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Legitimidad, Cartas y Rescates: Necesitamos una forma diferente de gestionar la crisis

Cuando los economistas proponemos soluciones, a veces nos olvidamos de que no se trata sólo de maximizar el bienestar económico de los ciudadanos, sino que es necesario también asegurar la supervivencia del sistema, y que esto requiere preservar su legitimidad. La legitimidad es una forma de capital que se acumula y se gasta. Se acumula cuando los ciudadanos  perciben las reglas del juego como justas y por tanto las  aceptan, cuando los ciudadanos  perciben que los que gobiernan lo hacen pensando en primer lugar en sus intereses y no en intereses oscuros o inconfesables. Las primarias republicanas americanas, el crecimiento de la extrema derecha y el populismo en Europa, los disturbios en Inglaterra y Grecia, las manifestaciones similares al 15M etc. en muchos otros países, muestran que la legitimidad del sistema se está resquebrajando. El riesgo de que la crisis económica se convierta en crisis política es serio.

La crisis es sin duda culpable directamente en gran parte de esto. Pero la forma en la que la crisis se está gestionando en la zona Euro, y en EEUU, está agravando las cosas.

    1. Rescates.

La política de socialismo para ricos, privatizar beneficios y nacionalizar pérdidas, es muy dañina para la confianza en el sistema, como hemos reiterado en múltiples ocasiones aquí, desde el comienzo de este blog (por ejemplo, aquí y aquí). Los ciudadanos aceptaban la acumulación de riqueza en el sector financiero hasta el 2007 porque pensaban que había unos señores que tomaban ciertos riesgos y se exponían a perderlo todo. La idea de que cuando les sale bien, para ellos, y cuando les sale mal, que no se preocupen que les rescatamos (bajo amenazas de hundir el mundo si no lo hacemos), es completamente contraria al capitalismo y destruye su legitimidad.

A partir de ya, a la hora de plantearse más rescates, es necesario no sólo tener en cuenta su coste en capital financiero del estado, sino en este capital de legitimidad que me temo estamos agotando. Los que han invertido en las instituciones, en otras palabras, deben ser los primeros responsables de pagar. Y cuando desde aquí defendemos la quiebra como solución, las bancarrotas necesarias, estamos pensando en economía, sí, pero también en la legitimidad del sistema. Sin quiebras, el capitalismo no tiene sentido.

    2. Cartas secretas

Abrimos la semana con una importante reforma constitucional que no se había ni debatido y que va por la vía de urgencia; seguimos, por lo que parece, con una reforma del mercado de trabajo el viernes que supone, parece, un giro de 180 grados con respecto a las anteriores reformas, y pone en cuestión toda la (fracasada) estrategia anterior: mientras que las reformas recientes  han ido hacia la limitación del uso de los contratos temporales y su acercamiento a los fijos, tratando, al menos de boquilla, de reducir la dualidad, la reforma que se plantea va en la dirección contraria--el punto clave de la reforma es su intención de permitir el encadenamiento indefinido de contratos temporales, y claramente va a incrementar la utilización de estos.

No voy a entrar a valorar aún la sustancia de la reforma, espero a que pasemos de rumores a hechos (sabemos que los decretos, con este gobierno, no es que se hagan en último minuto sino más tarde -- varios de los últimos fueron elaborados después de ser aprobados en Consejo de Ministros). Pero si me parece importantísimo señalar que estamos haciendo cambios fundamentales en plenas vacaciones para muchos, y sin haberle explicado a nadie que nos lo exige el BCE. Como comenté el martes con respecto a la reforma constitucional, y ahora se confirma con mayor claridad, no es posible comprender el momento en que se han tomado estas dos medidas sin una carta secreta del BCE exigiéndolas—Italia tuvo condiciones fiscales y laborales, y nosotros, ahora lo sabemos, también.

Entiendo el que cuando el BCE nos haga un préstamo (como está implícitamente haciendo al comprar nuestros bonos) nos ponga condiciones. Jesús, Tano y yo de hecho en el fin de semana anterior a la intervención, cuando parecía que nos íbamos a la bancarrota, propusimos que nos prestaran con condiciones. Si no queremos condiciones, mejor no meternos en estos líos. Pero las condiciones deben ser generales y permitir un debate interno lo más transparente posible. Las formas y los procesos, en democracia, importan.

Y aquí el riesgo para las instituciones europeas es enorme. Si la gente piensa que nos gobiernan, desde fuera, en secreto, sin pedirnos permiso ni darnos explicaciones, el riesgo de un rebote popular contra Europa es enorme. Y las consecuencias serían brutales: a pesar de sus mucho peros (que conozco desde dentro- en una vida anterior fui eurócrata), no hay ninguna conquista  más importante para Europa que la Unión Europea. La paz y el progreso de los que disfruta el continente han sido conquistados con sangre, sudor y lágrimas, con unos gobernantes de postguerra  altruistas y brillantes, desde el Marshall plan a la Comunidad del Carbón y el Acero, el Tratado de Roma, el de Maastricht, y las muchas ampliaciones que han traído paz y estabilidad a muchos países previamente dictatoriales. Preservar esta conquista es la mayor obligación de los gobernantes.

    3. Una gestión diferente de la crisis

La gestión de la crisis tiene que ser transparente y equitativa. Hay que decirles a los ciudadanos la verdad, empezando por la más clara: se han hecho multitud de promesas que no se van a poder cumplir. Hay que explicar a los ciudadanos la crisis, el endeudamiento, la necesidad de desapalancamiento, la importancia del crecimiento por encima del objetivo de déficit, los problemas de productividad. El BCE debe explicar por qué hay una carta, y que condiciones y por qué se han exigido. Hay que tratar de motivar y de movilizar a la sociedad para un programa de cambio en profundidad, poniendo como ejemplo sociedades que funcionan, la sueca que le gusta a Jesús, o la holandesa que yo conozco mejor. Y no son sólo palabras lo que debe cambiar. Los rescates unilaterales se tienen que acabar, porque son pan económico para hoy (ni eso) y hambre, político y económico, para mañana.