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No es eso

Hace hoy justo un año escribía en un post de NeG sobre los primeros indicios del plan de Angela Merkel para la Eurozona. Señalaba allí que junto a los aspectos positivos del plan, que en buena medida se han concretado en las recientes cumbres europeas, su principal deficiencia era la ausencia de un programa de estímulo que ayudase a digerir los costosos ajustes que muchos países iban a tener que llevar a cabo. Después de la cumbre europea de la última semana esta deficiencia se hace todavía más patente ya que las medidas destinadas a impulsar el crecimiento no se corresponden, ni en su magnitud ni en su concreción, con las expectativas generadas y con lo que la economía europea está necesitando.

No me encuentro entre las filas de los más críticos con la forma en la que los líderes europeos han abordado la crisis hasta el momento –Manu Oquendo describía mi reciente post sobre la cumbre Europea de diciembre como influido por el espíritu navideño. En una crisis de deuda hogares, empresas y gobiernos tienen la necesidad de reducir su apalancamiento, lo que sólo es posible sin una recesión profunda si el sector exterior está dispuesto comprar lo que el país produce pero ha dejado demandar. Cuando la crisis es global esto es mucho más difícil y, además, el boom crediticio ha aflojado la tensión competitiva de las economías más afectadas. El sector público es el que mejor puede capear este temporal, incluso si no tiene acceso a la financiación de un banco central nacional, porque en países avanzados la posibilidad de quiebra soberana se ha considerado tradicionalmente muy remota y además porque el gobierno tiene una capacidad coercitiva sobre su sector financiero doméstico para que siga ejerciendo su función de prestamista. Sin embargo, muchas de las condiciones que hubieran permitido la aplicación más duradera de esta solución keynesiana no se dan en la economía europea, principalmente por razones de diseño del proceso de integración.

Las discusiones en torno a la solución de la crisis europea iban, en mi opinión, bien encaminadas hace un año cuando se puso sobre la mesa la necesidad de un ajuste fiscal acompañado de un conjunto de reformas estructurales orientadas a favorecer la competitividad de las economías del Sur de Europa. Las primas de riesgo fuera de los países rescatados eran, hoy nos lo parecen, razonables dadas las divergencias que los años del boom habían enmascarado. La propuesta de ligar salarios a productividad fue sin duda la estrella mediática, pero junto a ella se pusieron en marcha mecanismos destinados a monitorizar el verdadero problema de la Unión Europea y de la Eurozona que no es otro que la extraordinaria divergencia entre sus economías en lo que a competitividad se refiere, que además da lugar a una muy modesta capacidad para competir en el exterior del conjunto de la UE. No obstante las dudas sobre la resolución de los problemas en Grecia y la solvencia del sistema financiero, unidas a la lentitud de las reformas en España y su ausencia en la Italia de Berlusconi dieron lugar a una crisis fiscal sin precedentes que ha obligado a concentrar todos los esfuerzos en el último trimestre en la puesta en marcha de un plan de consolidación a corto y a largo plazo. Eso, que era la precondición para una actuación más decidida del BCE en soporte de los bonos soberanos y del sector bancario, sirvió para parar el golpe y ha permitido alumbrar un adecuado mecanismo de disciplina fiscal aceptado por la casi totalidad de los países de la UE.

Que la consolidación iba a frenar la recuperación era algo esperable, pero la magnitud de la desaceleración en algunos países y de la recesión en otros ha sido mucho más intensa de lo que se anticipaba. La corrección en las expectativas de crecimiento para 2012 y 2013 que ha llevado a cabo el Fondo Monetario Internacional hace apenas un mes, en comparación con las predicciones de septiembre de 2011, ha sido muy notable para la mayoría de las economías mundiales, pero en especial para la zona Euro y más aún para España e Italia, países que pueden estar en recesión todavía en 2013 (gráficos 1 y 2). Otros signos como el aumento del desempleo y la dinámica del crédito al sector privado son igualmente preocupantes. Un informe reciente del BCE indica que la intensidad del credit crunch se está agudizando en la Eurozona para todos los sectores y tipos de préstamo. Junto a los problemas de financiación y recapitalización de los bancos, el informe señala que el deterioro general de la actividad económica ha llevado a una caída significativa de la demanda de crédito por parte del sector privado. La realimentación entre recesión y restricción del crédito forma parte sin duda de la peor pesadilla de cualquier responsable de política económica.

En estas condiciones la tarea de mantener los compromisos relativos al ritmo de reducción del déficit se antoja imposible para algunos países. Una aritmética sencilla -cálculos “back of the envelope” que espero presentar con más precisión en un futuro post con Rafael Doménech- permite dar un orden de magnitud aproximado al efecto sobre el PIB español del objetivo de déficit este año. Con la corrección a la baja de la expectativa de crecimiento en España entre 2,8 y 4 puntos porcentuales -según si comparamos con las previsiones del FMI en Septiembre de 2011 o las del gobierno español en los presupuestos- y usando un coeficiente de respuesta del déficit de 0,65 puntos por cada punto de caída en el PIB que estima el BBVA, el déficit público sobre PIB debería aumentar entre 1,8 y 2,5 puntos por encima del 4,4, objetivo para 2012. Usando un multiplicador inferior a la unidad, el recorte fiscal adicional necesario para mantenernos en lo acordado puede suponer una caída de entre 1 y 1,5 puntos porcentuales adicionales de la tasa de crecimiento de la economía. Si queremos asustarnos más podemos pensar en la destrucción de empleo asociada a una tasa de crecimiento del PIB cercana al -3% como calcula Luis en este post. Y más aún si este ajuste no viene acompañado por un plan más decidido en favor del empleo y la actividad en Europa. Los fondos comprometidos para ello en la última cumbre son claramente insuficientes y sin una activación económica a mayor escala la política de subvenciones para la contratación de jóvenes o las ayudas fiscales temporales a emprendedores y pequeñas empresas puede tener un efecto imperceptible.

Es preciso replantear la estrategia europea aunque no de cualquier manera. En primer lugar hay que mantener la preminencia del objetivo de consolidación fiscal, aunque redefiniendo su perfil temporal para los países en recesión -por ejemplo retrasando uno o dos años los objetivos de déficit, aunque puede haber otras formulas como dejar fuera del objetivo algunas partidas de gasto- con la contrapartida de un sacrificio adicional en el déficit estructural a medio plazo. En otras palabras, por cada euro que no ahorremos hoy es preciso comprometer un ahorro de un euro y pico –el pico depende del tipo de interés real corregido de crecimiento y de alguna compensación por el riesgo- en el futuro no muy lejano. Ello obligaría a adoptar compromisos serios y creíbles sobre un crecimiento del gasto en bienestar más acorde con el crecimiento del PIB, además de profundas reformas fiscales. En segundo, lugar un programa de crecimiento no debe suponer un frenazo en la aplicación de las reformas estructurales. Al contrario, estas reformas son la mejor garantía de la solidaridad en el esfuerzo por parte de países que van a estar durante cierto tiempo en el límite de necesitar ayudas europeas, como la financiación directa o indirecta del BCE o de los fondos de estabilidad. En tercer lugar es preciso que estas medidas estén orientadas al crecimiento pero maximizando simultáneamente su efecto sobre el empleo a corto plazo. Y por último estos programas deben tener una dimensión europea, con financiación a cargo no sólo de los fondos hoy disponibles -algunos de los cuales se han movilizado en la cumbre reciente pero que son claramente insuficientes- sino con fondos adicionales en un ensayo de lo que puede ser un embrión de presupuesto europeo con un potencial contracíclico que el actual no tiene.

Europa debe demostrar que es capaz de combinar el diseño de una arquitectura fiscal, destinada a un uso más eficiente de los recursos y a evitar el descontrol de la deuda en el futuro, con las reformas estructurales para hacer nuestra economías más homogéneas y competitivas y con un programa de reactivación económica que evite la recesión que nos viene encima. Hasta ahora se han dado pasos decisivos en la primera parte de este objetivo, y hay una clara voluntad de abordar las reformas. Esta estrategia debe completarse con un programa orientado a aumentar el empleo a corto plazo. No se debe retrasar más.