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Impresiones sobre la economía ecológica tras una mesa redonda

Recientemente he participado en una mesa redonda sobre Economía, Ciencia e Ideología. Se trataba de uno de los actos de las jornadas Valladolid Piensa, Festival de Filosofía, que se dirigen al público en general, aunque entre la audiencia había bastantes estudiantes de Filosofía. En la mesa estaban también Óscar Carpintero Redondo (Economía), José Antonio Salvador Insúa (Economía), Pedro González Arroyo (Antropología-Filosofía) y María Caamano (Filosofía), todos de la Universidad de Valladolid. En la mesa redonda y en las preguntas del público se trataron los temas esperables dado el título: que si cuánto hay de ideología en Economía, que si es o no una ciencia o que si los modelos están obsoletos, entre otras cuestiones. Como suele ser costumbre, la mayoría de las críticas atacan a los modelos neoclásicos entendiendo, al parecer, que son toda la Economía moderna o que los supuestos simplificadores de algunos modelos son interpretados como una especie de dogma universal por parte de los economistas académicos. Pero no es mi intención en este artículo hablar de eso (ya lo hemos hecho aquí y aquí, por ejemplo, y seguramente lo sigamos haciendo en el futuro).

Lo más interesante de esta mesa, en comparación con otros actos similares en que he estado, es que la parte crítica con la economía académica no estaba en manos de un economista austriaco o marxista, sino en Óscar Carpintero, que defiende una corriente llamada Economía ecológica. Una de las críticas recurrentes era la falta de elementos en la economía académica para integrar en su análisis los problemas medioambientales. Refuté esta idea con los datos de cómo desde los neoclásicos hasta ahora la Economía no ha dejado de hacer tal cosa. Desde Pigou hasta el libro de texto de Baumol y Oates que algunos hemos disfrutado durante la carrera y, ya en tiempos actuales, la concesión del Nobel de Economía a Nordhaus por hacer precisamente eso que algunos creen que no se hace (sobre Nordhaus hemos escrito aquí y aquí) son tal vez los ejemplos más destacados. Con todo, me asombró la insistencia en esta cuestión a pesar de los datos en contra, así que he dedicado algún tiempo a mirar qué dicen en la Economía Ecológica sobre este tema.

Según entiendo, la crítica tiene que ver con que los métodos actuales de la Economía no podrán dar un valor adecuado al medio ambiente y, por tanto, no podrá usar sus métodos (por ejemplo, aquí). Como alternativa se proponen otros métodos de cálculo. Se me escapa la razón por la cuál la Economía no puede integrar el que se reconozca como el mejor método de cálculo para entender el valor del medio ambiente, pero esta no es la cuestión principal. Lo que quiero hacer ahora es compartir con los lectores cómo veo el problema y la posible solución para conciliar algunas posturas. Para ello usaré el ejemplo de los mercados de emisiones de gases de efecto invernadero.

Este mercado funciona así: el Estado decide cuántas emisiones se permiten anualmente, de manera que quien quiera emitir una unidad de CO2 a la atmósfera deberá obtener una unidad de permisos. Así se garantiza que no se emite más de lo decidido. El Estado puede otorgar los permisos graciosamente o subastándolos, y quienes tienen permisos pueden emitir CO2 o pueden venderlos. El sistema garantiza que los permisos acaban en manos de quien más partido les saca y que el límite de las emisiones se produce al menor coste para la economía.

Falta un detalle: ¿cómo se decide la cantidad de emisiones? En un análisis neoclásico habría que calcular el coste de emitir una unidad, el de emitir dos unidades, tres,..., un millón, 2 millones,... mil millones,... Estos costes deben ser la suma de todo lo que le cuesta a cada individuo esas emisiones, tanto en impacto económico directo como en su valoración del resto de impactos medioambientales y en cómo afecta a las generaciones futuras. Una vez obtenidos, los costes formarían una curva de oferta de derechos de emisiones que, cruzada con la demanda, nos daría la cantidad de derechos y el precio al que se intercambiarán estos.

El problema es doble: por una parte, los individuos no tienen por qué tener una idea clara de cuáles son estos costes y, por otra, aunque los supieran, no hay manera de que se puedan conocer por quien vaya a simular ese análisis oferta/demanda. Incluso es concebible que los individuos prefieran que no se usaran sus estimaciones, por muy bien informadas que estuvieran, sino que se usaran otras que tuvieran en cuenta a las generaciones futuras de una manera distinta a cómo las tenemos en cuenta los individuos (aquí resumí un artículo de Chambers y Echenique sobre esta cuestión).

Por estas razones nadie usa el análisis neoclásico para hacer esta estimación. La crítica a la economía neoclásica por no incluir todos los costes o calcularlos mal es infundada. Los análisis de mercados de emisiones parten de un nivel de emisiones decidido políticamente, y una buena decisión política deberá considerar estudios medioambientales, ingenieriles y económicos. Si las llamadas Ecological economics, Econophysics o Physical economics o alguna otra son capaces de aportar al cálculo del número óptimo de emisiones, adelante.

No habrá ningún conflicto entre ese cálculo y la economía mainstream. Es más, si son correctos, esas nuevas metodologías para realizar los cálculos serán fácilmente adoptadas por la economía académica. Tan simple como eso.