Las conversaciones navideñas seguro que dieron pie a comentar los beneficios (o perjuicios) de los alimentos y bebidas que estuvimos disfrutando esos días, lo que llevaría también a discusiones bizantinas sobre esos mismos efectos y al típico comentario sobre la escasa fiabilidad de los estudios al respecto. El ejemplo de los huevos es quizás de los más conocidos. Vilipendiado durante mucho tiempo como el causante de todos los males habidos y por haber, parece que no es tan perjudicial como lo pintaban (aquí). Debates similares se dan con el vino, el café o la comida orgánica, entre muchos otros productos.
Aunque normalmente escribo sobre historia económica (aquí algunos ejemplos), la entrada de hoy la voy a dedicar a estos asuntos y, en concreto, a comentar el trabajo de Emily Oster. Esta economista, muy famosa y bastante controvertida, se ha especializado en contrastar con datos muchos de los mitos que guían nuestra conducta (aquí se pueden encontrar sus artículos en prensa). Sus últimos libros, en particular, estudian las recomendaciones que se hacen durante el embarazo y los primeros años de vida con el objetivo de dar a madres y padres mejor información sobre la que basar sus decisiones (aquí o aquí). Sus conclusiones pueden ser bastante polémicas como el poner en duda la utilidad de tomar suplementos vitamínicos (aquí) o el indicar que la leche materna apenas tiene beneficios significativos en los países desarrollados (aquí; este tema por cierto merece una entrada por sí misma dada la presión social que las madres suelen sentir respecto a este asunto), al menos acorde a la mejor evidencia disponible.
Este tipo de estudios sobre el efecto de determinados productos, dietas o comportamientos en la salud me interesan no sólo por sus propias enseñanzas (normalmente prefiero llevar una vida saludable pero mis intenciones y la realidad no siempre se ponen de acuerdo), sino porque son muy útiles a la hora de enseñar a mis estudiantes el problema de la “variable omitida” en las estimaciones econométricas. Hubo un tiempo, por ejemplo, en el que café, puro y copa (además de otros alimentos poco saludables o el evitar cualquier tipo de ejercicio) solían ir de la mano por lo que relacionar el consumo de café con indicadores de salud podía acabar con la demonización de ese producto a no ser que se pudieran tener en cuenta esos otros comportamientos. Del mismo modo, la adopción de conductas saludables suele estar relacionado con el nivel educativo y la renta, factores que a su vez pueden afectar de múltiples maneras a la salud.
Volviendo a Oster, uno de sus últimos trabajos subraya que estimar este tipo de efectos es problemático no sólo por la dificultad de controlar por esas “variables omitidas”, sino porque la publicación de estos estudios (u otro tipo de recomendaciones) lleva décadas influyendo en nuestro comportamiento de una manera difícil de precisar. Así, por ejemplo, cuando determinada conducta se convierte en la panacea, las personas que suelen seguir esa recomendación son también aquellas que muestran otros comportamientos saludables lo que complica aún más el identificar sus efectos concretos.
Para ilustrar su estudio, Oster utiliza un ejemplo hipotético. Imaginemos que un estudio encuentra que tomar piña por las mañanas tiene un pequeño efecto positivo en los niveles de colesterol. Como respuesta, muchas personas incrementarán su consumo de piña y es probable que estos individuos muestren también un mayor grado de preocupación por su salud y, por tanto, realicen otras actividades intentando mejorar sus niveles de colesterol. Esto implicará que estudios posteriores que no hayan sido capaces de tener en cuenta estos factores estarán sobreestimando el verdadero efecto de la piña (al estar capturando también esas otras conductas saludables). Aún peor, esto será así incluso en el caso de que el resultado inicial fuera un accidente estadístico y en realidad no hubiera tal efecto positivo (o fuera incluso negativo).
Malas noticias por tanto ya que este estudio implica que seguiremos expuestos a noticias contradictorias sobre los efectos de determinados productos o comportamientos a no ser que las diversas investigaciones tengan en cuenta todas las posibles “variables omitidas” o sean el resultado de asignar los tratamientos de manera totalmente aleatoria. Además, otros problemas como el escaso tamaño de algunas muestras o la “pesca de resultados”, entre otros, también pueden afectar a estos estudios (aquí o aquí). Más munición en todo caso para amenizar esas comidas familiares o de empresa que tanto nos gustan.
Hay 3 comentarios
Francisco, no se preocupe. Ayer El País informaba lo siguiente
https://elpais.com/sociedad/2019/01/16/actualidad/1547667687_190434.html
y le recomiendo ir a la "declaración" de científicos (que no es lo mismo que conclusiones científicas) a que se refiere la nota.
Como podía esperarse la declaración de los científicos ha generado todo tipo de reacciones (apuesto a que para mediados de febrero, un mes después de conocerse la declaración, tendremos mucho más de 100 opiniones). Si uno quiere evaluar lo que sabemos o no sabemos sobre algo, un buen ejemplo es lo que creemos saber --gracias a los científicos o a muchos otros que han investigado el tema-- sobre nuestras dietas.
Hoy Tyler Cowen cuelga este post
https://marginalrevolution.com/marginalrevolution/2019/01/think-know-diet.html#comments
que agrega más leña al fuego de la dieta. He seguido por muchos años a Tyler y me causó risa que diga "I am trying to confuse you and persuade you that maybe you know less than you think" porque es algo que podría haber dicho en más del 90% de todos sus posts en que ha dado opinión personal (en muchos solo da referencias sin su opinión).
Muy interesante.
La medicina tiene mucho de ciencia social y muchos médicos no son conscientes de ello.
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