Por Judit Vall
Soy consciente de que corro el riesgo de parecer monotemática, al menos para una parte de los lectores del blog, ya que me dispongo a hablar, de nuevo, sobre la violencia de género en tiempos de la covid. Por si fuera necesario, he elaborado dos argumentos que justifican esta reiteración: el primero es que voy a centrarme en un país diferente, Estados Unidos, y en un artículo académico publicado recientemente y basado en datos administrativos de la policía americana.
El segundo argumento (que ha vencido a mi temor de hablar demasiado del mismo tema) es que en las sesiones Gender in the Economy de este 2020 ―del prestigioso NBER Summer Institute―, celebradas virtualmente los días 24 y 25 de julio, hubo nada más y nada menos que diez presentaciones relacionadas directamente con la violencia contra la mujer y con diferentes países (USA, Perú, Chile, Tanzania, entre otros). Así, a diferencia de ediciones anteriores, este año el tema de la violencia de género ha predominado sobre otros tópicos que se habían estudiado más en el ámbito de la economía de género, como la brecha salarial o la discriminación laboral (también representados en el taller de este año aunque en menor medida). De esos diez trabajos, ocho se enmarcan en la aparición de la pandemia de la covid-19. Para los lectores muy interesados en este tema, voy a recordar que tanto el grupo formado por Ester Arenas-Arroyo, Daniel Fernández Kranz y Natalia Nollenberger como una servidora hemos hablado ―aquí y aquí, respectivamente― de la situación en España de la violencia de género en tiempos de la covid-19 .
Antes de explicar el artículo y sus conclusiones, quiero recordar algunos datos y consecuencias de la evolución del virus en Estados Unidos. Observando los datos del Centers for Disease Control and Prevention (CDC), vemos que el número de casos en ese país sigue un preocupante crecimiento desde mediados de junio; los últimos datos disponibles en el momento de escribir esta entrada son del 22 de julio, cuando se registraron en un solo día 70 106 nuevos casos y 1078 fallecimientos en todo el país (véase el gráfico 1). Las cifras acumuladas desde el principio de la pandemia ascienden a 3 952 273 casos positivos y 142 755 personas fallecidas.
Gráfico 1. Número de casos por covid-19 diarios en los EE. UU. Fuente: CDC.
Aunque al principio de la pandemia el virus golpeó más fuerte en la ciudad de Nueva York, ahora los estados del sur se ven intensamente afectados (véase el mapa de la incidencia por estados aquí).
Al mismo tiempo, desde el punto de vista económico, Estados Unidos país ha experimentado un impacto notable. En el gráfico 2 observamos que la tasa de paro se mantuvo constante alrededor del 4 % durante el año 2019 y los primeros tres meses de 2020. En cambio, durante el mes de abril de 2020 aumentó hasta el 14,7 % y los últimos datos disponibles del mes de junio sitúan este indicador en el 11,1 %.
Gráfico 2. Tasa de paro en EE. UU. Fuente: Current Population Survey from the U.S. Bureau of Labor Statistics.
Además, se estima que el 35 % de los trabajadores americanos que consiguen mantener su empleo pasan a trabajar desde casa como respuesta, en parte, al cierre de las escuelas en su modalidad presencial.
Así pues, se da un escenario bastante complicado sumado al hecho de que una proporción importante de los ciudadanos americanos no disponen de cobertura de salud ni pública ni privada (según el Census Bureau, en 2018 el 8,5 % de la población de Estados Unidos, que son 27,5 millones de personas, no tenía ningún tipo de cobertura sanitaria en ningún momento del año). Además, y de manera similar a otros países desarrollados, los Gobiernos de los estados federales han introducido restricciones a la movilidad y directrices de distanciamiento social en diferentes momentos y de intensidad variable. La consecuencia directa de esas medidas es el aumento del tiempo que los individuos comparten con su unidad familiar dentro de casa. La presión, tanto económica como emocional, se amplifica y ello puede derivar en el incremento de la incidencia de la violencia doméstica contra las mujeres y los niños.
En el artículo «Sheltering in place and domestic violence: Evidence from calls for service during COVID-19», recientemente publicado en Journal of Public Economics, los autores cuantifican el impacto de la pandemia sobre la violencia de género utilizando datos de llamadas de denuncia a la policía en 14 ciudades distribuidas por todo el país. Para determinar en qué momento de la pandemia los ciudadanos americanos empezaron a quedarse en casa, el artículo presenta pruebas de diferentes fuentes que permiten determinar que eso ocurrió una semana antes que los Gobiernos estatales aprobaran, el 19 de marzo, la primera obligación de confinamiento domiciliario. Por ejemplo, los datos de localización de teléfonos móviles o los de número de reservas en restaurantes muestran, claramente, que la movilidad social se redujo de manera sustancial a partir del 9 de marzo. Con el momento exacto en el que podemos esperar un cambio importante en la incidencia de la violencia doméstica bien identificado, los autores estiman un modelo de diferencias en diferencias comparando el número de llamadas diarias en cada una de las ciudades antes y después del distanciamiento social en 2020 en relación a la misma diferencia en 2019. La comparación con el año anterior resulta definitiva para el análisis, ya que la incidencia de la violencia doméstica presenta una gran estacionalidad. Los resultados de este modelo indican que las llamadas de socorro a la policía aumentaron el 7,5 % una vez impuesto de manera generalizada el distanciamiento social el 9 de marzo. Ese efecto es mayor, con un aumento del 9,7 %, durante las primeras cinco semanas, lo que se traduce en un incremento de 3,4 llamadas por ciudad y día.
Una aportación que quiero destacar del artículo es que estos efectos provienen solo de zonas en las que recientemente no había habido casos de violencia de género y, por ende, podemos concluir que la irrupción del virus ha originado nuevos casos de abuso en parejas no reincidentes. Además, el efecto es mayor durante los días laborables, cuando las familias están expuestas a una mayor alteración de la rutina diaria que tenían antes de la pandemia.
Para finalizar, si queda algún lector que aún no esté convencido de la relevancia de este tema (por lo que afecta al bienestar físico y emocional de las mujeres y los niños expuestos a este tipo de violencia), el artículo acaba proporcionando una aproximación monetaria de lo que cuestan estos nuevos casos de violencia de género para los contribuyentes; 5,7 millones de dólares diarios en concepto de costes médicos y pérdida de productividad. No obstante, esa suma no incluye los costes a largo plazo y, probablemente, subestima el coste real si tenemos en cuenta que la tasa de denuncia sigue siendo baja en relación con los casos reales por el miedo a represalias.
Hay 1 comentarios
La violencia que se ve y la que no. Muchas mujeres y niños, ¿o podemos decir personas cuya debilidad física hace que sean vulnerables al poder del "maltratador"? encerrados con este poder dejan de tener la escapatoria física y psicológica de los momentos de la calle, entorno de amistades o familia, entran en un estado de sumisión absoluta para evitar la violencia, sea física o psicológica, convirtiendo su casa en algo peor que una prisión.
¿Se puede cuantificar esta violencia?
¿Y hasta qué punto podemos conocer el daño psicológico y su coste?
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