de JdM2 (José de Marruecos y Juan de Mercado, ambos seudónimos)
Durante la campaña electoral previa a las últimas elecciones generales el Presidente del Gobierno prometió “una política económica como Dios manda”. Desde entonces ha pasado tiempo suficiente para apreciar, suponiendo que su comunicación con los círculos divinos haya sido fluida y que haya cumplido su promesa, si algo se puede aprender sobre cuestiones económicas de un Ser Superior que para difundir su conocimiento no tiene que sufrir a editores de revistas académicas ni a evaluadores anónimos. Lo que sigue es nuestra inferencia, bajo los dos supuestos de identificación anteriores, de lo que serían (o no) algunas de las directrices de una política económica de inspiración divina.
El misterio de la Santísima Trinidad. El equipo económico encargado de ejecutar la política económica ha sido trino: El Ministro de Economía, fundamentalmente dedicado a la representación internacional y a la reestructuración del sector bancario, el Ministro de Hacienda, encargado de la política fiscal, y el Director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, quién tiene entre sus funciones regulares la asistencia política y técnica al Presidente del Gobierno en los asuntos relacionados con la política económica, a pesar de que no se le conocen relaciones con el Espíritu Santo.
Bajo nuestra percepción, esta organización del equipo económico del Gobierno ha tenido tres consecuencias desafortunadas. En primer lugar, se ha echado en falta un programa económico coherente que, más allá de las urgencias creadas por la crisis, hiciera frente a las deficiencias estructurales de la economía española. En segundo lugar, la influencia del Gobierno español en foros e instituciones económicas internacionales se ha reducido notablemente. En cuestiones de política monetaria, tan relevantes en la situación actual, se ha perdido la presencia de un representante español en el Comité Ejecutivo del BCE. En lo relativo a la Comisión Europea, se ha intercambiado la posición de un Vicepresidente encargado de una materia tan importante como la Competencia por un Comisario con mando descafeinado sobre Energía y Cambio Climático. (Quizá, para compensar, el único punto que parece quedar en la agenda económica del Gobierno para el resto de la legislatura sea la “canonización” del Ministro de Economía como Presidente del Eurogrupo). En tercer lugar, el Gobierno ha dado señales de descoordinación en la comunicación de las políticas económicas, lo que guarda una cierta similitud con la tradición católica en la que dominicos, franciscanos y jesuitas, entre otros, han discrepado frecuentemente sobre bases doctrinales y su predicación. Y como ha sucedido muchas veces a lo largo de la larga historia de la Iglesia Católica, en la atribución de responsabilidades para la gestión de organismos reguladores y otras instituciones de relevancia económica, no siempre ha sido la orden monacal más ilustrada la que ha resultado ganadora.
Sacrificium intellectus. Las políticas económicas tienen efectos fundamentalmente a través de su impacto sobre las expectativas de los agentes. La confianza de estos en la credibilidad de las políticas es decisiva para la eficacia de las mismas, sobre todo cuando, como ocurre en el contexto actual, la incertidumbre es elevada. Para los que vamos escasos de fe, la confianza nace de la experiencia y la credibilidad se basa en tres principios: pensar (siempre) lo que se dice, decir (cuando sea oportuno) lo que se piensa, y hacer (cuando la ocasión lo requiera) lo que se dice.
Por el contrario, el Gobierno parece haber fiado casi exclusivamente la comunicación de sus políticas a la fe. Respetando la doctrina de San Ignacio, tan preponderante en muchas instituciones españolas, que reza: “Debo siempre creer, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina” (Ejercicios espirituales, 365), han usado frecuentemente slogans y argumentos contrarios a la evidencia empírica y que traslucían contradicciones notorias con los principios que nosotros, descreídos, pensamos que sustentan la credibilidad. Algunos ejemplos son:
“La existencia de raíces vigorosas”
“El contrato único es inconstitucional”
“La reforma laboral ha sido un éxito”
“Subirán las pensiones y se garantizará su sostenibilidad”
Y la última ocurrencia: “La crisis ya es historia”.
“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo, 22, 15-21). En el relato oficialista, “la responsabilidad y los esfuerzos de los españoles, junto a las medidas impulsadas por el Gobierno más reformista de nuestra historia democrática”, han evitado la ruptura del euro, salvado a España del rescate, y apuntalado el sistema bancario. En realidad, lo que fue decisivo a la hora de eliminar especulaciones sobre la supervivencia de la Unión Monetaria Europea fueron tres palabras pronunciadas en un idioma pagano (“whatever it takes”) a finales de julio de 2012 en Londres por otro ser superior cuyo nombre también empieza por “D” y que reina desde la margen norte del río Meno a su paso por Frankfurt. Una prueba evidente de ello es que la disminución de las primas de riesgo haya sido común a todos los países “estresados” de la zona del euro, fieles o infieles, ortodoxos o heterodoxos (Gráfico 1). A este respecto, el principal problema de la economía española, su elevada deuda exterior, ha seguido aumentando (Gráfico 2) y, como ha explicado Tano Santos, por lo que se refiere a la reducción de los tipos de interés de la deuda soberana española, los méritos de nuestro Gobierno son muy escasos.
Gráfico 1. Las primas de riesgo en la UME
Gráfico 2. Posición acreedora neta frente al exterior (%PIB)
Y en relación con el “inexistente” rescate, cabe realizar dos precisiones. Una es que tanto interés tenía nuestro Gobierno en evitar que España entrara en un programa oficial de rescate como el conjunto de instituciones internacionales que lo hubieran diseñado y ejecutado. Tras la experiencia de Irlanda, Grecia y Portugal, los riesgos de gestión y de implementación de un programa español eran muy elevados y, dado el peso cuantitativo y la importancia cualitativa de la economía española en la zona del euro, resultaba muy probable que el programa hubiera sido otro problema más, en lugar de una solución. En segundo lugar, el Gobierno, en realidad, tuvo que recurrir a la ayuda internacional para evitar el colapso de una parte muy importante del sistema bancario español. Hay que reconocer que, dadas las restricciones existentes entonces, el rescate financiero fue una solución inteligente e imaginativa que ha tenido resultados exitosos, si bien a costes elevados para el contribuyente español. No obstante, a falta de alguna revelación divina o humana, tenemos dudas sobre hasta qué punto hubo intervención sobrenatural en el diseño e implementación del rescate bancario.
La devoción mariana. Vanagloriándose de haber realizado “reformas estructurales”, el relato oficialista, desde dentro y fuera de nuestras fronteras, presenta las del mercado de trabajo y del sistema de pensiones como las mayores virtudes. En estos casos, hay que atribuir los méritos, en su mayor parte, al Ministerio de Empleo y Seguridad Social, cuya titular se encomendó a la Virgen del Rocío, quién fue condecorada, bajo otra de sus advocaciones, por el Ministro del Interior.
A nosotros nos parece que la ayuda de la Virgen no ha servido de mucho. Por lo que respecta a la reforma laboral, es cada vez más evidente que los principales problemas del mercado de trabajo español (baja productividad y baja tasa de empleo) no han sido resueltos (Gráfico 3). Al igual que en recuperaciones pasadas, el incremento del empleo se está produciendo mayoritariamente por la vía de la precarización asociada a la parcialidad y la temporalidad, lo que dificulta notablemente la recuperación del crecimiento de la productividad y, por tanto, la consecución de las ganancias de competitividad que han de pagar nuestras deudas frente al exterior. La reforma laboral ha servido únicamente para bajar los salarios (aquí o aquí). Pero como hay graves deficiencias en la regulación de la competencia en algunos sectores (electricidad, combustibles o telefonía, por ejemplo), los precios no han repercutido suficientemente la bajada de costes, con lo que la recuperación del consumo y las ganancias de competitividad de las empresas han sido menores. Ante estos problemas de regulación de la competencia, el Gobierno ha mirado para otro lado, demostrando claramente que no tiene ninguna vocación por reforzar la independencia y la capacidad técnica de los organismos reguladores.
Gráfico 3. La tasa de empleo
Otro grave problema es la existencia de gran número de trabajadores desempleados, sin apenas formación y con experiencia profesional solo en el sector de la construcción. La falta de medidas en favor del capital humano y las bajas tasas de salida del desempleo han aumentado mucho el paro de larga duración (tenemos cerca de 3,5 millones de parados que han permanecido en desempleo más de un año) y el paro juvenil, lo que hace todavía más probable que en recesiones pasadas que buena parte del desempleo se convierta en estructural o, como se dice en la jerga de los economistas mortales, que la histéresis genere aumentos permanentes del mismo. Por lo que se refiere a la reforma de las pensiones, a pesar de los nuevos factores de sostenibilidad y de revalorización (ver aquí), el sistema sigue siendo insostenible, al mismo tiempo que la protección de los jubilados se ha reducido al hacer recaer sobre ellos todo el riesgo que puede derivarse de futuros aumentos de la inflación.
Creemos que hay estrategias superiores (basadas en el contrato único, por lo que respecta a la reforma laboral, y en las cuentas nocionales de contribución definida, en el caso de las pensiones). No obstante, igualmente también nos parecería un grave error la derogación de las últimas reformas laborales y de pensiones, como piden algunos que escuchan a dioses menores.
La parábola de los talentos (Lucas, 19, 11-27). Ante la necesidad de aumentar la recaudación fiscal para hacer frente a las grandes demandas sociales derivadas de la crisis, el Gobierno, en contra de sus creencias declaradas, subió los impuestos, para después revertir parcialmente dicha subida. El desplome de los ingresos fiscales (en casi 6 puntos porcentuales del PIB), algo sin precedentes en otras crisis en países avanzados, es el más claro reflejo de una estructura impositiva ineficiente. Y no, la razón principal de ello no es el fraude fiscal de unos ricos pecadores que solo pasarán por la puerta del Reino de los Cielos después de que un camello pase por el ojo de una aguja. Se debe a que seguimos teniendo, incluso después de la última reforma fiscal, un sistema con tipos marginales altos y tipos efectivos bajos fruto de una gran maraña de deducciones, exenciones y beneficios fiscales, que son solo la consecuencia de la influencia desmesurada de lobbies empresariales o grupos de presión. (Por ejemplo, quizá se deba a la intercesión divina la reducción reciente del IVA de las flores para así facilitar la adoración a los Santos).
Así, pues, desde que el Gobierno inició su consolidación fiscal, el aumento de los ingresos ha sido solo de 1,5 puntos de PIB (Gráfico 4), a pesar de las variadas subidas de impuestos y de la recuperación económica. Por lo que respecta al gasto, los avances tampoco han sido notables: sin tener en cuenta las ayudas al sector financiero, el Gobierno lo ha conseguido reducir solo en poco más de un 1 punto de PIB (Gráfico 4).
Grafico 4. Evolución de Ingresos y gastos (%PIB)
Grafico 5. La deuda pública y el gasto en intereses (%PIB)
En conclusión, la última reforma fiscal ha sido otra oportunidad desaprovechada (así la han calificado en la Comisión Europea) y la crisis fiscal sigue sin estar resuelta, con un déficit estructural alrededor del 3% y una ratio deuda pública-PIB creciente (Gráfico 5). Tenemos que concluir, por tanto, que tampoco en política fiscal se ha seguido la recomendación de Jesús de no cruzarse de brazos mientras se espera el Reino de los Cielos.
“El deudor es esclavo del acreedor” (Proverbios 22, 7). España, todavía reserva espiritual de Occidente en cuestiones de finanzas, es de los pocos países donde las deudas persiguen a las personas físicas hasta que unas son totalmente pagadas o las otras dejan de existir. Esta responsabilidad ilimitada hace que los individuos con exceso de deuda tengan incentivos a trabajar en la economía sumergida, para evitar que buena parte de sus ingresos sea dedicada al servicio de la misma. El problema es aun más grave si se tiene en cuenta que el aval personal puede trasladar la responsabilidad ilimitada a la actividad empresarial con el consiguiente efecto negativo sobre el emprendimiento o la innovación. La grave situación financiera de las familias españolas, que no ha sido tratada por el Gobierno con la misma preocupación que la situación financiera del sector bancario, explica la caída del consumo que intensificó la crisis y obstaculiza la recuperación. Y quizá estas no hayan sido las perores consecuencias de la ausencia de una “ley de segunda oportunidad”, cuya promulgación han reclamado instituciones tan ortodoxas como el FMI. Es también una de las causas del auge de movimientos heréticos que pregonan, entre otros muchos desatinos económicos, que son capaces de obrar el milagro de convertir al acreedor en esclavo del deudor.
En definitiva, si nos creyéramos los dos supuestos en los que se ha basado nuestra valoración de la política económica del actual Gobierno, tendríamos que confesar, aun a riesgo de ser acusados de blasfemos y de sufrir el merecido castigo de la Santa Inquisición, que Dios, en su inmensa sabiduría, no nos parece tan buen economista después de todo. Por otra parte, esta conclusión no supondría una revisión importante de nuestra estimación ex ante: creemos que Dios ya dio muestras de su insuficiente formación económica con la asignación de recursos con la que creó el mundo.