Uno de los resultados en mi opinión más intrigantes en el campo de la economía del desarrollo fue publicado por Edward Miguel y John Bellows en un artículo de 2009: La larga guerra civil librada en Sierra Leona durante la década de los 90 tuvo el efecto de aumentar la participación en asociaciones y proyectos comunitarios y de reducir la abstención electoral de los ciudadanos que expuestos a la violencia. Ni que decir tiene que este trabajo enseguida se hizo muy influyente y que pronto se publicaron varios más que investigaban tan provocador resultado en diferentes países y conflictos, algunos de ellos confirmándolo, y algunos otros, como los que estudiaban las guerras civiles de Tayikistán, Sudán o Burundi, en sentido opuesto.
Reconozco que cuando vi a Edward Miguel presentando su artículo en una conferencia celebrada en la LSE un año antes, me mostré escéptico. Por dos razones: primera, por el uso de encuestas como medida de capital social, aunque no tardaron en publicarse varios trabajos que obtenían el mismo resultado utilizando experimentos de campo para medir los niveles de confianza y cooperación. Mi segunda reserva se centraba en un posible efecto de selección: Tras un conflicto civil, un país se hace naturalmente más homogéneo porque el perdedor muere o emigra, y por tanto se hace potencialmente más cohesionado.
Pero pese a mi escepticismo no podía negar que la idea de que la guerra puede reforzar a una comunidad había aparecido en la obra de pensadores y académicos durante siglos. Ya Platón hablaba del thymo o timè, un atributo guerrero por el que las personas buscan adquirir orgullo propio y que otorga propósito a una comunidad enfrentada a otra. Historiadores como Anthony Smith argumentaron que la guerra contra los ingleses y la Reconquista ayudaron a crear parte de la identidad nacional de Francia y España respectivamente. La estrategia política conocida como "todos alrededor de la bandera" de hecho se basa en este efecto, como ilustraba la divertida película La cortina de humo (1997) en la que Estados Unidos declaraba una (falsa) guerra a Albania, o la política neocon de la administración Bush en Irak. Pero solo ahora, con los datos que nos ofrecen los barómetros de opinión o los equipos interdisciplinares de investigadores, ha sido posible investigar con rigor la relación entre guerra y cohesión social.
En un trabajo recientemente publicado en el Journal of Economic Perspectives, Edward Miguel junto con el antropólogo Joseph Heinrich y varios expertos más en este tema han producido un impresionante metaestudio que recopila y sistematiza los resultados de hasta 23 artículos que han explorado la relación entre conflicto y capital social. A ello ha ayudado que los autores de estos trabajos hayan facilitado el acceso a sus bases de datos. Un comportamiento a elogiar y que debería estar más extendido; las reservas que muchos tienen hacia el trabajo de los economistas se resolverían si en nuestra disciplina se publicaran más replicaciones y metaestudios como este.
El resultado de este gran artículo es claro: no es cierto, como quizás cabría esperar, que las comunidades o las personas expuestas a la violencia armada sufran una disminución de su confianza, su capital social y su comportamiento cívico. La guerra tiene por el contrario un efecto positivo, aunque moderado, sobre estas variables. Y otra cosa importante. Los datos disponibles permiten demostrar de forma convincente que este resultado no se debe al fenómeno de selección que tanto me preocupaba. Una vez más, estaba equivocado.
En el artículo, Miguel y su grupo de coautores discuten también algunos mecanismos propuestos por la literatura para explicar este resultado. Uno es la posibilidad de que el aumento de la cooperación dentro de una comunidad amenazada sea una respuesta evolutivamente ventajosa. Esta idea subyace en los trabajos de Sam Bowles, como este publicado en Nature, en los que argumenta que la guerra es la madre del altruismo, al menos intragrupos. Otra posibilidad es que la guerra altere las preferencias de las personas, fomentando el comportamiento prosocial, o bien altere su psicología, mediante el llamado "crecimiento postraumático." Una cuarta posibilidad es la creación de mecanismos colectivos para hacer frente a la adversidad. Estos incluyen la creación de patrullas vecinales o grupos de autoprotección, la compartición de información y recursos, e incluso alteraciones en el núcleo familiar.
Para los economistas, esta familia de mecanismos colectivos guarda un claro parecido con los bienes públicos locales. Esta similitud nos inspiró a mi coautor Colin Jennings y a mí a escribir un trabajo, que acaba de publicarse, en el que estudiamos teóricamente la producción de capital social en una comunidad enfrentada a una amenaza externa. Formalizar un concepto tan poco aprehensible como el de capital social no es sencillo. Puede entenderse como un input (relaciones de confianza que incrementan la productividad de otros insumos) y como un output (el nivel de cohesión o cooperación que se observa en una comunidad). Las aproximaciones de corte más macro han optado por la primera posibilidad mientras que las micro lo han hecho por la segunda. Pese a desarrollar un modelo centrado en decisiones individuales, nosotros optamos por entender el capital social como un input que es costoso producir y que además genera un bien público porque aumenta la productividad marginal de las inversiones en capital privado de todos los miembros de la comunidad. Por tanto, en condiciones normales, esta forma de capital está sujeta al problema del gorrón y se provee a un nivel inferior al eficiente.
Entonces introducimos un agente externo que amenaza con expropiar parte del output de la comunidad. Nuestro supuesto clave en ese punto es que una sociedad con mayor capital social puede resistir mejor esa amenaza. Este nueva vertiente del capital social da a los individuos una nueva razón para invertir en él: la mejor protección de los retornos de sus inversiones privadas. Bajo este supuesto obtenemos que si la amenaza es muy intensa, este efecto no es suficientemente fuerte y la comunidad pierde capital social y es incapaz de protegerse. Pero si la amenaza es moderada, el nivel de capital social aumenta, la comunidad puede evitar la amenaza y su bienestar puede incluso incrementarse con respecto a la situación de paz porque el conflicto ayuda a superar el problema del gorrón en la producción del bien público.
La distinción clave que parece emerger de todos los trabajos mencionados es entre conflicto externo e interno. Miguel y sus coautores sugieren que el efecto negativo de la guerra civil sobre el capital social tiende a producirse en conflictos donde es muy difícil distinguir a amigos de enemigos o en los que la violencia se produce dentro de las aldeas mismas. Como resultado la cooperación intergrupos disminuye y la intragrupos aumenta. Pero ellos mismos reconocen que la evidencia en favor de este de "altruismo parroquial" es demasiado tenue todavía. El efecto positivo que la guerra puede tener sobre el capital social, y por tanto sobre las posibilidades de recuperación del país afectado, puede verse eclipsado por la posibilidad de divisiones más hondas y nuevos conflictos. Sería muy interesante ver cómo futuros trabajos, empíricos y teóricos, investigan esta cuestión.
Hay 5 comentarios
Muy interesante, Santiago. Me recuerda mucho a un trabajo de hace unos años de mis coautores José A. Cuesta y Alex Arenas con Rubén Requejo y Juan Camacho, The joker effect: Cooperation driven by destructive agents (se puede bajar de sus webs). Básicamente, la moraleja, tomada de las pelis de Batman, era que ante el Joker y su destructividad ilimitada, los malos "normales" se unen con los buenos para acabar con él. Es un poco la misma idea, donde la guerra podría estar representada por un "joker" que acaba con todo indiscriminadamente. Muy, muy interesante, y por otro lado deprimente: que necesitemos que nos den desde fuera para ponernos a colaborar dice poco de nosotros.
Muchas gracias, Anxo. Echaré un ojo al paper que mencionas.
Hay muchos más ejemplos: en el cómic Watchmen, el plan de Ozymandias es unir a la humanidad fingiendo que hay una amenaza alienígena. De hecho esa idea esta tomada un capitulo de The outer limits, una serie americana de los 60. Lo curioso tambien es que en el mundo real, Ronald Reagan declaró de que si los alienígenas nos invadían, estaba seguro de que EEUU y la URSS aparcarían sus diferencias se unirían...
No sé si es triste, pero si creo que este mecanismo tiene sus evidentes ventajas evolutivas y es por eso que está ahí. Eso sí, habría que hacer lo posible para no necesitarlo.
Qué curioso que no mencione a Fukuyama, para quien la guerra es precisamente el origen del estado. Véase su "The Origins of Political Order".
Por cierto, en "End of History and the Last Man" equipara el thymos platónico al deseo de reconocimiento hegeliano.
No ha sido por falta de ganas, sino por falta de espacio,URI. Fukuyama es un experto en el tema. Gracias por tu aportación.
Me parece muy curioso, muy interesante.
Naturalmente la guerra no es el único modo de (intentar) mover la balanza del capital social, y no es necesario irse a Sierra Leona para verlo: puede hacerse con la identidad lingüística, la reescritura de la visión histórica, y años de perseverancia en la educación y comunicación. En estos casos, bien cercanos, no parece que los intentos de crear ese capital social se provean "a un nivel inferior al eficiente", la verdad: a mí me parece que se proveen a un nivel abrumador.
Y aunque no he leído el trabajo "que acaba de publicarse" (40 Elsevier-dollars!!) parece que los agentes del modelo se comportan siguiendo pautas racionales. Pero en el caso que menciono uno diría que hay muchos factores importantes que quizás sean menos racionales: presión de grupo, mayor valor de lo que ya se tiene, efecto de la repetición, por citar tres.
Es curioso, pero me ha parecido notar cierto paralelismo entre el desarrollo de modelos matemáticos de convivencia de lenguas y el aumento del desembolso en el fomento protector de "lenguas amenazadas": espero que nadie se ponga a crear un "agente externo que amenaza con expropiar parte del output de la comunidad" con el solo propósito de aumentar el capital social!
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