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…y Keynes resucitó y habitó de nuevo entre nosotros (por poco tiempo, Deo Gratias) por Juan de Mercado

[Uno de nuestros colaboradores bajo el nombre colectivo Juan de Mercado reincide sobre el tema tratado el martes pasado por Javier Andrés.]

Durante las primeras fases de la crisis muchos Gobiernos, en respuesta a la intensa caída de la actividad económica que se produjo a finales de 2008 y durante la primera mitad de 2009, pusieron en marcha programas de estímulo fiscal con aumentos significativos del gasto público. En España, estos programas fueron especialmente cuantiosos y aumentaron el gasto público en casi 3,5 puntos porcentuales del PIB (ver un estudio con comparaciones internacionales a este respecto en el trabajo de Philip Lane y Agustin Benetrix que aparece aquí).

No obstante, esta resurrección de Keynes, aunque duró más de tres días, terminó pronto y a principios de 2010 los organismos internacionales y muchos Gobiernos se convirtieron a la austeridad fiscal. Con lamentos nostálgicos, algunos piensan que este cambio de orientación de la política fiscal ha sido prematuro, critican que se haya abandonado el objetivo del “empleo” por el de la “consolidación fiscal” y abogan por mantener e, incluso, ampliar los programas de estímulo fiscal puestos en funcionamiento en 2008-2009, señalando que los recortes fiscales no conseguirán estabilizar y reducir la deuda pública. No comprenden que es un error plantear la discusión sobre política macroeconómica alrededor de una dicotomía falsa (“empleo” frente a “consolidación fiscal”) y que, en las condiciones actuales, en muchos de estos países, no hay alternativa a la austeridad fiscal. Javier Andrés ya ha explicado por qué aquí. Pero no está de más repetirlo en un tono admonitorio, que Javier, por su natural carácter bondadoso, prefiere evitar.

La falsa ilusión de la austeridad fiscal

Paul Krugman es uno de los exponentes más cualificados de la posición contraria a la austeridad fiscal. Sostiene Paul que la austeridad fiscal es contractiva porque subidas de impuestos y reducciones del gasto público producen una mayor disminución de la demanda agregada, ya que familias y empresas también reducen su consumo e inversión ante el aumento de la tasa de desempleo y, en consecuencia, la tasa de crecimiento del PIB se reduce y la tasa de endeudamiento público (la ratio deuda pública/PIB) no disminuye sino que aumenta. Así, con los recortes de gasto y subidas de impuestos no se consigue el objetivo perseguido de mejorar la posición fiscal de estas economías.

Su argumento tiene un cierto respaldo empírico. Un estudio reciente del departamento de investigación del FMI (capítulo 3 aquí) muestra que los efectos de un ajuste fiscal en el corto plazo (unos cinco años, digamos) dependen de muchos condicionantes, tales como el nivel de endeudamiento, la orientación de la política monetaria, la situación de la economía internacional y las expectativas de crecimiento futuro. Solo en circunstancias muy excepcionales, cuando el ajuste fiscal se combina con reformas estructurales que recuperen la confianza del sector privado y las expectativas de crecimiento, la situación económica internacional es boyante, no hay restricciones de crédito y la política monetaria ayuda con bajadas del tipo de interés y depreciaciones del tipo de cambio, cabe esperar que un ajuste fiscal tenga efectos expansivos.

En la situación actual, en nuestro país, los “mitigadores monetarios del dolor” no están disponibles, lo que significa que para aminorar los efectos contractivos del ajuste fiscal hay que complementar dicho ajuste con medidas a favor del crecimiento de la productividad. Es por ello, por lo que, como se ha insistido muchas veces en este blog, las reformas estructurales adquieren una importancia aún más capital, sobre todo cuando algunas de dichas reformas se justifican también por razones de equidad.

La infantil confianza en los estímulos públicos

El mundo es complejo, ni lineal, ni simétrico. Ni más es mejor, ni lo contrario tiene efectos opuestos. Aún cuando la austeridad fiscal fuera contractiva, no tiene por qué ocurrir que los estímulos fiscales puedan, siempre, impulsar una recuperación económica.

En primer lugar, tras un impulso fiscal, para que consumidores y empresas pudieran aumentar su consumo e inversión, respectivamente, sería necesario que su situación patrimonial estuviera saneada y que hubiera más crédito a tipos de interés más bajos, lo que no ocurrirá en el horizonte inmediato, ni siquiera con una profunda reestructuración del sistema financiero. En segundo lugar, para que un aumento del gasto público no se perciba como un lastre aún mayor en términos de impuestos futuros, familias y empresas deberían anticipar un crecimiento económico más elevado y menos incierto. Finalmente, para que buena parte de dichos estímulos no se conviertan en aumentos de las importaciones y en un mayor déficit exterior, sería necesario que los estímulos fiscales fueran coordinados internacionalmente (como bien aprendieron los socialistas franceses en 1982), que no hubiera problemas de competitividad y que los tipos de cambio y de interés coadyuvarán, con una depreciación, en el primer caso, y una reducción, en el segundo.

En definitiva, pocos países están en condiciones actualmente de seguir esta estrategia, y entre ellos no están muchos países europeos, ni siquiera Estados Unidos, próximo a alcanzar su techo de endeudamiento público y bloqueado por un Presidente que propone recortes ridículos de gastos (video explicativo aquí) y un poder legislativo que no acepta subidas de impuestos, que allí son una necesidad urgente.

Cuando Churchill se quejaba de que Keynes destacaba entre los economistas porque parecía tener más de una opinión sobre cuestiones económicas concretas, éste se justificaba diciendo que cuando cambiaban los datos, él cambiaba de opinión. Si alguien tiene línea directa con el más allá, podría averiguar si Keynes ha vuelto a cambiar de opinión sobre la magnitud de los multiplicadores fiscales, a la vista de la situación actual de las economías avanzadas. Mientras tanto, si alguien se encuentra con su profeta más renombrado en la Tierra, Paul Krugman, no debería perder la ocasión de tratar de que explicara cómo es posible basar la recuperación económica en aumentos del gasto público, cuando hablamos de países que están metidos hasta el cuello en una crisis de deuda soberana, con tasas de endeudamiento público superiores al 60% del PIB, con familias y empresas también excesivamente endeudadas, con tipos de interés al alza, con la deuda denominada en moneda extranjera (o lo que es lo mismo, sin control de la política monetaria), con problemas de competitividad, e inmersos en un proceso galopante de envejecimiento de la población, que implicará aumentos del gasto en el futuro y una disminución de la población entre la que repartir la carga de la deuda. (Yo lo he intentado con otros economistas keynesianos que citan a Krugman y suscriben punto por punto sus argumentos, pero, o bien eluden la pregunta, repitiendo ad nauseam que la austeridad fiscal es contractiva, o bien son incapaces de articular una respuesta coherente. Si alguien consigue una, por favor, que la comunique).

La política fiscal que necesitamos

Olivier Blanchard y Carlo Cottarelli han propuesto un decálogo de política fiscal para ser aplicado en el proceso de ajuste de las cuentas públicas de los países avanzados. En las condiciones actuales en España, estos diez mandamientos se reducen a dos: “Evitarás aumentos de la tasa de endeudamiento público por encima de todas las cosas y revisarás tu sistema impositivo y tus programas de gasto público para aumentar su eficiencia”. En España, esto pasa por subir, otra vez, el IVA y otros impuestos especiales (alcohol, tabaco, carburantes), reducir la progresividad de la imposición sobre las rentas del trabajo, elevar la presión fiscal sobre las rentas del capital y de actividades profesionales y empresariales, e introducir mecanismos de elegibilidad y de copago en programas de gasto público, de manera que este se dirija mayor medida hacia aquellos que más lo necesitan y, así, aumente su capacidad redistributiva.

Pero esta entrada ya es demasiado larga y habrá que dejar esta última admonición para la próxima estación del Via Crucis.