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Si los políticos no llegan a acuerdos... ¿Votamos distinto?


none of the aboveDe Pedro Rey Biel (@pedroreybiel)

Uno de los resultados más destacados por la prensa sobre el último sondeo del CIS ha sido que el PSOE es "el partido preferido de los españoles, pero se hunde en intención de voto hasta la tercera posición". Ésto, que en un principio nos puede parecer una contradicción (o peor aún, fruto de un sistema electoral corrupto o no representativo de los votos), comienza a tomar sentido cuando uno reflexiona sobre el tremendo cambio que supone el que hayamos pasado de tener dos a cuatro partidos con posibilidades de entrar en el gobierno. En el proceso de adaptarnos a esta nueva situación, en la que los representantes políticos son conscientes (aunque hasta ahora incapaces) de la necesidad de llegar acuerdos, ¿puede ocurrir que el método de votación no permita a los votantes expresar sus preferencias por estos partidos de forma que se pueda explicar que el partido "preferido" no sea el "más votado"?

Una de las cosas que parece quedar más claro en esta campaña es que da la sensación de que las preferencias de los votantes, o al menos la interpretación que hacen de ellas los candidatos, están más definidas respecto a quién NO queremos que gobierne que al contrario. Utilizando las políticas de pactos expresadas desde diciembre, parece que los votantes del PP y de C's no quieren que gobierne Unidos Podemos, mientras que ocurre lo contrario con los votantes de Unidos Podemos respecto a PP y C's. Igualmente, los votantes del PSOE parecen vetar cualquier acuerdo de gobierno con el PP. De esta forma, el único partido no vetado por nadie sería el PSOE. Pero, como vemos en el CIS, no ser vetado por nadie sólo le permite ser tercero en intención de voto... si el sistema electoral se mantiene.

¿Qué es lo que quiero decir? Pues que quizá en un entorno tan nuevo y con preferencias más "en contra de" que "a favor de", un sistema electoral que asigna un voto a cada votante puede no ser el que mejor represente sus preferencias, especialmente si los votantes tienen más claro quién quiere que no gobierne que quién quiere que lo haga. El problema reside en que las preferencias y los votos están expresados en lenguajes distintos: mientras que las preferencias posiblemente tengan un mayor componente cardinal (somos capaces de distinguir cuánto más prefiero un partido a otro), la mayoría de los sistemas de voto utilizados son mucho más ordinales (o te voto, o no te voto). Traducir esas preferencias cardinales a un único voto, puede no ser trivial si uno duda entre que dos partidos son sus preferidos (y tiene muy claro cuál es el que odia). Por tanto, ¿realmente la formación de gobierno que (esperemos) tengamos después de las elecciones, será la que mejor traduzca, la que mejor represente, las preferencias de los electores?

Podríamos pensar en sistemas electorales alternativos. Entre los muchos posibles (qualitative voting, sistemas de puntos positivos y negativos...), uno de ellos, "Approval Voting" (Voto aprobatorio), tiene algunas características que lo hacen especialmente adecuado para la situación actual. El sistema consiste en que los votantes pueden votar, sin ninguna limitación, por todos aquellos partidos que quieran, de forma que dejen sin votar aquellos que realmente desaprueben, y el ganador fuera el partido con más votos "aprobatorios" (o menos en contra). De esta forma un sistema de voto aprobatorio permitiría hasta cierto punto que los votantes buscaran el acuerdo de gobierno, ese que no consiguen los políticos con sus pactos, dejando fuera de su voto sólo a quienes de ninguna manera quieren que entren en el gobierno.  Con el sistema actual, no está claro ni que vaya a haber acuerdo de gobierno que evite unas terceras elecciones, ni que un gobierno de acuerdo no incluya a partidos que sean los más odiados por una parte importante de los electores. Con Approval Voting, se podría conseguir que los partidos de gobierno provocaran más consenso (aún con el peligro de favorecer siempre a las opciones más moderadas). Como hemos visto, si fueran ciertas las preferencias arriba expresadas y los resultados aproximados de las encuestas (que al menos dan un 15% de voto a cada uno de los cuatro partidos), las perspectivas de cada partido para el 26-J serían muy distintas de las actuales.

approval voting¿O no? Dichas perspectivas serían distintas realmente suponiendo que los votantes realmente trasladen su disgusto con uno de los partidos a que ese partido sea el único que no aprueben. Es decir, suponiendo que los votantes sean sinceros. La sinceridad implicaría votar a todo partido que no te desagradara demasiado, siempre y cuando no tuvieras una preferencia muy fuerte por un único partido. Pero ocurre que bajo cualquier sistema de votación, los votantes pueden no ser sinceros, sino estratégicos. En ese caso asignarán los votos no basándose únicamente en sus preferencias, sino también en las expectativas que tienen de que ganen unos u otros partidos (lo que tradicionalmente hemos llamado "voto útil").

¿Cómo evitar que los votantes sean estratégicos y, por tanto, sus votos sean una traducción lo más fidedigna posible de sus preferencias? En un artículo  junto con Miguel A. Ballester, identificábamos dos características que limitan la capacidad de comportarse estratégicamente y, por tanto, nos acercan a votar de forma sincera en sistemas de votación que, como approval voting, buscan acercar el lenguaje de las preferencias al de los votos: 1) el tamaño del electorado (cuántos más votantes, menos decisivo será mi voto y por ello, menos interés tengo en ser estratégico) y 2) la incertidumbre sobre los resultados (cuánta menos información tenga sobre cómo votarán los demás, menos consideraré cómo mi voto va a influir). Un mensaje, por tanto, de nuestro artículo es que si estamos interesados en que el nuevo gobierno represente lo mejor posible las verdaderas preferencias de los electores, sería deseable no sólo que la participación fuera alta sino que no pusiéramos tanto énfasis en las encuestas, que nos pueden llevar a votar a unos a otros en función de que parezcan futuros vencedores o perdedores. Al poner el foco en los posibles resultados, da la sensación de que perdemos de vista las políticas que se proponen (que, ya que hoy me he saltado lo de "no hablar de política, sino de políticas", les recuerdo que comentamos recientemente en esta entrada), y nos centramos sólo en quién va a ganar. Ésto nos convierte en forofos estrategas, más que en votantes. No me extrañaría oir cualquier día de estos a un locutor deportivo preguntando el minuto y resultado de las encuestas..."¿Cuánto queda, José Francisco?". Esperemos que para empezar a solucionar los graves problemas de este país, no quede mucho.

Nota: Obviamente la entrada entra en el terreno de la política-ficción. Si los partidos no se ponen de acuerdo para formar gobierno ¿Cómo se van a poner de acuerdo para cambiar el sistema electoral?