Por Manuel Bagues y Carmen Villa
El aumento de la edad mínima legal para beber alcohol de 16 a 18 años ha logrado reducir parcialmente el consumo entre menores y ha tenido efectos positivos, aunque moderados, en su rendimiento académico. Las políticas dirigidas a reducir el consumo de alcohol entre adolescentes pueden tener beneficios que van más allá de la salud pública.
Aunque las nuevas generaciones consumen menos alcohol que las generaciones anteriores, el nivel de consumo entre los menores españoles sigue siendo preocupante. El 47% de los jóvenes entre 14 y 17 años ha bebido en el último mes, y un 27% ha experimentado episodios de consumo "en atracón", con más de 5 bebidas en una misma ocasión (Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias, 2021). El consumo excesivo de alcohol no solo puede provocar accidentes y situaciones de riesgo, sino que también afecta negativamente al desarrollo cognitivo. Numerosos estudios médicos han demostrado que el cerebro atraviesa un periodo crítico de formación durante la adolescencia y el consumo de alcohol, especialmente las borracheras, puede interferir en su desarrollo, causando daños en la memoria, el aprendizaje y la capacidad de planificación. De hecho, un 18% de los menores españoles declara haber experimentado algún episodio de pérdida de memoria durante el último año y un 16% ha tenido problemas de concentración en las clases tras haber consumido alcohol el día anterior.
Frente a esta problemática, durante las últimas tres décadas muchos países europeos han elevado la edad mínima legal para el consumo de alcohol de 16 a 18 años (ver Figura 1). En España, todas las comunidades autónomas, que son las que tienen la competencia, han aumentado de manera escalonada la edad mínima hasta los 18 años. Este proceso tuvo lugar entre 1991 y 2019 y, actualmente, ninguna región permite la venta de alcohol a los menores. Estas reformas no han conseguido acabar con el consumo de alcohol entre los menores, pero sí han logrado reducirlo parcialmente. Por ejemplo, un estudio realizado por Nicolai Brachowicz y Judit Vall Castelló muestra que, en las regiones que subieron la edad mínima en los años 90, el consumo entre los menores disminuyó en torno al 20%.
Figura 1 – Edad mínima legal de consumo de alcohol en Europa en el año 2000 (Figura a, izquierda) y 2020 (Figura b, derecha)
En un reciente estudio ampliamos este análisis a las comunidades que aumentaron la edad mínima entre 2003 y 2019 (Asturias, Baleares, Castilla y León y Galicia), investigando además cómo ha afectado este cambio al uso de otras sustancias, a las actividades de ocio y al rendimiento educativo. Aprovechamos que el aumento de la edad mínima se produjo de forma escalonada en las distintas comunidades y utilizamos una estrategia de diferencias en diferencias, donde la evolución de las comunidades que no han cambiado la edad mínima sirve como referencia de lo que habría ocurrido en las comunidades que sí la aumentaron.
Utilizando datos de la Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias, que se realiza de manera anónima en las aulas, encontramos que el aumento de la edad mínima redujo la probabilidad de que los adolescentes de 14 a 17 años se emborrachen en un 18% (ver Figura 2). Este efecto se concentra entre los adolescentes con padres más educados. El efecto de la reforma no es mayor porque algunos adolescentes consiguen eludir la nueva ley comprando alcohol a través de amigos mayores de edad: mientras disminuye en 10 puntos porcentuales el porcentaje de menores que obtiene alcohol directamente en bares o tiendas, aumenta en 7 puntos los que lo consiguen a través de amigos mayores.
Figura 2 – Evolución en la probabilidad de emborracharse en el último mes en años antes y después de las reformas entre encuestados de 14 a 17 años
Los datos de PISA, de los que se ha hablado en este blog en otras ocasiones, nos permiten evaluar el impacto en el rendimiento educativo, proporcionando una medida homogénea para estudiantes de 15 y 16 años en las distintas regiones. Los estudiantes expuestos a la reforma mejoran su rendimiento en las pruebas PISA en torno a un 4% de una desviación estándar, equivalente según la OCDE al efecto de dos meses adicionales de escolarización (ver Figura 3). El efecto es más pronunciado entre estudiantes cuyos padres tienen más educación, precisamente el grupo que más redujo su consumo de alcohol. Además, utilizando datos del censo de 2021, observamos un aumento de 2 puntos porcentuales en la probabilidad de asistir a la universidad.
Figura 3 – Evolución en la nota media en PISA en años antes y después de las reformas
La mejora educativa parece derivarse directamente del impacto del alcohol en las capacidades cognitivas, más que de cambios en otras actividades. Los adolescentes mantienen sus patrones de ocio: salen el mismo número de noches al mes (cerca de 4), vuelven a casa a la misma hora (sobre las 2 de la mañana) y dedican el mismo tiempo a videojuegos. Tampoco varía su consumo de tabaco (24%) o cannabis (15%) que, como han mostrado otros autores, también afecta al rendimiento educativo. Sin embargo, sí observamos una reducción en el uso de tranquilizantes y pastillas para dormir, lo que sugiere mejoras en el bienestar psicológico, en línea con otros estudios que han encontrado una fuerte correlación entre consumo de alcohol en la adolescencia y salud mental.
Nuestros resultados muestran que las políticas dirigidas a reducir el consumo de alcohol entre adolescentes pueden tener efectos positivos que van más allá de la salud pública. Tras la implementación de la edad mínima de 18 años en toda España, el siguiente paso es asegurar el cumplimiento efectivo de estas medidas. Esta evidencia también puede ser relevante para otros países europeos que aún permiten el consumo de alcohol a partir de los 16 años, como Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca o Suiza. Europa es, con diferencia, la región del mundo con mayor consumo de alcohol entre adolescentes, reduciendo este consumo tiene una oportunidad de mejorar su capital humano y productividad futura.