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¿Modelos económicos con sesgos ideológicos?: El caso de la política (bi)lingüística

bilinguismoDe Pedro Rey Biel  (@pedroreybiel)

Recientemente hemos hablado en este blog sobre la relación entre la ciencia, la economía académica y el diseño de políticas públicas, por ejemplo aquí. Samuel Bentolila expresaba sus reservas frente a los modelos macroeconómicos utilizados para evaluar ciertas recomendaciones de política económica, y yo quiero hoy centrarme en los modelos microecónomicos, también usados para inspirar y evaluar medidas. En concreto, utilizaré un artículo reciente de Ramón Caminal y Antonio Di Paolo (resumido aquí en el recomendable blog de Barcelona GSE Focus), que ensalza las virtudes del programa de inmersión lingüística en Cataluña, dado que favorece "la adquisición de competencias en una lengua aparentemente redundante, expandiendo la cooperación entre comunidades con distintas lenguas". ¿Podemos entonces recomendar directamente este uso de políticas o debemos ser un poco más cautos antes de aplicarlas?

El artículo tiene el mérito de introducir un análisis riguroso sobre un tema atractivo y de actualidad. Además, los resultados del modelo que utiliza son perfectamente razonables bajo los supuestos que incluye. La idea principal que utiliza es el supuesto de que los idiomas no sólo sirven para comunicarse, sino que también definen nuestra identidad y, por tanto, nos crean un "coste emocional" cuando nos comunicamos en una lengua ajena. Por ello, aún asumiendo que la comunicación en un mismo idioma es deseable porque favorece los intercambios (culturales, económicos, sentimentales...), no resulta obvio que la existencia de un único idioma para todas las culturas sea óptimo, si los costes emocionales de perder uno de los lenguajes de al menos uno de los grupos son excesivos. Modelizar lo dicho hasta aquí con fórmulas matemáticas (que les ahorro) es relativamente sencillo y tiene la ventaja de que parte de un supuesto, la existencia del apego sentimental al idioma que, empíricamente, no parece descabellado. Lo siguiente, si se quiere hacer una recomendación política, sería comparar el valor de esos costes sentimentales (y, aunque no se incluyan en el modelo, también culturales) frente a las ganancias comunicativas de tener un único idioma común. Sin embargo, debido probablemente a las dificultades para tener datos objetivos que permitan hacer tal comparación, los autores del artículo siguen otra estrategia: utilizan la singularidad histórica de que la represión franquista forzó durante años al uso de un único idioma (castellano), para estudiar "como un experimento natural" los efectos de la política de inmersión lingüística, que se propuso recuperar la otra lengua (catalán). De esta forma, suponiendo que la comunicación entre comunidades que prefieren hablar en idiomas distintos es deseable por ser eficiente, valoran favorablemente la política de inmersión lingüística porque "reduce el coste para la población que habla el lenguaje mayoritario de aprender el lenguaje minoritario", y concluyen que funciona bien "porque fomenta el deseado intercambio entre las dos culturas".

¿Cuál es el problema? Creo que el fundamental es que al hacerse una evaluación tan general de una política, podemos olvidarnos hasta cierto punto de los supuestos restrictivos en los que se basa la recomendación. Por ejemplo, los mismos autores cualifican su resultado diciendo que el mismo es válido "sin tener en cuenta los costes de aprendizaje". Es decir, evalúan una política lingüistica sin tener el cuenta el coste de enseñar esa lengua a una parte de la población. ¿Cuál es el coste real de las subvenciones y facilidades existentes para aprender un idioma local? ¿Cuánto aumentaría dicho coste si se buscara un uso perfecto del idioma minoritario para todos los intercambios? Lo ideal sería cuantificarlo. Si bien es cierto que, como se discute en el artículo, en todo caso el coste de aprendizaje de una segunda lengua disminuirá "según disminuya la proporción de  personas que sólo hablan el idioma mayoritario" y que "será menor cuánto más se parezcan las dos lenguas", hacer una análisis coste-beneficio sin introducir en el modelo un coste fundamental podría llevar a conclusiones erróneas.

No son éstos los únicos aspectos que cualifican los resultados. Aunque los autores no lo dicen explícitamente, su valoración depende también del tamaño relativo de las poblaciones que hablan sólo el idioma mayoritario y del que habla ambas lenguas. Obviamente, si la primera fuera relativamente mucho más grande, su coste "sentimental" de cambiar a la lengua minoritaria podría implicar que la medida no fuera tan deseable. Es más, quizá sería interesante enriquecer el modelo teniendo en cuenta las interacciones que pueden existir entre los costes de unos y otros al utilizar una medida política u otra: al favorecer un lenguaje sobre el otro (cualquiera de los dos), es posible que el coste de cambiar de idioma de la población que se siente desfavorecida aumente (cualquiera de los dos), incrementando el coste identitario.

No parece tan difícil separar el reconocimiento de la existencia de un coste sentimental en el uso de un idioma de las recomendaciones sobre política lingüística. Por ejemplo, como comentamos en esta entrada, economistas poco sospechosos de no tener fuertes sentimientos identitarios y apego a un idioma, como Xavier Sala-i-Martín, se han mostrado contrarios al requisito que impone el catalán como única lengua vehicular en la universidad catalana, debido a la barrera de entrada que supondría para atraer a los mejores investigadores que no lo hablaran (aquí), argumento que recientemente  ha levantado una agria polémica entre el diario El Español y el actual rector de la Universitat Pompeu Fabra (aquí). En todo caso, considerar todos los costes de una forma aséptica (o interesada en el sentido contrario) podría llevar a pensar y evaluar políticas alternativas. Por ejemplo, dado que el modelo incluye el apego sentimental a la lengua como un coste para los que se comunican en un idioma que no es el suyo, ¿por qué entonces no orientar medidas políticas que favorezcan la reducción de ese coste sentimental? ¿Por qué no realizar campañas de comunicación que disminuyan el sentimiento identitario del uso del idioma para favorecer la eficiencia comunicativa?

Entiendo que les pueda parece inaudito que un gobierno de una región bilingüe trate de desvincular el valor sentimental del comunicativo en el uso del lenguaje pero, al menos en lo teórico, la construcción del modelo permitiría analizar ésta y otras políticas. Quizá una razón por la que los gobiernos no realizan campañas que disminuyan el valor sentimental asociado a los idiomas sea porque puede que para ellos ese coste sentimental no sea realmente un pasivo sino un activo. Algo de evidencia parece existir sobre ello. Por ejemplo, en este artículo empírico de Irma Clots ("Compulsory Language Educational Policies and Identity Formation"), comentado por Antonio Cabrales en esta entrada, se concluye: "usando datos de encuestas en Cataluña, observamos que aquellos que han estado expuestos a una enseñanza en catalán durante un mayor periodo de tiempo, tiene sentimientos catalanistas más intensos. El efecto también aparece entre quienes tienen padres de origen no catalán. Además, la reforma afecta a las preferencias políticas y a las actitudes sobre la organización óptima del estado" Obviamente, quienes estén más en contra de las medidas alternativas que comento en esta entrada, como el hacer campañas que reduzcan el apego sentimental a cualquier idioma, argumentarán que dichas medidas favorecen el monolingüismo, lo que terminaría por hacernos perder una valor cultural crucial.  Pero entonces, ¿Por qué no incluir en el análisis coste-beneficio el valor cultural que tiene el conservar un lenguaje minoritario? En un tema tan polémico, sería preferible que cualquier valoración de medidas lo hiciera con un modelo más completo que incluyera todos los posibles costes y beneficios pues, si no, se corre el riesgo de que se tomen medidas que no mejoran el bienestar de la sociedad en su conjunto.

Es cierto que el artículo de Caminal y Di Paolo tiene una segunda parte empírica en la que precisamente muestran que  la reducción de los costes de aprendizaje de la lengua minoritaria han favorecido el intercambio entre dos culturas y reducido la segregación, pero esta afirmación, que coincide con la predicción de su modelo teórico, está lejos de ser una evaluación completa de todos los costes y beneficios de la llamada inmersión lingüística. Mi mensaje es de precaución a la hora de recomendar y valorar medidas políticas bajo los supuestos restrictivos de nuestros modelos. Eso no los invalida en absoluto, pero nos obliga a ser meridianamente claros sobre su alcance. Como decía el estadístico George Box, "todo modelo es erróneo, pero algunos son útiles". La pregunta es: ¿Para qué? y ¿Para quién? Afortunadamente, el uso de modelos matemáticos y estimaciones empíricas permite un debate más informado y preciso sobre la validez de los argumentos basado en lo apropiado de los supuestos que se incluyen, en la resolución correcta de las ecuaciones y en la valoración empírica de los parámetros. Esta discusión académica, que pretendo fomentar en esta entrada, debería ser previa al uso, interesado o no, de nuestras conclusiones por parte de los políticos. En el caso de las políticas discutidas hoy, que unas u otras aumenten el bienestar de la sociedad a la que se aplican dependen de que sepamos valorar objetivamente qué costes y qué beneficios son mayores.