Allan H. Meltzer (1928-2017)

Meltzer

La última vez que vi a Allan fue el pasado 14 de abril. Coincidimos los dos en una conferencia sobre Brexit en NYU que había reunido a economistas y juristas. Nos sentamos juntos, al final de la mesa cuadrada, a la izquierda. Yo en la esquina. Él a mi zurda. Pronto empezamos a cotillear. La segunda presentación de la mañana no valía para mucho. La conversación giró al euro. Una mala idea. Allan lo dijo desde el principio. Y luego, claro, sobre su relación con Margaret Thatcher. Cuando había sido primera ministra, Allan mantuvo muchas entrevistas con ella y siempre defendió su firme posición contra la inflación. Disfruté inmensamente de todas las anécdotas que me contó. Una gran jornada.

La ventaja de su edad (tenía 89 años) era que ya lo había visto todo y discutido todo. Aun así, no tuvo problemas en enzarzarse ya en la sesión de la tarde con uno de los juristas que, en un ejercicio de retórica vacua, apelaba a principios abstractos sobre la construcción europea que violaban las restricciones de incentivos. Pues esto es, y eso explicó Allan con calma, la economía: incentivos y restricciones de recursos. Dados recursos limitados con usos alternativos, los agentes responden en sus decisiones a los precios relativos de estos recursos.

A pesar de la viveza de sus comentarios, le vi más mayor que en febrero, cuando habíamos coincidido en Hoover. Quizás un mal día, pensé. A sus años había venido desde Pittsburgh a Nueva York para aprender sobre derecho de la Unión Europea. Un esfuerzo tremendo, incluso con 50 años menos. ¿Por qué? Porque Allan quería entender la importancia del imperio de la ley. Estaba convencido que la clave del crecimiento económico, de la prosperidad y de la democracia era este imperio. “Hésus” me decía (pues más o menos era como pronunciaba mi nombre), “no country has ever grown without effective rule of law” (Allan era mi “jefe” en la iniciativa de Hoover de imperio de la ley y regulación). Y tenía razón. Tan convencido estaba de ello que a sus años había comenzado a escribir un nuevo libro al respecto. A la hora del almuerzo presumió, como un chiquillo en el doctorado, que tenía una nueva interpretación de varias decisiones tempranas de la Corte Suprema americana a principios del siglo XIX. “My eyes are old, but my ideas are fresh! I have the advantage of not having studied law” nos dijo.

Cuando me despedí de Allan al final de la conferencia no sospeché que nunca más volvería a hablar con él. El domingo por la noche, justo antes de ir a dormir, escuché que estaba muy enfermo. El martes, a mitad de día, llegó el desenlace.

Esta larga introducción cumple dos objetivos. Uno, despedirme en público de una persona que me ayudó en más de una ocasión sin más motivo que la generosidad académica. Dos, para motivar porque siento que tengo que escribir en cierto detalle sobre Allan. Dice la nota de prensa de Carnegie Mellon que Allan era el autor de más de 10 libros y de 400 artículos. Esta capacidad de trabajo hace complejo para mí decidir sobre cuál de sus logros intelectuales hablar.

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Por no abusar de la paciencia del lector, me centraré en los dos volúmenes de su historia de la Reserva Federal: el primero y el segundo en dos tomos, uno y dos. Ahí están, en la estantería de la galería de mi casa, con los otros libros de historia monetaria de Estados Unidos. 2200 páginas entre los tres tomos. Lo mejor que se ha escrito nunca sobre la historia del actual banco central americano (antes hubo otros dos, the First Bank of the United States and the Second Bank, los edificios todavía se pueden ver en Filadelfia: cuando tengo visitantes que les interesa les llevo y les doy una breve lección in situ de historia monetaria del siglo XIX; aunque normalmente a mis invitados no les interesa en exceso: la historia monetaria es lo que tiene). Y lo mejor que probablemente se escriba en generaciones.

La dedicación al detalle, el cuidado en el uso de las fuentes documentales, el buen juicio en la selección de material, el dejar siempre que puede que sean los actores que tomaron las decisiones de política monetaria los que explicasen, en sus propias palabras, porqué optaron por un camino y no por otro convierte a esta obra en un monumento. Es un trabajo que resume el esfuerzo de una vida. La redacción le llevó a Allan sólo 14 años, pero construía sobre muchos más. Leí los tres volúmenes de un tirón una semana en las Navidades de 2009, con bastante frío en la calle y poca razón para dejar la comodidad de mi sofá. No son libros sencillos de digerir: el estilo es denso y profundo, pero ¡qué logro! Pasará el tiempo y, cuando mis papers y el de muchos otros economistas se hayan olvidado, estos tres libros seguirán siendo fuente de referencia básica. Gustoso cambiaba todo mi CV presente y futuro y como bonus entregaba las llaves de mi casa por haberlos escrito yo. La envidia es mala consejera, pero en este caso algo de motivo para la misma existe.

Y eso que no estoy de acuerdo con todas las interpretaciones de los volúmenes. Allan era un monetarista de los de toda la vida, de los de M1 en astillero y M3 antigua, de los de Milton Friedman, Anna Schwartz y Karl Brunner. Las fluctuaciones en la base monetaria llevaban, a su juicio, a fluctuaciones de la actividad real y, tarde o temprano a fluctuaciones en el nivel de precios.

Por ejemplo, Allan defiende con vigor en el volumen 1 que la Gran Depresión fue causada por la rápida reducción de la masa monetaria entre 1929 y 1933 y que la Reserva Federal pudo haber evitado. No una hipótesis nueva, pues sigue la interpretación de Friedman y Schwartz en el otro gran libro de historia monetaria de Estados Unidos (un libro que habría que todos los estudiantes de doctorado deberían de poner debajo de la almohada mientras duermen, a ver si se les pega algo) pero que Allan justifica con acceso a documentos y evidencia que Friedman y Schwartz no tuvieron. En particular, Allan demuestra el alto nivel de confusión que existía en el sistema entre 1929 y 1933 entre variables nominales y reales y como la incapacidad de distinguir adecuadamente entre unas y otros llevó a serios errores. En un mundo que había vivido siglos de relativa estabilidad monetaria en el largo plazo (aunque no el corto, pues las fluctuaciones de precios de una año al otro eran violentas) esta confusión era más explicable que en el presente, pero no por ello menos dañina. En este punto Allan se separa de Friedman y Schwartz, que daban un papel mucho más central a la falta de liderazgo en el sistema después de la muerte de Benjamin Strong.

Este viejo monetarismo cuenta con mucho en su favor, aunque también pierde aspectos importantes. Por ejemplo, chirría al explicar el comportamiento dispar de los agregados monetarios cuando la restricción de la cota cero de los tipos de interés nominales es operativa. Pero no es este el momento de discutir una literatura completa.

Donde las interpretaciones de Allan son, en mi opinión, definitivas (y directamente relacionadas con mi propia evidencia econométrica) es en la documentación del proceso de cambio de política monetaria que se produce en Estados Unidos a partir de 1965. Martin, que durante mucho tiempo había seguido una política monetaria muy convencional, pierde paulatinamente el control del Board como consecuencia de las maniobras de Walter Heller (si usted querido lector estudió en Minnesota, sí, el Heller de Heller Hall) al inaugurar una nueva política de nombramientos para el mismo y por la rotación en los miembros del staff, que comienzan a creer en la posibilidad de explotar de manera sistemática una curva de Phillips. La gran inflación creada como consecuencia de estos cambios dominará toda la política económica americana por 20 años. A quién nombras importa.

Allan, como no podrá sorprender al lector que haya llegado a este punto, era consciente de ello. Poco optimista con el sistema político y las motivaciones detrás del mismo (este es uno de sus papers más famosos), prefería más reglas y menos discreción.

Independientemente del lado en el que uno se coloque en esta perenne discusión de política monetaria, pocos economistas han puesto encima de la mesa sus razones por una opción o por otra con argumentos tan detallados y tan estudiados por décadas como Allan.

Ya no volveré nunca a sentarme a comer con Allan en la cafetería del Alumni Center en Stanford para que me contase sobre cuándo fue voluntario para Henry Wallace en 1948 o sobre sus charlas con Milton Friedman o Bob Lucas. Aunque al menos siempre tendré sus libros, dedicarse a la economía monetaria ya nunca será lo mismo.

Hay 5 comentarios
  • Sin conocer la obra de este ilustre académico, con sus vivencias dan ganas de replicar su semana intensiva de lectura, es muy honesto mostrar tal respeto.

    Respecto a la contración monetaria en el periodo 1929-1933 he tenido que echar mano del libro de la gran depresión de Rothbard que me lei allá por 2° de carrera y cito" Para mantener nuestra perspectiva sobre la contracción monetaria de 1929-1932, la cual a menudo ha sido señalada con asombro, debe recordarse que la oferta monetaria total cayó de 73,3 mil millones en junio de 1929 a 64,7 mil millones a finales de 1932, una caída de solo el 11,6%, o un 3,3% por año. Compárese eso con el incremento inflacionario de 7,7% anual durante el período de boom de los años 20. El profesor Seymor Harris, escribiendo durante el momento más profundo de la depresión y siendo por entonces un moderado muy cuidadoso, concedió que el fracaso de la política inflacionista de la Reserva Federal podría haberse debido a que la liquidación no había avanzado lo suficiente. Además añadió que los críticos de la Administración, defensores de la moneda sana, podrían tener razón y podría ser que la contundente compra abierta de activos que abarcó de 1930 a 1932 haya retrasado ese proceso de liquidación y reducción de costes y, por lo tanto, haya acentuado la depresión."

    Cuál es su opinión?

    • Como señalo en la entrada, no creo que las enseñanzas del monetarismo funcionen muy bien cuando los tipos de interes nominales sufren un problema de rigidez a la baja (como tuvimos en la practica durante la Gran Depresion). En un contexto de deflacion, unos tipos nominales positivos (o incluso cero) generan unos tipos de interes reales excesivamante altos, que hacen que el mercado de ahorro-inversion se vacie a un nivel sub-optimamente reducido (ademas de unos cambios en las carteras de activos de los agentes que rompe cualquier relacion clara entre magnitudes monetarias y agregados de actividad).

      Este problema hace ademas el caso de la inflacion y de la deflacion muy asimetrico (con inflacion positiva no hay problema de rigidez negativa de los tipos nominales). Pretender emplear lo que ocurre cuando hay inflacion para predecir lo que ocurre con deflacion con el signo contrario (que es lo que implicitamente hace el parrafo citado en el comentario) es por tanto totalmente erroneo.

      (Nota: he adelantado la hora de publicacion de esta respuesta para que saliese justo despues de comentario de Fran; en caso contrario salia debajo y era dificil seguir el hilo de la conversacion).

    • ¡Ha mentado vd. a la bicha de la economia mainstream!; el único trabajo serio sobre la Gran Depresión y que refuta a Friedman; por cierto, a las mismas conclusiones que Rothbard ha llegado hace algunos años un conocido del Sr Villaverde, el Sr. Ohanian (2009 en el JET, y 2013), quien si viene a reconocer que Rothbad tenía razón al defender la posición de lo que ha venido en llamarse por otros autores, la "Posición Von Miseana-clásica sobre los mercados de trabajo"; lo que ocurre, es que el gran Rothbard (¡con 38 años!) no recurrió a la econometría; él, siendo un matemático "cum laude por Columbia" sabía que era algo fútil; recurrió como buen "austriaco" a la correcta Teoría "A priori" ; espero que publiquen esta entrada

      • El argumento de este segundo comentario no es convincente.

        En primer lugar, Rothbard solo obtuvo un B.A. y un Master en economía y matemáticas (Casey, 2010, p. 5) por Columbia. Dado como se estructuran en Estados Unidos el nivel de grado y de master (y más aún en 1945-46), el nivel de matemáticas que tales estudios confieren en bajo (el aprendizaje de verdad se hace en el doctorado). Por ejemplo, esto lo que se estudia en el grado de matemáticas de Columbia hoy:

        http://www.math.columbia.edu/programs-math/undergraduate-program/information-for-math-majors/

        Pretender que uno tiene un criterio detallado sobre la utilidad de las matemáticas en ciencias sociales después de haber estudiado un año de análisis real (y dudo mucho que Rothbard llegase siquiera a ello) es un absurdo tan grande que rebatirlo es innecesario. No hay absolutamente nada en la formación académica de Rothbard que me haga pensar que sus opiniones al respecto llegaban a un nivel más alto que el de “superficial” o que sus conocimientos de matemáticas fueran lo suficientes para entender un paper publicado hoy en teoría económica aunque quisiera.

        Segundo, el comentario confunde “econometría” con “economía cuantitativa”. El artículo de Ohanian en el JET, 2009, NO tiene una línea de econometría: es un modelo de equilibrio general dinámico computado. Mezclar “econometría” con “economía cuantitativa” es como mezclar baloncesto con futbol porque ambos deportes emplean una pelota.

        Tercero, Lee Ohanian nunca estuvo inspirado por la tradición austriaca. Él solo supo de la existencia de Rothbard una vez escrito sus artículos sobre la Gran Depresión y siempre le ha llamado mucho la atención que los “austriacos” intenten de alguna manera pretender que son las mismas ideas, por mucho que existan puntos de contacto.

        Cuarto, y esta es la parte más importante del argumento: un autor tiene que poner encima de la mesa evidencia suficiente que los mecanismos que señala de un episodio histórico son importantes cuantitativamente. Existen diferentes maneras de hacerlo: por medio de un modelo computado (como hace Ohanian), por medio de inferencia estadística o por medio de lo que algunas veces se llama una narrativa analítica. Rothbard nunca llega, ni de lejos, a poner encima de la mesa esta evidencia convincente. El que, de casualidad, en este caso tenga razón no tiene mayor mérito de igual manera que no tiene mérito que un reloj parado acierte la hora correcta dos veces al día. Rothbard no deja de ser, en el mejor de los casos, un diletante ilustrado.

        Yo hago economía, no lectura de libros sagrados.

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