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Los antibióticos y la economía

Aunque ya he escrito en el blog sobre antibióticos (aquí), decidí escribir de nuevo al respecto por dos acontecimientos que has visto la luz muy recientemente. Uno es el descubrimiento de una bacteria resistente a la colistina, uno de los antibióticos más potentes, uno de esos que se reserva para cuando todo lo demás falla. El otro es que se publicó el informe final y recomendaciones de la comisión sobre resistencia a los antimicrobianos que estableció David Cameron hace un año y medio, y que fue dirigida por el economista Jim O’Neill.

Como seguramente ya conoce la mayoría de los lectores, el problema principal es que las bacterias sufren mutaciones que las hacen resistentes a los antibióticos que se utilizaban para curar las infecciones causadas por dichas bacterias. Una vez la bacteria se hace resistente, hay que utilizar nuevos antibióticos, pero cada vez quedan menos antibióticos que sean efectivos. Las consecuencias son potencialmente muy graves, pues se necesitan antibióticos para los tratamiento de cáncer, las operaciones quirúrgicas, etc. Sin antibióticos efectivos, no reconoceríamos a la medicina. La comisión de Jim O’Neill estima que actualmente mueren 700.000 personas al año en el mundo debido a la resistencia a los microbianos, y que si no se hace nada al respecto, en el año 2050 estaremos hablando de 10.000.000 al año.

El problema es, en parte, inevitable, pero se acelera debido al uso masivo de antibióticos en animales, y al abuso de antibióticos en humanos, ya sea porque se prescriben cuando no se debieran o porque el individuo accede a ellos sin prescripción. Por lo tanto, uno de los bloques de recomendaciones se centra en reducir el uso de antibióticos. Hay varias recomendaciones al respecto, varias de ellas encaminadas a que nos pongamos menos enfermos, y así no tengamos que usar antibióticos: mejorar el agua y los sistemas de alcantarillado en países pobres, reducir las infecciones del ámbito sanitario, y aumentar el uso de vacunas.

Una de las recomendaciones que me llamó más la atención fue la de aumentar el uso de tests que permitan diagnosticar rápidamente la bacteria que causa una infección, y que antibiótico será efectivo. Aparentemente, el 80% de los casos de gonorrea de Inglaterra se curarían con penicilina, pero se prescriben antibióticos de última generación porque los médicos no saben si la bacteria que ha causado la infección a un paciente pertenece al 20% que es resistente a la penicilina o no. Un test rápido permitiría averiguarlo, y resultaría en una reducción drástica en la prescripción de antibióticos de última generación.

Al parecer hay muy pocos de estos tests rápidos. La lógica es clara. Debido a los costes de investigación y desarrollo, se cree que el precio de dichos tests será mucho mayor al coste de los antibióticos de última generación. Por lo tanto, se anticipa que la demanda será baja, y no se investiga suficiente en ellos. Claro está, es un caso de libro de externalidad positiva. El uso del test diagnóstico beneficiaría a la sociedad (mundial) pues estaría disminuyendo la probabilidad de que aparezca una nueva resistencia. Por lo tanto, cabe subsidiar el uso de dichos tests, y debería quedar claro a los inventores para que lo tengan en cuenta a la hora de estimar la demanda que tendrán los tests.

El informe que se publicó recientemente va más allá, y recomienda que si existe un test rápido que sea efectivo, no se pueda prescribir antibióticos sin usar dicho test. Tal proposición estaría asegurando el mercado a los posibles inversores, y así promoviendo la investigación y desarrollo de dichos tests. Aunque el informe no lo dice, resultará muy importante fijar el precio máximo para que el uso del test sea obligatorio, pues si no se estaría dando un muy alto poder de mercado al inventor. Esto se complementaría con ayudas a las investigación, sobretodo de investigación en líneas arriesgadas pero que prometan grandes mejoras o un menor costo. Y, en los países pobres, seguramente se ha de subsidiar el uso todavía más, tal y como se hace actualmente con las vacunas.

El problema de la resistencia a los antimicrobianos, no es solo porque se usan demasiado antibióticos, sino también porque hay muy pocos antibióticos nuevos. Y el problema radica también en que no hay suficientes incentivos a la investigación. Idealmente, si se descubre un nuevo antibiótico, no debería ser de venta masiva, sino que se debería guardar para infecciones que se muestren resistentes a los antibióticos existentes. Esto ya nos dice que, al menos al principio, la demanda de un antibiótico nuevo va a ser pequeña, y también el beneficio que obtenga el inventor. Quizás con el tiempo, esta demanda aumente considerablemente cuando los casos de resistencia hayan aumentado considerablemente. Para entonces, es posible que la patente ya haya caducado, y que se fabriquen genéricos de dicho antibiótico, y que su precio sea bajo. Está claro que no es un gran plan de negocio…

La solución que plantea el informe de la comisión es que se desligue el beneficio al inventor o inversor de la cantidad vendida. Para ello se establecería un sistema por el que se le pagaría una gran suma monetaria (entre 800 milliones y 1.3 miles de millones de dólares) al inventor de un antibiótico nuevo que resuelva una necesidad médica que se haya pre-especificado. Este sistema de recompensas deberían financiarse con recursos mundiales, pues todos los países se benefician de dicho descubrimiento: las infecciones no tienen fronteras. Este pago también implicaría ciertas condiciones, como que el precio sea asequible, y que no se incentive el uso desproporcionado del antibiótico.

Una idea que se me ocurrió, que no se si se ha implementado en algún caso, es que la patente tenga una duración variable: que para el periodo de validez de la patente no cuenten esos años en los que uso del antibiótico nuevo es bajo porque se quiere asegurar que no surjan resistencias contra él, al menos mientras no sea necesario. De todas formas, el beneficio solo vendría en el largo plazo, por lo que quizás seguiría siendo insuficiente.

Ligado a este mismo tema, leí un argumento en el informe que me resultó muy interesante. La ausencia de resistencia a los antimicrobianos es un bien público de la industria farmacéutica. Las compañías farmacéuticas venden medicinas contra el cáncer, pero no se pueden hacer tratamientos contra el contra el cáncer si no se cuenta con antibióticos efectivos. Es decir, que sin antibióticos efectivos, las medicinas contra el cáncer no valen mucho. Pero claro está, hay un problema de coordinación, mejor que sea otra empresa la que descubra el nuevo antibiótico… El informe plantea la legitimidad de resolver este problema de coordinación a través de un impuesto a la industria farmacéutica. El impuesto se utilizaría para financiar, en parte, las políticas ya mencionadas: los fondos de investigación, los incentivos al descubrimiento de nuevos antibióticos. Y dicho impuesto será beneficioso para la misma industria farmacéutica en su conjunto, pues podrá seguir vendiendo los tratamientos para el cáncer. El informe también plantea que, si una empresa “hace su parte” en cuanto a investigación de nuevos antibióticos, entonces puede quedar exenta de dicho impuesto. Claro está, el reto va a estar en comprobar y auditar dicha investigación, pero al menos el principio me parece que tiene mucho sentido.

El informe de la comisión es mucho más amplio de los puntos que he mencionado en esta entrada. Me centré en los aspectos que me parecieron de mayor interés para los lectores de nada-es-gratis, pero se tocan muchos más temas como la administración de antibióticos a animales, el posible aumento de la resistencia antimicrobiana debido a los vertidos que hacen las propias fábricas de antibióticos, la baja remuneración de los médicos especializados en enfermedades infecciosas, la necesidad de la coordinación global, etc. Es realmente interesante, y les recomiendo que lo lean.