La falta de información, o mejor dicho, la asimetría de la información es uno de los temas que he seguido más de cerca en mi investigación. Varios de mis artículos con Pau Olivella estudian el funcionamiento del mercado de seguros sanitarios si tenemos en cuenta que los individuos saben más sobre su estado de salud futuro que las compañías que los aseguran. La idea básica es que hay personas que tarde o temprano saben que van a necesitar un procedimiento médico, y claro está, no se lo cuentan a la aseguradora cuando están comprando la póliza. Puede ser esa rodilla en la que de vez en cuando te notas algo, pero que todavía no te has mirado por falta de tiempo. Desde el trabajo de Rothschild y Stiglitz, sabemos que el mercado no funciona bien en estas circunstancias y este es uno de los argumentos principales que justifican el aseguramiento universal (la cobertura pública y universal) como política económica.
El problema de asimetría de la información abarca muchos otros mercados: el laboral, el de crédito, etc. Cuando era niño, una de mis actividades favoritas era pasar la mañana del sábado en la sucursal del banco donde trabajaba mi padre y jugar en su oficina, mientras mi padre hablaba con los clientes. Parte de su labor era reducir la asimetría de información entre el banco y los posibles prestatarios en un mundo donde internet era todavía una curiosidad.
Internet, ficheros electrónicos personales, redes sociales... sin duda hoy en día hay muchos datos que se pueden acceder sobre una persona sin necesidad de hablar con ella personalmente. La tecnología brinda muchas posibilidades para reducir la asimetría de la información. ¿Me debería preocupar? ¿Debería cambiar de tema de investigación? Un artículo que leí el domingo en el “The Independent on Sunday” me dice que todo lo contrario. Si nos olvidamos de los principios básicos de la economía de la información, hasta en alguno mercados puede ser que la asimetría se aumente.
El artículo, que desafortunadamente no puedo encontrar en internet, indica que hay compañías en el Reino Unido (y también en EE.UU.) que utilizan la actividad en las redes sociales de las personas que solicitan préstamos o seguros para evaluar el riesgo de estos posibles clientes. Parece que es voluntario, te preguntan si aceptas a que accedan a tus datos en las redes sociales. Se le conoce con el nombre de “social scoring.” Por ejemplo, los algoritmos utilizados buscan si has escrito en Facebook sobre una promoción en el trabajo, o sobre todo el dinero que te gastaste en la salida del sábado por la noche. De momento, parece que según ellas funciona (aunque la evidencia que cita el artículo parece bastante débil), pero ¿qué ocurrirá cuando se sepa que las empresas utilizan estas estrategias?
Mi impresión es que a la larga, este sistema de “social scoring” no va a funcionar tan bien, y que incluso pueda ser contraproducente. Y es que no sigue uno de los principios básicos de la economía de la información: que la información gratis no es útil (ya sabemos que nada que sea útil puede ser gratis). Una vez se corra la voz sobre el uso de este tipo de algoritmos, quién va a impedir que los individuos empiecen a utilizar las redes sociales para mejorar su “credit score”. Nada les impide poner mensajes “estratégicos” indicando que su jefa les ha felicitado por el trabajo y que una promoción está a la vuelta de la esquina, o dando “consejos” a sus amigos sobre productos de ahorro. Y quien vaya a comprar un seguro privado ya puede ir poniendo mensajes sobre cuántos kilómetros corre al día, o recetas de pescado con cilantro (pero, ojo, sin el mojo que tanto me gusta).
Cierto es que no será igual para todo tipo de situaciones. Por ejemplo, si estamos buscando trabajo, seguramente será arriesgado poner información “estratégica” que no sea cierta en nuestros perfiles de redes sociales. Sobretodo, porque llegado el momento de la entrevista, nos pueden hacer preguntas al respecto, y en nuestra respuesta se puede notar que no hemos sido honestos. Pero esto será menos relevante cuando toda la evaluación depende únicamente de un algoritmo. No cabe duda que los algoritmos se irán mejorando para intentar identificar a los mentiroso, pero de momento no parece fácil (léanse este artículo antes de reservar el hotel de las vacaciones). Las redes sociales también se pueden utilizar para la investigación por la cual no intentamos evaluar individuos particulares, sino patrones y asociaciones (léanse la entrada de Anxo sobre Twitter y el paro).
El principio general es que la información para ser útil debe tener un coste asociado. El ejemplo clásico es el artículo que Michael Spence publicó en 1973 según el cuál hacer estudios superiores sirve para transmitir la señal que eres relativamente hábil pues si ni lo fueras, tendrías mayores costes educativos y no te saldría a cuenta. Es el coste lo que hace que la información sea creíble. Sin dicho coste, cualquiera puede decir lo bueno que es, y no hay manera de saber quién dice la verdad y quién no. Y las redes sociales nos facilitan la tarea de suministrar información “estratégica” a nulo coste. Me pregunto si no amplificarán el problema de la asimetría de la información más que disminuirla.