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Piedras, combustibles fósiles y virus zoonóticos

De Humberto Llavador¹ y Vicente Ortún²

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Cada año emergen en el mundo entre 2 y 5 virus zoonóticos producto de nuevas interacciones entre hombres y animales. El SARS-CoV-2 es uno de ellos. La pérdida de biodiversidad, consecuencia de la destrucción de hábitats naturales y la ocupación humana de nuevos espacios, aumenta la probabilidad de que un patógeno efectúe el salto del mundo animal a los humanos.

Aunque las estimaciones son controvertidas, epidemias como la actual podrían matar a uno de cada 5000 habitantes del mundo. Sin embargo, esta cifra queda empequeñecida por lo que nos espera y sólo representa una de las dimensiones en las que el calentamiento global nos afecta ya y nos afectará en un futuro. Por citar un trabajo reciente que de manera no usual ha tenido bastante difusión en prensa, el cambio climático hará que, dentro de 50 años, entre mil y tres mil millones de personas queden en espacios no habitables para la inmensa mayoría. A esto podemos añadir las últimas proyecciones del Climate Impact Lab que estiman un incremento de la tasa de mortalidad debida al aumento de temperatura equivalente a la tasa de mortalidad actual de la combinación de todas las enfermedades infecciosas (tuberculosis, malaria, dengue, …) y las transmitidas por garrapatas, mosquitos y parásitos. La cifra supera las 9 millones de muertes adicionales al año para el 2100 o, lo que es lo mismo, 1 de cada 1200 habitantes del planeta (usando las proyecciones de población de Naciones Unidas) morirá como consecuencia del cambio climático.

No hay alternativa a una senda de cero emisiones

El proceso de calentamiento del planeta está sujeto a un grado de irreversibilidad que requiere actuaciones drásticas y sin demoras. Por esta irreversibilidad sufriremos las consecuencias de cada tonelada de gases invernadero que sigamos emitiendo a la atmósfera, ya que el aumento en la temperatura depende de las emisiones acumuladas. Dicho de otra manera, tenemos un presupuesto de carbono, un número limitado de emisiones totales asociado a cada aumento de temperatura. Si superamos los 420 GtCO2 que nos quedan –o diez años de emisiones al nivel actual– podemos olvidarnos de tener alguna posibilidad de contener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5oC. No hay pues alternativa a una senda que nos lleve a emisiones cero sin exceder el presupuesto total. Además, cuanto más tardemos en comenzar a reducir emisiones, más dramática ha de ser la transición (Figura 1). Como sigue repitiendo la comunidad científica y sabe muy bien la esfera política, los próximos 10 años son cruciales para dirigir las economías a una senda sostenible.

Figura 1: Sendas de mitigación asociadas a un aumento de la temperatura de 1.5oC, sin emisiones netas negativas. La senda en negro representa las emisiones históricas hasta 2018. Las sendas más bajas muestran las oportunidades perdidas de una transición menos brusca. Fuente: Carbon Brief basado en los presupuestos de carbono del IPCC SR15.

“La Edad de Piedra no terminó porque el mundo se quedó sin piedras”

Esta frase, a menudo atribuida al exministro de petróleo saudí Ahmed Zaki Yamani, tiene su correlato en la percepción de que pasamos de la madera al carbón, al gas y al petróleo, luego la energía nuclear, y ahora transitamos a las energías renovables. Efectivamente, parece que vayamos hacia renovables en términos de porcentaje de participación en el suministro total de energía, pero la evolución del mercado requeriría generaciones para llegar a emisiones cero (recuérdese que el CO2 acumulado –el que importa- es irreversible).

En estos momentos, las grandes empresas energéticas dedican el 95% de sus inversiones anuales a petróleo y gas ya que proporcionan rentabilidades por encima del 15%, incluso con hipótesis pesimistas relativas a precios y condiciones de mercado. Los rendimientos reales suelen superar los previstos por aumentos no anticipados en los volúmenes producidos. Ello hace muy difícil que las energías renovables obtengan financiación. Los proyectos que implican energía solar o eólica son mucho más pequeños y no cabe esperar que las compañías energéticas más importantes del mundo lideren la transición energética. Existe, sin embargo, algún indicio alentador: Las energías eólica y solar se están volviendo competitivas, en algunos lugares, frente a las plantas de combustibles fósiles; los automóviles eléctricos ofrecen ventajas a los consumidores… Sin embargo, la evolución del mercado por sí solo no irá lo suficientemente rápido como para poner al mundo en un curso que mantenga el riesgo de calentamiento global a niveles aceptables. ‘Los combustibles fósiles solo estarán condenados si algo confiable, asequible y escalable puede reemplazarlos’, según un destacado consultor, o, añadimos nosotros, si las medidas políticas, de imposición, regulación e inversión, son adecuadas. Está muy presente el riesgo de que las energías renovables sean un complemento más que un substituto de las energías fósiles. Se precisa, por tanto, un esfuerzo sostenido de los gobiernos, más y mejor política pública, para la necesaria transición.

Hay que optar por el escenario pesimista y actuar ya

Pero, además, es que si al final nos equivocamos y establecemos un precio a las emisiones demasiado alto, el coste de este error es pequeño, especialmente comparado con el coste de establecer un precio demasiado bajo, como ya explicó Cabrales aquí. Y lo mismo ocurre con la concepción del bienestar. Adoptar una visión del bienestar demasiado restringida, como por ejemplo muy focalizada en el PIB, tiene consecuencias devastadoras en comparación con el coste de adoptar una concepción demasiado amplia que pueda llevarnos a una excesiva inversión en salud, conocimiento, educación o la preservación del medioambiente (aquí y aquí). La conclusión en ambos casos apunta en la misma dirección: los costes de actuar demasiado contundentemente, ya y de manera integral, serían insignificantes en comparación con las consecuencias de cometer un error en la dirección opuesta y tomar medidas demasiado laxas.

Las decisiones que tomemos en los próximos diez años determinarán las opciones que nos quedan. Cualquier alternativa a una senda de cero emisiones nos llevará hacia un mundo más hostil en un período demasiado corto para poder adaptarnos. No podemos esperar que esta trayectoria se genere espontáneamente. El fin de los combustibles fósiles no llegará por el agotamiento de las reservas de carbón y petróleo, entre otras cosas porque no sobrepasar los 2oC requiere dejar un 65-80% de estas reservas sin utilizar bajo tierra. La intervención de los gobiernos es, por tanto, una condición sine qua non para una transición hacia una sociedad de energía limpia.

Pero la política del clima se enfrenta a tres importantes retos: la necesidad de cooperación internacional (la tragedia de los bienes públicos comunes requiere buen gobierno internacional), la necesidad de encontrar el apoyo popular a las medidas económicas más eficaces, y la oposición de los intereses creados. A estos retos se suma la premura para adoptar las medidas necesarias y la gravedad de las consecuencias de la inacción.

Los efectos del cambio climático empiezan a manifestarse ya y aparecen recurrentemente en los medios de comunicación. Los incendios en California o en Australia, la intensificación de los tornados, o el visible cambio del tiempo atmosférico son percibidos por la mayoría de la población como consecuencias del aumento de temperatura, y así se anuncian además en la mayoría, salvando excepciones, de los discursos políticos y sociales. Por otro lado, la pandemia de la covid19 ha mostrado de manera contundente que el entorno puede cambiar repentinamente y sacarnos bruscamente de nuestra zona de confort.

Estos dos hechos deberían aprovecharse para enfatizar una de las facetas más inquietantes del cambio climático: la posibilidad de eventos singulares, como la muerte regresiva del bosque boreal o del Amazonas, la ruptura de los procesos monzónicos, la pérdida del permafrost o la disrupción de las circulaciones oceánicas, que transformen rápidamente el clima del planeta, pero cuyo riesgo es difícil de concebir por la mayoría de la población. Ante estos riesgos, hemos de optar por el escenario pesimista y actuar ya.


[1] Humberto Llavador
Profesor de Economía, Universitat Pompeu Fabra y Barcelona Graduate School of Economics. Investigador del Institute for Political Economy and Governance, Barcelona.

[2] Vicente Ortún
Profesor emérito del Departamento de Economía y Empresa e Investigador Principal del Centre de Recerca en Economia i Salut, Universitat Pompeu Fabra. Miembro del Consejo Rector del Parque de Salud Mar, Barcelona.