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La Identidad y el comportamiento económico de los individuos

La segunda semana de Diciembre tuvo lugar el Simposio de la Asociación Española de Economía. En este simposio anual numerosos investigadores presentan sus artículos de investigación, se establece un “Job Market” para los nuevos doctores, y como en la mayoría de los congresos, estas presentaciones se complementan con ponencias invitadas de investigadores académicos de reconocido prestigio. El Comité sobre la Situación de la Mujer en Economía (COSME), que pertenece a la Asociación Española de Economía , invitó en esta ocasión a Rachel Kranton, profesora de Duke University, que nos ofreció una ponencia sobre la Economía de la Identidad.

Trataré en esta entrada de exponer de un modo sencillo e intuitivo los aspectos centrales de esta teoría que está ganando popularidad en los últimos años y que de algún modo extiende los argumentos tradicionales que describen el comportamiento económico de los individuos. El libro “Identity Economics”, de Akerlof y Kranton publicado en 2010 explica de modo sencillo, intuitivo y nada formalizado, las principales ideas de esta línea de pensamiento. A su vez, los modelos están más formalizados en otros trabajos que mencionaré cuando corresponda.

Desde el punto de vista teórico, la Economía de la Identidad argumenta que para entender el comportamiento económico de los individuos, es necesario tener en cuenta la percepción que cada individuo tiene de sí mismo con respecto al grupo al que pertenece. Se supone que los individuos se sienten más a gusto - “su bienestar/utilidad aumenta” - si su comportamiento se adecua a las normas o costumbres de su grupo social. Este grupo puede conformarse de acuerdo a características étnicas, de clase social, de género, o de otros aspectos de índole muy variada (cuerpo militar, clase en la escuela, conjunto de trabajadores en la empresa, entre otros). Las razones por las cuales se argumenta que los individuos desean seguir las normas sociales de su grupo son diversas, y pueden ir desde la creencia de que pueden ser castigados si no se comportan de acuerdo a las normas, o simplemente por la satisfacción individual de demostrar al grupo su pertenencia al mismo.

¿Cómo incluye esta nueva línea de pensamiento la “identidad” en el comportamiento económico individual? Los economistas utilizamos la herramienta de la función de utilidad para describir el comportamiento económico y social de los individuos. Pues bien, esta línea incluye un argumento más en la función de utilidad individual, que precisamente define el hecho de que un individuo esté “cumpliendo” o no las normas sociales del grupo al que pertenece. Esta estrategia es en cierta manera similar a la comenzada por el premio Nobel de Economía, Gary Becker cuando introdujo en el comportamiento económico de los individuos – en la función de utilidad, las “preferencias por la discriminación”, a partir de lo cual trataba de obtener implicaciones económicas sobre la existencia de individuos con preferencias fuertes por la discriminación contra grupos minoritarios.

Sin embargo, las preferencias que Becker incluye en sus modelos sobre diferentes aspectos no cambian con el contexto social. Son universales, y cualquier variación se debe a diferencias idiosincráticas y a experiencias personales. Esta es una diferencia importante con respecto al concepto de identidad que aquí se introduce. La identidad no refleja una preferencia concreta ante un hecho o alternativa determinada, sino simplemente el hecho de que el individuo siga o no las normas de su grupo social, sean estas las que fueren. De hecho, Akerlof y Kranton (2000) (Akerlof es Premio Nobel de Economía) proponen un modelo donde la identidad (I) entra directamente como un parámetro en la función de utilidad del individuo de tal manera que puede alterar el comportamiento individual, porque el mero hecho de desviarse de las normas de su grupo disminuye el bienestar-utilidad de los individuos.

El debate que Akerlof y Kranton proponen no es tanto conceptual – si este argumento debe incluirse o no en el comportamiento individual, sino que está más bien orientado hacia un punto de vista empírico. Ellos tratan de analizar si una vez incluido el componente de identidad en la función de utilidad individual, este componente ayuda a entender determinados comportamientos individuales o de grupo.

Mencionaré brevemente tres de las aplicaciones más interesantes del modelo, las que se refieren a (i) Identidad y Organización del trabajo, (ii) Identidad y Educación y (iii) Identidad y diferencias de género.

Con respecto a la primera, cuyos resultados han sido publicados aquí los autores abogan por un modelo económico de organización del trabajo en el que se incluya el concepto de identidad o identificación del trabajador con la empresa, que en este contexto se define como “sentirse insider”. Plantean un modelo sencillo de principal-agente e introducen el concepto de identidad. Encuentran interacciones interesantes entre la identidad y otros conceptos tradicionales como retribución y desutilidad del esfuerzo. En concreto, de su modelo se desprende que los trabajadores identificados con la empresa (insiders) necesitan menor retribución para ejercer su trabajo adecuadamente y además, la desutilidad del esfuerzo que realizan es menor. Dada la importancia de que el trabajador considere la empresa como suya y actúe en consecuencia, una de las lecciones que se desprende de esta teoría en el ámbito de la organización del trabajo es que los empresarios deben comportarse de acuerdo al objetivo de lograr que el máximo número de empleados se identifiquen con la empresa.

Con respecto a Identidad y Educación, Akerlof y Kranton (aquí) añaden el concepto de la identidad a la teoría económica de la educación. Los estudiantes, además de escoger su decisión educativa según los costes y beneficios futuros que ésta comporta, como en los modelos tradicionales de educación, también deciden sobre cómo comportarse o cómo encajar entre sus semejantes. De esta manera, pueden elegir bien comportarse como los buenos estudiantes (jocks o insiders) o como los que perturban el orden de la clase (burnouts o outsiders). Por otra parte, las escuelas, como instituciones sociales, tratan no sólo de desarrollar las habilidades cognitivas de los estudiantes, sino también de impartir normas sociales sobre cómo los individuos debieran ser y comportarse. Estas normas difieren en función del tipo de escuela – privada o pública, religiosa o laica, etc. En algunos casos las normas son explícitas y en otros son implícitas, pero se transmiten en cualquier caso. Este planteamiento permite entender el fenómeno observado de estudiantes que continuamente perturban el orden de la escuela, y que no podía ser entendido por la modelización estándar de la teoría económica de la educación.

Por último, con respecto a Identidad y diferencias de género, las dos categorías relevantes serían “hombre” o “mujer”, y cada una de ellas lleva asociados unos determinados comportamientos o normas sociales estándar. Así, una norma social como “los hombres debieran trabajar en el mercado de trabajo y la mujer debiera quedarse en casa”, podría explicar por qué las mujeres han tenido tasas de empleo tradicionalmente mucho más bajas que los hombres. De la misma manera, la persistencia en la segregación ocupacional por género puede explicarse por la existencia de normas sociales que asocian algunos trabajos como “masculinos” y otros como “femeninos”. Dado que los individuos aumentan su bienestar o utilidad cuando se comportan de acuerdo a las normas, puede entenderse por qué las mujeres son tan reticentes a entrar en ocupaciones “masculinas” a pesar de que existan claros incentivos económicos a hacerlo. Finalmente, este tipo de planteamiento también permite explicar por qué las mujeres, incluso aquellas que trabajan en el mercado tantas horas o más que sus maridos, asumen una carga del trabajo en el hogar totalmente desproporcionada: Si la norma social dicta que el trabajo en el hogar es una tarea de mujeres, dado que la conformidad con la norma aumenta la utilidad, existe un claro incentivo a que estas diferencias persistan en el tiempo.