Las ‘golden visa’ (o visados de oro): un sinsentido moral y económico

Los visados de oro son permisos de residencia que se conceden a quienes cumplen una serie de requisitos económicos, como la compra de una vivienda por más de 500.000 € o haber hecho inversiones superiores a 1 millón de euros en depósitos bancarios. En España se introdujeron en 2013, en plena crisis inmobiliaria, con el objetivo de atraer inversión extranjera. Recientemente se ha aprobado su eliminación parcial, prevista para 2025, que afectará a las concesiones vinculadas a la compra de inmuebles, manteniéndose las relacionadas con las inversiones financieras. A pesar del ‘éxito’ numérico que refleja el siguiente gráfico (datos de El País), existen muy buenas razones para pensar que estos visados carecen de sentido tanto desde una perspectiva moral como económica.

Un sinsentido moral

En un contexto global de políticas migratorias crecientemente restrictivas, las ‘golden visa’ mercantilizan el acceso a la residencia y la ciudadanía. Mientras que el Mediterráneo se ha convertido en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, en la que entre 2014 y 2023 al menos 28.000 personas han perdido la vida o desaparecido (según datos de la Organización Internacional para las Migraciones), los visados de oro ofrecen a los solicitantes acaudalados la posibilidad de obtener la deseada residencia mediante una sencilla transacción económica.

Ayelet Shachar, profesora de la Universidad de Toronto, explica convincentemente las principales críticas a la mercantilización del acceso a la residencia y a la ciudadanía. En primer lugar, se exacerba la desigualdad ya existente al permitir que la riqueza facilite una vía rápida de acceso (“fast track”). En segundo lugar, y más importante diría yo, la intrusión del mercado en lo que debería ser una esfera estrictamente política destruye el valor de lo que se adquiere, es decir, la pertenencia a una comunidad política.

La monetización no solamente asigna bienes, también “expresa y promueve ciertas actitudes ante el bien intercambiado”. Cuando el dinero determina el acceso a la ciudadanía, la conexión entre el individuo y la comunidad se rompe, se destruye. Las nociones de participación, riesgo compartido, solidaridad y co-gobernanza se desvanecen. Los visados de oro españoles están sujetos a esta crítica sobre su mercantilización porque, aunque no modifican los criterios de obtención de la ciudadanía española, facilitan la residencia, que es el principal criterio de acceso.

Es habitual que la mercantilización de ciertas actividades reciba críticas: el acceso a la vivienda, la educación, al sexo, la gestación subrogada, etc. Sin embargo, no todas estas críticas son razonables. El Nobel de Economía Jean Tirole responde en su libro Economía del Bien Común, en su capítulo 2 sobre ‘Los límites morales del mercado’, a algunas de ellas, por ejemplo, las de Michael Sandel en su conocido libro Lo que el dinero no puede comprar. Los limites morales del mercado.

Tirole explica las virtudes de los mercados en términos de libertad y anonimidad, así como sus conocidos fallos, explicitando su desacuerdo con el análisis de Sandel. Me parece significativo, sin embargo, que en el análisis de Tirole no aparezcan los visados de oro. Aunque, obviamente, no sea prueba de nada, esa ausencia sugiere el desacuerdo del premio Nobel con la compraventa de derechos de ciudadanía (repito que es una pura especulación de mi parte).

En cualquier caso, esa mercantilización tiene sus defensores entre otros insignes economistas académicos, a destacar el también Nobel de Economía Gary Becker (véase por ejemplo aquí). La venta o subasta atraería a inmigrantes jóvenes, cualificados, y ambiciosos, evitando procesos burocráticos prolongados. Además, se generarían ingresos fiscales significativos, y reduciría el gasto social típicamente ligado a la inmigración de baja cualificación. Finalmente, se desincentivaría la inmigración ilegal, al ser la entrada legal más accesible para quienes pudieran pagar.

Aunque los argumentos de Becker no son absurdos, me resultan poco convincentes comparados con la visión de la filosofía política descrita más arriba. Dejaré que sea el lector interesado quien saque sus propias conclusiones. De Becker, en cambio, me resulta interesante resaltar la forma en la que éste propone la mercantilización de la ciudadanía -su venta directa o incluso su subasta-, para contraponerla con el sistema actual- la mera compra de una vivienda. Ello muestra el mal diseño de nuestra política de visados de oro vigente.

Un sinsentido económico

Ante la discusión anterior, especialmente si se valoran poco los aspectos morales señalados, podría caerse en la tentación de afirmar que en la evaluación del programa de visados de oro hay que ponderar, por un lado, las consideraciones morales negativas, y por otro, sus presumibles efectos económicos positivos. Pues tampoco, ni eso: las “golden visa” no son un buen negocio ni siquiera en términos estrictamente económicos.

Sin duda, tal y como explica Branko Milanovic, el derecho de ciudadanía en un país desarrollado tiene un valor económico significativo. Genera unas importantes rentas a los individuos que disfrutan de ellos (seguridad jurídica, acceso a mercados, estado del bienestar, etc). Si se decide monetizar el acceso a la residencia, lo que se debería hacer es seguir la propuesta de Gary Becker y otros y vender o, mejor aún, subastar el derecho a inmigrar.

Con la venta directa del permiso de residencia (por ejemplo, a partir de los $50.000 como sugería Becker), o su subasta, las rentas generadas revertirían a la ciudadanía, en lugar de lo que sucede en la actualidad: bajo el sistema vigente en España esas rentas se las apropian los propietarios o promotores del inmueble transado. ¿Qué lógica tiene eso? Ninguna. Ni siquiera en el contexto de enorme crisis inmobiliaria en el que se aprobaron los visados de oro. Lo dicho: es mucho mejor vender o subastar y dedicar el dinero recaudado a sus mejores usos.

En resumen

Los visados de oro nunca debieron crearse. Si bien su supresión parcial debe celebrarse, ésta ha tenido lugar por las razones equivocadas (la actual tensión en el mercado inmobiliario). Más que un error, la existencia de estas ‘golden visa’ en España ha sido y, de momento, seguirá siendo un sinsentido tanto moral como económico.

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