El horario de verano, ese ritual bianual de adelantar y atrasar los relojes, ha sido objeto de debate durante mucho tiempo. Sus defensores argumentan que ahorra energía y fomenta las actividades al aire libre, mientras que sus detractores destacan sus efectos perjudiciales para la salud, la productividad y las rutinas sociales. En esta entrada analizo las principales razones que cuestionan la aplicación del horario de verano (DST). Examino sus efectos sobre la salud, los costes sociales asociados y la vigencia de los argumentos con los que tradicionalmente se ha justificado. A partir de esta revisión, concluyo que existen fundamentos sólidos para su abolición. Sin embargo, esto implicaría algunos compromisos: aunque adoptar la hora estándar de forma permanente sería mejor desde el punto de vista de la salud, en muchos países existe una preferencia por el «horario de verano».
¿Una carga para el bienestar?
Una gran parte de la población sufre falta de sueño (Costa-Font et al. 2024a), y los cambios en la exposición a la luz solar a primera hora del día y en el sueño pueden alterar los ritmos circadianos y afectar a la salud mental. Una de las principales preocupaciones en torno al horario de verano es su profundo impacto en la sincronización de nuestro reloj social y biológico, lo que afecta a nuestros hábitos y rutinas que, en su mayor parte, son decisiones automáticas. Incluso cuando anticipamos los cambios de hora, siguen afectando a nuestro bienestar. El horario de verano impone cambios de hora dos veces al año que provocan desorientación y fatiga a corto plazo, lo que afecta a la productividad en el lugar de trabajo y aumenta el riesgo de accidentes (Smith 2016), como lo demuestran los picos de errores médicos y accidentes de tráfico tras los cambios de horario (Laliotis et al. 2023). Esto se amplifica en las personas de edad avanzada y en los miembros de la familia más sensibles a las rutinas diarias.
Varios estudios realizados por economistas de la salud han relacionado las transiciones al horario de verano con alteraciones significativas en los ritmos circadianos, lo que conduce a un aumento de las tasas de infartos, accidentes cerebrovasculares y otras crisis de salud. En un artículo con Sarah Fleche y Ricardo Pagan (Costa-Font et al. 2024b), mis coautores y yo examinamos cómo la transición al horario de verano y la salida de él afectan al bienestar individual. Utilizando una regresión discontinua combinada con un diseño de diferencias en diferencias, documentamos que la transición al horario de verano en primavera provoca una disminución significativa de la satisfacción con la vida, impulsada principalmente por la alteración del sueño y otros efectos sobre la salud, que en conjunto ascienden a 750 euros al año por persona. Esta disminución se atribuye al deterioro de la calidad del sueño y al aumento del estrés por falta de tiempo, que afectan negativamente a la salud física y emocional. Por el contrario, la transición del otoño al horario estándar se asocia con un aumento significativo de la satisfacción con la vida. El estudio sugiere que la eliminación del horario de verano podría tener un efecto positivo en el bienestar general.
El cambio brusco de hora altera los patrones de sueño, lo que contribuye a una privación generalizada del mismo. Las encuestas indican que, si se les diera una hora extra, la mayoría de las personas la utilizarían para dormir, lo que pone de relieve el déficit crónico de sueño que prevalece en las sociedades que se adhieren al horario de verano (Costa-Font 2022). Entre los mineros que trabajan en Estados Unidos, por ejemplo, el cambio horario de una hora inducido por el horario de verano se ha asociado con una disminución del sueño de alrededor de 40 minutos (Barnes y Wagner 2009). Esta privación del sueño no solo es un inconveniente, sino que tiene efectos en cadena sobre la salud mental, lo que contribuye a aumentar las tasas de ansiedad, depresión e incluso suicidio.
Aunque las tecnologías digitales ahora nos permiten ajustar la hora, la naturaleza inconexa de los cambios horarios crea confusión e ineficiencias en los mercados globales y en la comunicación internacional, lo que repercute en la estabilidad y el rendimiento económico. En un estudio que examina el efecto sobre la productividad utilizando datos de GitHub, una popular plataforma basada en la nube utilizada por programadores colaborativos, (2024) muestran que las dos semanas siguientes a la transición al horario de verano se produce una disminución de la actividad de los trabajadores durante las primeras horas de trabajo que no se compensa posteriormente.
Una práctica que no sirve para todos
La aplicación del horario de verano varía según las regiones geográficas y los climas. Solo alrededor de un tercio de los países del mundo lo aplican, y la mayoría de ellos se encuentran en Europa. En Estados Unidos, algunos estados y regiones no implementan el horario de verano (por ejemplo, Hawái, la mayor parte de Arizona, Indiana y Puerto Rico). Del mismo modo, Australia, Brasil y Canadá tienen regiones que optan por no aplicarlo (por ejemplo, Queensland, el Territorio del Norte, Australia Occidental, la isla Christmas y las islas Cocos (Keeling), en Australia). Incluso dentro de Europa, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Islandia, Rusia y Turquía no siguen esta práctica. Además, algunos países solo cambian media hora (por ejemplo, Afganistán, India, Irán, Myanmar y Sri Lanka), mientras que Nepal cambia 45 minutos. Los países que han abandonado el horario de verano alegan que sus beneficios en términos de ahorro energético y productividad son insignificantes, lo que pone aún más en duda su relevancia en un mundo moderno e interconectado.
Las maniobras políticas que hay detrás de los ajustes del horario de verano reflejan un legado histórico más que una solución práctica a los retos contemporáneos. Por ejemplo, en 2016, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro decidió revertir el cambio de zona horaria de su predecesor, mientras que Franco cambió España a la hora central europea a pesar de que la mayor parte del país se encuentra al oeste del meridiano de Greenwich. Marruecos ha adoptado un horario de verano permanente, cambiando su zona horaria estándar y ajustando solo temporalmente sus relojes durante el Ramadán, en lugar de realizar cambios estacionales para el verano y el invierno.
Desmontando el mito del ahorro energético
Contrariamente a su propósito inicial de ahorrar energía, los efectos del horario de verano sobre el consumo energético son, en el mejor de los casos, ambiguos y, en el peor, negativos. La dependencia de la era moderna del aire acondicionado y la iluminación artificial ha mitigado cualquier beneficio marginal derivado de la prolongación de la luz diurna durante la tarde. En cambio, los cambios de hora semestrales contribuyen a aumentar el consumo de energía durante las transiciones y alteran los patrones naturales de consumo energético, lo que exacerba los costes medioambientales en lugar de mitigarlos (Kotchen y Grant, 2008).
Una de las razones por las que el horario de verano sigue vigente es que beneficia a algunos intereses, como el aumento del consumo (aunque no aumenta la productividad) y la venta de antidepresivos, ya que es responsable del aumento de la ansiedad y la depresión en torno a las transiciones. Sin embargo, hay estudios que concluyen que es responsable de las fluctuaciones de la bolsa y del tipo de cambio, además de evidencia que sugiere que es responsable de errores médicos, accidentes de tráfico y suicidios.
El consenso, o la falta del mismo
La opinión pública sobre el horario de verano varía en Europa y Estados Unidos. En Estados Unidos, el 62 % de la población preferiría acabar con el horario de verano y el 50 % preferiría mantenerlo de forma permanente, lo que no es la opción más saludable (fuente: YouGov). En Europa, el 84 % de la población apoya el fin de los cambios de hora semestrales, según datos del Eurobarómetro. Sin embargo, mientras que el 75 % de los alemanes desea abolir el cambio de hora, en el Reino Unido, España e Italia, la mayoría prefiere mantener el sistema actual de cambios de hora. Si se aboliera el horario de verano, la mayoría en Suecia preferiría quedarse con la hora estándar, mientras que la mayoría en el resto de Europa preferiría mantener el «horario de verano» durante todo el año (fuente: YouGov). Por lo tanto, parece que, a pesar de los intentos del Parlamento Europeo y del Senado de los Estados Unidos, la falta de acuerdo retrasa cualquier reforma.
Opciones de cambio
La principal razón para no poner fin al horario de verano es el limitado acuerdo sobre qué hora elegir como permanente. Mientras que la hora estándar daría prioridad a los resultados en materia de salud al exponer a las personas a la luz solar más temprano durante el día, el «horario de verano», que es ligeramente preferido en muchos países, aumenta las oportunidades para el consumo y las actividades de ocio. Sea cual sea la elección de la hora, será la segunda mejor opción, y el reto para los expertos en elección social es idear mecanismos de compensación que permitan superar el statu quo.
Una sugerencia es realizar una transición más suave, pero esto sería difícil de diseñar en la práctica. Otra opción es fijar una hora, pero permitir diferentes horarios de apertura para guarderías, escuelas y empresas, así como diferentes horarios de trabajo. Como ocurre con cualquier cambio de política, habría ganadores y también perdedores a los que compensar.
Este post está basado en una columna publicada en VoxEU el 29 marzo de 2025. Traducción de Dolores Jiménez Rubio y Deep L.
