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Los Economistas de la Cara (que no... ¡La Cara de los Economistas!)

caraDe Pedro Rey (@pedroreybiel)

Recientemente me invitaron a una conferencia cuyo título prometía: "The Human Face in Economics". Algo así como "La cara humana de los economistas", que suena bastante hippie, pero que en realidad es la clásica conferencia de economistas "neoliberales desalmados a los que sólo les importa el libre mercado" (nótese la ironía... que estamos en julio). De hecho, parte de la gracia del workshop era que no tuvo lugar en un departamento de economía al uso sino en el Instituto de Estudios Avanzados de Toulouse (IAST), un centro interdisciplinar que invitó a psicólogos, informáticos, biólogos y economistas para hablar de la importancia que tiene nuestra cara, nuestro aspecto y la comunicación no verbal en las interacciones económicas (pueden ver el programa aquí). ¿A que suena interesante?

La idea principal de este tipo de investigación parte de una observación obvia: los seres humanos prestamos (¡mucha!) atención a nuestro aspecto y al de los demás, y estas características físicas pueden afectar a nuestras decisiones. Un ejemplo claro (y triste), pueden verlo en el clásico experimento en el que una chica atractiva (o no) pide ayuda para arreglar un pinchazo en un coche (tienen un video aquí). Como se pueden imaginar, la reacción de la mayoría de los hombres no es exactamente la misma dependiendo de quién pide el favor. Sin embargo, la mayor parte de la investigación económica no trataría la situaciones en las que quien pide ayuda es atractivo o no de forma distinta, puesto que entran en juego aspectos de comunicación no verbal que son difíciles de modelizar de forma objetiva y completa. ¿Quién decide qué características físicas son las que nos llevan a comportarnos de una manera u otra? ¿Quién valora esas características? Igual que somos heterogéneos en nuestro aspecto, también lo somos en nuestros gustos. Particularmente, no tengo claro cuál de las dos chicas del video me resulta atractiva (probablemente ninguna)... aunque si tengo claro que las señales que una y otra envían con su aspecto son muy distintas. Afortunadamente, existe investigación controlada en el laboratorio que puede ayudar a entender algunos de estos aspectos.

Una de las ponentes de la conferencia, Catherine Eckel, expuso varios de sus trabajos utilizando el llamado "trust game" (juego de confianza, del que ya les hemos hablado antes), para demostrar que solamente la cara (excluyendo otros aspectos como la ropa, el maquillaje o la actitud) contiene muchísima información relevante, en este caso, para decidir en quien confiar. El diseño de experimentos con este juego es bien sencillo: un sujeto, emparejado con otro, debe decidir cuánto dinero pasar al segundo. Esta cantidad transmitida se multiplica al llegar a las manos del segundo quien, a su vez, debe decidir si le devuelve alguna cantidad (!y cuánta!) al primero. Dado que el dinero se multiplica al cambiar de las manos del primero al segundo, lo eficiente es pasarlo puesto que ambos sujetos pueden beneficiarse de la transacción si es que el segundo sujeto es confiable y devolverá al menos la cantidad que recibió. Pero, si fueran ustedes el primer sujeto, ¿de qué dependería el que le pasaran alguna cantidad al segundo? Una manera inteligente de comprobarlo, explicada con más detalle en este artículo de Eckel y Petrie en American Economic Review, es diseñar tratamientos experimentales sistemáticos en los que, o bien los sujetos 1) no ven las caras de sus parejas, o 2) sí lo hacen, o 3) tienen la posibilidad de pagar por verlas. El resultado más interesante, que no sólo prueba que la cara transmite información, sino que los individuos somos conscientes de ello y la utilizamos, es que la mayor cantidad de dinero intercambiado ocurre cuando los sujetos deciden pagar por ver las caras de sus parejas. ¿Por qué? Pues porque 1) la gente traiciona menos cuando tiene que hacerlo "a la cara" y 2) el hecho de demostrar que estás dispuesto a invertir en una relación (pagar una cantidad por saber algo de con quíen interactúas, siquiera sus rasgos físicos) ayuda a incrementar la confianza mutua.

Este primer artículo publicado en 2011, no resuelve la interesante pregunta de qué rasgos faciales nos hacen ser más confiables. Una manera de averiguarlo, en la que trabajan actualmente varios de los ponentes, es categorizar los rasgos faciales de otros de forma objetiva. ¿Cómo? Por ejemplo, mostrando fotos de los sujetos a una población amplia, ajena al experimento inicial, de forma que establezcan una puntuación del 0 al 10 sobre lo atractiva que es cada cara, o el grado de confianza que inspiran. Agregando esas "notas", se puede tener una buena media (!y varianza!) objetiva de estas características, que posteriormente nos puede llevar a detectar sistemáticamente qué aspectos morfológico (por ejemplo, el grado de simetría facial) comparten aquellos en los que la gente, por ejemplo, confía más.

También hablaron en la conferencia sobre los efectos que pueden tener las características físicas en la memoria. Michele Belot presentó los resultados de un interesante experimento en el que a los asistentes a varias conferencias se les pedía, meses después, que asociaran títulos de ponencias a fotos de los ponentes. Este ejercicio, que puede parecer trivial, tiene importancia para la profesión académica, y para el mercado de trabajo en general, puesto que gran parte del prestigio profesional depende de las redes de coautores y de que los demás recuerden la contribución científica de cada autor. Curiosamente, y aún controlando por la calidad de cada investigador a través de índices medianamente objetivos como las publicaciones anteriores, las asociaciones eran más correctas para aquellos que tenían alguna característica física distintiva, que les hacía formar parte de una minoría. Es decir, dado que hay muchas menos mujeres en la profesión, y que la mayoría de los asistentes a las conferencias eran blancos caucásicos, éstos eran los mejor recordados. También los más atractivos.

Un paso más allá lo han dado algunos psicólogos quiénes, con la ayuda de potentes software gráficos, realizan experimentos similares manipulando las fotos de los sujetos para ver si ciertas características que ellos ya han asociado con distintos comportamientos individuales, como por ejemplo la distancia entre los ojos, o la amplitud de la boca, son utilizados en estos juegos por otras personas para confiar más o menos en ellos. Los programas no sólo permiten modificar las caras sino mezclar varias de éstas (80% de éste, 20% del otro) en caras realistas que se presentan a los sujetos como si fueran sujetos reales participando en los experimentos. Me llamó especialmente la atención el trabajo de Lisa DeBruine, quien desde su "FaceLab" ha demostrado que la similitud entre los rasgos físicos de dos individuos que interaccionan puede llevar a aumentar su grado de colaboración, lo que ella a su vez atribuye a razones evolutivas provenientes del deseo humano inherente por maximizar y preservar los propios genes. Aunque obviamente no necesitamos del software para comprobar si existe mayor colaboración entre sujetos de características similares (edad, género...), este tipo de manipulaciones informáticas (que los economistas no nos permitimos, puesto que engañan a los participantes del experimento al presentarles sujetos no reales) nos ayuda a ser mucho más precisos respecto a cuánto importan estos rasgos.

Pero claro, en la cara no sólo los rasgos físicos importan, sino también nuestras expresiones. La mayor parte de muestras interacciones se realizan en tiempo continuo, dándonos tiempo a reaccionar.. ¿Cuantas veces hemos querido pedir un favor y al ver la cara de la persona a la que se lo pedíamos hemos ido reculando y terminando no pidiendo nada? ¿Somos capaces de interpretar correctamente las expresiones de los demás? ¿Son estas expresiones universales, y por tanto, son igualmente interpretables si las personas con las que nos relacionamos son de distintas culturas o grupos demográficos? Son estas las preguntas que desde hace 50 años se hace el psicólogo Paul Eckman. Dado que están relacionadas con mi propio trabajo actual, no concluido, les invito a comentarlas en una entrada próxima.