Antonia Díaz y Luis Puch
Muchos ciudadanos sienten un rechazo visceral a pagar impuestos. Una de las posibles causas de ese rechazo es la sensación de que los demás no pagan la parte que les corresponde. Quizá a muchos de esos ciudadanos no les importe que otros eludan el pago que les corresponde salvo porque la elusión de unos tiende a aumentar la carga fiscal de otros. Con la elusión y la evasión fiscal no solo perdemos servicios públicos que no pueden ser provistos. No solo eso. Es también i) la cara de tontos que se nos queda a los asalariados cuando soportamos el IVA que los pequeños empresarios se deducen; ii) son los módulos que soporta el nuevo autónomo cuando el empresario bien establecido retiene ganancias en vez de declararlas porque para eso tiene éxito de sobra; iii) es el heredero que traslada su sede fiscal, de iure que no de facto, a una región más generosa en esa base de tributación, probablemente porque dicha región dispone de ingresos fiscales extraordinarios que no se justifican por su mayor productividad (más bien al contrario); iv) es la política de beneficios declarados que utilizan las grandes corporaciones para ajustar sus saldos fiscales después de intereses, impuestos y amortizaciones; v) es, en fin, la fuga hacia paraísos fiscales (alguno de ellos incluso ¡entre nuestros socios europeos! ¿Lo pueden creer?) de las multinacionales y de las sociedades interpuestas. Todas estas posibilidades, ¡y mas!, suponen un robo al resto de ciudadanos con la gravísima consecuencia del deterioro de la necesaria cohesión social. Porque todos hacemos nuestra parte cuando tenemos la sensación de que lo que se nos pide es justo al compararnos con el resto: cuando lo que se nos pide se adecúa a lo que llamaremos la equidad social.
Luego está nuestro análisis coste-beneficio individual. Comparamos lo que aportamos al erario público con lo que recibimos de él en bienes y servicios públicos. Solemos decir que nos duele menos contribuir si recibimos más o mejor. Esto tiene sentido. El problema es que, si falla la equidad social, es difícil que podamos dotarnos de las prestaciones a las que aspiramos. Luego está la vertiente del papel redistributivo de los impuestos. Introducir la redistribución en el debate de la equidad social versus coste-beneficio individual confunde muchísimo.
Confunde porque se escuchan frases del tipo: “redistribuir con el gasto (público) en vez de con la recaudación”. Como si cada lado no tuviera una función. Como si sustituir impuestos por deuda fuera Pareto óptimo en cualquier caso. Como si, en fin, no existieran las externalidades. Externalidades, que son la razón (junto a los problemas de información asimétrica en algunos mercados como la salud y la educación) por la que los gobiernos proveen los bienes públicos. Redistribución NO es proveer servicios públicos. No. Redistribución ES compartir riesgos ante la dificultad de asegurarse (es decir, financiar en los mercados de crédito) contra eventos adversos extremos. Sí, extremos porque a muchos les resultan muy lejanos, y no por estar en el día a día de tantos otros. Pero hablaremos de eso en otro momento, porque requiere otro post.
Hoy no queremos escribir de para qué pagamos impuestos. Hoy queremos escribir de por qué gravar. ¿Y por qué toca? Porque nos parece que estos últimos días hemos sufrido especialmente la demagogia de las bajadas de impuestos, alimentando con simplificaciones el tipo de desconfianza que hemos descrito arriba. Máxime, porque los que se llenan la boca con bajar impuestos usan ese argumento para bajárselo a sus cuatro amigos. Porque no se trata de subir ni bajar ningún impuesto. Bueno sí, se trata desde luego de bajar los impuestos a los que están pagando de más, si es que conseguimos que paguen los que lo hacen de menos. Se trata de que todos los contribuyentes paguen su parte. Esto es lo que queremos explicar en este post.
Más impuestos o menos impuestos
¿Más impuestos o menos impuestos? Esta parece ser la pregunta del momento. Estos días hemos visto (también en NeG) apelar a medidas agregadas a favor del argumento propio o en contra del oponente. Casualmente ocurre que el Gobierno acaba de poner en marcha una comisión de expertos (¡otra!) para la reforma fiscal en el marco del Plan de Recuperación Europeo. Le deseamos mucho éxito en este problema tan espinoso, pero es difícil entender qué puede hacer una comisión de expertos si no es convocar a los equipos de investigación en sus instituciones de trabajo para realizar las oportunas estimaciones con los mejores y más detallados datos disponibles, e intentar escribir modelos (¿macroeconómicos completamente especificados?) que se puedan ejecutar en sus supercomputadores para así proporcionar simulaciones fiables de los efectos de las propuestas de reforma. Esto, y diseñar protocolos precisos para el seguimiento del impacto de las medidas adoptadas y su posterior evaluación, a la vez que mecanismos de corrección cuando sea necesario. (Por cierto, ¿es esto lo que hace el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia español? No nos lo parece).
Algunos creen que se puede reducir ese proceso laborioso que hemos descrito a una oración llena de subordinadas o simplificar cuando no toca. Que se puede, por ejemplo, convertir la Teoría Económica y los métodos cuantitativos de frontera en titulares de prensa. Un titular: “la presión fiscal en España está por debajo de la media de la UE” (ergo, hay que subir los tipos impositivos). Otro titular: “el esfuerzo fiscal que realizan los contribuyentes españoles está entre los más altos de las economías de las OCDE” (ergo hay que bajar los tipos impositivos). Dos titulares que, aunque puedan parecer contradictorios, llevan a la misma conclusión: necesitamos ensanchar nuestras bases tributarias. En román paladino: “que cada uno ponga su parte”, y volvemos a la casilla de salida.
¿Por qué la presión fiscal es baja? La presión fiscal, P, se define como recaudación, R, sobre PIB, P = R/Y, es decir , (nótese que numerador y denominador se pueden poner en términos per cápita). Recaudamos poco porque las bases imponibles son estrechas. Nuestro sistema impositivo está lleno de agujeros por el que se va, por ejemplo, muchísimo ingreso de IVA y muchísima imposición a las rentas de capital.
¿Por qué el esfuerzo/sacrificio fiscal es alto? Porque esta medida agregada pone la presión fiscal en términos relativos a una medida agregada de la actividad económica del país, por ejemplo, del PIB per cápita. Es fácil comprobar (esto, y otras cosas) que, si R es la recaudación, Y es el PIB (u otra medida de actividad, ¡ojo!), N es la población, y llamamos E al esfuerzo fiscal, el esfuerzo fiscal es:
El esfuerzo fiscal, E, es mayor cuanto mayor sea la recaudación per cápita, sí; pero es menor cuanto mayor sea el PIB per cápita, que además juega cuadráticamente. No es sorprendente que el Esfuerzo Fiscal en España sea mayor que el de economías más ricas. Este índice le da un gran peso al nivel de renta. Aprendemos algo con este índice. Que España es más pobre y tiene más parados, temporales y precarios que casi cualquier economía de la OCDE, y esto, por descontado, tiene consecuencias fiscales.
Podríamos decir más (ya lo ha dicho muy bien J.L. Ferreira). Por ejemplo, que, si usamos renta per cápita en lugar de PIB per cápita, como medida de la actividad sobre la que relativizar la presión fiscal, entonces, la brecha de exceso de esfuerzo fiscal en la economía pobre será tanto mayor cuanto más importante sea el peso de los impuestos indirectos, porque Renta = PIB – impuestos indirectos. Podríamos decir más. Sí, que si llevamos esta medida a los microdatos y cuanto más estrecha sea la medida de actividad (base imponible, base imponible de contribuyentes netos, base imponible de rentas elevadas, etc.), más grande será la medida de esfuerzo fiscal. Podríamos decir más. Sí, pero no vale la pena.
La cuestión es que cuando las bases imponibles son estrechas, es decir, cuando no todos ponen la parte que les corresponde, siempre hay un estadístico que nos podemos sacar de la manga para justificar cualquier discurso a favor de bajar impuestos (a los que, de por sí, ya no pagan su parte), o subirlos (a los que ya pagan lo suyo).
Botella medio vacía o medio llena
¿Por qué podemos decir que la tarifa del IRPF es suficientemente progresiva? Porque los asalariados que resultan ser contribuyentes netos realizan un esfuerzo fiscal muy grande (medido como tipo efectivo sobre su base liquidable). Lo hacen (a la fuerza ahorcan) para compensar el esfuerzo que no hacen los pequeños y medianos empresarios de éxito, y el que de ninguna manera pueden hacer parados, temporales y precarios. ¿Y los grandes empresarios? Ah, no, que estamos hablando de contribuyentes por IRPF. Y ¡ojo! que los asalariados estrella que tributan, lo hacen porque es parte de la señalización de quiénes son: están bajo el foco de las cámaras.
¿Por qué podemos decir que la imposición sobre la renta de las personas físicas es poco progresiva? Pues porque el sistema tributario es excepcionalmente permisivo con el trasvase de rentas desde el IRPF a Sociedades. Y aquellos contribuyentes que pagan IRPF en los tramos altos del impuesto son normalmente asalariados muy productivos que, al contrario que otros, no pueden, o no quieren, crear una empresa (legal). Es una cuestión de equidad horizontal. Un tipo medio moderado para una renta excepcional, junto a una supervisión adecuada, sería mucho más eficiente que la fuga de asalariados hacia una empresa de servicios profesionales. Como hemos dicho en otros posts (véase aquí, aquí, aquí, aquí, o aquí), hay demasiados agujeros en nuestro sistema impositivo que facilitan, a quien puede permitírselo, no pagar al fisco la parte que les corresponde (¡ojo! que esto da un negocio lucrativo a gestores, consultores y banqueros). Los empresarios de éxito disponen de cuantiosas fuentes de renta que eluden al fisco. Esto no sería así si, entre todos, hiciéramos un esfuerzo por registrar y valorar adecuadamente la riqueza inmobiliaria (en sentido amplio, la tecnología lo permite), a la vez que gravarla a tipos medios sobre el patrimonio moderados. Deberíamos integrar la tributación de renta y de sociedades para los no asalariados, o para aquellos asalariados que no se encuentren en los tipos marginales de renta pero a los que a la vez se les puede vincular con empresas de éxito (la tecnología lo permite). Salvo, si coordináramos, en fin, la imposición internacional sobre la riqueza (la tecnología lo permite).
Este es el debate que debemos tener. El debate de la equidad horizontal. Este es el debate que una economía como España, debe tener --y no es (sólo) cuestión de inspectores. Este debate es previo a cualquier otro en materia de impuestos. Se trata del primer requisito para que un sistema tributario sea aceptado por los contribuyentes y eficaz en su cometido: recaudar lo que los votantes decidan recaudar. Cuanto más equitativo, menor será la elusión fiscal. La deuda no es la panacea. Para una economía que no crece la deuda es simple y llanamente una carga para las generaciones futuras, y si acaso, un negocio (¡otro!) para quien la adquiere.
Pero no solo debemos ensanchar las bases imponibles y tapar los agujeros fiscales por razones de equidad. También para aumentar la productividad. El sistema tributario no debe dar un premio a actividades poco productivas que aprovechan los agujeros del sistema. Con mayor equidad bien puede darse la paradoja que aumente la presión fiscal (porque aumente la recaudación sobre el PIB) y caiga el esfuerzo fiscal (porque aumente más el PIB, el verdadero y el que se mide).
De índices y metáforas
Quien haya estudiado Estadística recordará el concepto de “estadístico suficiente” que es aquel que recoge la información… suficiente. ¿Suficiente para qué? Para analizar el problema que se tenga delante. Es un concepto finalista. El índice de presión fiscal tiene ciertos usos y para esos, es suficiente. Por ejemplo, permite analizar, en un modelo de imposición óptima, la combinación de impuestos que puede dar la misma recaudación sobre PIB a la vez que mayor bienestar. Pero a nadie se le ocurre pensar que contenga información suficiente para hablar de progresividad, de cómo se reparte la carga de un impuesto, o de la capacidad recaudatoria de un país. Por eso, cuando apelamos a ese índice, comparamos la presión fiscal con países de renta similar, estimamos elasticidades de recaudación respecto de renta, etc. Por eso complementamos la información que nos da el índice con otra, para poder tener así una visión más completa. La sola virtud del estadístico presión fiscal es que se trata de una ratio de dos agregados. La teoría que cada uno de nosotros tiene en la cabeza le da contenido a esa ratio: si todos soportamos un tipo parecido, si no hay grandes disparidades de renta, esa ratio puede informar sobre tipos impositivos efectivos. Puede. Quizá.
Pero un índice alternativo que divide una ratio por un nivel de renta ¿tiene alguna teoría fiscal detrás que lo sostenga? Nos parece, más bien, un conejo sacado de la chistera para respaldar ciertos posicionamientos apriorísticos en el debate impositivo. Deducir que pagamos muchos impuestos de comparar entre países un índice que divide una ratio por un nivel no tiene fundamento. Pero, sobre todo, es tremendamente frívolo extraer consecuencias normativas de mirar un índice; incluso si ese índice fuera el de presión fiscal. El buen debate sobre el diseño fiscal necesita echar mano de la Teoría Económica; en particular, de la Teoría de Imposición Óptima desde la aproximación de Mirleess y de la literatura que extiende esa aproximación. Además de un buen ejercicio macroeconómico de evaluación de políticas (¿será que nos está faltando equilibrio general en los debates de los expertos en materia fiscal?).
¡Ah! Y adviértase que todavía no hemos hablado sobre redistribución. Aún así, algo hemos dicho de por qué gravar, y si es de más o de menos.
Hay 10 comentarios
Cuando hablamos de impuestos, olvidar que son la forma de pagar los servicios o aceptar financiarlos con deuda es la locura. Pero entre quienes quieren menos impuestos, solo porque tienen la sensación de que se despilfarra o que su aportación es superior a la de su vecino; es un posicionamiento que no necesita ningún índice. Simplemente es insolidaridad.
El análisis no puede ser más afinado. El problema es resolver la insolidaridad, que los sumideros fiscales y los incentivos a usarlos imposibiliten prestar servicios y pagar deuda es el bucle actual, es lo realmente complejo. Y me temo que hay demasiados expertos apostando su supervivencia a favorecerlo. Así que quizá como se hizo con el IRPF, un nuevo modelo impositivo puede ser necesario para taponar la sangría. ¿Puede ser una alternativa que cierre parte de esos agujeros?
Luego discutamos sobre como optimizar gasto, algo que a quien no desea mejorar la recaudación no favorecerá; pues nada mejor que malos servicios para justificar dejar de costearlos.
Porque discutir la optimización a priorí, supone menos financiación o más deuda. Deuda que por otro lado ahora es "barata" pero su renovación terminara por darnos disgustos. Y que nos ahogará, forzando de nuevo procesos de AUSTERIDAD.
Hay tanto dinero (Privado) que no se gasta/invierte que termina siendo nuestra futúra nueva crisis. Pero eso sí, hoy es mucho más POPULAR.
Sí, hay que recordar para qué pagamos impuestos pero hay que pensar en cómo se reparte la carga.
Una entrada estupenda y muy ilustrativa.
El que hace las leyes procura, como mínimo, que no le perjudiquen y aquí puede estar en parte la justificación de todos esos agujeros de que habla, que no son más que la posibilidad de eludir el pago de lo que correspondería, sin necesidad de recurrir a ninguna ilegalidad.
Respecto a la progresividad de nuestro sistema impositivo, no sé si puedo estar de acuerdo en que sea suficiente cuando el último peldaño se alcanza, aproximadamente, con 60000 euros de renta.
Finalmente, tengo la impresión de que muchos empresarios valoran poco los servicios públicos. Me pregunto cuántos de ellos sobrevivirían sin las grandes infraestructuras y otros servicios públicos como la educación o la sanidad.
Muchas gracias, Daniel.
Teoría muy bien explicada, en la práctica políticos usan términos y conceptos a conveniencia para un país q tiene impuestos a todo y cuando digo todo es todo, azúcar, tabaco, ajd, itp, ip, is, irpf, iva , ivtm, sucesiones, gas de los aires acondicionados, al co2 de los coches en Cataluña ahora carreteras.
Se trata de un pseudocomunismo ineficiente del que nadie se queja . Autovías y AVES vacías por media España para pagar favores políticos.
Decisiones estructurales sin tomar por culpa de la calculadora de votos. En cuanto a esfuerzo fiscal siempre la paga el pobre asalariado muchos de los cuales votan subidas de impuestos a gente q se va como el YouTuber y luego solo se lo suben a el bienvenidos al país pandereta.
"i) la cara de tontos que se nos queda a los asalariados cuando soportamos el IVA que los pequeños empresarios se deducen;
ii) son los módulos que soporta el nuevo autónomo cuando el empresario bien establecido retiene ganancias en vez de declararlas porque para eso tiene éxito de sobra; "
El IVA es, digamos, un impuesto finalista que paga el consumidor final. El empresario (de cualquier tamaño) soporta por sus compras y gastos y repercute por el valor añadido con el que ofrece su producto al siguiente eslabón o al consumidor final.
La tributación por estimación objetiva, al contrario de lo que se dice ahí, era/es por donde muchos pequeños empresarios eludían al fisco ya que permitía pagar una cantidad por IVA/IRPF en función de unos módulos calculados por la Agencia Tributaria.
Y es un poco decepcionante que se base todo en señalar supuestas fuentes de renta presumiblemente no gravadas o pedir ensanchamiento de bases imponibles y recorte de atajos fiscales para lograr la equidad
Yo no se por qué es decepcionante pedir a todos la responsabilidad que le toca. Saludos.
En el tema fiscal, deberíamos intentar llegar a un acuerdo sobre el porcentaje de la riqueza nacional que es razonable y eficiente pagar en impuestos. Empíricamente, este parece estar entre el 30% y el 40% del PIB, con las oscilaciones siendo justificadas por el pago de políticas anticíclicas implementadas en épocas de crisis. Desde el punto de vista económico, no creo que sea justificable esta escalada sin fin del porcentaje debido al Estado. En algún momento habrá que fijar el nivel adecuado de presión y mantenerlo, lo cual contribuiría a alinear los intereses de gobierno y agentes económicos: mayor crecimiento, más recursos. Seguramente el resultado de dicha alineación sería una economía más dinámica
¿Qué escalada sin fin? Yo no la veo.
No solo el importante el porcentaje (lo que llamamos habitualmente presión fiscal, que, dicho sea de paso, en España es menor que en otros países de nuestro entorno, lo que indicaría que hay margen para subir los impuestos). El problema fundamental en España, desde mi punto de vista, es quién paga y cuánto. La progresividad es meramente teórica. Las rentas de capital (más habituales en los más adinerados) tienen tratamientos más favorables y, aparte del fraude fiscal (también más propio de los más ricos), las numerosas escapatorias legales (pero inmorales) de nuestra legislación, hacen que la carga impositiva esté muy mal repartida.
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