De Humberto Llavador¹ y Vicente Ortún²
Cada año emergen en el mundo entre 2 y 5 virus zoonóticos producto de nuevas interacciones entre hombres y animales. El SARS-CoV-2 es uno de ellos. La pérdida de biodiversidad, consecuencia de la destrucción de hábitats naturales y la ocupación humana de nuevos espacios, aumenta la probabilidad de que un patógeno efectúe el salto del mundo animal a los humanos.
Aunque las estimaciones son controvertidas, epidemias como la actual podrían matar a uno de cada 5000 habitantes del mundo. Sin embargo, esta cifra queda empequeñecida por lo que nos espera y sólo representa una de las dimensiones en las que el calentamiento global nos afecta ya y nos afectará en un futuro. Por citar un trabajo reciente que de manera no usual ha tenido bastante difusión en prensa, el cambio climático hará que, dentro de 50 años, entre mil y tres mil millones de personas queden en espacios no habitables para la inmensa mayoría. A esto podemos añadir las últimas proyecciones del Climate Impact Lab que estiman un incremento de la tasa de mortalidad debida al aumento de temperatura equivalente a la tasa de mortalidad actual de la combinación de todas las enfermedades infecciosas (tuberculosis, malaria, dengue, …) y las transmitidas por garrapatas, mosquitos y parásitos. La cifra supera las 9 millones de muertes adicionales al año para el 2100 o, lo que es lo mismo, 1 de cada 1200 habitantes del planeta (usando las proyecciones de población de Naciones Unidas) morirá como consecuencia del cambio climático.
No hay alternativa a una senda de cero emisiones
El proceso de calentamiento del planeta está sujeto a un grado de irreversibilidad que requiere actuaciones drásticas y sin demoras. Por esta irreversibilidad sufriremos las consecuencias de cada tonelada de gases invernadero que sigamos emitiendo a la atmósfera, ya que el aumento en la temperatura depende de las emisiones acumuladas. Dicho de otra manera, tenemos un presupuesto de carbono, un número limitado de emisiones totales asociado a cada aumento de temperatura. Si superamos los 420 GtCO2 que nos quedan –o diez años de emisiones al nivel actual– podemos olvidarnos de tener alguna posibilidad de contener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5oC. No hay pues alternativa a una senda que nos lleve a emisiones cero sin exceder el presupuesto total. Además, cuanto más tardemos en comenzar a reducir emisiones, más dramática ha de ser la transición (Figura 1). Como sigue repitiendo la comunidad científica y sabe muy bien la esfera política, los próximos 10 años son cruciales para dirigir las economías a una senda sostenible.
Figura 1: Sendas de mitigación asociadas a un aumento de la temperatura de 1.5oC, sin emisiones netas negativas. La senda en negro representa las emisiones históricas hasta 2018. Las sendas más bajas muestran las oportunidades perdidas de una transición menos brusca. Fuente: Carbon Brief basado en los presupuestos de carbono del IPCC SR15.
“La Edad de Piedra no terminó porque el mundo se quedó sin piedras”
Esta frase, a menudo atribuida al exministro de petróleo saudí Ahmed Zaki Yamani, tiene su correlato en la percepción de que pasamos de la madera al carbón, al gas y al petróleo, luego la energía nuclear, y ahora transitamos a las energías renovables. Efectivamente, parece que vayamos hacia renovables en términos de porcentaje de participación en el suministro total de energía, pero la evolución del mercado requeriría generaciones para llegar a emisiones cero (recuérdese que el CO2 acumulado –el que importa- es irreversible).
En estos momentos, las grandes empresas energéticas dedican el 95% de sus inversiones anuales a petróleo y gas ya que proporcionan rentabilidades por encima del 15%, incluso con hipótesis pesimistas relativas a precios y condiciones de mercado. Los rendimientos reales suelen superar los previstos por aumentos no anticipados en los volúmenes producidos. Ello hace muy difícil que las energías renovables obtengan financiación. Los proyectos que implican energía solar o eólica son mucho más pequeños y no cabe esperar que las compañías energéticas más importantes del mundo lideren la transición energética. Existe, sin embargo, algún indicio alentador: Las energías eólica y solar se están volviendo competitivas, en algunos lugares, frente a las plantas de combustibles fósiles; los automóviles eléctricos ofrecen ventajas a los consumidores… Sin embargo, la evolución del mercado por sí solo no irá lo suficientemente rápido como para poner al mundo en un curso que mantenga el riesgo de calentamiento global a niveles aceptables. ‘Los combustibles fósiles solo estarán condenados si algo confiable, asequible y escalable puede reemplazarlos’, según un destacado consultor, o, añadimos nosotros, si las medidas políticas, de imposición, regulación e inversión, son adecuadas. Está muy presente el riesgo de que las energías renovables sean un complemento más que un substituto de las energías fósiles. Se precisa, por tanto, un esfuerzo sostenido de los gobiernos, más y mejor política pública, para la necesaria transición.
Hay que optar por el escenario pesimista y actuar ya
Pero, además, es que si al final nos equivocamos y establecemos un precio a las emisiones demasiado alto, el coste de este error es pequeño, especialmente comparado con el coste de establecer un precio demasiado bajo, como ya explicó Cabrales aquí. Y lo mismo ocurre con la concepción del bienestar. Adoptar una visión del bienestar demasiado restringida, como por ejemplo muy focalizada en el PIB, tiene consecuencias devastadoras en comparación con el coste de adoptar una concepción demasiado amplia que pueda llevarnos a una excesiva inversión en salud, conocimiento, educación o la preservación del medioambiente (aquí y aquí). La conclusión en ambos casos apunta en la misma dirección: los costes de actuar demasiado contundentemente, ya y de manera integral, serían insignificantes en comparación con las consecuencias de cometer un error en la dirección opuesta y tomar medidas demasiado laxas.
Las decisiones que tomemos en los próximos diez años determinarán las opciones que nos quedan. Cualquier alternativa a una senda de cero emisiones nos llevará hacia un mundo más hostil en un período demasiado corto para poder adaptarnos. No podemos esperar que esta trayectoria se genere espontáneamente. El fin de los combustibles fósiles no llegará por el agotamiento de las reservas de carbón y petróleo, entre otras cosas porque no sobrepasar los 2oC requiere dejar un 65-80% de estas reservas sin utilizar bajo tierra. La intervención de los gobiernos es, por tanto, una condición sine qua non para una transición hacia una sociedad de energía limpia.
Pero la política del clima se enfrenta a tres importantes retos: la necesidad de cooperación internacional (la tragedia de los bienes públicos comunes requiere buen gobierno internacional), la necesidad de encontrar el apoyo popular a las medidas económicas más eficaces, y la oposición de los intereses creados. A estos retos se suma la premura para adoptar las medidas necesarias y la gravedad de las consecuencias de la inacción.
Los efectos del cambio climático empiezan a manifestarse ya y aparecen recurrentemente en los medios de comunicación. Los incendios en California o en Australia, la intensificación de los tornados, o el visible cambio del tiempo atmosférico son percibidos por la mayoría de la población como consecuencias del aumento de temperatura, y así se anuncian además en la mayoría, salvando excepciones, de los discursos políticos y sociales. Por otro lado, la pandemia de la covid19 ha mostrado de manera contundente que el entorno puede cambiar repentinamente y sacarnos bruscamente de nuestra zona de confort.
Estos dos hechos deberían aprovecharse para enfatizar una de las facetas más inquietantes del cambio climático: la posibilidad de eventos singulares, como la muerte regresiva del bosque boreal o del Amazonas, la ruptura de los procesos monzónicos, la pérdida del permafrost o la disrupción de las circulaciones oceánicas, que transformen rápidamente el clima del planeta, pero cuyo riesgo es difícil de concebir por la mayoría de la población. Ante estos riesgos, hemos de optar por el escenario pesimista y actuar ya.
[1] Humberto Llavador
Profesor de Economía, Universitat Pompeu Fabra y Barcelona Graduate School of Economics. Investigador del Institute for Political Economy and Governance, Barcelona.
[2] Vicente Ortún
Profesor emérito del Departamento de Economía y Empresa e Investigador Principal del Centre de Recerca en Economia i Salut, Universitat Pompeu Fabra. Miembro del Consejo Rector del Parque de Salud Mar, Barcelona.
Hay 11 comentarios
Hola,
El enlace sobre la "pérdida de biodiversidad" parece que está roto. Si fuesen tan amables de compartir algún artículo revisado por pares que demuestre que la pérdida de biodiversidad facilita el salto, lo agradecería. Me da la sensación de que esa afirmación se ha convertido en un mantra con poco sustento científico que lo sustente. O mal entendido, que también puede ser el caso.
No creo que sea pérdida como tal, sino desestructuración del ecosistema lo que favorece el salto. De otro modo, el Sáhara o la Tundra siberiana serían de los lugares con más probabilidad de salto y no parece que sea el caso. En cambio, con la rabia, por ejemplo, la eliminación del zorro resultó ser contraproducente por lo que digo, porque desestructuraba el equilibrio ecológico. El tema no es tanto la biodiversidad como el equilibrio ecológico.
Pero claro...la palabra "equilibrio" no debe vender tanto como "biodiversidad". A no ser que me demuestren lo contrario, parece que estaríamos ante un uso interesado - y portencialmente misleading- de la ciencia. Gracias.
Su argumento es el del huevo o la gallina. La pérdida de biodiversidad está asociada al desequilibrio de los ecosistemas y lo que se observa, como una de sus consecuencias, son más saltos zoonóticos, un ejemplo reciente en un artículo revisado por pares:
https://royalsocietypublishing.org/doi/10.1098/rspb.2019.2736
"Our analysis incorporating data on species declines globally provides broad-scale support for convergent processes whereby exploitation of wildlife and habitat loss have caused wildlife population declines, as well as facilitated the transmission of animal viruses to humans that most likely occurred prior to and during large-scale losses in abundance."
Como usted comenta, están relacionados, concedamos que hay correlación. Pero no es estrictamente necesario. Para ello, volvamos al ejemplo del zorro y la rabia. Cuando se han dado brotes de rabia en el pasado, la gente ha tendido a tratar de eliminar la población de zorros. Sin embargo, esta medida ha resultado ser ineficaz e incluso contraproducente. Primero, porque los zorros reaccionan al exterminio incrementando sus tasas de reproducción; segundo, porque el territorio que ha quedado libre de zorros, pronto es ocupado por nuevos zorros provenientes de otros territorios. Esto, además de acelerar el avance de la rabia al “transportar” zorros de una zona a otra, hace que los nuevos zorros entren en mayor contacto, es decir, combatan, con los zorros de las zonas colindantes, aumentando así las probabilidades de transmisión de la rabia. En ningún momento se ha alterado la biodiversidad, pues siempre ha habido zorros, ya sea en mayor o menor medida, pero sí se ha alterado el equilibrio preexistente, con sus propios “cortafuegos” contra la propagación de parásitos. Ese sería un claro ejemplo de desestructuración sin perdida de biodiversidad. De ningún modo es el huevo o la gallina. Otro asunto es que la palabra biodiversidad venda más y se haga uso de ella, pero la causa de fondo es la desestructuración.
Por otra parte, y ya que estamos en un blog de economía, deberíamos de pensar en los desequilibrios ecológicos como algo transitorio (unit root menor que 1). No hay ecosistemas en España que no hayan sido transformados por el hombre en el pasado, ya sea por el Hombre o por otras causas. En su momento, esas desestructuraciones debieron de tener efectos nocivos, pero con el tiempo, una vez el ecosistema se volvió a estructurar, todo recuperó su normalidad, una nueva normalidad.
Mucho me temo que parte de la falta de comprensión de los problemas que acarrea la desestructuración de los ecosistemas y la asociada pérdida de biodiversidad reside en una aproximación acrítica desde disciplinas ajenas, que no entienden sus fundamentos.
Los desequilibrios ecológicos son algo transitorio, efectivamente, con el tiempo se llega a un nuevo equilibrio con los componentes que resten tras un shock, pero el resultado son ecosistemas simplificados con mucha menor capacidad de suministrar lo que se conoce como Servicios Ecosistémicos. No hace falta leer muchos documentos para empezar a darse cuenta de la magnitud de los problemas que afrontamos por causa de la pérdida de biodiversidad, basta con hojear el Resumen del Informe del IPBES para Encargados de la Formulación de Políticas:
https://ipbes.net/sites/default/files/2020-02/ipbes_global_assessment_report_summary_for_policymakers_es.pdf
Apreciado Carlos.
Muchas gracias por detectar la falta. El hipervínculo que no aparece porque lo introducimos mal es:
O’Callaghan-Gordo C, Antó JM. COVID-19: The disease of the Anthropocene. Environmental Research. 2020; 187 : 10963. DOI: 10.1016/j.envres.2020.109683
El artículo está en abierto y rogamos a los editores de NeG que corrijan nuestro fallo.
El primer hipervínculo también lleva a bastantes referencias sobre la pérdida de biodiversidad.
Apreciado Carlos,
Efectivamente, la biodiversidad suele ser mayor cerca del ecuador. No tiene una distribución homogénea en el globo y, tal como aparece en el mapa del primer hipervínculo, ni el Sahara ni la tundra son los lugares con mayor probabilidad de salto.
Y sí, parece que el efecto nocivo de la pérdida de biodiversidad (nos quedamos sin 'zorros' ) viene mediado por la desestructuración del equilibrio ecológico que menciona.
Si esto es cierto
https://elpais.com/elpais/2017/07/11/ciencia/1499785338_169682.amp.html
Lo mejor es tener menos hijos.
Con menos población y menos emisiones, morirá menos gente.
Y frente a la proyección, si hago bien la regla de tres, de 10.800 millones de biomonotonía humana, algunos menos, siendo además causa de extinciones ajenas, fomentarán mayor biodiversidad.
Si ya lo decían los de Siniestro Total: pueblos del mundo, extinguíos... https://youtu.be/S6PA_yKfNyE
Parece coña, o no lo es?
Si es el caso que el contagio es zoonótico, con biodiversidad cero, quizá llamado biomonotonía, no se daría.
Vaya, si no hay especies (si solo hubiese una) no hay contagio entre especies.
El riesgo pandémico derivado de la creciente emergencia de virus zoonóticos resulta vulnerable a una serie de estrategias que pueden ser objeto de análisis coste-beneficio como, por ejemplo, se hace en este artículo de Science: https://science.sciencemag.org/content/369/6502/379
Eso sí, conviene evitar la pretensión de realizar Economía de la Epidemiología. Hay suficiente tela a cortar con la Economía de la Epidemia como nos recuerda este artículo del JEP: https://pubs.aeaweb.org/doi/pdfplus/10.1257/jep.34.4.105
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