiene, aunque la carga total de trabajo femenino disminuye.
Gráfico 3. Impacto de la emancipación de los hijos en las horas semanales dedicadas a tareas domésticas
Gráfico 4. Impacto de la emancipación de los hijos a horas semanales dedicadas a trabajo remunerado
Ni siquiera las madres que más ganan “se liberan” del hogar
Una posible explicación de esta persistencia es que la división del trabajo sea “eficiente”: cada miembro se especializa en lo que tiene una ventaja comparativa. Si esto fuera cierto, las madres que más ganan deberían dedicar menos tiempo al trabajo doméstico.
Sin embargo, los datos muestran lo contrario (véase Gráficos 5 y 6). Incluso en familias donde la madre es la principal proveedora de ingresos —trabaja unas 5 horas más en el mercado que su pareja— sigue realizando 15 horas de tareas domésticas a la semana, casi el doble que el padre. El resultado es un desequilibrio total de hasta 20 horas semanales a favor de los hombres.
La emancipación de los hijos tampoco cambia esta dinámica: tanto en familias tradicionales como en las de “madre sustentadora”, las madres reducen unas 3 horas semanales de trabajo doméstico tras la marcha de los hijos, mientras los padres permanecen inmutables.
Gráfico 5. Horas semanales de trabajo doméstico según el miembro de la familia, en hogares donde la madre es quien más gana
Gráfico 6. Horas semanales de trabajo remunerado según el miembro de la familia, en hogares donde la madre es quien más gana.
Las tareas también tienen género
Más allá del número total de horas, el tipo de tareas muestra una especialización persistente. Las madres siguen siendo las principales responsables de cocinar, limpiar y hacer la compra, mientras los padres asumen tareas más esporádicas, como reparaciones o jardinería.
Después de que los hijos se emancipan, apenas hay cambios: la probabilidad de que la madre sea la principal encargada de las tareas rutinarias cae solo unos 4–5 puntos porcentuales. En definitiva, las rutinas domésticas parecen más resistentes al cambio que las necesidades familiares o los incentivos económicos.
La otra cara de la independencia de los hijos
Estos resultados sugieren que la emancipación no solo marca una transición para los jóvenes, sino también para sus madres. La salida de los hijos relaja las restricciones de tiempo que habían limitado su participación en el mercado laboral, pero no corrige los desequilibrios estructurales dentro del hogar.
Las mujeres recuperan parte del terreno perdido en el empleo, pero demasiado tarde para revertir la brecha acumulada de ingresos y cotizaciones. Además, el peso simbólico y rutinario de las tareas domésticas persiste, incluso en contextos donde los roles de género son más igualitarios.
En suma, el estudio muestra que las huellas de la especialización familiar aprendida en los primeros años —ellas en casa, ellos fuera— permanecen incluso cuando los hijos han dejado el nido. Las madres dejan de hacer la cama a los hijos… pero siguen siendo las “gestoras del hogar”.