A nadie le gustan los exámenes: ni a los estudiantes que los tienen que aprobar, ni a los docentes que los tienen que poner y corregir. He de confesar que lo que menos me gusta de mi trabajo es poner exámenes: incluso prefiero corregirlos a ponerlos. Hoy voy a escribir sobre el esfuerzo organizativo que va desde poner el examen hasta que se le da la calificación final al estudiante, basado en mi experiencia en España y en el Reino Unido. Aunque da la impresión de ser un tema puramente logístico, tiene implicaciones sobre la eficiencia y equidad. Espero convencerles de que hay un “trade-off” entre eficiencia y equidad, y que puede haber implicaciones sobre la carga de trabajo de los docentes si pensamos en reducir el número de convocatorias a las que se puede presentar un estudiante.
Empiezo por describir el sistema en el Reino Unido que he de reconocer lo conozco mejor que el de España pues soy coordinador de exámenes en el Departamento de Economía de UCL (una tarea que me lleva muchísimo tiempo y que ha reducido considerablemente el número de entradas que puedo escribir para Nada es Gratis). Seguramente hay algunas diferencias entre instituciones, pero no creo que sean diferencias mayores.
El proceso empieza a comienzo del curso. El docente ha de informar a los estudiantes cómo será el examen: cuántas preguntas, el tipo de preguntas, cuántas son a elegir y cuántas son obligatorias, etc. Normalmente, lo más fácil es darles un examen ejemplo, cuyo formato hay que seguir a rajatabla después con el examen final. Aunque los exámenes son entre Abril y Junio, los docentes han de escribir el primer borrador del examen en Enero, lo cual implica que el 50% de los docentes escriben el examen cuando han enseñado tan solo un tercio de la asignatura (sin duda, esto dificulta la labor de poner el examen). El examen es revisado internamente por otro docente o por un comité específico, e incluso en algunos departamentos se revisan por todo el departamento encerrado en una sala donde se leen todos los exámenes y se revisan colectivamente. Cuando el examen ya está listo, se envía a un profesor o profesora de otra universidad, que comenta sobre el examen, y se incorporan sus comentarios. El coordinador de exámenes sigue todo este proceso (retrasos, hacer de árbitro entre comentarios contradictorios, etc.), y finalmente ha de aprobar todos los exámenes.
La corrección de exámenes es anónima, y cada examen se corrige por dos docentes. En algunas instituciones, los dos docentes han de corregir todos los exámenes, en otras un docente corrige todos y el otro una muestra para comprobar que el proceso de corrección es correcto. El profesor o profesora de otra universidad también los revisa y da sus comentarios. Cualquier ambigüedad o error que surge relativo a un examen, se comenta con la profesora o profesor externo, el coordinador de exámenes, y si es necesario con los servicios centrales de la universidad que son los que tienen más experiencia interpretando las normas.
En Junio, se hace una reunión con los docentes del grado, donde se aprueban los resultados y se clasifican a los alumnos, de forma anónima. Seguramente les suena que en el Reino Unido los estudiantes son clasificados en bandas: “First”, “Second Class: Upper Division”, “Second Class: Lower Division” etc. Se discuten, sobretodo, los estudiantes que están muy cerca de los bordes de clasificación, y se aplican criterios para determinar en qué banda se ha de incluir al estudiante en cuestión. También se revisa las distribuciones de notas, como varían entre asignaturas, se deciden los premios a los mejores estudiantes, y se comenta cualquier otro aspecto del proceso de exámenes. Después de esta reunión, los profesores o profesoras externas escriben un informe con recomendaciones sobre el proceso de exámenes, que va directo a los servicios centrales de la universidad, y a los que el coordinador de exámenes ha de responder. Y esto no se acaba aquí, se ha de repetir el proceso para septiembre. En algunas instituciones hay dos períodos principales de exámenes (enero y junio) y luego septiembre.
Si comparamos con España, creo que estarán de acuerdo con que el proceso en el Reino Unido es más garantista. Hay muchas más personas involucradas (incluso externas a la universidad) en intentar asegurar que no haya errores en los exámenes, y en que la corrección sea correcta. Pero tiene un coste de oportunidad obvio en términos de recursos humanos, no solo del coordinador de exámenes sino de todos los docentes del departamento.
Desde el punto de vista del estudiante también hay diferencias muy importantes. En el Reino Unido, los estudiantes sólo tienen dos convocatorias para aprobar una asignatura, y en la mayoría de las instituciones la nota máxima que se puede obtener en la segunda convocatoria es un aprobado. Por otro lado, la nota no se discute. No pasa como en España que hay “revisiones de exámenes” donde el docente y el estudiante discuten la nota. En el Reino Unido, el estudiante puede recibir comentarios sobre el examen, pero no se discute la corrección. Además, la convocatoria siempre corre a no ser que el alumno esté enfermo o tenga otra disculpa de causa mayor (para lo que hay otro comité para juzgarlo). Es decir, si el alumno no se presenta a la primera convocatoria, solo le queda la segunda y lo más que puede obtener es un aprobado.
Es interesante comparar cómo el sistema difiere entre España y el Reino Unido, ante la posibilidad de una ambigüedad en un examen. En el Reino Unido se involucra a más personas para intentar que no pase. Pero si pasa, hay toda una maquinaria interna y externa para encontrar la mejor solución, siempre manteniendo la anonimidad del estudiante. En España, la solución está más a discreción del docente en cuestión, y se traslada los incentivos al estudiante para que se de cuenta de cualquier error en la “revisión de exámenes.” En cierta forma, parece que el sistema en España es más eficiente, se le da incentivos al estudiante que es el que va a estar más interesado en detectar errores. Pero los estudiantes tienen incentivos a detectar errores a la baja, pero no al alza; resulta complicado mantener la anonimidad en una “revisión de exámenes,” así como asegurar que hay equidad con los estudiantes que no han ido a la “revisión de exámenes.”
Una de las razones por la que el sistema del Reino Unido es tan garantista es por las pocas convocatorias que le dan al estudiante para aprobar (una o dos). Al tener tan pocas oportunidades hay que limitar al máximo la posibilidad de errores o arbitrariedades. En España, quizás importa un poco menos porque los estudiantes tienen más convocatorias, por lo que si un error produce un suspenso se puede recuperar en la siguiente convocatoria. Un sistema actúa sobre la probabilidad de que se produzca o detecte un error, el otro sobre el número de oportunidades que da para que se solvente el error.
Esta discusión resulta relevante si se piensa en reducir el número de convocatorias que tienen los estudiantes en España. Tiene beneficios obvios en términos de eficiencia: los estudiantes han de tomárselo realmente en serio, y estudiar a fondo. Pero podría tener un coste en términos de recursos humanos dedicados al proceso de exámenes.
Mi predicción es que, en el medio plazo, el sistema en el Reino Unido evolucionará hacia al sistema español. El volumen de estudiantes es tan grande que resulta muy costoso en términos de recursos humanos mantener el proceso que he descrito anteriormente, y que se optará por aumentar el número de convocatorias, trasladar los incentivos al estudiante, y disminuir el número de personas involucradas en el proceso. Por el momento, mejor que pare de escribir porque tengo que responder a varios correos sobre… exámenes.
Hay 5 comentarios
Muchas gracias por la comparativa, es muy interesante. Desconocía el sistema británico y efectivamente parece muy garantista. En cuanto al español, coincido en que se caracteriza por tener muchas convocatorias (en mi opinión, demasiadas).
Lo que no veo tan claro es la necesidad de garantizar el anonimato en la revisión de un examen (aunque sí en la corrección del examen). De hecho, defiendo que el profesor tenga cierta discrecionalidad al alza a la hora de establecer la nota definitiva del alumno: un alumno que ha trabajado en clase y que en el examen se queda en un 4.8, ¿tiene que ser suspendido? En mi opinión, no, y así procedo con mis estudiantes.
No se trata de perjudicar al alumno que no acude a clase, o que acude y no rinde, si no de reconocer la actitud de los que sí se esfuerzan en seguir la asignatura (que no sé en Reino Unido, pero en mi universidad dista de ser la mayoría...).
Muchas gracias por leer la entrada y tus comentarios. Creo que algunos docentes dan nota por participación, pero es explícito y se sabe el porcentaje. De todas formas, el aspecto de equidad al que me refería es el siguiente: imagina que dos estudiantes han participado lo mismo en clase, y los dos sacan un 4.8, pero solo se le sube la nota al que va a la revisión de exámenes. Quizás en la práctica no es muy importante si todos los que sacan un 4.8 van a la revisión (que posiblemente sea el caso).
La reflexión de partida sería ¿para qué sirven los exámenes? ¿cual es su objetivo?. Más allá de "torturar" a los alumnos (y a los profesores).
Es difícil valorar el "diseño" más adecuado de los exámenes sin entender bien cual es su objetivo. Y los exámenes solo pueden entenderse como una "herramienta"; como un "objetivo en si mismos" tienen poco sentido.
La pregunta, antes de entrar en su "eficiencia", es ¿cual es el objetivo que persiguen los exámenes?
Hola,
Muchas gracias por leer la entrada, y por la pregunta. Yo diríía que según la perspectiva que tengas sobre lo que hace la educación:
(1) los exámenes son un mecanismo de "screening" para reducir la información asimétrica en el mercado de trabajo
(2) los exámenes sirve para que individuos con racionalidad limitada estudien
Saludos!
Gracias Marcos.
* La "información asimétrica" en el mercado de trabajo se "autocorrige" con rapidez. Los fallos de recruiting se descubren pronto y la "stickiness" de ese error tampoco es tan relevante para un primer trabajo (luego las notas se vuelven irrelevantes). Y existen los "falsos positivos": "buenos" alumnos en notas que son un desastre profesional (y a la inversa).
En un análisis coste-beneficio, veo dudoso que el extraordinario esfuerzo que describes para preparar/corregir y tomar exámenes tenga sentido para esa finalidad. ¿alguien ha intentado ese análisis?
* Respecto al segundo argumento, "estudiar" no es un objetivo en si mismo, es una herramienta para "adquirir capacidades útiles en el mercado de trabajo" (si formamos capital humano). Y una herramienta bastante mala. Los estudiantes lo saben/lo intuyen y, precisamente porque son racionales, dedican el menor tiempo posible a estudiar, centrándose en lo que realmente cuenta que es "aprobar" los exámenes (a veces usando dosis de ingenio impresionantes y dignas de halago).
Así, los exámenes se convierten en el objetivo único: aprobar es lo que tiene sentido, no "desarrollar capacidades". La gente no va a Columbia a estudiar/aprender si no a aprobar los exámenes que permiten tener el titulo. Se intuye algo subóptimo en ese proceso.
Seguir usando los exámenes como versión "light" de "la letra con sangre entra" parece algo llamado a ser "repensado" 25 siglos después de ser inventado.
Los comentarios están cerrados.