De Pedro Rey (@pedroreybiel)
El martes pasado les hablaba de lo interesante que me estaba resultando adentrarme en la investigación interdisciplinar, a raiz de mi participación en la conferencia sobre "La Cara Humana en la Economía" del Instituto de Estudios Avanzados de Toulouse (IAST). Hoy quiero hablarles de un artículo publicado en Science por uno de los organizadores de dicha conferencia, Jean-François Bonnefon, para poner de relieve las ventajas de encontrar preguntas importantes en campos de investigación que no son el propio, y las dificultades de encajar las diferentes metodologías de dichos campos.
El artículo ha tenido una enorme repercusión mediática (por ejemplo, aquí), puesto que plantea una cuestión crucial con el atractivo de apelar a lo que hasta ahora nos parecía ciencia-ficción, y hoy en día es ya un problema real: ¿Deben los coches automáticos incorporar sistemas de decisión ética que les permitan, ante la posibilidad de un accidente, decidir entre la vida del conductor y la de (quizá múltiples) transeúntes? Desgraciadamente, el artículo ganó aún más atención con la reciente muerte del primer conductor de un coche automático. La pregunta por tanto es ahora ya realista y lo primero que han hecho los investigadores es ver cuáles son nuestras preferencias sobre el dilema moral entre que los coches incorporen una función de decisión utilitarista, que minimice el número de muertes independientemente de si son las de los pasajeros o los transeúntes, o un sistema que proteja siempre a los pasajeros, que son quiénes deciden comprar el vehículo, y quizá no estén dispuestos a adquirir una máquina que decida matarles por el bien común. La respuesta que encuentran los autores es que este dilema existe: la mayor parte de la gente prefiere que los coches maximicen el número de vidas salvadas, pero a su vez, no estarían dispuestos a comprar esos coches, por mucho que les parezca estupendo que los coches automáticos existan (y los de los demás sean salvadores del máximo número de vidas posible). Esta respuesta introduce un problema grave de regulación y de provisión de incentivos a la compra de un tecnología que ya existe y que en principio es deseable por ser, en general, más segura.
El artículo tiene el mérito de plantear un debate acuciante (que por cierto, es el mismo que se ha utilizado este año en el Torneo Escolar de Debate de la Comunidad de Madrid,del que les hablaré otro día) y de ofrecer una pista sobre las posibles dificultades para resolverlo. Sin embargo, como economista, se me plantea un problema relacionado con las ventajas y desventajas de la investigación interdisciplinar. Es obvio que este dilema moral afecta a múltiples áreas de investigación: robótica, ética, economía... y que la mejor solución vendrá de las aportaciones compartidas desde distintos ámbitos. Sin embargo me pregunto hasta qué punto es un avance científico el que un grupo de psicólogos, utilizando su metodología experimental, similar pero diferente a la de los economistas, respondan a una pregunta que quizá ya habíamos contestado. Como recordarán de las múltiples veces en que les hemos hablado de experimentos económicos con los llamados "juegos de bienes públicos" (Public Good Games), el dilema del coche automático no es distinto en su esencia teórica de una situación en la que una persona debe decidir cuánto dinero repartir entre él mismo y donar una cierta cantidad a una segunda persona, cantidad que se multiplica al ser donada a un segundo. En ambos casos se trata de de entre el beneficio propio y el bien común. Además, la respuesta a dicho dilema de bien público es idéntica a la del articulo sobre coches automáticos: si no están involucrados en los pagos, la mayoría de la gente prefiere que el dinero se done para maximizar la eficiencia pero, cuando su beneficio está en juego, se olvidan de la eficiencia y buscan perder lo menos posible.
¿Cuál es entonces la diferencia entre el artículo de los psicólogos publicado en Science y los experimentos económicos sobre bienes públicos? (que también se han publicado en Science). Fundamentalmente dos, y ambas están relacionadas. La primera, es que los psicólogos tienen la habilidad de hacer una pregunta atractiva y concreta sobre salvar vidas y no sobre repartir unos pocos euros en un laboratorio (yo también lo he utilizado en el titulo de esta entrada para atraerles a ustedes a leerla). La segunda es que pueden hacerlo porque, a diferencia de la mayor parte de los experimentos económicos, los psicólogos hacen preguntas hipotéticas sobre situaciones potencialmente muy costosas por las que no pagan a los sujetos de sus cuestionarios condicionalmente a lo que responden. Idealmente, querríamos tener individuos votando a favor o en contra de una ley vinculante (¡no de una "consulta" hipotética!) que regulara qué sistema deben tener instalado los coches automáticos para decidir entre dos accidentes y, además, querríamos ver las decisiones reales de compra de los consumidores una vez estos coches automáticos estuvieran en el mercado. Dado que no se dan las condiciones para tener ninguno de estos dos tipos de datos, los experimentos son un buen recurso. Pero, les dejo con una pregunta abierta, ¿de qué tipo de experimentos aprendemos más sobre qué pasaría en la situación real? ¿De un experimento hipotético en el que se plantea una problema concreto donde lo que se juegan los individuos es (hipotéticamente) muy alto? ¿O de un experimento con pequeños pagos incentivados en una situación más abstracta? Yo no tengo clara la respuesta, pero lo que sí creo es que el diálogo entre diversas disciplinas nos debería ayudar a encontrar, en común, la mejor metodología para cada pregunta.
De momento, conduzcan con cuidado este verano. Nos vemos en septiembre.
Hay 1 comentarios
Muy interesante esta avanzadilla de lo que se puede estar debatiendo en unos anyos.
Te olvidaste mencionar la teoria de juegos. Creo que la respuesta mas racional seria: "prefiero salvar mi vida (la del conductor). Pero si todos los conductores acceden al mismo contrato, aceptaria que se diera preferencia a la de otras N transehuntes (N> el numero de pasajeros en mi vehiculo)'
Por supuesto, tenemos que asumir que yo tengo la misma probabilidad de ser transehunte que conductor, y que tanto el conductor como el transehunte circula con la misma diligencia.
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