Mi trabajo como investigador me lleva a hablar, de vez en cuando, con actores de política económica en países en vías de desarrollo. En el verano estuve en Mozambique, y estuvimos hablando sobre la necesidad de mejorar la eficiencia de los centros de salud. En la conversación que mantuvimos se tocaron varias posibilidades, incluida la de pagar incentivos a los profesionales de los centros de salud que mejorasen resultados. Pero pronto se descartó esta opción, porque se aprecia que aumentará los costes (los salarios fijos son muy rígidos a la baja, así que los incentivos son adicionales), pero sobre todo porque se ven como “no sostenibles.” Una vez se quite el incentivo, se revierte al estado inicial.
Y la verdad es que esta preocupación tiene su fundamento, e incluso hay ejemplos de situaciones donde un incentivo temporal acaba teniendo efectos adversos en el largo plazo. Por ejemplo, en este artículo de Meier se describe una situación en la que un incentivo económico para que se donara más a una buena causa, aumentó las donaciones mientras el incentivo estaba activo, pero disminuyeron por debajo del nivel inicial una vez el incentivo desapareció.
Sin embargo, claro es que hay muchas diferencias entre donar a una buena causa, y el trabajo diario de los trabajadores de un centro de salud. Y este artículo de Pablo Celhay. Paul Gertler, Paula Giovagnoli, y Christel Vermeersch se acerca mucho más a la evidencia que me hubiera resultado útil en Mozambique. Los autores analizan un incentivo monetario que aumentó en 200% la cantidad que ingresaría la clínica por cada mujer embarazada que se haga su control prenatal antes de la décimo tercera semana. El estudio se llevó a cabo en la provincial de Misiones (Argentina), y adoptó el esquema de experimento aleatorio: el conjunto de clínicas fue dividido al azar entre aquellas que recibieron el incentivo y las que no. La gerencia de cada clínica es la encargada de decide como distribuir el incentivo, y hasta un 50% se podía distribuir entre los trabajadores.
Lo bonito del asunto es que el incentivo era temporal, sólo duraba 8 meses (y así lo sabían los gerentes de la clínicas cuando aceptaron formar parte del estudio). No hay sorpresas en lo que pasa mientras el incentivo está activo: la tasa de mujeres que comienzan el cuidado prenantal antes de la decimotercera semana aumenta en un 34%. Lo interesante, sin embargo, es que esta diferencia persiste al menos 24 meses después que se abandonase el incentivo. Es decir, que el incentivo temporal tuvo un efecto a largo plazo muy importante, y que bajo esta perspectiva los incentivos pudieran ser mucho más sostenibles que lo que hablamos al comenzar la entrada.
¿Cómo se entiende este comportamiento? Según los autores, para mejorar la tasa de atención temprana al embarazo, hacían falta unas “inversiones” a corto plazo para mejorar ciertos procedimientos y rutinas, y el incentivo proporciona la motivación para llevarla a cabo. Una vez se han realizado las inversiones, y se han adoptado procedimientos más eficientes, no hay razón para volver al punto de partida, aunque el incentivo se haya acabado. Es decir, antes del experimento no era que los profesionales de los centros de salud fueran vagos y trabajasen poco, sino que trabajaban usando una “tecnología” ineficiente. El incentivo les permite mejorar dicha tecnología, que les permite obtener mejores resultados tanto mientras el incentivo está activo, como cuando desaparece.
Y es muy interesante los ejemplos en los que consistió la mejora tecnológica: (1) “vigilar” a las mujeres que paraban de tomarse la píldora anticonceptiva, (2) realizar visitas a adolescentes en su casa en horarios en los que los padres no solían estar, (3) hablar con las madres cuando vienen a recoger la leche (gratis) para el primer hijo, (4) mejorar el horario en el que se pueden realizar los controles prenatales. Por lo que se ve, no se trata que decidieron “trabajar más,” sino que el incentivo les sirvió para aprender cómo trabajar más eficientemente. El incentivo temporal les permite escapar de una “trampa de ineficiencia.”
Y este no es el único estudio que encuentra influencias positivas de los incentivos monetarios a largo plazo. En este famoso artículo publicado en Econometrica, se proporciona incentivos para que los individuos vayan al gimnasio varios días por semana. Lo interesante, es que estas visitas les sirven para ir cambiando hábitos, y persisten aunque se acaben los incentivos.
Sin lugar a dudas que se abre un interesante abanico de posibilidades si admitimos que los incentivos temporales pueden tener efectos positivos a largo plazo. Sin duda, será muy importante seguir contrastando la hipótesis en distintos contextos para aprender cuándo se da y cuándo no… (y por supuesto, acuérdense de leerse este artículo de nuestro Pedro Rey Biel que también toca el asunto).