De Pedro Rey (@pedroreybiel)
He empezado recientemente a colaborar con la iniciativa estadounidense "All of US" (antes conocida como Precision Medicine Initiative, PMI) como "behavioral scientist". El proyecto es extremadamente ambicioso, pues pretende reclutar una muestra representativa de al menos un millón de ciudadanos norteamericanos para hacer un seguimiento de su salud durante por lo menos diez años, usando, por ejemplo, su historia clínica digitalizada, su participación en cuestionarios sobre actitudes, hábitos y comportamiento e incluso a través del envío telemático directo de datos relacionados con la actividad diaria de los pacientes desde dispositivos electrónicos (número de pasos al día, patrones de sueño, presión arterial...), con el objetivo de desarrollar una medicina (más) personalizada, mediante el estudio de factores ambientales, de comportamiento (aquí es donde entro yo) y genéticos. El reto de conseguir que un grupo tan numeroso de pacientes acceda a compartir toda esta información con un proyecto de investigación de acceso público a investigadores y pacientes, pero en un entorno donde la medicina privada domina y las políticas sanitarias de "Obamacare" se está poniendo en cuestión, es formidable. Si, además de ello, se les pide que se mantengan involucrados con el proyecto y que cambien sus hábitos por otros más saludables, la cosa se pone difícil. Si encima cuando esta iniciativa de la administración Obama estaba lista para ser lanzada ha cambiado radicalmente el gobierno americano... A pesar de todo ello, el National Institute of Health (NIH), ha creído que la aportación de un grupo de economistas del comportamiento podría ser interesante para utilizar la psicología y los incentivos para conseguir la participación activa de la población en este proyecto común que (esperemos) puede suponer avances importantes en el conocimiento médico, a pesar de las reticencias individuales a dar acceso a información privada, a ser "molestado" para rellenar cuestionarios y demás. Como ya les hemos comentado en muchas ocasiones, es éste un ejemplo claro del problema de provisión de un bien público, donde el beneficio global es claro pero el beneficio individual puede no superar al coste de cada persona de colaborar.
Más allá de las dificultades, mi participación en esta iniciativa me ha supuesto también un problema ético. En particular, cada vez que recurrimos a "trucos psicológicos" que utilizan la información y los incentivos para fomentar que la gente haga aquello que hasta ahora no hacía, le vienen a uno a la cabeza palabras como "manipulación" y "paternalismo". A fin de cuentas, los economistas creemos en eso de la "preferencia revelada" y, por tanto, según nuestro modelo, la gente hace aquello que prefiere, por lo que intentar modificar el comportamiento puede entenderse también como un intento de cambiar nuestras preferencias. Pero, a su vez, si es relativamente tan sencillo modificar el comportamiento, ¿no será que los individuos no tienen unas preferencias tan formadas?, ¿no sería lícito utilizar la psicología para hacer ver a los individuos las ventajas de comportarse de una manera diferente?
El debate es importante. Respecto a la ética del uso de los incentivos, tienen aquí una buena entrada de M. A. Máñez. Respecto a la información y otros trucos, como muchos de ustedes sabrán, uno de los grandes impulsores de la utilización de la psicología en el diseño de políticas públicas es Richard Thaler, del que tanto les he hablado (aquí, aquí y aquí), y autor del famoso libro "Nudge" traducido al castellano (con cierta alegría) como "Un Pequeño Empujón". La mayoría de las medidas diseñadas bajo este enfoque provienen de experimentos controlados de campo, lo que les da un valor añadido al tratarse de políticas basadas en la evidencia, que en este blog tanto defendemos por ser intuitivamente preferibles a la incertidumbre que puede crear la idea feliz del político de turno. Ejemplos conocidos de estas medidas son el añadir una frase a los formularios de declaración de impuestos que diga que "la mayoría de los contribuyentes pagan sus impuestos a tiempo", lo que se ha comprobado que, por un efecto de información y presión social, adelanta considerablemente la fecha en que los contribuyentes presentan su declaración. Otro caso conocido es el uso de las "medidas por defecto", por ejemplo y como pueden ver en el gráfico, con la espectacular diferencia observada en las tasas de donación de órganos entre aquellos países en los que la opción por defecto es que uno es donante (los siete países de la derecha, en azul), y aquellos en los que para donar tus órganos debes declararte donante explícitamente (los cuatro países de la izquierda, en amarillo). Parece que el evitar el pequeño coste que supone tener que firmar un consentimiento y el indicar como norma social que lo habitual es ser donante, es suficiente para que prácticamente todos los ciudadanos se conviertan en donantes.
Algunas de estas medidas son tan fáciles de tomar, !y tan baratas!, que incluso en algunos países como el Reino Unido y Estados Unidos se han creado agencias gubernamentales, las llamadas "Nudge Units" (aquí y aquí), para inspirar importantes políticas públicas en ámbitos como el medioambiental, el sanitario o el ahorro personal que ayude a sostener los sistemas de pensiones. Si tienen interés, les recomiendo la lectura del libro "Inside the Nudge Unit" donde David Halpern, primer director de la agencia británica, describe la trayectoria de la agencia con sus logros... y sus sombras.
Como les digo, en los últimos tiempos ha comenzado un debate basado no tanto en el coste-efectividad de las "políticas de pequeños empujones", que en la mayoría de los casos es positiva, sino más bien en el problema ético de hasta qué punto se atenta contra la libertad individual al explotar la "falta de racionalidad" de los individuos. Tienen, por ejemplo, excelentes referencias sobre este debate aquí. De hecho, me sorprendió la cantidad de trabajos presentados en la última conferencia de la Economic Science Association (otro día les hablo de por qué la asociación internacional de economía experimental toma este nombre tan rimbombante... y tan ofensivo para otros economistas), dedicados a hacer una valoración cuantitativa de esta políticas que incluya también una valoración del coste ético de la falta de libertad. Entre ellos, destacó este artículo de Hunt Allcott y Judd Kessler. Pongamos un ejemplo de que no todas estas políticas son totalmente inocuas, a pesar de ser efectivas: las fotos de pulmones cancerígenos en las cajetillas de tabaco han ayudado a disminuir el número de fumadores pero, ¿alguno se plantea la molestia o el asco que puede producir ver estas fotos? ¿o el sentimiento de culpabilidad asociado a quienes no quieren, o no pueden, dejar de fumar, y se les insinúa de forma tan gráfica que su muerte es inminente?
Yo sigo sin tenerlo claro. Entiendo la necesidad de ser precavido al manipular a los individuos pero, ¿no es a fin de cuentas toda interacción social una manipulación? ¿Qué problema hay en realizar estas manipulaciones de una forma estudiada y sistematizada por el bien común?. Además, si la gente es tan fácilmente manipulable será que no sabe tan bien lo que les conviene y, por tanto,se les "ayuda" a tener en cuenta todos los costes y beneficios de sus acciones... Pero claro, ¿quién asegura que las manipulaciones se hacen "por el bien común"? ¿Quién vigila al manipulador?.