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¿Por qué necesitamos a los “talibanes de la competencia”?

En un comentario a un post anterior un lector se refería genéricamente a las instituciones de defensa de la competencia con el nombre de “talibanes de la competencia”. En este post voy a elaborar sobre cómo estos talibanes contribuyen a incrementar la innovación y la productividad de las empresas al hilo de los hallazgos de un working paper presentado en la última conferencia de la American Economic Association.

¿Por qué tanta insistencia con la competencia?

Todos los programas de reforma de la economía español bien sea del FMI, el propio libro de Nada es gratis o incluso el programa electoral del PP incluyen una llamada a la realización de reformas estructurales que consigan incrementar la competencia en los mercados, sobre todo en los servicios. ¿Por qué esta insistencia en aumentar la competencia? Una motivación fundamental reside en el vínculo que se presupone entre mayor competencia y la más importante tarea que tiene que acometer España: promover la innovación y aumentar la productividad para generar nuevo crecimiento económico. ¿Cuál es la evidencia teórica y empírica sobre este vínculo?

Competencia, productividad e innovación: El ambiguo vínculo teórico

Debería ser meridianamente claro que una mayor competencia entre las empresas beneficia a los consumidores. Sin embargo, el vínculo teórico que une mayor competencia con innovación, crecimiento económico y productividad no es obvio. De hecho, desde un punto de vista conceptual se puede defender exactamente lo contrario. Una alta competencia en el mercado podría desanimar a invertir en innovación si las empresas anticipan que los beneficios potenciales de esta innovación pueden ser arrebatados por los competidores. Es decir, si el beneficio extra que se pueda generar innovando se puede disipar debido a la alta competencia pues…que inventen otros!

Por el contrario hay argumentos teóricos que sí apuntarían a un efecto positivo de la competencia sobre los incentivos a innovar. Una alta competencia en el mercado obliga a los dominadores actuales de una industria a continuar innovando (recomiendo un libro que ilustra este incentivo de manera muy amena titulado “only the paranoid survive”). Desde este punto de vista la competencia promueve el crecimiento económico porque incentiva a las empresas a recortar costes innecesarios, a vaguear menos y a introducir nuevos productos y/o nuevos procesos de producción ante el miedo de que la competencia les deje atrás. Dicho de una manera un pelín más técnica, la competencia reduce las rentas de “no innovar” más que las rentas de “sí innovar” y de ahí el mayor incentivo de las empresas a invertir en innovación cuando operan en ambientes más competitivos. Para el lector interesado en profundizar en este tema recomiendo un excelente libro muy corto y que se lee muy bien escrito por Philippe Aghion y Rachel Griffith Competition and Growth.

Competencia, productividad e innovación: La evidencia empírica

Si el argumento teórico es ambiguo ¿por qué tanta insistencia y unanimidad en pedir reformas estructurales que promuevan la competencia? Más allá del efecto beneficioso para los consumidores, el hecho es que hay una sólida literatura empírica que muestra una relación positiva entre mayor competencia y mayor productividad e innovación empresarial. Stephen Nickell encuentra evidencia que la competencia aumenta la productividad y Richard Blundell junto con otros autores reportan un efecto positivo de la competencia que afrontan las empresas directamente sobre su actividad innovadora. Ambos estudios empíricos están realizados con datos empíricos del Reino Unido y por ello pueden estimar los efectos de los cambios en la competencia que ocurrieron en ese país con las privatizaciones de los años 80 y 90, las reformas asociadas a la integración en la Unión Europea y una apertura generalizada de sus mercados. Por último Philippe Aghion con otros autores muestra cómo el efecto positivo de competencia sobre innovación es positivo en media pero tiene una forma de U invertida sugiriendo que para niveles muy altos la competencia efectivamente puede llegar a tener una efecto desincentivador sobre la actividad innovadora.

Ante esta literatura, no nos debería extrañar los hallazgos de Günster, Carreee y van Dijk que mencionaba al principio del post que proporcionan evidencia directa de por qué necesitamos a los talibanes de la competencia. Los autores estudian una muestra de 141 empresas que formaron parte de cárteles descubiertos y sancionados por las autoridades europeas entre los años 1983 y 2007. El ejercicio que se realiza consiste en comparar las actividades y resultados de las empresas antes, durante y después de su pertenencia al cártel. Como era de esperar, los beneficios de las empresas son más altos los años de duración del cartel. Es decir lo pactos de no competencia son lógicamente rentables para las empresas. Sin embargo, las ventas por empleado y los gastos en I+D son más bajos sugiriendo que cuando se relaja la importancia de la competencia como mecanismo disciplinario, baja la productividad de las empresas así como el incentivo a innovar. Es decir, cuando los talibanes de la competencia pusieron fin a la colusión de las empresas éstas aumentaron su productividad y sus gastos en innovación. ¡Precisamente lo que necesitamos en España!

Una reflexión

España necesita más en lugar de menos defensa de la competencia. Ello contrasta con la anunciada desaparición de los tribunales de defensa de la competencia autonómicos de Castilla y La Mancha y Madrid (y probablemente alguno más) que ya debatí en otra ocasión. Es cierto que desde finales de los años 80 hemos avanzado un largo camino hacia una cultura y estrategia empresarial más pro-competencia. En mi primer año de profesor en España un alumno me relataba el shock que había supuesto para su empresa el cambio de paradigma. En su sector (omito el nombre para no herir susceptibilidades) en el pasado era tradición fijar los precios de venta al consumidor final en una comida. En dicha comida se reunían los directores generales de cada empresa competidora en el mercado junto con un alto cargo del Ministerio de Economía y Hacienda que “oficializaba” el acuerdo. Pues bien, en muy pocos años, por el cambio de legislación, habían pasado a un modelo en el que tenían prohibido hablar con los competidores sobre precios hasta el punto que se les había presentado la Guardia Civil en sus oficinas para perseguir cualquier indicio de delito en contra de la competencia. La literatura especializada nos muestra que este tipo de acciones pro-competitivas de las instituciones promueve la productividad, la innovación y por ello el crecimiento económico. ¡Lo necesitamos !