- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

Bienestar social y mercado (II)¹

La competencia y la eficiencia

Los adoradores del mercado (que por aquello de las Bacantes que adoraban a Baco podrían llamarse Mercantes), repiten sin cesar que la competencia es socialmente buena y que cuanta más competencia, mejor... Armados con nuestro modesto aparato conceptual desarrollado en la entrada anterior, lleno de simplificaciones y de supuestos bastante tremendos, demos un primer paso y veamos qué hay de cierto en ello. Aprenderemos algo.

¿Cuantas más empresas mejor?

Empezando con un modelo en el que las empresas son iguales y producen con costes medios no crecientes es fácil demostrar que la entrada de nuevas empresas en el mercado reduce los beneficios, incrementa la producción total y baja los precios. Y el bienestar social aumenta. ¡Chupy! ¡Viva la competenciaaaaaa! Pero cuidado porque este último resultado no funciona cuando las empresas son distintas o si hay economías de escala. Es importante entender por qué.

Cuando una empresa entra en el mercado, se producen dos efectos. El efecto competición en el que como consecuencia de la nueva competencia los precios bajan y que siempre es bueno socialmente y el efecto tecnológico que se refiere a la eficiencia de la producción. Y este último juega en contra del bienestar social cuando entran empresas con costes altos (pero suficientemente bajos como para ganar beneficios) o hay rendimientos crecientes. En este último caso lo eficiente socialmente hablando podría ser que hubiera una sola empresa, o sea el monopolio. Todo depende del balance entre un efecto y otro, balance que se habría de medir muy cuidadosamente para tomar la decisión correcta. Una consecuencia de esto es que una política de ayudar a las empresas más pequeñas puede disminuir el bienestar social ya que estas no producen eficientemente. En el capítulo 3 de mi libro "The Theory of Imperfectly Competitive Markets" Springer, 2edición, 2001 el lector curioso encontrará las oportunas pruebas y referencias de estas consideraciones.

Cómo medir la concentración y sus efectos

Para medir la concentración en un mercado normalmente se usa el índice de Hirschman-Herfindhal (IHH) que es la suma de los cuadrados de las cuotas de mercado. Así si una empresa tiene el 50% del mercado y otras 5 el 10% cada una, el IHH sería de 502 + 5 × 102 = 3000 mientras que otro con cuatro empresas que tienen el 20% del mercado y otras 20 el 1% cada una, tendría un IHH de 4 × 202 × 20 × 12 = 1620. Según las Guías de la Federal Trade Comission (FTC) el primer mercado sería altamente concentrado mientras que el segundo no, ya que ellos consideran que los mercados con un IHH entre 1,500 and 2,500 están moderadamente concentrados mientras que los mercados con un IHH mayor de 2,500 puntos están altamente concentrados (ver aquí). Como vemos, al elevar al cuadrado las cuotas de mercado, el IHH depende mucho de las cuotas grandes y no de las pequeñas. Por lo tanto, en principio, podría ser un indicador de posición dominante en un mercado.

¿Tiene ese tipo de reglas alguna justificación? De nuevo en el caso, altamente improbable en el que todas las empresas sean iguales el IHH sería 10000/n y la entrada de nuevas empresas lo haría disminuir (En ese caso un IHH de 2.500 correspondería a cuatro empresas iguales y uno de 1.500 a unas siete). Mientras que no hubiera rendimientos crecientes esta disminución del IHH sería una señal inequívoca del aumento del bienestar social. O no. Andrew Daughety estudió que pasa cuando se levanta un supuesto implícito en el análisis, el de que el equilibrio es simétrico. Después de todo algunas empresas podrían estar ya en el mercado y con su output ya decidido antes de que las entrantes decidan el suyo. Daughety usa una generalización del modelo de Stackelberg, uno de los abuelos de la organización industrial. En este caso, el equilibrio no es simétrico y decrecer la concentración no implica aumentos de bienestar social. Aún peor, para ese tipo de asimetría cualquier grado de ésta es socialmente preferible al equilibrio simétrico (ver aquí).

Heinrich Freiherr Von Stackelberg, abuelo de los modelos de competición imperfecta. Nacido en Moscú y luego miembro de las SS (parece que finalmente desilusionado con éstos). Falleció en Madrid. Fue el creador de los estudios de economía en España e inspirador de la liberalización económica del régimen franquista en 1959 (foto cortesía del Dr. Eckhard Schultz's Hall of Economists).

Después de lo anterior podemos preguntarnos porqué la FTC sigue considerando el IHH como una señal válida por ejemplo para juzgar la conveniencia de las fusiones. Me imagino que por la misma razón que los médicos prescriben ciertos tests que no son muy fiables, pero transmiten alguna información...

Muchas empresas, ¿no worries?

Es fácil calcular (y ha sido conocido hace mucho tiempo) que, con empresas idénticas con rendimientos constantes a escala y demanda lineal, la pérdida de bienestar social asociada al modelo de Cournot es 1/(n+1)2. El lector puede ver que esa pérdida tiende a cero muy rápidamente. Con cinco empresas sería de 1/36 = 2.8%, una pérdida por la que quizá no merece la pena intervenir en ese mercado. En términos más dramáticos, ¿es la teoría del oligopolio un pequeño refinamiento de la venerable teoría de la competencia perfecta?

Bueno antes de lanzarnos a la piscina vamos a hacer algún tanteo, para ver si el resultado anterior es robusto (spolier: no lo es). Si consideramos una familia de funciones de demanda inversas que generaliza la lineal y la de elasticidad constante (para los curiosos p = a - bxβ, si β = 1, si tenemos la función lineal y si a = 0 y b < 0 tenemos la isoelástica) podemos alcanzar pérdidas de bienestar tan cercanas al 100% como queramos en los siguientes casos:

1. Cuando las empresas tienen costes fijos. Ya que habrá una gran discrepancia entre el número de empresas óptimo (uno) y el de equilibrio. O sea, en este caso el efecto tecnológico le juega a la competencia una mala pasada.

2.  Cuando las empresas son distintas. Por ejemplo, cuando hay una empresa con costes muy bajos y una gran cantidad de empresas con costes muy altos pero lo suficientemente bajos como para estar activas. De nuevo el efecto tecnológico arrasa por lo malo.

3.  Cuando la función de demanda es muy inelástica. Porque en este caso los oligopolistas producirán muy poco para asegurarse precios muy altos (la electricidad????). Aquí es el efecto competición el que nos estrella.[2]

De nuevo la lección es, (sólo para Trekkies, como ya le dijo Q a Picard... ¿o es se lo dirá...?) "Temper, temper mon capitain" . Antes de lanzarnos a discursear sobre la conveniencia del mercado como asignador de recursos desde el punto de vista de la eficiencia, debemos estudiar muchos considerandos y ponderar muchas cosas. Las medicinas no son buenas siempre. Las tiene que recetar un médico después de ver los análisis. El médico que receta siempre la misma medicina es un fraude.

Cómo medir el poder de mercado

Desde que Abba Lerner introdujo el "grado de monopolio", ha calado en nuestra profesión la idea de que el margen de beneficio (o markup o margen), definido como el cociente entre la diferencia del precio con el coste marginal dividido por este coste, es una magnitud que debe preocupar a los reguladores ya que un margen alto es socialmente no deseable. Ya que el markup está relacionado con la distribución de la renta, los márgenes de beneficios son algo a considerar (véase la entrada de Antonio Cabrales en este blog sobre el reciente libro de Jan Eeckhout sobre este tema).

Abba Lerner, otro ruso emigrante. Hacedor de decenas de teoremas y profesor en aún más universidades. Verdaderamente un espíritu inquisidor e inquieto…

Pero a costa de algún disgusto hemos dejado fuera de estas notillas las consideraciones de distribución. Así que la pregunta es, ¿desde el punto de vista de la eficiencia, nos debería preocupar mucho/algo/poco la existencia de markups muy altos? La respuesta es que hay un gigantesco problema de observabilidad que nos va a impedir decir algo sobre las pérdidas de eficiencia. Aunque supieramos los precios de mercado y los costes marginales (y de ahí los márgenes de beneficio) así como el número de empresas (de esta última magnitud sacamos el IHH) esos datos no nos dicen nada sobre las pérdidas de bienestar incluso si la función de demanda está restringida a ser de la forma p = A - bxβ. Necesitamos una pieza más, quizá la elasticidad de la demanda, aunque no está claro que las estimaciones de ésta puedan ser usadas siempre como "hard evidence" en juicios anti monopolio (para los detalles técnicos de este resultado ver mi paper con Torregrosa citado en la nota 2). En estos juicios, a veces los acusados son empresas que son monopolistas de su producto, pero éste tiene algunos sustitutos. Es el tipo de competencia "monopolística" anunciado por Chamberlin.

Edward Hastings Chamberlin, otro de nuestros abuelos. También hizo los primeros experimentos de mercado por lo que se le considera también el abuelo de la economía experimental.

Y.. that's all folks!

Estas dos piezas tratan de convencerte, estimado lector, de que el tema del bienestar social bajo competencia imperfecta es complicado. Y eso que sólo hemos empezado a rozar el tema. Lo explicado en estas dos entradas podría asimilarse a las dos o tres primeras clases de un curso de Organización Industrial en tercero de grado. El lector que desee continuar no puede hacer mejor que leer la entrada sobre competencia oligopolista y bienestar escrita por Robert Ritz para el Handbook of Game Theory and Industrial Organization que editamos Marco Marini y yo. Y por cierto en esta entrada sólo hemos hablado del poder de mercado desde el lado de la oferta. Pero el del lado de la demanda también existe, gracias a la contribución de Joan Robinson, aunque este enfoque suele usarse más a menudo por los "labor economists".

Joan Violet Robinson (née Maurice), creadora de la teoría del monopsonio = un comprador, muchos vendedores. Abuela de la competencia imperfecta y de la economía laboral.

Por usar un símil médico, la competencia oligopolista es una enfermedad potencialmente peligrosa. Pero que no se puede tratar con recetas cuyo único trasfondo es la ideología o el azar. Como aquel doctor del siglo XVII que oía las dolencias de sus pacientes, metía la mano en su zurrón de hierbas y pócimas y escogiendo una sin mirar, se la ofrecía al desafortunado cliente con la salmodia "Que Dios te la depare buena".


[1]Agradezco a Carmen Beviá, Juan D. Moreno-Ternero y Juan Luis Jiménez sus comentarios a una versión preliminar de este trabajo.

[2]Los dos primeros casos están estudiados en mi trabajo en el International Journal of Industrial Organization, 26, 5, 2008. Y el último en mi trabajo con Ramon Torregrosa en Mathematical Social Sciences, 106, 1-10, 2020.