De Pedro Rey Biel (@pedroreybiel)
Llamaba el otro día la atención Libertad González en esta entrada, sobre un gráfico aparecido en el New York Times, que mostraba cómo los alumnos de los distritos más ricos de Estados Unidos llegaban a estar hasta cuatro cursos por delante de los alumnos de distritos pobres, en términos de su desempeño en las últimamente tan criticadas pruebas estandarizadas. Ante la sospecha de que éste tipo de desigualdad se puede estar también produciendo en nuestro país, está claro que el primer paso es ser conscientes de ello, para lo que la publicación de resultados provenientes de evaluaciones objetivas, que siempre son mejorables y que deben estar diseñadas para no crear estigmas absurdos y erróneos, es fundamental. Pero, como se preguntaban algunos lectores, una vez las conocemos, ¿qué se puede hacer para corregir las desigualdades en educación?
Una posibilidad son las llamadas políticas de discriminación positiva ("affirmative action"). Parten de la existencia de un grupo que se encuentra en desventaja frente a otro, debido a razones que no son su responsabilidad (discriminación histórica, prejuicios, diferencias de riqueza por motivos exógenos...). Los ejemplos clásicos son la población afroamericana en Estados Unidos o las mujeres en aquellos países, como el nuestro, en los que por razones culturales han existido importantes dificultades para su incorporación al mercado laboral. Pero esas desventajas también pueden existir entre los niños que, por ejemplo por razones económicas, acuden a colegios con menos medios o en los que el nivel de sus compañeros (o el de sus profesores) les impide desarrollar todo su potencial. Ésto puede suponer una desventaja clara a la hora de acceder a la universidad, especialmente si existe una prueba común para el acceso, en la que los alumnos que provienen de centros con menos medios obtienen peores notas. Para que se hagan una idea, miren este gráfico, también del New York Times, que muestra el porcentaje de alumnos que van a la universidad en Estados Unidos, en función del percentil de renta al que pertenecen sus padres. Aunque en España, la mayoría de alumnos acuden a universidades públicas, la situación no es mucho mejor.
Ante estas perspectivas, existe el riesgo de que los alumnos desaventajados se rindan, y se esfuercen poco en el colegio porque apenas tienen posibilidades de que ese esfuerzo les sirva para mucho. El problema es que, esforzándose menos, reducen todavía más sus posibilidades de éxito. Por ello, si nos preocupa el esfuerzo que los alumnos realizan durante la etapa pre-universitaria, uno podría plantearse una medida de discriminación positiva que aliviara las escasas expectativas de éxito de los alumnos aventajados. Una posible medida de discriminación positiva sería reducir la nota necesaria para acceder a la universidad de aquellos colectivos de alumnos que, por razones ajenas a ellos, se encuentran en desventaja. De esta forma, el objetivo no sería tan inalcanzable.
Como conocerán, las políticas de discriminación positiva, que pueden diseñarse como reducciones en los requisitos exigidos a un grupo, pero también, como se hace frecuentemente, con cuotas, crean mucha polémica. El argumento más importante que subyace a las críticas es el de que al rebajar los requisitos de acceso para un grupo, se estimula precisamente el que se esfuercen menos que los demás, perpetuando la desigualdad inherente. Por tanto, existen argumentos tanto para defender que la discriminación positiva favorece un mayor esfuerzo, al mejorar las expectativas, como para defender que el esfuerzo se reduce, al exigir menor...!y quizá ambos argumentos sean correctos!
Imaginemos que mi equipo de fútbol del colegio se enfrenta en un partido al Barça (el ejemplo funciona aún mejor si piensan en el Barça de hace un par de temporadas). Es obvio que mi equipo no tiene ninguna posibilidad de ganar y, por tanto, ni intentaremos esforzarnos (si me hubieran visto jugar al fútbol, lo tendrían aún más claro). Supongan ahora que el árbitro nos concede unos cuantos goles de ventaja. Parece claro que cuántos goles nos concedan puede influir en nuestro esfuerzo: sin son 8 ó 9, igual nos esforzaremos más porque es difícil meter 10 o más goles en 90 minutos. Pero si nos dan 40 goles de ventaja, probablemente ni nos esforcemos, porque lo más probable es que ganemos sin importar lo que hagamos. Por tanto, estamos ante una pregunta claramente empírica que puede ser interesante estudiar en un entorno controlado que te permita variar el tamaño de la medida de ayuda, el número de goles de ventaja.
Ésto es precisamente lo que hicimos en un experimento realizado junto con Caterina Calsamiglia y Jörg Franke. Planteamos una competición entre niños de dos colegios muy similares, en lugar de hacerlo entre un colegio rico y otro más modesto. La existencia de una desventaja no era por tanto ni la renta de los padres ni los medios disponibles en el colegio, sino el hecho de que en uno de ellos, por razones ajenas a los alumnos (y también a nosotros como investigadores), les enseñaban en sus clases a practicar con la tarea que nosotros utilizamos en nuestra competición: hacer sudokus sencillos de 4x4. De esta forma, un niño de un colegio en el que no practican haciendo sudokus está en desventaja cuando compite con uno en el que sí lo hacen. Para corregir por esta desventaja, les decimos a un grupo de los alumnos del colegio donde nos les enseñan a hacer sudokus que ganarán la competición, y un premio, mientras el niño del otro colegio, no hagan un número determinado de sudokus más que él. Variando además este número, podemos observar cómo el tamaño de la compensación, frente al tamaño de la desventaja, que obtenemos midiendo la habilidad individual previa de cada alumno haciendo sudokus, afecta al esfuerzo.
Nuestro resultado principal muestra precisamente, que existen condiciones en las que la discriminación positiva aumenta el esfuerzo de los alumnos desaventajados, frente a no haberles dado ninguna compensación. No sólo eso, sino que también encontramos que existen condiciones bajo las que los alumnos con ventaja también se esfuerzan más al enfrentarse a un alumno desaventajado al que están compensando: en lugar de rendirse porque la competición es "injusta", reaccionan poniéndose las pilas porque ahora la competición está "más igualada". Por último, también observamos que los alumnos que más aumentan su esfuerzo, son aquellos para los que la medida puede realmente suponer un cambio en quién es el ganador de la competición. Es decir, los alumnos desaventajados que tienen una alta habilidad haciendo sudokus (aunque no hayan practicado en el colegio) y los alumnos que han practicado en el colegio, pero que no son muy hábiles. Este último resultado es esperanzador, puesto que implica que la medida afecta principalmente a aquellos a los que justo estamos más interesados en que les afecte.
El mensaje de nuestro experimento no es que las políticas de discriminación positiva aumentan siempre el esfuerzo, sino que cuando están correctamente diseñadas, para lo cuál es fundamental poder medir de forma precisa el tamaño de la desventaja exógena, pueden en algunos casos aumentar el esfuerzo individual, al igualar más la competición. Es decir, el mensaje es que el prejuicio de que "las ayudas crean vagos" no es siempre correcto y, como vinimos discutiendo en este blog, el correcto diseño de políticas públicas es mejor basarlas en evidencia empírica. Por mucho que esa evidencia sea limitada, y por supuesto hacen falta muchos otros ejercicios empíricos, en los que por ejemplo, la fuente de desventaja no sea hacer sudokus sino uno de los motivos históricos por los que ha existido discriminación, mejor probar los efectos de las políticas basándonos en evidencia controlada, que en las ideas felices del político de turno.
Hay 9 comentarios
Ya sé que las cosas no son siempre lo que parecen (como reza el dicho, si así fuese, no haría falta la ciencia, bastaría el sentido común), pero realmente hace falta un experimento para mostrar que, dependiendo de la "intensidad" de la ayuda, se fomentará o no el esfuerzo?
Por otra parte, tampoco entiendo bien el mensaje de esta entrada teniendo en cuenta el contexto en el que se ha planteado (la educación). El objetivo de las políticas correctoras de las desigualdades, debería encaminarse a que todos los alumnos alcanzasen al menos unos objetivos mínimos. Pero tal como está planteada esta entrada, las ayudas a los más desfavorecidos no irían en esa dirección. Por ejemplo, permitirles el acceso a la universidad con menos formación (análogo a permitirles ganar aunque hayan resuelto menos sudokus), no es precisamente ayudarles o, al menos, no es el tipo de ayuda que una buena política debería perseguir.
Gracias por tus comentarios, Urano.
Respecto al primero, salvo que lo hagamos en un experimento controlado, el efecto a priori, tanto en los desaventajados como especialmente en los aventajados no está tan claro. Nuestra experiencia es que mucha gente tiene prejuicios sobre el tema que no son tan fáciles de rebatir sin datos. Nuestra intención era mostrar de una forma limpia que el efecto contrario al que algunos esperan puede ocurrir. Me alegro de que después de la explicación y del ejemplo del fútbol, te parezca tan obvio, porque estamos de acuerdo en que "el tamaño relativo de la compensación frente a la desventaja" importa.
En cuanto al segundo, la educación puede tener muchos objetivos. Uno sin duda es que accedan a la universidad los más capaces y los que realmente vayan a aprovecharla. Pero otro puede ser también el ayudar a mantener el esfuerzo durante la etapa escolar para que aquellos que sí que tienen capacidad pero se encuentran en desventaja por algo de lo que no son responsables, no se desanimen y mantengan su esfuerzo el tiempo suficiente para llegar a entrar en la universidad en condiciones lo más equitativas posibles. Obviamente, en algún momento se deben suprimir las ayudas y cada uno demostrar lo que vale, pero una vez se hayan corregidos los desequilibrios exógenos.
"Políticas correctamente diseñadas" ¿no es un oxímoron?. Es tautológico que las políticas "correctas" produzcan los resultados buscados, sin embargo, en la realidad, son mucho más habituales las "unintended consequences".
Es un buen ejemplo el de la población afroamericana en USA donde políticas que incrementaban los subsidios a las madres solteras aumentaron significativamente el número de ese tipo de familias con resultados desastrosos.
No es infrecuente tampoco que las "políticas correctas" sigan un cierto "buenismo" en el diagnóstico: mis compañeros de colegio no dejaron de ir a la universidad (o al instituto) porque se pidiera una nota más alta, si no porque si empezabas a trabajar a los 16 a los 18 tenías coche y eras tu el que invitabas al cine a las chicas. Tampoco ayudaba para ir a la universidad que a tu padre le hubiese ido bien instalando calderas o poniendo parqués, pidieran la nota que pidieran.
Teniendo en cuenta los motivos reales, quizás fueran políticas "más correctas" penalizar la contratación laboral de jóvenes menores de 24 años que, "por razones ajenas a ellos, se encuentran en desventaja" proporcionándoles así el incentivo correcto para ir a la Universidad o emitir órdenes de alejamiento de sus hijos para padres no universitarios a los que les ha ido bien laboralmente, para que así no puedan influirles "negativamente". O, alternativamente, que licenciados en filología clásica pasen más tiempo con jóvenes que, "por razones ajenas a ellos se encuentran en ventaja" que seguro que evita que vayan tanto a la universidad.
José Pablo:
No sea usted tan pesimista. Aunque lejos del ideal, existen políticas mejor y peor diseñadas. Mi mensaje es que para diseñarlas bien es necesario conocer los motivos del problema (como sugiere usted) y también el tamaño real de la desventaja, para no crear incentivos perversos. Para ello, es fundamental tener indicadores objetivos.
No pretendo sugerir que todos debamos ir a la universidad, ni mucho menos. Más bien al contrario, lo que sugiero es que aquellos que quieran hacerlo y tengan una desventaja por la que no son responsables (renta de los padres, calidad del colegio al que acuden, otros motivos de discriminación) puedan seguir haciéndolo. Sobre el que prefiera entrar en el mercado laboral antes o quiera dedicar su tiempo a invitar el cine a las chicas no tengo nada que decir.
"Una posible medida de discriminación positiva sería reducir la nota necesaria para acceder a la universidad de aquellos colectivos de alumnos que, por razones ajenas a ellos, se encuentran en desventaja".
Para hacer eso (respecto a un mundo sin esa medida) hay que aumentar la nota necesaria para acceder a la universidad a aquellos colectivos de alumnos que, por razones ajenas a ellos, se encuentran en ventaja. Esto último no es una discriminación muy "positiva" ¿no?.
No necesariamente hay que aumentar la nota de acceso de los aventajados, se puede disminuir directamente la de los desaventajados. En términos de puntuación y de condiciones de acceso ambas medidas tienen el mismo efecto, pero en términos de los incentivos que pueden dar a unos y a otros a esforzarse son dos formas muy distintas de "vender" la medida, que pueden provocar los efectos contrarios a los que se pretenden.
Pedro,
la solución de disminuir "solo" la nota de los desaventajados no me encaja sin aumentar el número de plazas: obviamente, para un número de plazas fijas, si no se deja a nadie fuera (que habría entrado con el sistema no modificado) no se puede incluir a nadie adicional.
La idea es que la discriminacion positiva puede ayudar a escoger a los mejores, independientemente de circunstancias ajenas. Por seguir con el ejemplo, lo eficiente sería que ganaran la prueba los que tienen mayores habilidades en los sudokus, independientemente de que les hayan entrenado o no. La selección no tiene por qué ser peor.
Comparto la tesis: cuanto más equilibrio entre los competidores, más se esforzarán en ganar. Si el partido ya está definido de antemano (sea por ventaja natural o artificial), no se esforzarán.
Ahora, duscrepo con el enfoque global del problema. La discriminación positiva es un método artificial para resolver un problema real.
El ejemplo plantea el ingreso a universidad con examen. Para resolver la desigualdad, se otorga un cupo mínimo a grupos desfavorecidos.
El problema es que llenar un cupo es fácil, pero no resuelve la desigualdad. Digamos, si la población tiene un 20% del grupo X, entonces ponemos una cuota del 20%, aún cuando tengan peores resultados de examen.
Eso permite que unas cuantas personas del grupo X accedan a la universidad. Pero el truco no afecta a la gran mayoría de los integrantes del grupo X.
El problema de fondo es que el frupo X tiene problemas anteriores a la universidad. La cuota ayuda a algunos, pero no resuelve el problema original.
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