¿Sufrir violencia armada nos hace más altruistas?

Lamentablemente, debido a la guerra en Ucrania, está muy de actualidad el estudio de los efectos de los conflictos armados sobre los resultados económicos y educativos de los individuos como consecuencia de las disrupciones que estos provocan sobre el normal discurrir de la vida de la gente, incluyendo el desplazamiento y la inmigración, como les contábamos el otro día en nuestro canal de Twitch.

Otros estudios, de los que ya les he hablado en alguna ocasión, se centran en los efectos de la violencia armada sobre el comportamiento prosocial, tanto la cooperación como el altruismo. Estos efectos operan en dos niveles.

A nivel social, los conflictos pueden provocar el deterioro y/o la destrucción de las instituciones sociales y de las normas de comportamiento prosocial. Las personas pueden distanciarse entre ellas y dejar de confiar en otros ante la posibilidad de que estos sean violentos. La sociedad civil también se debilita; las asociaciones, por ejemplo, se destruyen cuando sus miembros emigran o son asesinados y la socialización se vuelve arriesgada. Además, los desplazamientos de población inducidos por los conflictos cambian la composición de la sociedad y debilitan los lazos de costumbre y reputación que las personas tejen entre ellas; lo que normalmente denominamos como “capital social”.

A nivel individual, los efectos de la violencia sobre el comportamiento prosocial pueden tener su origen en cambios de creencias y preferencias. La exposición a la violencia puede hacer que los individuos sean más egoístas y alberguen miedo, desconfianza, resentimiento e incluso odio hacia los demás. Estos sentimientos reconfiguran las creencias de las personas sobre los beneficios de la prosocialidad y la probabilidad de que esta sea reciprocada, aunque también pueden producir el efecto contrario a través de lo que se denomina "crecimiento postraumático" (las víctimas de la violencia en ocasiones reevalúan sus vidas y valores y construyen mejores relaciones sociales).

La literatura que estudia estas cuestiones se enfrenta por tanto a un serio problema a la hora de establecer de forma creíble la causalidad entre exposición a la violencia y comportamiento prosocial. En la mayoría de los casos, los individuos expuestos se observan en entornos y sociedades que también han sido transformados por el conflicto. Dado que los individuos suelen ajustarse a las normas y expectativas sociales, resulta extremadamente difícil separar el canal basado en las preferencias del basado en las instituciones.

En segundo lugar, existen múltiples sesgos de endogeneidad que surgen debido a la selección de los sujetos expuestos a la violencia. Por ejemplo, las personas menos prosociales podrían tener más probabilidades de huir de las regiones en conflicto y de, por tanto, no verse expuestas. Por otro lado, las personas más prosociales podrían tener más probabilidades de sacrificarse por otros y ayudar, lo que les hace más susceptibles a ser víctimas casuales o deliberadas.

Incluso cuando puede establecerse un vínculo causal, en la mayoría de los casos, los mecanismos que subyacen a ese vínculo siguen sin estar claros en la literatura. Por lo tanto, continua sin saberse bien si la asociación en su mayoría positiva entre violencia y medidas autodeclaradas de acción colectiva local, compromiso político y liderazgo comunitario observada en muchos estudios se deben a los cambios inducidos por el conflicto en el entorno y a la forma en que las personas reaccionan ante ellos, o a los efectos de la exposición a la violencia sobre las preferencias prosociales de los individuos.

Esto es precisamente lo que hacen en un reciente estudio Arzu Kibris y Neslihan Uler que, al estilo de dos trabajos recientes en el caso español (este y este), utilizan el experimento natural creado por el servicio militar en Turquía. El segundo ingrediente es el prolongado conflicto civil que desde 1984 enfrenta al Estado turco con la guerrilla separatista kurda y que además está concentrado geográficamente en las regiones del este y el sureste del país. Por un lado, el requisito de un servicio militar obligatorio y significativo (15 meses al cumplir los 20 años) crea combatientes a partir de civiles. Por otro, un mecanismo de sorteo asigna aleatoriamente a los jóvenes reclutados a las bases militares de todo el país. Eso hace que los individuos se vean expuestos aleatoriamente a un conflicto armado con distintos niveles de intensidad durante un periodo significativo de sus vidas.

Las autoras coordinaron una encuesta de campo con 5.000 encuestados varones adultos seleccionados al azar. Con un subconjunto de ellos realizaron un sencillo experimento. En concreto, pidieron a los participantes que decidieran qué cantidad de una dotación de 2.500 liras turcas (aproximadamente un mes de salario mínimo) donarían a una familia necesitada anónima. Lo que variaba aleatoriamente era la filiación étnica de la familia receptora. En unos casos era una familia de un distrito situado en el centro de la región en conflicto con una población étnicamente kurda en casi el 90% y en el resto era una familia necesitada de un distrito con casi un 100% de población étnicamente turca. El experimento utiliza esta distinción entre los de dentro y los de fuera del grupo para comprobar 1) si existe una norma de trato diferencial que dicta generosidad hacia los de dentro, pero egoísmo con los de fuera y 2) si la exposición al conflicto hace que aumente la importancia de los vínculos con el grupo interno y la aversión al grupo externo.

Como medida de exposición a la violencia, las autoras del trabajo utilizan una medida objetiva que mide la cantidad de eventos violentos en el pueblo o ciudad en la que se encontraba la base a la que el participante fue destinado durante su servicio militar. Esta es una variable precisa en el tiempo y en el espacio y que no se basa en la evaluación retrospectiva y subjetiva de una persona; por lo tanto, no es susceptible a sesgos de respuesta y recuerdo. También utilizan una medida mas directa, resultado de preguntar a los participantes si resultaron heridos o si alguien de su entorno había muerto o sido herido en enfrentamientos armados durante su servicio militar. Alrededor del 2% de los encuestados declaró haber resultado herido y el 15% informó de que otras personas de su entorno habían resultado muertas o heridas durante su prestación del servicio. Esta es la variable TDE que pueden ver en el grafico a continuación.

Vayamos ahora a los resultados. Estos indican que la exposición a la violencia armada no conduce a un cambio general en las preferencias altruistas. Las personas que experimentaron directamente acontecimientos traumáticos de violencia no se mostraron ni más ni menos generosas que aquellas cuyo servicio militar fue personalmente pacifico. Sin embargo, la exposición al conflicto armado afecta a la discriminación hacia el grupo externo. Cuando los encuestados que habían sufrido violencia de forma cercana eran emparejados con una familia necesitada situada en un distrito occidental y pacífico poblado por personas de etnia turca donaban más dinero que si eran emparejados con una familia necesitada en un distrito situado en el corazón de la zona de conflicto y poblado por personas de etnia kurda.

Dado que proceden de la observación del comportamiento de individuos que han regresado a sus hogares en el Oeste del país y que por tanto viven en entornos pacíficos no contaminados (o solo de forma indirecta) por los efectos socialmente transformadores del conflicto kurdo, estos resultados implican que los numerosos estudios que encuentran efectos positivos de la exposición a la violencia sobre el comportamiento prosocial probablemente están captando cambios institucionales que llevan a los individuos a ser más cooperativos, generosos y recíprocos con su grupo interno sin cambiar realmente sus preferencias altruistas.

Desde luego, no puede decirse que estos resultados arrojen una luz demasiado positiva sobre la naturaleza humana. No son un buen augurio para la consecución y el mantenimiento de la paz en conflictos en los que una proporción significativa de la población sufre experiencias violentas. Probablemente, el altruismo parroquial que engendra la violencia era un mecanismo muy útil en nuestro entorno evolutivo, pero maladaptativo en el actual. No obstante, el hecho de que las autoras no observen que la medida objetiva de exposición a la violencia esté asociada con un sesgo similar sugiere que la polarización y la fragmentación sociales que los conflictos generan pueden mantenerse bajo control si se protege a la población de sufrir experiencias traumáticas.

Hay 1 comentarios
  • Hola Santiago, enhorabuena por la entrada. Aunque me muestre sobrio en este asunto, comparto una visión esperanzadora del ser humano.

    El altruismo hippie o cosmético, de gestos y palmadas, quedan muy bien para los políticos y las cabeceras de algunos telediarios. Si fueran nuestros niños, los que vemos famélicos, recogiendo agua insalubre, o siendo reclutados o explotados, por mafias y terroristas, seguramente nuestro altruismo se dispararía a cotas nunca vistas.

    Habrá millones de papers, y estoy convencido que menos de un 1% señalan el drama africano. El expolio de un continente, y el consentimiento de las mayores barbaridades, sin que nos sintamos conmovidos o alterados en el ánimo del día a día por ello. Y de ese 1% apenas uno o dos papers conectaran el problema con la teoría económica y la ominosa opulencia de grandes trust o fortunas tentaculares que hipotecan nuestra supervivencia como especie en el medio plazo.

    Un cordial saludo.

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