La parte fija de la factura de la luz

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Por Jordi Teixidó

La factura de la luz es compleja y difícil de entender. La mayoría solemos fijarnos solo en la suma total a pagar sin prestar mayor atención al detalle. A partir de ahí nos alarmamos más o menos (aunque últimamente siempre sale a más por culpa de los precios del gas, del CO2 y, sobre todo, del diseño del mercado mayorista. Ver aquí o aquí).

Sin embargo, solo una fracción del monto que pagamos a final de mes corresponde a los kWh consumidos (y a su coste) y, por lo tanto, solo esta nos informa si debiéramos prestar más atención a la hora de apagar las luces al salir de una habitación. La otra fracción de la factura corresponde a la parte fija, cuyo coste es independiente del consumo realizado y suele ser una porción importante del total de la factura (en España esta parte se paga en proporción a la potencia contratada). Las facturas con parte fija y parte variable siguen la receta de las llamadas “tarifas en dos partes” (Coase 1946). Según la teoría estas sirven para, por un lado, optimizar nuestro consumo (parte variable) y, por el otro, financiar los elevados costes fijos del sector (parte fija). Xavier Labandeira, Jose M. Labeaga y un servidor aprovechamos una reforma de la factura de la luz que se llevó a cabo en España para construir un experimento que nos permite contrastar esta teoría (el artículo completo está publicado en The Economic Journal).

Nuestros resultados muestran cómo una reforma de la factura de la luz, que tenía que servir para mejorar la cobertura de los costes fijos del sector, crecientes a causa de la transición energética, acaba provocando el efecto opuesto al pretendido: menores ingresos y con ello menor cobertura de costes fijos (¿Un efecto cobra?).

La reforma tuvo lugar en agosto de 2013 y consistió, principalmente, en aumentar la parte fija de la factura (peaje de acceso por la potencia contratada) a la vez que se bajaba la parte volumétrica (precio por kWh). La idea era sencilla: si subimos lo que los hogares pagan de parte fija (que es independiente del consumo) y al mismo tiempo bajamos el precio por kWh (una parte depende del coste de la energía, pero otra parte está regulada por el Gobierno), el consumo no bajará (¡porqué el kWh será más barato!) y aun así habrá más ingresos (porque la parte fija hay que pagarla igualmente). En teoría tenía que funcionar.

La reforma

La oferta y la demanda de electricidad están cambiando. Mucho. Por el lado de la oferta, se requiere incrementar el peso de las renovables en la generación de electricidad al tiempo que se espera una mayor electrificación de otros sectores clave, como el del transporte. Esto implica inversiones no solo en plantas más limpias sino también en expandir la capacidad de las redes de distribución eléctrica. Por el lado de la demanda, las mejoras de eficiencia energética en todos los servicios que demandan los hogares son continuas y crecientes: quien más y quien menos pregunta cuánto gasta la nevera antes de comprarla, o se plantea sustituir las bombillas incandescentes por LEDS (aquí se describe este fenómeno en los Estados Unidos).

Esta transformación del sector ha conllevado una modificación significativa de la estructura de costes del sector, hasta el punto de que la tensión para cubrir los costes fijos se ha agravado en los últimos lustros: el sector está pasando de tener el peso del coste total en los costes variables (usar gas/carbón importado para transformarlo en electricidad) a tenerlo en los costes fijos (invertir en eólicas, solares, y ampliación de redes) al tiempo que estos últimos tienen costes marginales cero (¿cuánto cuesta mover un aerogenerador? Viento). Nos encontramos así en un momento en el que se cruzan dos fenómenos: la necesidad de inversiones por parte de la oferta y la caída de ingresos acaecida por la reducción en el consumo de electricidad (una bombilla LED gasta 5 veces menos kWh y dura 25 veces más). Esto invita al regulador de turno a una salida que parece lógica: subir la parte fija de la tarifa permitirá frenar la caída de ingresos a la vez que asegurará una mayor recuperación de los costes fijos.

Hay que tener en cuenta, además, que las tarifas en dos partes al uso (en España y en la mayoría de países de nuestro entorno, incluyendo EEUU o Reino Unido), suelen tener componentes fijas a menudo testimoniales que no suelen ser suficientes para cubrir costes fijos, por lo que la mayor parte de estos se ha financiado tradicionalmente con el margen sobre el precio volumétrico.

En agosto de 2013 el gobierno español decidió poner en marcha una reforma del precio de la electricidad. El término de potencia (o peaje de acceso), que conforma nuestra parte fija, subió de 18€/kW a 32€en agosto y a 38€ en febrero 2014; una subida del 112% en total que afectó al 95% de los hogares (aquellos con una potencia contratada inferior a los 10kW). Según se lee en el BOE, la reforma responde a “la necesidad de llevar a cabo esta revisión [de los peajes de acceso] con carácter de urgencia teniendo en cuenta el impacto que tiene el escenario de caída de demanda de energía eléctrica más acusada de lo previsto”. Así, “se revisan al alza los precios con el fin de incrementar los ingresos procedentes de los mismos a fin de reducir el desequilibrio entre ingresos y costes del sistema eléctrico contribuyendo con ello a su sostenibilidad económica” (Orden IET/1491/2013).

 

El efecto de la reforma

El Gráfico 1 muestra la evolución del gasto y del consumo de electricidad de ese año 2013 (líneas gruesas continuas). Se puede observar cómo a partir de la aplicación de la reforma, en agosto de 2013, el gasto y el consumo se desacoplan, dando la impresión de que la reforma consigue frenar la caída del gasto de los hogares y con ello de los ingresos del sistema eléctrico, tal y como se pretendía. Así, el consumo sigue su senda mientras que el gasto, gracias a la subida de la parte fija, no baja tanto como el consumo.

Gráfico 1

No obstante, la evaluación de una política debe contrastarse contra un escenario contrafactual, es decir, con lo que hubiera sucedido si la reforma no hubiese tenido lugar. Esto es lo que a modo ilustrativo quieren mostrar las líneas discontinuas del gráfico: lo que podría ser un escenario contrafactual en el que la reforma no se produce. La conclusión en este segundo caso es muy distinta: sin la reforma los ingresos hubieran sido mayores.

En el artículo mostramos que la reforma no solo no consiguió incrementar los ingresos del sistema, sino que de hecho los redujo (tal como ilustra el ejemplo del Gráfico 1). Y es que, en comparación con lo que hubiese sucedido sin la reforma, los hogares redujeron su consumo eléctrico un 12% (a pesar de tener un precio por kWh menor) y el gasto en un 9% (a pesar del incremento en la parte fija). Este resultado implica que los hogares no distinguen costes fijos de costes marginales, y por lo tanto no responden a cambios de estos como se esperaría, lo cual implica que las proyecciones de las tarifas en dos partes no se cumplen.

Para llegar a esta conclusión explotamos el modo en que se recogen los datos de la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE. Esta es la base de datos que se utiliza para ajustar la cesta de consumo con el fin de calcular el IPC, entre otras cosas. Para ello, el INE entrevista grupos estadísticamente iguales para poder crear una muestra representativa del país. Utilizamos esta estratificación para recrear unas condiciones asimilables a un experimento con tratados y controles, permitiéndonos aislar el efecto de la reforma de otros factores que podrían confundir tal efecto (el tiempo meteorológico, la mejora de los electrodomésticos, los cambios de caldera o calefacción, etc.). Nuestro resultado es robusto a todos estos y otros muchos factores.

Una explicación alternativa podría ser que los hogares sí reconocieran la subida del peaje de acceso, que grava la potencia contratada, respondiendo con una bajada de dichas potencias contratadas. Esto explicaría la bajada en el gasto medio en la factura de la luz e implicaría que los hogares reaccionan de manera racional a la subida del coste fijo. Es más difícil, sin embargo, explicar la reducción del consumo a menos que asumamos que la adaptación de potencia viene acompañada con un cambio generalizado del patrón de consumo y/o de una inversión en nuevos y más eficientes electrodomésticos. De todos modos, este no parece ser el mecanismo detrás de nuestro resultado: para poder explicar la caída de gasto del 9% que muestran los resultados, la potencia contratada media debería haber caído al menos un 25% después de la reforma. En realidad, cayó un 2%.

 

A modo de resumen

En suma, la reforma tenía como objetivo incrementar los ingresos para así afrontar mejor las inversiones necesarias para la transición energética. Sin embargo, el cuasi-experimento desvela que la reforma no solo no aumentó los ingresos sino que los redujo aún más. Además, estos resultados nos enseñan que la tarifas en dos partes (parte fija + parte variable), no conseguirán su cometido teórico si los hogares no responden a las partes, valga la redundancia, de la tarifa. Esto no afecta solo a los costes fijos del sector: si los hogares respondemos a la factura de la luz sin entender qué estamos pagando, nuestra toma de decisiones se verá afectada y con ello el conjunto del bienestar social. Por ejemplo, si los hogares percibimos y respondemos al (mayor) coste medio de la luz, sin atender a su (menor) coste marginal, puede que decidamos posponer inversiones en electrificación o, en caso de tener coche eléctrico, prefiramos rellenar el tanque de gasolina antes que enchufar la batería. Por lo tanto, no solo hay que preocuparse por qué precios son los teóricamente óptimos, sino también por qué precios percibimos en nuestro día a día.

Hay 4 comentarios
  • Muchas gracias por el comentario. Me ha sorprendido el contenido dado que, tal como está el mercado eléctrico en la actualidad, pensé que iban a hablar del polémico (e ininteligible para el profano) sistema de fijación de precios y la tradicional lentitud en lo que a la respuesta de "Bruselas" se refiere (de momento ninguna).
    No obstante, el artículo me parece de sumo interés aunque no acabo de comprender bien la idea. Se dice que los consumidores deberían haber consumido más kw, puesto que esta parte ha bajado de precio. Y quizá en un mercado más estándar así hubiese sido. Pero el de la electricidad no lo es. Si nos centramos en los consumidores, es un bien de primera necesidad (como el pan más o menos). Ahora pensemos en un consumidor estándar con una potencia contratada pequeña, 3.45 kw, al que de repente le suben un 120% el precio de esta parte, a la vez que le rebajan mucho menos (en torno a un 30%) el precio del KW consumido. ¿Qué opciones tiene este individuo para ahorrar? La potencia ya está muy ajustada y prácticamente no es posible reducirla (ni siquiera sé si hay una menor), así que solo le queda reducir el consumo para tratar de pagar lo menos posible. Desde este punto de vista, me parece que el efecto observado es perfectamente coherente con un individuo racional.

    • Gracias por tu comentario Briony. Ciertamente, responder al incremento del parte fija reduciendo el consumo para así reducir el gasto tiene todo el sentido del mundo, como apuntas. Y es lo que parece hacen los hogares. Sin embargo, esto tiene al menos dos implicaciones. La primera es que esto implica que los consumidores no prestamos atención a las dos partes de la tarifa y que, por lo tanto, respondemos al coste medio y no al coste marginal como dictaría la teoría de las tarifas en dos partes si han de cumplir su cometido teórico (recuperación costes fijos, etc.). La segunda implicación tiene que ver con los efectos distributivos. (1/2)

    • (2/2)En el artículo damos más detalles, que no damos aquí, de cómo se distribuye el efecto de la reforma entre los hogares. En la media, los hogares reducen gasto en electricidad un 9%. Como dices, un hogar que ya no puede ajustar más y necesita reducir gasto en electricidad, no lo queda otra que reducir consumo. Aquí vemos que los hogares de menor consumo mensual, potencialmente los de potencias más bajas, son los hogares que justamente responden menos (4%) a la reforma o incluso no lo hacen en absoluto (como es el caso del decil más bajo de consumo). En cambio, lo hogares de mayor consumo de electricidad son los que más responden con reducciones de gasto en electricidad de hasta el 15%. Los mecanismos que operan detrás de estas diferencias pueden ser varios, entre ellos el que tú apuntas: algunos hogares pueden reducir consumo y gasto en respuesta a la reforma porque no les queda otra y, quizás añadiría, otros porqué pueden. Otras explicaciones pueden venir relacionadas con la saliencia de la reforma, el bono social minorando el efecto de la reacción, etc. En cualquier caso, los resultados apuntan a una disociación entre lo que se esperaba y lo que sucedió, que nos obliga a repensar las tarifas desde la perspectiva del comportamiento económico.

  • Ojalá hubiese sido esa la intención del gobierno. Probablemente, detrás de ese cambio se escondían intereses más oscuros de las eléctricas.
    Se trataba de bajar el peso del consumo en la factura para desincentivar el autoconsumo. Era lo que venía en los informes de Iberdrola entonces:

    https://dfc-economiahistoria.blogspot.com/2013/01/la-llegada-del-autoconsumo-electrico.html

    "La llegada de la paridad de red ha encendido todas las alarmas en nuestro oligopolio energético y ya pueden detectarse por dónde están planteando que vaya el nuevo reglamento para el Balance Neto, hay un informe del responsable de estudios de Iberdrola que aclara bastante lo que buscan estas empresas, y en el siguiente gráfico se aclara lo que quieren que se apruebe:

    Lo que para Iberdrola en ese informe llama "Tarifa bien diseñada" supone un incremento brutal del término fijo de la energía, aquel que hay que pagar a la compañía eléctrica aunque no consumamos ni un sólo KWh, por el hecho de tener una conexión a la red, en comparación con la tarifa actual. Y es que, según estas empresas, el término fijo debe ser mucho mayor que el propio término de energía (variable según el consumo)"

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