¿Cómo responden los padres a las diferencias entre sus hijos y qué pueden aprender los economistas de los datos genéticos?

Por Anna Sanz-de-Galdeano y Anastasia Terskaya

La investigación en ciencias sociales destaca cada vez más la importancia de la crianza y de las experiencias vividas durante la infancia para el futuro de los niños. Tradicionalmente el papel de la crianza se ha analizado en el ámbito de disciplinas como la sociología y la psicología del desarrollo, pero en los últimos años ha aumentado notablemente la cantidad de estudios sobre la crianza en el campo de la economía. Por ejemplo, muchos estudios demuestran que las inversiones de tiempo y la estimulación por parte de los padres influyen en la formación de habilidades cognitivas y no cognitivas en los niños (Cuhna et al.,Attanasio et al.). Otro ejemplo de investigación sobre el papel de los padres es esta entrada de Antonio Cabrales acerca de cómo las diferencias en las características parentales influyen en los resultados educativos de los niños.

En esta entrada nos centraremos en una característica particular de la crianza, la aversión a la desigualdad de los padres, que ha sido considerada previamente en varios artículos (ese artículo clásico de Behrman, Pollak y Taubman o ese artículo reciente de Terskaya). Nos basaremos en un artículo reciente en el que planteamos la siguiente pregunta: ¿los padres exacerban o mitigan las diferencias en las dotaciones de los niños al redistribuir los recursos dentro de la familia? Que los padres adopten un comportamiento de refuerzo o compensatorio depende de dos cosas: (1) de la aversión a la desigualdad de los padres y (2) de la diferencia en el coste de los insumos parentales entre los niños, a la que llamamos el efecto precio. El efecto precio se manifiesta si, por ejemplo, para los padres es simplemente más fácil pasar tiempo con un hijo que con otro porque tiene un carácter mejor. La implicación del efecto precio es que incluso los padres con aversión a la desigualdad pueden reforzar las diferencias entre los hijos. Lo que hacemos en nuestro artículo es estimar el efecto separado de ambos canales en el tiempo que los padres dedican a la crianza.

Comprender si los padres actúan como “igualadores” es crucial para diseñar políticas compensatorias. Dependiendo del comportamiento de los padres estas políticas deben dirigirse a las familias en su conjunto o enfocarse en los niños individualmente. Imaginemos dos escenarios. En el primero, los padres tienen una fuerte inclinación hacia la reducción de las desigualdades entre sus hijos. Se preocupan por asegurarse de que todos los hijos dispongan de los mismos recursos para enfrentarse a la vida, aunque eso implique invertir más en los menos privilegiados. En este caso, si implementamos una política para mejorar el capital humano de los niños menos privilegiados, es posible que no funcione tan eficazmente porque los padres intervendrán para igualar las cosas por sí mismos.

Ahora, en el segundo escenario, imaginemos que los padres están más preocupados por la eficiencia que por la igualdad. Adoptan una estrategia que refuerza las ventajas de sus hijos que ya están bien dotados. En esta situación, las políticas destinadas a impulsar las habilidades de los niños menos afortunados serían más efectivas. Estas políticas estarían en línea con la preferencia de los padres por la eficiencia en lugar de la estricta igualdad. En resumen, en el primer escenario, dirigirse a los niños individualmente en lugar de a las familias enteras podría ser menos efectivo para reducir las desigualdades. En el segundo escenario, podría ser más efectivo centrarse en los niños individualmente en lugar de en las familias.

El experimento perfecto para estudiar esta pregunta sería aleatorizar la habilidad de los niños (o alguna otra dimensión de sus dotaciones, como la salud) y luego evaluar cómo cambia el tiempo que los padres dedican a la crianza de cada niño en función de las diferencias en la habilidad entre hermanos. Sin embargo, la aleatorización de la habilidad es imposible, por lo que la mayoría de los estudios empíricos previos estiman el efecto del peso al nacer, la salud o las puntuaciones en pruebas cognitivas de los niños (Rosales-Rueda, Yi et al.,Bharadwaj et al.). El problema con estos resultados es que pueden verse afectados por las circunstancias, decisiones y comportamientos de los padres, lo que genera un problema de causalidad inversa. Por ejemplo, las diferencias entre hermanos en el peso al nacer pueden reflejar diferencias en las circunstancias prenatales como, por ejemplo, el tabaquismo materno (Dias-Pereira et al.). Asimismo, Currie demuestra que los hijos de madres con un menor nivel educativo y pertenecientes a grupos minoritarios suelen estar expuestos a más polución durante el embarazo. Por lo tanto, recurrimos a una estrategia nueva: utilizamos un índice basado en el ADN para medir la capacidad de obtener buenos resultados educativos de los niños.

¿Por qué utilizar datos genéticos es una buena solución? (Aquí, por cierto, puede verse otra entada en la que se explica otro estudio en que la información genética es útil para analizar preguntas en ciencias sociales). Porque la información genética de los padres se asigna aleatoriamente a la descendencia durante la meiosis, un fenómeno que a veces se denomina lotería genética. Si parte de nuestra habilidad es genética y los genes se asignan de manera aleatoria entre hermanos, la disponibilidad de datos genéticos nos permite acercarnos al experimento perfecto. De hecho, una parte sustancial de la variación en diferentes proxies de la habilidad cognitiva se explica por la variación genética. Por ejemplo, artículos recientes en genómica sugieren que aproximadamente el 26% de la variación en las pruebas de rendimiento cognitivo y alrededor del 11-16% de la variación en la educación se explica por los genes. Estudios previos muestran que ADN está fuertemente asociado con los resultados en el mercado laboral e incluso con la riqueza en la jubilación.

Para medir las dotaciones genéticas de los hermanos, utilizamos un indicador que resume la propensión genética a obtener buenos resultados educativos. Se trata de un índice poligénico basado en todo el genoma y construido de tal manera que las variantes genéticas que tienen un mayor efecto en el logro educativo tienen un mayor peso en el índice. Aplicando esta medida de dotación genética a una muestra de hermanos estadounidenses, estimamos cómo responden los padres ante las diferencias entre hermanos en la habilidad genética. Para medir el tiempo que los padres dedican a la crianza en el ámbito cognitivo construimos un índice basado en preguntas relacionadas con el tiempo que dedican a fomentar el desarrollo cognitivo de los hijos. También realizamos nuestro análisis por separado para mellizos y para hermanos no mellizos, ya que los padres de los mellizos podrían invertir en ambos hijos al mismo tiempo y, por lo tanto, tendrían más difícil separar completamente los insumos dedicados a cada niño. Si este fuese el caso, los padres de mellizos no podrían compensar completamente las diferencias entre sus hijos y el efecto de las diferencias en las dotaciones genéticas entre mellizos sería menor que para los no mellizos.

Nuestros resultados muestran que los padres estadounidenses de hijos que no son mellizos muestran aversión a la desigualdad. Específicamente, mostramos que los padres tienden a asignar mayores recursos a los hijos cuya predisposición genética para el logro educativo es comparativamente menor que la de sus hermanos. Esto sugiere que las inversiones parentales tienen el potencial de mitigar el impacto de las disparidades genéticas en las dotaciones, contribuyendo así a la reducción de las desigualdades educativas. También encontramos evidencia de que el efecto precio es positivo, ya que los padres invierten más en los hijos con una mayor propensión genética a la educación, manteniendo constantes las diferencias genéticas entre hermanos, así como las dotaciones genéticas parentales y otras características. Curiosamente, para los padres de mellizos no encontramos evidencia de que respondan a las diferencias en las dotaciones genéticas de sus mellizos.

Los resultados sugieren que las intervenciones compensatorias podrían ser más efectivas si se enfocan en las familias en lugar de en los niños de manera individual, ya que las familias tienden a redistribuir sus recursos hacia los niños desfavorecidos. Es importante destacar que, en presencia de aversión a la desigualdad, las políticas de educación compensatoria enfocadas individualmente en los niños individuales pueden llevar a que los padres actúen menos como agentes igualadores y redistribuyan recursos lejos del niño que está siendo compensado hacia ellos mismos u otros hijos, lo que podría reducir el impacto de los programas compensatorios. Por otro lado, proporcionar recursos adicionales a las familias y confiar en que ellas los distribuyan podría ser efectivo para reducir la desigualdad.