La economía del reciclaje (II): Dos intervenciones para promover la separación de residuos entre la ciudadanía

Por Eduard Alonso-Paulí, Pau Balart, Lara Ezquerra e Iñigo Hernandez-Arenaz 

En nuestra entrada anterior presentamos la problemática que los residuos generan en las sociedades actuales. También resumimos brevemente las principales contribuciones de la ciencia económica para resolver este problema, así como algunas de las dificultades que plantean estas soluciones. La ausencia de microdatos es posiblemente la principal dificultad, ya que el reciclaje, sobre todo en entornos urbanos, es una actividad anónima. En este segundo post, nos centramos en dos intervenciones aleatorias controladas (RCT) donde gracias a la instalación de contenedores digitales en Palma de Mallorca disponemos de datos de reciclaje individualizados y en tiempo real.

En colaboración con la empresa municipal de residuos de Palma (EMAYA) realizamos dos intervenciones con el objetivo de incrementar la participación de los ciudadanos en la separación de residuos. La primera intervención, realizada a lo largo de 2019, utilizó compromisos no vinculantes a reciclar (aquí el documento de trabajo sobre esta intervención), mientras que la segunda intervención, realizada entre finales del 2020 y principios del 2022, hizo uso de incentivos monetarios.

Empecemos explicando brevemente el proceso de implantación de la separación de la fracción orgánica en Palma. A finales de 2018, se introduce en Palma la separación de la fracción orgánica de residuos. La introducción de este sistema tiene dos características importantes para nuestras intervenciones. En primer lugar, para la separación de la fracción orgánica (y solo para esta) se instalaron una serie de contenedores que necesitan de una tarjeta para poder abrirlos y depositar los residuos (véase Figura 1). Estos contenedores digitales permiten hacer un seguimiento individualizado y en tiempo real de su uso (aunque no de su contenido). En segundo lugar, la instalación de estos contenedores se acompañó de una campaña medioambiental donde se explicaba a los ciudadanos el nuevo sistema y se les animaba a reciclar (véase Figura 1). La campaña medioambiental, a través de sus educadores, permitió reclutar a los participantes para nuestras intervenciones.

Figura 1

El contenedor digital necesita de una tarjeta (en la parte inferior izquierda de la figura) para poder ser abierto. Para abrir es suficiente con pasar la tarjeta por el punto verde del contenedor. A la derecha de la figura, un ejemplo de una mesa medioambiental donde un ciudadano recibe información sobre el sistema de reciclaje de la fracción orgánica por parte del equipo de educadores medioambientales

Incentivos monetarios

Como decíamos, los contenedores digitales nos permitieron identificar quién separa la fracción orgánica de sus residuos. Esto facilita la implementación de incentivos monetarios, tal y como recomienda la Directiva 2018/851 de la Unión Europea. No obstante, sabemos que los incentivos monetarios pueden desanimar la participación al eliminar la motivación intrínseca en tareas que tienen una dimensión ética como el reciclaje (Gneezy et al, 2011; Bowles y Polanía-Reyes, 2012). Otro problema añadido a la implantación de incentivos es que abre la puerta al engaño: los ciudadanos pueden aparentar hacer uso del contenedor sin realmente reciclar.

Para analizar el impacto de los incentivos monetarios, llevamos a cabo un diseño experimental donde, de manera aleatoria, se dividió a los hogares (más de 1500) en dos grupos. Algunos hogares fueron asignados al grupo de control, en el que se les informaba de que entraban en un sorteo de 5 premios de 280€ cada uno por el simple hecho de ceder sus datos, es decir, independiente de los usos del contenedor. El resto de los hogares fueron asignados al grupo de tratamiento: por cada semana que alguien del hogar usara el contenedor al menos una vez, obtenían una participación para el sorteo de otros 5 premios de 280€. Haciendo un símil con la lotería convencional, un mayor uso de los contenedores permitía al hogar “comprar” más boletos de lotería. Ambos grupos experimentales recibieron información mediante SMS de la fecha del sorteo, así como del fin del sistema de incentivos para el grupo tratado.

Compromisos no vinculantes o promesas

Una alternativa a los incentivos monetarios que evita los posibles impactos negativos de estos y que, además, es de bajo coste, consiste en aplicar nudges o “empujoncitos” (ya discutidos en este blog aquí o aquí). En concreto, nuestra intervención se basa en ofrecer la posibilidad de realizar promesas o compromisos no vinculantes (véanse aquí o aquí ejemplos de estas prácticas).

El diseño experimental de esta intervención era bien sencillo. Aprovechando la campaña medioambiental, los educadores invitaban a los ciudadanos a informarse sobre el nuevo sistema de reciclaje y a participar en nuestro estudio (más de 1500 hogares). Mientras el grupo de control recibía información sobre el objetivo de reciclaje semanal (basado en su comportamiento actual), al grupo de tratamiento, que recibía la misma información, se le daba la opción de firmar el compromiso que incluía la frase “¿Te comprometes a que tu hogar separe la materia orgánica?”. La única diferencia entre los grupos era la opción de firmar este compromiso no vinculante, es decir, sin penalización en caso de incumplimiento. Este tipo de compromisos buscan modificar la conducta mediante mecanismos psicológicos, como, por ejemplo, la disonancia cognitiva (Festinger, 1962) o las preferencias individuales a cumplir las promesas (Vanberg, 2008) entre otros.

Resultados

En ambas intervenciones, realizadas por separado y en diferentes momentos del tiempo, observamos que el grupo tratado, bien sea a través de incentivos monetarios o a través del compromiso, incrementó su participación en la separación de la fracción orgánica en comparación a sus respectivos grupos de control.

En el caso de los incentivos monetarios, la participación aumentó en 11 puntos porcentuales en el grupo de incentivos. Sorprendentemente, y a pesar de su facilidad, no encontramos ninguna evidencia de engaños. Por ejemplo, cuando eliminamos los incentivos, los hogares tratados no cambiaron su comportamiento, tal y como se aprecia en la Figura 2. Sin embargo, los incentivos sí que parecen tener un efecto limitado en el tiempo, ya que éste desaparece alrededor de la semana 40 tras el final de la intervención.

Figura 2

La figura corresponde a la estimación de los ATE (Average Treatment effect) semanales antes y después de quitar los incentivos. La línea vertical roja, en el momento 0, corresponde al momento temporal donde se eliminan los incentivos.

Al analizar el efecto de los compromisos no vinculantes observamos que el efecto es menor que el de los incentivos monetarios, entre 7 y 8 puntos porcentuales de incremento con respecto al control. Sin embargo, como se ve en la Figura 3, el efecto persiste en el tiempo (¡más de cuatro años!) y no desaparece, al contrario de lo que ocurre con los incentivos monetarios.

Figura 3

La figura muestra la estimación de los ATE (Average Treatment effect) semanales para la intervención con compromisos no vinculantes para un período de 210 semanas. El momento 0 representa el momento en el que un participante fue tratado.

La conclusión que extraemos de estos dos experimentos de campo es que los incentivos monetarios causaron un mayor impacto positivo a corto plazo, mientras que los compromisos no vinculantes, con un coste de implementación muy pequeño, generaron un impacto positivo algo menor pero duradero en el tiempo. Estos son solo dos ejemplos de intervenciones que esperamos ayuden a dilucidar qué políticas pueden ser más efectivas en la promoción del reciclaje, y a poner nuestro (pequeño) grano de arena en la lucha contra el cambio climático.