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La meritocracia: en contra¹

En esta serie de dos entradas me propongo discutir unas cuantas razones en contra y a favor de la meritocracia. No hay ninguna aspiración de exhaustividad de tales razones. Para que quede clara mi posición en este tema, soy partidario de la meritocracia pero no soy un admirador incondicional de ella ni positiva ni normativamente. Y ahora veréis porqué.

Initium rerum

Meritocracia es un término acuñado en 1958 por el sociólogo Michael Dunlop con un propósito claramente crítico. Ha sido una broma del destino que tal término ha acabado siendo visto como una característica positiva, al menos por una parte de la población.

El pecado original

Según el Cambridge Dictionary, "meritocracy is a social system, society, or organization in which people get success or power because of their abilities, not because of their money or social position". Y, espera un momento, pero ¿quién me asegura que las habilidades no están correlacionadas con el dinero o la posición social? De hecho, esta es una de las críticas más populares de la meritocracia. Es conocido por los análisis de los datos de PISA, que la educación de los padres es una variable importante en la determinación de los resultados escolares, Y a más de más, este trabajo concluye que "el 44% de las desigualdades globales de renta en España se explican por factores ajenos a las decisiones de los individuos". Esto, de acuerdo con la teoría de John Roemer de compensar por todos los resultados que han sido obtenidos sin nuestro esfuerzo, llevaría a una redistribución masiva de la renta que podría tener efectos imprevisibles. Pero sus ideas tienen aplicaciones interesantes, ver aquí y aquí.

Los hechos antes señalados han sido dramatizados hasta convertirlos en algo que muy bien podría formar parte del libro de Dunlop, aquí un ejemplo. En mi opinión las noticias de la muerte de la meritocracia son algo exageradas por dos razones. Primero, un estudio comparado de alumnos que no habían logrado entrar en top schools, pero estaban muy cerca de la nota de corte con el de aquellos que lo habían logrado por los pelos mostraba que la diferencia en los resultados de ambos grupos era significativa pero no gigantesca. Por ejemplo, este trabajo muestra que cruzar el umbral en Francia significa un incremento del 13.6 % en las ganancias diez años después del experimento. Por otra parte, las grandes universidades americanas, que compiten fuertemente en la creación y venta de talento, ofrecen grandes rebajas en la matrícula para aquellos alumnos de familias con rentas bajas. Así Stanford ofrece matrícula, alojamiento y alimentación gratuita para todos los estudiantes cuyas familias ganen menos de 75.000$ anuales y en Harvard la renta mínima para la gratuidad de matrícula es de 65.000$ (cuidado porque esas instituciones juegan a varias barajas, incluyendo la de la compra sin más de títulos (ver). Por último, una mirada a, digamos, los 50 economistas más influyentes en el mundo, no muestra ningún efecto familiar. Si la influencia de la familia fuera tan determinante, deberíamos encontrar alguna traza en nuestra profesión. Es verdad que tenemos excelentes profesionales hijos de economistas, lo cual por otra parte es lo normal. Lo anormal sería que ningún economista fuera hijo de economistas.

En todo caso, para mí, las críticas anteriores han de interpretarse como que no se trata tanto de abolir la meritocracia como de complementarla con redistribuciones que funcionen, lo cual no es fácil. Así este paper de Heckman y Landersö encuentra que "despite generous Danish social policies, family influence on important child outcomes in Denmark is about as strong as it is in the United States".

El coste de la meritocracia

En un mundo ideal cuando, por ejemplo, un departamento de economía quiere rellenar una vacante, todos sus miembros conocerían el ranking de los posibles elegidos por lo que unos emails solventarían el problema en un periquete. Pero ese mundo sin costes de transacción, está muy lejos del nuestro como ya nos avisó Ronald Coase hace más de 80 años. En la práctica hay que leerse muchos expedientes y llegar a un acuerdo de una "short list". Y entonces empieza el juego, hay que organizar seminarios, compatibilizar fechas, hablar con los candidatos y aun así puede haber mucho desacuerdo sobre cual es mejor. ¿Y cómo resolvemos eso? Pues votando, claro. Pero cuando hay más de dos alternativas, diferentes métodos de votación darán lugar a elecciones muy diferentes. Y luego está el componente estratégico. A lo mejor yo no tengo incentivos para votar al candidato que realmente me gusta. El lector puede leer esta excelente entrevista a uno de los máximos expertos mundiales en este tema, Salvador Barberá. En resumen, la manipulación estratégica del voto es un problema grave que, a veces, tiene solución como cuando las alternativas pueden ser ordenadas en la línea real de tal manera que todos los votantes tienen preferencias de un solo pico sobre estas alternativas. Pero no es extraño que si modelizamos el procedimiento de elección de un candidato como una contienda -aquí una descripción somera de tal método de asignación- nos encontremos con que la asignación es aleatoria, sin certidumbre que ningún contendiente en particular, incluyendo al más dotado, sea elegido. Y es costosa, todos los individuos tienen que pagar un coste por participar, como hemos visto.

Resumiendo, el camino a la práctica de la meritocracia está empedrado de buenas y malas intenciones que pueden acabar descacharrando a la susodicha.

El coste del esfuerzo

Se nos achaca a los economistas una enfermedad muy fea, el economicismo, que parece que consiste en no tener en cuenta todo lo que no sea estrictamente monetario. Si así fuera, que se confine a tales malandrines, pero en los trabajos que yo conozco hacemos siempre un esfuerzo por medir los costes no monetarios de las decisiones.

Al grano, la meritocracia puede ser útil para producir mucho pero quizá nos hace trabajar demasiado. Un trabajo de Amartya Sen se enfrenta a este problema en el marco de las cooperativas. Supongamos que unos individuos poseen un recurso común fijo (tierra, maquinaria, tecnología) y otro privado (trabajo, dinero) con los que pueden producir una renta que depende de la suma de los recursos privados que los individuos ponen en la cooperativa. Supongamos que la renta que va a un individuo es la suma ponderada de una parte fija de la renta, que es igual para todos y un variable que depende de la fracción del recurso privado aportado por el agente con respecto al recurso privado total. Identifiquemos a la primera parte como igualitaria -porque es igual para todos- y a la segunda como meritocrática porque depende del esfuerzo individual. Sen prueba que es óptimo que el peso dado al elemento meritocrático iguale la elasticidad de la función de producción con respecto al input privado. La intuición es que cuando la producción es elástica al esfuerzo, un peso grande de la meritocracia incentiva no sólo a trabajar mucho, sino que ese trabajo se materializa en mucho producto, que es bueno para todos. Pero cuando la producción no responde al trabajo, entonces la meritocracia no es una buena idea porque todos los esfuerzos son casi en vano. Desgraciadamente este resultado sólo es verdad cuando todos los cooperantes tienen idénticas preferencias. Cuando no es así, encontrar el grado óptimo de meritocracia es complicado. Este resultado lo alcanzamos a la vez Hervé Moulin y Carmen y yo y se resolvió con cada trabajo citando al otro (no siempre los conflictos debidos a los descubrimientos simultáneos, por otra parte tan frecuentes, se resuelven tan fácilmente, por lo que tenemos ejemplos de luchas fratricidas por la primacía de un resultado que dan gran espectáculo pero poca fama a nuestra profesión). Además, en este marco, la meritocracia incentiva el sabotaje y para rematar, no es probable que sea la opción ganadora en una votación. Todos estos temas, y algunos otros los podéis ver en mi survey con Carmen Beviá sobre las cooperativas.

¿A quién atrae la meritocracia?

Uno de los aspectos positivos de la meritocracia es el conocido adagio de que los profesionales de primera quieren trabajar con profesionales de primera, los de segunda con profesionales de tercera y los de tercera con profesionales de quinta (la fórmula parece que es que si eres un profesional de nivel k quieres trabajar con profesionales de nivel 2k-1). Tomando como válida la afirmación de que a los mediocres no les gusta atraer a gente mejor que ellos, preguntémonos si los buenos son capaces de atraer a los buenos. Y, desgraciadamente, no siempre es así. Veamos porqué.

Supongamos una organización a la que pueden entrar dos tipos de agentes: buenos y medianos que viven dos períodos. En el primero, hacen una tarea dentro de la organización. Al principio del segundo pueden ser elegidos como jefe. Si lo son, organizan el cotarro y son más felices que nadie en la organización. Si no lo son, vuelven a su cubil de actividad y al final del segundo período desaparecen. La productividad de los agentes depende del tipo del jefe, con los "mejores" siendo no sólo más productivos en las tareas de currante sino como jefes también. En cada período cualesquiera agentes que lo deseen pueden entrar en la organización. Si no lo hacen tienen una utilidad de reserva que depende de su tipo.

En tal situación, existe un equilibrio en el sentido de que los agentes que han decidido entrar tienen más utilidad que la de reserva. Y los que no han entrado, están mejor fuera que dentro. ¿Que mantiene a los agentes fuera de la organización? Pues que el verdadero premio es ser el jefe y con muchos agentes la probabilidad de ser elegido es pequeña. El equilibrio depende de cuan probable es que un "mejor" sea elegido jefe. Esa probabilidad es exógena y puede interpretarse como una medida de la meritocracia en la organización.

Ahora nos preguntamos si un incremento en la probabilidad de que un "mejor" sea elegido jefe atrae a más "mejores" a entrar en la organización. Y no necesariamente es así. ¿Por qué? Porque si el jefe "mejor" es realmente bueno, puede elevar la productividad de los medianos hasta casi rozar la de los "mejores" y aunque no es muy probable que aquellos lleguen a jefe, el estar dirigidos de manera cabal es suficiente incentivo para que entren en la organización. Es lo que llamo "el efecto paraguas", en el que un buen jefe provee de incentivos a los que no lo serían a entrar en la organización, ver el survey citado anteriormente.

Resumiendo, la meritocracia tiene serias deficiencias que deberían preocuparnos, a saber:

- La correlación del mérito con cosas que no lo tienen.

- El coste de asignar de acuerdo al mérito.

- El incentivo a un esfuerzo excesivo y al sabotaje.

- La atracción a los que no son los mejores.

Y es que, sin políticas compensatorias, la meritocracia puede dar lugar a un mundo distópico.


[1]Agradezco a Carmen Beviá, Antonio Cabrales, Juan D. Moreno-Ternero e Ignacio Ortuño-Ortín sus comentarios a una versión preliminar de este trabajo. Pero soy el único responsable de todas las informaciones y opiniones vertidas en éste artículo.



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