El 15 de mayo leímos la triste noticia del fallecimiento de Robert E. Lucas Jr. Se ha marchado uno de los economistas que forjó la Economía como la entendemos hoy en día. Su investigación se propagó por básicamente todas las áreas de nuestra disciplina, trascendió escuelas de pensamiento, y es una pieza fundamental tanto en trabajos teóricos como empíricos.
El investigador
Robert E. Lucas Jr. se graduó como doctor por la Universidad de Chicago en 1964. Después de trabajar 11 años en Carnegie Mellon, en 1975 volvió al Departamento de Economía de la Universidad de Chicago de donde no marchó. En 1995 le fue otorgado el Premio Nobel de Economía por “haber desarrollado y aplicado la hipótesis de expectativas racionales y, por lo tanto, haber transformado el análisis macroeconómico y haber profundizado en cómo entendemos la política económica”.
Es difícil encontrar un área de la Macroeconomía donde Bob no haya hecho una contribución fundamental. A su revolución de expectativas racionales (Expectations and the neutrality of money, Journal of Economic Theory, 1972) le siguió su célebre “crítica” (Econometric policy evaluation. A critique, Carnegie-Rochester Conference Series on Public Policy, 1976) donde imponía disciplina en el trabajo empírico. Su On the mechanics of economic development (Journal of Monetary Economics, 1988) contribuyó a las bases de la teoría moderna del crecimiento. Algo parecido ocurrió con sus trabajos con Ed Prescott sobre desempleo (Equilibrium search and unemployment, Journal of Economic Theory, 1974) o sobre inversión (Investment under uncertainty, Econometrica, 1971), valoración de activos (su famoso árbol en Asset prices in an exchange economy, Econometrica, 1978), política fiscal con Nancy Stokey (Optimal fiscal and monetary policy in an economy without capital, Journal of Monetary Economics, 1983), teoría monetaria (de nuevo su artículo de 1972 y tantos otros que vinieron después), o la teoría de la empresa (On the size distribution of business firms, The Bell Journal of Economics, 1978). Son todos trabajos que sacuden la disciplina y la dirigen en una nueva dirección arrastrando consigo a numerosos investigadores que siguen sus pasos desarrollando y aplicando sus teorías.
En los próximos días veremos multitud de reseñas sobre su trabajo. Como ejemplo se puede leer el obituario a su memoria en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago o la descripción que Tom Sargent hizo hace unos años de lo que aprendió de él. Todas esas reseñas demuestran que Bob fue un gigante de la Economía construyendo los fundamentos de nuestra disciplina y cuyo legado todavía perdura y seguirá perdurando. Pero para los que tuvimos la suerte de conocerlo personalmente y compartir con él momentos de nuestra vida, Bob no es sólo eso. Bob fue también un gigante como profesor y un gigante como persona. Aquí me gustaría compartir con vosotros mi experiencia en esas otras dos facetas suyas. Simplemente, me parece terriblemente injusto que pasen desapercibidas porque eran tan magníficas como su talento investigador.
El profesor
Cualquiera que se haya sentado en una clase de Bob dirá lo mismo. Era un profesor excepcional. Se preocupaba por sus clases y por sus estudiantes. Era algo importante para él y a lo que dedicaba tiempo e interés.
Un indicador de su excelente hacer como docente era mirar la pizarra tras una de sus clases. Estaba toda la lección del día allí, perfectamente ordenada, sin que faltase ni sobrase nada. Y lo más increíble es que lo hacía sin aparentemente ningún esfuerzo. Iba construyendo todo el contenido de la clase poco a poco, como un puzle cuyas piezas iban encajando con exactitud para, al final, descubrir toda la imagen que se quedaba allí, hasta que la borraran, para los que no habían tenido tiempo de copiarlo todo, para resolver dudas o, simplemente, para los que nos maravillaba observar tanta perfección junta.
Otro indicador eran sus exámenes. Creo que es uno de los pocos profesores que conseguía que sus alumnos aprendieran cosas también en los exámenes. Consistían en pequeños modelos diseñados por él para la ocasión con los que responder a las preguntas concretas que hacía. Había que usar las herramientas que enseñaba, pero en contextos nuevos. Y lo hacía así porque eso era lo que enseñaba: a usar herramientas. Eran exámenes tremendamente justos con el proceso de aprendizaje de los estudiantes.
Después de cada examen los corregía todos y, una vez corregidos, los devolvía con notas manuscritas sobre las respuestas. Además, entregaba la solución al examen y, para cada pregunta, incluía un resumen de las respuestas más numerosas de la clase para que pudiéramos aprender de los errores de todo el grupo. Antes de cada examen también distribuía una colección de estas soluciones de cursos anteriores para que aprendiésemos de las respuestas de otros años a otras preguntas que había puesto. Esta idea me pareció tan brillante y me fue tan útil como estudiante que la he incorporado en mi rutina como docente.
Lo mismo ocurría con sus estudiantes de doctorado (listas incompletas de sus estudiantes de doctorado se pueden consultar aquí o aquí). Daba igual que cada año dirigiera 4 o 5 tesis. Siempre encontraba un hueco para vernos, nos recomendaba artículos que pensaba que nos podían ser útiles y siempre era constructivo en sus comentarios. En resumen, nos cuidaba. Y lo seguía haciendo después de 1995, tras recibir el premio nobel. Seguía dedicándonos el mismo tiempo, aunque, sin duda, hubiera aumentado significativamente la demanda del mismo.
La persona
Si tuviera que resumir en pocas palabras la bellísima persona que era Bob serían generosidad y honestidad. Bob era generoso con su tiempo y con sus ideas. Era generoso en el trato y en el respeto que mantenía independientemente de si eras el primero o el último de la clase.
Al mismo tiempo, no tenía ningún problema en reconocer un error o en atribuir una idea a quien se merecía esa atribución. A Bob le interesaba la coherencia lógica de las ideas. En mi opinión, tenía la rara habilidad en nuestra profesión de ofrecer una mente abierta a cualquier idea incluso si iba en contra de lo que pensaba. Una prueba de ello es este extracto de la entrevista en EconomicDynamics en 2012:
“[…] I drew from this the idea that all cycles are probably driven by the same kind of shocks. […] As I have written elsewhere, I now believe that the evidence on post-war recessions (up to but not including the one we are now in) overwhelmingly supports the dominant importance of real shocks. But I remain convinced of the importance of financial shocks in the 1930s and the years after 2008. Of course, this means I have to renounce the view that business cycles are all alike!”
En su caso, rectificar sí era de sabios. Así de grande era. Siempre se aprendía algo con él incluso en los extremadamente raros momentos en los que se equivocaba. En resumen, era el ejemplo del poder que tienen los buenos fundamentos en todas las facetas de una persona.
Te debemos mucho, Bob. Descansa en paz.
Hay 1 comentarios
Es una lástima que se hayan hecho, tan pocas traducciones de sus libros al español. muchas veces las eché en falta.
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