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La riqueza oculta de las naciones

El reciente acuerdo de Cristiano Ronaldo con la Abogacía del Estado por el que acepta su comisión de cuatro delitos fiscales y la aparición (ya casi una tradición veraniega) de la lista de famosos morosos con Hacienda ha vuelto a sacar a la palestra mediática el tema de la evasión de impuestos. Y aunque respondan a la (comprensible) intención ejemplarizante de nuestras autoridades fiscales, no debemos permitir que estos casos oculten el bosque de evasión y fraude en el que se ocultan tantas grandes fortunas y multinacionales. La prueba de que es peligroso dejarnos llevar por la espectacularización del fraude fiscal es el sigilo con el que un librito tan importante como provocador ha pasado por nuestras librerías. Me refiero a La Riqueza Oculta de las Naciones (2014), de Gabriel Zucman, publicado en España por la editorial Pasado y Presente, y del que a continuación les ofrezco una reseña. Antes, vayan mis agradecimientos a Iñigo Iturbe por descubrírmelo y mi reconocimiento a Samuel, que ya nos habló de este tema con unos muy interesantes datos sobre nuestro país.

La Riqueza de las Naciones es un libelo agresivo que podría clasificarse como panfleto si nos atenemos al sentido original de la palabra y no al de simple obra de propaganda, porque si algo hace Zucman es fundamentar muy bien sus argumentos. Con un espíritu muy similar al Yo acuso de Emile Zola, el autor comienza enfrentándose de cara tanto con aquellos que piensan que el combate contra el gran fraude fiscal está perdido de antemano como con los que creen que su fin está más cerca gracias a las revelaciones de Falciani y similares. Como Zucman escribe “los paraísos fiscales nunca han gozado de tan buena salud como ahora”.

En una elección inusual, antes de medir la dimensión de la tragedia, el autor nos lanza sus propuestas: 1) La creación de un “catastro financiero” mundial; 2) la aplicación de sanciones comerciales a los paraísos fiscales que se nieguen a abandonar el secreto bancario; 3) la creación de un impuesto global del 2% sobre el capital; y 4) un impuesto de sociedades que grave las ganancias globales de las multinacionales y no país por país.

El autor, al que no se le puede acusar de ser un loco heterodoxo aficionado a las afirmaciones grandilocuentes sin sustancia; Zucman, que ha sido profesor en Berkeley y la LSE y obtuvo su doctorado en la Paris School of Economics, argumenta en detalle que estas propuestas no son utópicas sino factibles. En el caso del registro mundial de títulos financieros ya existen precedentes, como los registros de Suecia y Luxemburgo; solo haría falta consolidarlos y ponerlos en manos del FMI, la organización más cualificada para encargarse de algo así. Con respecto al impuesto global del 2% sobre el capital, el FMI impondría esa tasa al valor de los títulos financieros en el catastro. Si los poseedores quisieran recuperar lo retenido, solo deberían declararlos y someterse a la fiscalidad de su país. Un impuesto reembolsable muy similar ya existe en varios países y en particular en Suiza, donde se retiene un 35% de todo titulo helvético antes de pagar cualquier interés o dividendo. Aquellos que quisieran seguir ocultando su fortuna no tendrían más remedio que pagar la tasa, cuya recaudación iría a las arcas del FMI.

En cuanto las sanciones a los paraísos fiscales, Zucman argumenta que el secreto bancario es una forma de subvención encubierta, una ventaja competitiva que los gobiernos de estos países ofrecen a sus sectores bancarios y que impone una externalidad negativa sobre sus vecinos. Desde ese punto de vista, la imposición de aranceles se vería amparada por la OMC. Las coaliciones de países que deberían formarse para imponer estas sanciones no necesitarían ser muy grandes, solo requerirían a los principales socios comerciales de los paraísos fiscales (en el caso de Suiza bastaría que Alemania, Italia y Francia se pusieran de acuerdo). Las sanciones podrían llegar incluso a la expulsión de Luxemburgo de la Unión Europea; el Gran Ducado es un paraíso fiscal en el corazón de Europa, un microestado que permite el secreto bancario, que alberga el mayor número de SICAVs del mundo, solo por detrás de EEUU, y en el que los dividendos de los fondos de inversión no están gravados. Llegados a este punto debemos reconocer que esta propuesta de Zucman sí parece utópica; sobre todo si recordamos que Jean-Claude Juncker es luxemburgués.

Por último, un impuesto de sociedades global evitaría las triquiñuelas contables de las multinacionales para sortear el gravamen. La manipulación de los precios de trasferencia de inputs, de las marcas, patentes y algoritmos se utiliza para lastrar con pérdidas a las filiales en países con mayor imposición. Además de alterar las estadísticas macroeconómicas, estas prácticas son responsables de una reducción del 30% en la recaudación del impuesto de sociedades. ¿Es un gravamen global una utopía? Bueno, EEUU ya calcula los beneficios de las empresas a nivel federal que luego se atribuyen siguiendo una regla transparente a los estados, que a su vez pueden imponer el tipo impositivo que deseen. La UE defiende algo similar a través de la Common Consolidated Corporate Tax Base.

Después de este comienzo, Zucman pasa a medir la fracción del patrimonio financiero de las familias que esta guardado en paraísos fiscales, y lo hace de una manera tan sencilla como genial. Imaginemos que un residente español, al que llamaremos Luis B, posee una cuenta en Suiza en la que, con lo ganó haciendo unos negocietes, posee acciones de, por ejemplo, una empresa alemana. En Alemania, esas acciones se contabilizan como un pasivo en manos de un extranjero. En Suiza, esas acciones son invisibles. En España tampoco hay nada registrado, aunque debería anotarse un crédito sobre Alemania ya que Luis B es un ciudadano español que posee acciones de aquel país. Esto crea una anomalía: En el mundo hay más pasivos que activos. Existe un agujero global entre los títulos registrados y los títulos poseídos. El tamaño de ese agujero, de ese diferencial, es una muy buena aproximación (algo a la baja porque no incluye los depósitos a plazo) de la evasión de las grandes fortunas.

La conclusión de este transparente ejercicio contable es que el 8% del patrimonio financiero mundial, 5,8 billones de euros, se encuentra escondido en paraísos fiscales. En el caso de la Unión Europea la proporción se eleva al 12%, de la que una gran parte se encuentra en Suiza, cuyos bancos (como bien sabe Luis B), gestionan los activos de sus clientes a través de trusts o sociedades pantalla. En un artículo reciente, Zucman va más allá y junto con sus coautores estima, utilizando datos de auditorías fiscales, de los llamados “Swiss leaks” y de los Papeles de Panamá, que en una región de supuesta moral fiscal y respeto a la ley como Escandinavia, el 0.01% mas rico defrauda un 25% de los impuestos que debe al Estado y a sus conciudadanos.

¿Cuáles son las implicaciones? Aparte de una distorsión de las medidas de desigualdad (el 0.01% mas rico de Europa pasaría de poseer el 4.5% de la renta a el 5.5%), la factura asciende a unos 130.000 millones de euros en concepto de pérdidas de recaudación fiscal. De estos, 85 millardos provienen de los intereses y dividendos que deberían ser gravados en el impuesto sobre la renta, 45 por el fraude en el impuesto de sucesiones y 5 por fraude en el impuesto del patrimonio. Este impacto está estimado de forma conservadora, porque no tiene en cuenta las reducciones de impuestos a las que los países europeos se han tenido que resignar por miedo a que sus contribuyentes ocultaran sus fortunas. Si este fraude se contuviera, los estados recobrarían la soberanía fiscal que han perdido por culpa de la existencia de los paraísos fiscales y la opacidad financiera; sería posible reequilibrar las finanzas públicas y bajar los impuestos a la gran mayoría de los contribuyentes, aquellos que no tienen fortuna alguna que ocultar.