Por Arantxa Rodríguez Uribe y Jorge García Hombrados
Cuenta el corresponsal de guerra polaco Ryszard Kapuscinski en “Viajes con Heródoto” que la violencia extrema deshumaniza a quién la ejerce y le deja heridas psicológicas difíciles de sanar. A menudo, las organizaciones violentas se nutren de niños y adolescentes, a quienes no solo roban la infancia sino que también hipotecan el futuro. En esta entrada resumimos la evidencia existente sobre las consecuencias para los niños y adolescentes que tiene su participación en este tipo de organizaciones.
Los niños soldado
Pese a que su participación está prohibida en la Convención de Derechos del Niño de las Naciones Unidas, se estima que aproximadamente 300.000 niños y adolescentes en todo el mundo son utilizados por ejércitos y guerrillas en los 5 continentes.
¿Pero qué efectos a largo plazo tiene para estos menores haber participado en conflictos bélicos? Esta es la pregunta que tratan de responder Blattman y Annan en este estudio, utilizando datos de una encuesta a hombres jóvenes llevada a cabo en dos distritos del norte de Uganda.
El caso de estudio que utilizan es el reclutamiento forzoso de niños soldado que llevó a cabo el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, por sus siglas en inglés). Después de perder el poder político y militar en 1986, un grupo de militares de la etnia Acholi liderados por Joseph Kony formó el LRA y comenzó una lucha de guerrillas en el norte de Uganda que a día de hoy se ha cobrado la vida de más de 12.000 personas y ha desplazado de su casa a casi 2.000.000 de personas. La crueldad del LRA le hizo perder popularidad rápidamente, teniendo que recurrir al reclutamiento indiscriminado de niños y adolescentes, mediante secuestro, para engrosar sus filas de soldados. Aunque varios alto el fuego y programas de desmovilización han reducido mucho la intensidad del conflicto en las últimas dos décadas, a día de hoy todavía se producen enfrentamientos esporádicos.
El principal desafío para la estimación del efecto causal de haber sido niño soldado es que es probable que los jóvenes que durante su infancia o adolescencia fueron niños soldados son muy diferentes de los que no lo fueron tanto en términos de variables observables como no observables, lo que haría difícil interpretar como causales las diferencias entre estos dos grupos de jóvenes. El caso de Uganda minimiza este problema metodológico ya que la estrategia de reclutamiento forzoso de adolescentes y niños mediante secuestro por parte de soldados del LRA fue indiscriminada. En este contexto, los autores argumentan que, condicional en el año de nacimiento y en el distrito de residencia, haber sido reclutado por el LRA fue cuasi-aleatorio. El estudio muestra evidencia consistente con esta hipótesis para variables observables y además incluye diversos test de robustez que, si bien no descartan la existencia de endogeneidad, sí muestran que las principales conclusiones del estudio no cambiarían en dicho caso.
Los resultados del estudio muestran que el 62% de los jóvenes encuestados fueron reclutados forzosamente y utilizados como niños soldado por el LRA durante un promedio de 9 meses. Aproximadamente, el 85% de ellos pudo escapar. Durante su período de cautiverio, dos tercios de estos jóvenes perpetraron actos de violencia y un quinto de ellos participó en ejecuciones a civiles, soldados e incluso a miembros de su propia familia. Por otro lado, los autores encuentran que haber sido niño soldado reduce en 0,75 el número de años de educación sobre un promedio de 7,6, y en un 19% la probabilidad de alfabetización funcional. Además, haber sido niño soldado reduce el salario en un 33% y disminuye la probabilidad de tener un trabajo cualificado. Pero los efectos negativos no se limitan al mercado laboral, sino que afectan también a los niveles de estrés. Por el contrario, el estudio no encuentra efectos significativos sobre integración en la comunidad.
Los niños en las bandas criminales
Pero la participación de menores en organizaciones violentas no se limita a situaciones de guerra. Barrios marginales (y no tan marginales) en todo el mundo están ocupados por poderosas organizaciones criminales cuyas filas se nutren de los jóvenes de estos lugares.
Por ejemplo, las bandas MS-13 y Barrio 18 se reparten el control de muchos barrios de El Salvador; en México tienen su sede organizaciones criminales tan tristemente conocidas como el Cártel de Sinaloa; y en Medellín operan numerosas bandas o “combos” bajo el mando de lo que popularmente se conoce como “La Oficina de Envigado”. Estos grupos son perpetradores de violencia, sin duda, pero también operan complejos mercados ilegales, y en muchos casos actúan como “mini Estados” dentro del Estado, resolviendo disputas vecinales, “regulando” el mercado de productos legales, ejecutando contratos informales o regulando la vida en prisión (y fuera de ella). Pese a que los ejemplos aquí utilizados son de América Latina, el fenómeno de las bandas es global y afecta numerosos países en varios continentes.
A pesar de que la presencia de estas bandas compromete el futuro de muchos jóvenes vulnerables, tenemos muy poca evidencia rigurosa sobre sobre qué atrae a los jóvenes a las pandillas, los efectos socio-económicos que esto conlleva, y qué políticas son efectivas para prevenir el crecimiento de las pandillas.
Existen sin embargo excepciones notables. Usando datos de una encuesta de miembros de bandas de narcotraficantes en favelas de Río de Janeiro, Carvalho y Soares estudian la vinculación a pandillas mostrando que un bajo nivel socioeconómico y la ausencia de afiliación religiosa aumentan la probabilidad de unirse a una pandilla, y que los problemas en el colegio y el consumo precoz de drogas se asocian con una vinculación a la pandilla a edades más tempranas. Los integrantes de estas bandas tenían entre 11 y 24 años a la hora de ser entrevistados. A pesar de su juventud, el 50% de integrantes de esta muestra habían participado en confrontaciones con bandas rivales y aproximadamente dos tercios habían participado en altercados armados con la policía. La tasa de mortalidad de esta población a dos años fue del 20%.
Los hallazgos de este estudio en torno a los factores asociados con una mayor probabilidad de participación en las pandillas están en línea con una mayoría de estudios que encuentran que la participación en estas está asociada con la delincuencia, el consumo de alcohol y drogas blandas, comportamientos sexuales de riesgo, falta de empleo y factores de riesgo psicológico como bajos niveles de autocontrol.
Sin embargo, muchas de las asociaciones identificadas pueden ser una consecuencia más que una causa de pertenecer a pandillas, ya que muchos de estos estudios tienen problemas de endogeneidad. Entre los pocos trabajos que afrontan este problema destaca el que Sviatschi llevó a cabo con datos peruanos. En dicho estudio, la autora muestra cómo las personas expuestas a mercados ilegales durante la infancia tienen un 30% más de probabilidad de ser encarceladas posteriormente por crímenes violentos o de drogas. Sviatschi argumenta que el mecanismo que lleva a este incremento de participación criminal es la acumulación de capital humano criminal. En otro fascinante estudio, la misma autora encuentra que crecer en zonas con presencia de bandas criminales en El Salvador reduce significativamente la escolaridad de los niños en el barrio.
Esta evidencia cuantitativa se complementa de maravilla con los numerosos estudios etnográficos y libros/artículos periodísticos que describen de una forma más íntima la vida de los jóvenes vinculados a pandillas. Algunos de nuestros favoritos son La Cuadra de Gilmer Mesa, No nacimos pa semilla, de Alonso Salazar, los trabajos de Doris Cooper, o El niño de Hollywood, de Oscar y Juan José Martínez.
(*) Fuente de la foto: https://www.facebook.com/Childrenslifesmatter/
Hay 3 comentarios
Buenas, Arantxa y Jorge.
Pienso que de manera formal, el monopolio de la violencia le corresponde al Estado. Esto se basa en dos pilares informales básicos: instituciones valoradas y funcionarios bien remunerados.
Cuando el desempeño de la función pública no es suficiente para el sustento, la sombra de la corrupción generalizada planea sobre las instituciones. Esto genera una arbitrariedad y una indefensión, que solamente pueden sortear los que lo puedan pagar.
El espacio dejado por el Estado, lo copan otro tipo de organizaciones, que tienen su condición legitimadora en la violencia. El miedo hace el resto.
Los niños deben tener una infancia garantizada. Un error es considerar la educación una cuestión que concluye a una determinada edad. La vida es una continua enseñanza y la mejor educadora posible, siendo los padres y el grupo de pares los encargados de iniciar el proceso de conformación de la personalidad.
Solo así podremos contrarrestar o no, el multiplicador de la violencia y el odio.
Un cordial saludo.
Hola Jordi, muchas gracias por su entrada una vez más. En relación a lo que comenta, la hipótesis de que el estado y algunas de estas organizaciones criminales son instituciones sustitutivas (también en el ejercicio de la violencia) es una idea bastante extendida e intuitiva. Hay sin embargo evidencia reciente (debajo el link al estudio) que utilizando datos de Medellín muestra cómo las bandas reaccionan a una mayor presencia del estado incrementando los niveles de control y provisión de servicios en ese territorio.
https://www.nber.org/papers/w28458
Sobre cómo prevenir que jóvenes se vinculen a estas organizaciones, lo cierto es que hasta el momento tenemos muy poca evidencia rigurosa. Arantxa Rodríguez Uribe, co-autora de esta entrada, Santiago Tobón y Chris Blattman, entre otros, están trabajando este tema y estoy seguro de que pronto tendremos evidencia que pueda informar intervenciones efectivas para evitar que tantos niños y niñas alrededor del mundo caigan en las redes de estas organizaciones.
Hola de nuevo, Jorge.
Mi impresión es que la evidencia del estudio podría ser complementaria con la visión intuitiva que he esbozado. Solo que el estudio mide la actuación en el corto o medio plazo (dos años), y el problema de la violencia está sumamente enraizado y requiere una actuación más a largo plazo para ver brotes verdes.
Lo que está claro es que ambos compiten (bandas y Estado) por algún motivo. El tema del largo plazo es crucial, porque las relaciones sociales subvertidas por las bandas, han generado una determinada cultura en los barrios que dado el rol generacional no es fácil de erradicar ni en dos años ni probablemente en veinte.
Esto además, puede verse avalado por la evidencia, del refuerzo de la violencia de las bandas en sus estructuras clientelares, que ya no solo defienden su medio de vida sino una identidad que les enfrenta a la imposición de un modelo (estatal) que amenaza dicha cohesión cultural.
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