Regulación óptima en redes sociales: no solo un asunto de competencia

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Por Miguel Risco

No sé exactamente cuánto teme un padre el momento en el que su hijo se aproxime por primera vez pidiendo un móvil. Lo que sí tengo claro es que, tras revisar la evidencia científica sobre los efectos adversos de las redes sociales en los jóvenes—especialmente en mujeres adolescentes—, cualquiera desearía que ese momento llegara lo más tarde posible. Pese a que es innegable que las redes sociales constituyen una herramienta poderosa para crear y mantener lazos, los efectos dañinos sobre la salud mental ocasionados por su uso son muy preocupantes. Y no se trata de un problema de las plataformas per se, sino de los algoritmos que emplean, que—con el objetivo de captar y retener la atención del usuario durante el máximo tiempo posible—explotan sistemáticamente sus sesgos de comportamiento, convirtiendo la estancia en altamente adictiva.

La evidencia científica sobre estos efectos es clara. Braghieri et al. (2022) muestran que el uso de Facebook entre estudiantes universitarios deterioró su salud mental, aumentando los niveles de ansiedad y depresión. Bursztyn et al. (2023) revelan que el 46% y el 60% de los usuarios de Instagram y TikTok, respectivamente, estarían dispuestos a pagar para abandonar la plataforma si sus amigos también lo hicieran. Pero no solo la evidencia científica: las propias plataformas también son conscientes de los daños ocasionados por su modelo de negocio. En la investigación "The Facebook Files", publicada por el Wall Street Journal en 2021, Hurwitz et al. mostraron que Meta era consciente de que su algoritmo exacerbaba los trastornos relacionados con la imagen corporal entre mujeres adolescentes, pero no actuó para remediarlo porque ello suponía una pérdida de tiempo de uso, y por tanto, de beneficios.

Ante este panorama, la pregunta que surge es: ¿por qué los usuarios no abandonan estas plataformas si son tan dañinas? Pues bien, los mercados digitales se caracterizan por los llamados efectos de red: el beneficio que uno recibe al visitar una plataforma se incrementa si sus amigos también están en ella. Esto otorga una ventaja competitiva enorme a las plataformas dominantes. Incluso aunque surgiera una alternativa más saludable a Instagram, ¿qué incentivos tendría para migrar si ninguno de mis amigos la usa? La consecuencia es clara: si la ventaja competitiva de la plataforma dominante es desmesurada—y esto puede deberse a los efectos de red, pero también a un algoritmo superior o simplemente más datos con los que entrenarlo—, dicha plataforma no tiene incentivos para modificar su comportamiento, por muy perjudicial para los usuarios que pueda ser.

¿Qué herramientas tiene el regulador?

Algunos expertos apelan a una fuerte regulación basada en reducir la ventaja competitiva de las plataformas dominantes. En particular, economistas como Fiona Scott-Morton, Paul Heidhues o Jacques Crémer se han pronunciado públicamente a favor de la interoperabilidad horizontal como una herramienta necesaria para que los mercados digitales sean competitivos. En pocas palabras, si dos plataformas son interoperables, los usuarios de una pueden acceder al contenido que sus amigos publican en la otra plataforma, y vice versa. Por ejemplo, si y BlueSky fueran interoperables, el contenido que un amigo publica en podría aparecer en mi feed de BlueSky. Esta medida elimina, o al menos reduce, la ventaja competitiva que otorgan los efectos de red a la plataforma dominante en cada mercado. Aunque desde la llegada de Elon Musk a la calidad de la plataforma parece haberse deteriorado y algunos usuarios han optado por migrar a BlueSky, muchos otros no lo han hecho porque la mayor parte de su red sigue en la plataforma original. Si la interoperabilidad horizontal se hiciera efectiva, los efectos de red que frenan esta migración desaparecerían y BlueSky sería más competitiva.

Ahora bien, proteger el bienestar de los usuarios no es tan sencillo como terminar con la ventaja competitiva de las plataformas dominantes. No basta con que TikTok compita de tú a tú con Instagram en el mercado de las plataformas de fotos y vídeos cortos, ni que BlueSky lo haga con en el de las plataformas de microblogging. En un artículo titulado Contestability and Optimal Regulation of Social Media Platforms y realizado junto a Martino Banchio, Francesco Decarolis, Rafael Jiménez-Durán y Carl-Christian Groh—de momento teórico, pero que extenderemos al plano empírico en los próximos meses—, mostramos que la capacidad de los usuarios para entender los efectos adversos del contenido dañino (y actuar en consecuencia) es tan importante como el grado de ventaja competitiva de las plataformas dominantes a la hora de determinar el bienestar social.

Pensemos en un escenario en el cual dos plataformas compiten por atraer usuarios eligiendo cuánto contenido dañino pero adictivo aparecerá en sus feeds. Por “contenido dañino pero adictivo” entendamos aquel que reduce la utilidad del usuario pero aumenta su tiempo de uso, su engagement. Llamemos sofisticación a la capacidad de un usuario para entender las consecuencias adversas de visualizar contenido dañino pero adictivo y de comportarse acorde a esa percepción. Así, un usuario será no sofisticado cuando o bien ignore estos efectos adversos, o bien se comporte como si los ignorase (por ejemplo, por falta de autocontrol).

Sofisticación y ventaja competitiva de la plataforma dominante: ambas son determinantes para el bienestar de los usuarios

El grado de sofisticación de la población es una dimensión clave. Si, como sugiere la literatura, la mayoría de usuarios son no sofisticados, las plataformas competirán por atraerlos mediante un contenido muy adictivo, pero muy perjudicial. De hecho, en nuestro artículo demostramos que si la proporción de usuarios sofisticados es baja, una reducción de la ventaja competitiva de la plataforma dominante no afecta al bienestar social. Intuitivamente, este resultado se basa en el siguiente razonamiento: la plataforma dominante se centrará en atraer a los no sofisticados (pues son mayoría), a través de un contenido muy dañino pero a la vez muy adictivo. La plataforma no dominante tiene que centrarse en los usuarios sofisticados y darles un contenido suficientemente sano como para que elijan visitarla, pero también suficientemente adictivo como para que su engagement sea el más alto posible. El resultado es un equilibrio pobre en términos de bienestar social que, además, no se ve afectado al cerrar la brecha competitiva entre las plataformas mientras una continúe siendo ligeramente superior a la otra.

Instagram y TikTok podrían ilustrar este caso: de manera general, TikTok atraería a los usuarios no sofisticados con un algoritmo muy perfeccionado que ofreciera un contenido muy adictivo pero también muy dañino, e Instagram (que intenta copiar su tecnología para, además de ser competitivo, maximizar el engagement de sus usuarios) se centraría en un público ligeramente más sofisticado (siempre de acuerdo a nuestra definición). Además, cuando el algoritmo de personalización de alguna de estas plataformas mejora, el potencial beneficio para el usuario se ve opacado por un contenido aún más dañino y aún más efectivo.

Como hemos dicho, este equilibrio es muy poco deseable desde un punto de vista social. Es precisamente aquí donde la sofisticación juega un rol vital: la única manera de escapar de él es aumentando la proporción de usuarios sofisticados. Cuando dicha proporción es suficientemente alta, las plataformas prefieren competir por la atención de los sofisticados, que no quieren un contenido tan dañino por muy adictivo que sea. Así, es la plataforma dominante la que los atrae y, si la diferencia competitiva es suficientemente grande, todos los usuarios prefieren visitar dicha plataforma. Este equilibrio es, paradójicamente, mejor socialmente que un mercado segmentado en el que cada plataforma se especializa en un tipo de usuario.

Conclusión

Debemos extraer al menos dos conclusiones de lo expuesto. En primer lugar, la proporción de usuarios sofisticados en el mercado es tan relevante como la ventaja competitiva de la plataforma dominante y debe ser tenida en cuenta por el regulador. Aunque las plataformas fueran idénticas y compitieran en igualdad de condiciones, sería necesaria una proporción suficientemente grande de usuarios sofisticados para conseguir el óptimo social (un feed carente de contenido dañino). Si esta condición no se cumple, incluso un mercado perfectamente competitivo nos llevaría al peor resultado posible: una inundación total de contenido dañino en nuestras plataformas. De este modo, las medidas para incrementar el conocimiento sobre efectos adversos y el autocontrol de los usuarios deben convertirse en una prioridad. Más allá de la necesaria inversión en educación, cabe imaginar intervenciones específicas, como por ejemplo, obligar a las plataformas a mostrar contenido que explique cómo funcionan sus algoritmos y sus consecuencias, de manera similar a las advertencias en las cajetillas de tabaco implementadas a partir de 2003.

En segundo lugar, no todas las grandes plataformas deben ser tratadas de manera equivalente, como ha sucedido hasta ahora (en la legislación europea las seis plataformas de mayor tamaño, llamadas gatekeepers, tienen la misma consideración), sino que se debe buscar la regulación óptima para cada mercado específico. Aunque la Unión Europea, líder mundial en cuestiones relativas a la regulación de plataformas digitales, ha comenzado un tímido esfuerzo a través de los decretos Digital Markets Act y Digital Services Act, aprobados en 2022, trabajos en esta línea sugieren que a medidas muy demandadas como la citada interoperabilidad horizontal han de sumarse esfuerzos por mejorar la alfabetización digital y el autocontrol digital de los usuarios.

Hay 1 comentarios
  • Muy buen análisis de las redes, sus problemas y sus difíciles soluciones.

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