Emociones y números: diferencias de género en sofisticación estratégica

Por Santiago Sanchez-Pages

El pensamiento estratégico es crucial en nuestras interacciones cotidianas. El éxito cuando tratamos con otras personas en entornos familiares, educativos y laborales se basa en comprender que nuestros familiares, competidores, empleadores y compañeros también ajustan su comportamiento a los incentivos y a la conducta de los demás. Las personas con mayor “Teoría de la mente” (Baron-Cohen, 1991), definida como la capacidad de evaluar los pensamientos, emociones e intenciones de otros, establecen y mantienen mejores relaciones sociales. Las personas con mayor sofisticación estratégica obtienen mejores resultados educativos (Fe, Gill y Prowse, 2019) y en el mercado de trabajo (Choi, Kim y Lim, 2019).

Una parte de la literatura que investiga la persistencia de las brechas de género en el mercado laboral ha destacado el papel de las diferencias en el rendimiento competitivo de hombres y mujeres. Las resultados observados en experimentos y exámenes sugieren que las mujeres obtienen peores resultados que los hombres a la hora de desempeñar una tarea en competencia con otros (Libertad nos resumió lo hablado en NeG sobre este tema en esta entrada). También parece que las mujeres tienden a estar infrarrepresentadas entre los alumnos con mejor rendimiento en matemáticas (como os contamos aquí). Esta observación se ha tomado como prueba en favor de la popular hipótesis que argumenta que la varianza en capacidad cognitiva de los varones es mayor que la de las mujeres.

Sin embargo, existe bastante evidencia que muestra la importancia del sesgo de género percibido en el desempeño de la tarea bajo estudio. Las brechas de género en resultados bajo competición desaparecen en tareas en las que se espera que las mujeres rindan mejor (Günter, Arslan, Schwieren y Strobel, 2010, Shurchkov, 2012, Iriberri y Rey-Biel, 2017). La mayor varianza en el rendimiento de los hombres tampoco se da en todas las tareas (Hyde y Mertz, 2009, Taylor y Barbot, 2021).

Aunando toda esta evidencia, cabe preguntarse si el sesgo de género percibido en las interacciones estratégicas también afecta de manera diferencial a la sofisticación estratégica de las mujeres y los hombres, tanto en media como en varianza. Si es así, dada la relevancia del pensamiento estratégico en nuestras vidas, este mecanismo podría contribuir a explicar la existencia de brechas de género en el mercado laboral y en resultados educativos

¿Cómo puede ese sesgo percibido afectar a nuestra sofisticación estratégica? Sin duda, la capacidad cognitiva (que podemos considerar como un rasgo más o menos fijo) influye en la profundidad de nuestro pensamiento estratégico. Pero también sabemos, desde la “Teoría de los 3 niveles” de Selten (1978), que la atención y la motivación afectan a nuestra comprensión de las interacciones estratégicas, así como a nuestro razonamiento sobre los demás. Es probable que mi percepción sobre si la interacción en la que me encuentro es favorable o no a mi género afecte mi disposición a comprender “las reglas del juego”, los incentivos de los demás y a discernir qué estrategia es más adecuada para mis objetivos.

Esto es lo que María Cubel y yo estudiamos en un artículo recientemente publicado (accesible aquí). Realizamos dos experimentos, cada uno con un juego de dos personas y que presumimos serían percibidos con distintos sesgos de género. El primero utilizaba el diseño de Grosskopf y Nagel (2009): los dos participantes debían escoger un número entre 0 y 100 con el objetivo de acercarse lo más posible a dos tercios de la media de los dos números elegidos. Quien más se acercaba, obtenía un premio monetario. Debido a que las estrategias era números y a su componente matemático, pensamos que este juego sería percibido como favorable a los hombres. En el segundo juego, los participantes se ponían en la piel de un entrenador que debe seleccionar dos jugadores de entre los cuatro disponibles para un torneo contra el equipo de su oponente. Estos jugadores eran imaginarios y se representaban mediante fotografías de sus ojos. Los dos equipos se cruzaban en cuatro partidas. El entrenador con más partidas ganadas, se llevaba un premio monetario. El ganador de cada partida se decidía por la tabla siguiente.

Pero para elegir a sus jugadores favoritos, los participantes/entrenadores no podían seleccionar las fotografías. Tenían que seleccionar las palabras que representaban el estado emocional del jugador que querían seleccionar: “Cauto”, “Expectante”, “Reflexivo” e “Inquieto”. Este diseño se basa en el Test de la Mirada (Baron-Cohen, Wheelwright, Hill, Raste y Plumb, 2001), que mide la capacidad de atribuir y reconocer estados mentales en otros. Pensamos que este juego sería percibido como favorable a las mujeres dado el estereotipo que dice que las mujeres poseen una mayor capacidad para reconocer emociones en los demás (Si quieres poner a prueba tu capacidad, trata de asociar cada palabra a una imagen; la solución, al final de esta entrada).

Los dos juegos son comparables porque ambos tienen una estrategia con la que nunca se pierde: Elegir cero en el primero y los dos jugadores abajo de la tabla en el segundo juego. Eso implica que las creencias sobre la sofisticación de los demás son irrelevantes. Esto es importante porque estudios previos, incluidos los nuestros, muestran que también hay diferencias de género en las creencias que hombres y mujeres tienen sobre las acciones y la sofisticación estratégica de los demás.

Los resultados de los dos experimentos no son buenas noticias para la teoría de juegos. En el primer experimento solo 1 de cada 6 participantes eligió la estrategia ganadora (la que predice la teoría). En el segundo, la proporción fue un poco mayor, 1 de cada 5. Como nuestro diseño nos permitía distinguir los jugadores que los participantes seleccionaban de aquellos que creían estar seleccionando, pudimos apreciar que el reconocimiento de las emociones les dificultaba identificar la estrategia ganadora. Si mirábamos a las elecciones que creían estar haciendo (es decir, sin el error en asociar las palabras a las fotografías), la proporción de participantes que jugaron de acuerdo con la teoría era 1 de cada 2.

De acuerdo con nuestras expectativas, observamos que los hombres eligieron significativamente más a menudo la estrategia ganadora en el primer juego (25% vs 7%), pero no en el segundo. Los hombres también mostraron una mayor variabilidad en sus respuestas y en su pago esperado en el primer juego, escogiendo números extremadamente altos con más frecuencia que las mujeres. En el juego de los entrenadores, esa variabilidad no se dio. Como preguntamos a nuestros participantes qué genero creían que lo haría mejor en cada juego, pudimos observar que quienes respondieron que el juego era favorable para el otro género lo hicieron peor, sugiriendo que, en efecto, los sesgos percibidos en las interacciones afectan a nuestra sofisticación estratégica.

Pero también encontramos un resultado que nos sorprendió. Y es que, en ambos juegos, las mujeres estuvieron infrarrepresentadas entre los participantes con mayores pagos esperados (que usamos como medida de desempeño). Este resultado puede verse en el siguiente gráfico, que muestra el porcentaje de mujeres en cada percentil superior de desempeño. La perfecta igualdad por género se daría si hubiera un 50% de mujeres en todos los percentiles máximos de la distribución, ya que las mujeres constituían el 50% de nuestra muestra. Sin embargo, vemos que esto se cumple solo hasta el top 45%. A partir de ahí, la proporción de mujeres entre los mejores desempeños disminuye considerablemente, hasta representar una magra cuarta parte de los participantes en el top 15, 10 y 5%.

Este patrón que observamos en nuestros sencillos juegos de dos personas es sorprendentemente similar al de los resultados de matemáticas y lectura en PISA (Machin y Pekkarinen, 2008, OCDE, 2020), en exámenes y concursos de matemáticas en Estados Unidos (Ellison y Swanson, 2010) y en el examen MIR, como nos contaba Nacho Conde. Este resultado también es inquietante porque la brecha en representación en los niveles más altos de sofisticación estratégica que observamos se mantiene en el juego de los entrenadores, que incluye una tarea percibida abrumadoramente por nuestros participantes como favorable a las mujeres. Los dos juegos que analizamos tienen en común ser competitivos; había un premio en liza. Sería interesante analizar la existencia de diferencias de género en comportamiento estratégico en juegos no competitivos.

(Solución a la prueba: por orden de arriba abajo, las palabras que corresponden a cada imagen son “Cauto”, “Expectante”, “Inquieto”, “Reflexivo”. Aprovecho para dar las gracias a las personas que nos ayudaron desinteresadamente a calibrar este diseño.)

Hay 2 comentarios
  • Los dos juegos no me parecen de equivalente dificultad. En el segundo se aprecia a simple vista que escogiendo la última jugadora no se puede perder.
    Por el contrario, el juego matemático implica darse cuenta que la media de 2 valores está equidistante de ambos y que el menor de ellos siempre estará más cerca de 2/3 de la media.

  • Gracias por el comentario.

    En primer lugar, me gustaría aclarar que en el "juego de los entrenadores" se debían seleccionar dos jugadores, no uno. Si bien es fácil identificar que el jugador cuarto debe ser parte de la estrategia optima, el otro jugador no esta tan claro, como atestigua el hecho de que incluso eliminando el error en el reconocimiento de emociones solo 1 de cada 2 participantes escogió el par ganador.

    Entiendo que el comentario sugiere que si los dos juegos tienen diferente dificultad, eso puede introducir factores que dificulten la inferencia. Es un argumento plausible. Sin embargo las tasas de éxito en la elección de la estrategia ganadora no fueron tan diferentes: 1 de cada 6 en el primero y 1 de cada 5 en el segundo.

    Dicho esto, los dos juegos no son isomorfos; era difícil que lo fueran dado que queríamos variar la naturaleza de las estrategias. Pero esa es una limitación de nuestro estudio.

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