De Antonia Díaz y Luis Puch
Estamos todos sobrecogidos contemplando escenas de barbarie en la Europa del siglo XXI. Escenas que todos creíamos que habíamos dejado atrás y que pensamos que nunca volverían a ocurrir. La --llamémosla así-- Guerra de Putin, además de ser una completa locura desde los ojos de la Europa acomodada del siglo XXI, es un crimen abyecto. Sabemos que hay víctimas, no hace falta decir que inocentes (como en Afganistán, Siria, Yemen,…). Sabemos que hay bombardeos que siguen matando a civiles indefensos. Las tropas de uno y otro bando combaten cuerpo a cuerpo, seguramente desde el desconocimiento de la alta (o baja) política que se cuece a sus espaldas. Nosotros, con buena intención, nos atrevemos a afirmar que todos los disparos son inútiles. La realidad, sin embargo, es tozuda, y sugiere que cada tiro puede ser decisivo para el desenlace de la negociación que, más pronto que tarde esperamos, llegará, y esperamos también que con el menor daño humano posible.
El recuerdo, tan vivo, de la Segunda Guerra Mundial hace que los europeos no pensemos alegremente en mandar tropas a luchar en el corazón de la Europa oriental. Además, el comportamiento de un déspota narcisista con miles de cabezas nucleares a su disposición nos debe hacer prudentes. Esta prudencia, sin embargo, no está reñida con la firmeza. Una de las ventajas que tiene Europa sobre Putin es que sabe —sabemos— que vivimos en el siglo XXI, en una economía globalizada donde, usando las políticas adecuadas, podemos paralizar y, en último término, derrotar al atacante (¿a qué coste?). Dicho claramente: creemos que esta guerra la tiene que ganar la economía. No solo para minimizar el número de muertos en Ucrania. También en Rusia. Recordemos que Putin es un dictador que oprime a su ciudadanía.
Un escenario probable
Fijemos una hipotética evolución del conflicto. Supongamos que, en las próximas semanas, la posición de Putin no sea ni demasiado débil ni particularmente fuerte. Las sanciones de la comunidad internacional contra Rusia serán moderadamente efectivas (como ilustración anecdótica, la tibia reacción de UEFA, Euroliga,…), aunque seguramente estarán perjudicando más a los ciudadanos rusos que a los oligarcas rusos. Supongamos también que, en las próximas semanas, se declara un alto el fuego sobre la base de la ocupación más o menos efectiva del Donbás por parte de Rusia y, a cambio, además, del compromiso de neutralidad de Ucrania por parte del gobierno de Zelensky. Algo parecido a la secuencia de acontecimientos que ocurrieron en Georgia en 2008, y a partir de ahí, en el periodo posterior allí hasta las elecciones de 2012.
Este es el escenario del statu quo. No se trata del escenario deseable; especialmente para la población ucraniana que ha puesto sus esperanzas en la Unión Europea y en la OTAN para profundizar en su democratización y desarrollar una economía de mercado que ayude a mejorar sus perspectivas de desarrollo y bienestar. Una Ucrania neutral avanzará más lentamente en ese proceso de desarrollo y bienestar al que todas las sociedades aspiran. Las últimas noticias parecen apuntar a que Ucrania y Occidente podrían aspirar, a su favor, a más que el statu quo, aunque no sin coste para todas las partes. Veremos. A nuestro entender, este escenario es el más probable porque el mundo occidental, hasta ahora, ha dado un margen amplísimo para que el estado plutocrático de Rusia se fortalezca. Este margen tiene dos puntos importantes: la dependencia energética y la permisividad con los paraísos fiscales. Aquí es donde creemos que la Economía puede actuar para la resolución del conflicto.
La dependencia energética
La verosimilitud del escenario de statu quo está determinada por la dependencia de buena parte de Europa del gas ruso. Seguramente, sin esa dependencia, Putin no se habría atrevido a invadir Ucrania. Es precisamente el flujo de fondos asociado a las importaciones de input energético y materias primas por parte de Europa lo que sostiene en buena medida la arrogancia del dictador Putin. Muy particularmente, la dependencia del gas ruso es directa y enorme en el caso de muchos países de Europa Oriental. Indirectamente, además, a través de los mercados internacionales, la hecatombe que el conflicto puede causar en los precios energéticos supondría un tremendo shock de oferta en toda Europa, independientemente de quién suministre el combustible fósil. La profundidad y duración de los efectos del shock energético dependerán de cómo quede efectivamente el escenario que hemos descrito arriba y de la capacidad de nuestra economía en el corto plazo para adoptar tecnologías energéticamente eficientes (de lo que ya hablamos aquí).
¿Cómo es posible que tengamos aún estos niveles de dependencia energética fósil? Creemos se trata de una mezcla de incapacidad e incompetencia, como casi siempre ocurre. Desde los 1980s, los jeques, y más recientemente algunos sátrapas como Putin o Maduro, han jugado a su antojo con la población por culpa de la dependencia de los combustibles fósiles en Occidente. El fin de la guerra fría (o precisamente por ello) favoreció décadas de petróleo barato, al menos hasta los años previos y durante la Gran Recesión. Esto ha jugado a favor de la pereza política, explica el retraso en la adopción de energías renovables, y ha favorecido los intereses de industrias y sectores cautivos de petróleo y gas. Sin embargo, esta guerra, que ha coincidido con la salida de la pandemia, que ha vuelto a poner los precios energéticos en el centro de la actualidad macroeconómica. Precisamente, desde el verano pasado en España, nos enfrentamos a precios eléctricos disparatados, aunque el disparate se debe sólo en parte al incremento de precios de los combustibles fósiles. Hasta ahora.
Los paraísos fiscales
Además de la dependencia energética, la Unión Europea es actualmente el mayor receptor de fondos de Rusia. Este gráfico lo hemos cogido de Twitter que, a su vez, usa datos del ¡Banco Central Ruso!
No es un secreto para nadie que los plutócratas rusos guardan su dinero en Chipre y viven cómodamente en Londres (por algo la llaman “Londongrado”). La incapacidad de la Unión Europea, hasta la fecha, para poner fin dentro de sus fronteras a los paraísos fiscales ha alimentado esta espiral de dependencia energética y fortunas fabulosas de los amigos de Putin, fortunas que luego se ponen a buen recaudo en la UE enriqueciendo a su vez a otros cuantos. Del mismo modo que la dependencia energética de Occidente alimenta la arrogancia de Putin, todo parece indicar que el dictador puede haber subestimado su dependencia del sistema financiero internacional (la de sus fortunas y de toda la economía rusa). Hay que aprovecharlo.
¿Qué se puede hacer en el corto plazo?
La primera clave: La energía.
Hay que declarar el uso de combustibles fósiles cuestión de interés estratégico. Mientras dure el conflicto (que durará más que la guerra) las empresas vinculadas a tales combustibles no pueden operar sin una supervisión específica. No es solo el gas ruso. Resulta absurdo que los precios del gas gobiernen la evolución de los precios eléctricos en la coyuntura actual. La realidad hoy es que un mal diseño del mercado eléctrico nos hace vulnerables. No podemos tratar el uso del gas como una tecnología energética más. No lo es. La energía de origen fósil está sujeta a tensiones geoestratégicas. Debemos dejar la energía que consumen las familias y nuestras empresas a salvo de esos conflictos. La señal de precios pudo servir en su momento para abandonar el carbón, pero no ha servido tanto para librarnos suficientemente del gas.
Además, otro mal diseño del mercado de derechos de emisión de CO2 hace que los traders puedan campar a sus anchas en una coyuntura como la actual (y ya desde los últimos meses). Y es que no hay una alternativa (como sería un impuesto al carbono) para que los pequeños emisores cumplan sus obligaciones climáticas sin pasar por el peaje financiero, que sólo tiene sentido para los grandes operadores (que sí pueden beneficiarse cuando son eficientes en dicho mercado).
La organización industrial ha favorecido contemporizar con la industria del gas y el sector energético (y los traders) y, con ello, transmitir una imagen de impotencia en la lucha contra el cambio climático. Si la inacción respecto al cambio climático no era bastante, ahora, para nuestra vergüenza, comprobamos que algunos errores de política industrial y climática han podido servir para alimentar la barbarie de Putin. Una acción decidida y coordinada para regular el impacto del uso de combustibles fósiles es fundamental para defender la UE en este momento. Esto va más allá de dejar de usar gas ruso hoy.
Deberíamos tener dos objetivos a nivel europeo. El primero, dejar de usar gas. Es decir, usar exactamente la cantidad de gas imprescindible (en cada país, en cada periodo) para generar electricidad y calor. La definición de “imprescindible” tiene que ser coherente temporalmente con el objetivo net zero emissions en t+T, con T a determinar. El segundo objetivo es que el uso de gas no afecte directamente al precio del resto de las tecnologías eléctricas. Diseñar una política para llevar a cabo ambos objetivos no es fácil. Solo algunas ideas. Requiere de intervención pública sobre quién, cuándo y por qué usa gas para producir electricidad (y calor), y un calendario sobre cómo dejar de hacerlo. Esta intervención deberá ser coordinada desde la UE. Requiere, además, que el precio del gas en el mercado interior refleje lo más exactamente posible los costes para el sistema. Es decir, usar gas no puede ser una manera de engordar los beneficios del sector. Finalmente, hay que sacar el gas de las subastas de determinación de los precios eléctricos (lo que no quiere decir que no vaya a afectar al resultado). Para ello, la factura del gas "imprescindible" ha de pagarse por los usuarios fuera del precio eléctrico, seguramente en forma de un impuesto energético específico y progresivo en la ineficiencia energética de los distintos sectores. Con el petróleo es si cabe más complicado, pero la generalización del vehículo eléctrico requiere tener resuelto el problema del uso de gas en la generación eléctrica.
Además de proteger el mercado eléctrico de los problemas de geopolítica del gas hay que actuar sobre su producción. Es necesario trabajar a corto plazo en ampliar la capacidad de España para canalizar las exportaciones de gas al resto de la UE. España dispone de seis (más una en Portugal) de las veinte plantas regasificadoras que existen en la Unión Europea. El cuello de botella se encuentra en la comunicación con Francia. Hasta ahora la Comisión Europea no ha tenido en cuenta la capacidad de España de actuar como el gran puerto de entrada del gas en la Unión Europea. Esto tiene que cambiar. Es ridículo tener que decirlo, pero creemos que es mejor que el suministro del gas en la UE dependa de la intermediación de España (a ver de qué origen) que de Rusia. Hasta tal punto la UE ha olvidado la situación estratégica de España que los dos gasoductos que van desde el País Vasco y Navarra a Francia operan a un 15% de su capacidad (o precisamente por ser Francia). Si fuera necesario, podría mandarse gas y cubrir la demanda de Francia de hasta dos meses.
La otra clave: Los instrumentos financieros.
A la hora de elegir las sanciones financieras que se puedan llevar a la práctica tenemos que tener en cuenta que Rusia es un país con una distribución de la riqueza muy desigual y que los oligarcas no tienen sus fortunas en cuentas en Rusia sino en los paraísos fiscales mencionados arriba. Congelar los activos del Banco Central Ruso hace recaer el coste de las sanciones sobre la ciudadanía. El desplome del rublo no perjudica a los oligarcas sino al resto de la población. Esto, además de injusto, puede hacer que la opinión pública rusa bascule hacia el apoyo a Putin, especialmente en medio de la avalancha de fake news que el dictador ha instrumentado. Sería este un muy mal servicio a la causa de la democracia que querríamos que Rusia abrazara.
De igual manera, restringir las operaciones SWIFT no va a inquietar especialmente a los plutócratas. Estas medidas dañan a aquellos que tienen su riqueza dentro de las fronteras físicas de Rusia y denominada en rublos. No es este el caso de los Abramovich y compañía. Lo que debemos hacer es actuar sobre los intereses de la oligarquía (Putin, Lavrov, sus 37, y más) y que la población rusa lo sepa. Esto pasa por una congelación de los activos financieros de los ciudadanos rusos que posean más de X (¿digamos 2 millones de euros?) en instituciones financieras radicadas en Europa. Según los datos del Banco Central Ruso, más de la mitad de los fondos internacionales rusos se encuentran en Chipre. El Banco Central Europeo debería tomar cartas en el asunto. Reino Unido debería abandonar su tradicional permisividad y ayudar en esta tarea.
Esta medida debe tomarse con carácter de urgencia y no confundirla con el necesario debate sobre la fiscalidad de las grandes empresas y la necesidad de eliminar los paraísos fiscales. Una cosa son los debates de tiempos de paz y otra las urgencias de tiempos de guerra. La complejidad de un debate de tiempos de paz no puede ser excusa para la inacción en tiempos de guerra. Y es claro que el uso de los instrumentos financieros, bien ejecutado, puede ser muy efectivo en la ofensiva. Finalmente, creemos que hay que mantener la cabeza fría. Ni los desequilibrios generados por la economía de pandemia han desaparecido de repente, ni es el momento de subir los tipos de interés. Hay que hacer lo urgente. Y lo urgente es ganar la guerra.
El futuro cercano
Hay 7 comentarios
Interesantísimas reflexiones. En el medio plazo también es importante que la Unión Europea y Estados Unidos influyan sobre Argelia y Marruecos para resolver el conflicto del Sáhara y favorecer la democratización de ambos países. Urge que el gas argelino se pueda volver a bombear por los dos gasoductos submarinos que les unen con España. Así el gas argelino sería una fuente energética segura. Por otras muchísimas razones económicas y estratégicas también.
No entiendo muy bien el párrafo sobre la alternativa para que los pequeños emisores cumplan sus obligaciones climáticas
Gracias por el comentario, Félix. Respecto a tu pregunta, nos referimos a que, para algunos sectores es posible que instalaciones que no alcanzan un tamaño suficiente puedan quedar exentas del EU ETS. Para ello, es necesario que los gobiernos implementen impuestos al carbono u otras medidas que permitan reducir las emisiones de CO2 de esas instalaciones en una magnitud equivalente a la que resultaría de comprar derechos de emisión en el mercado. Creemos que esta posibilidad no está suficientemente desarrollada en muchos países, ni coordinada en el conjunto de la UE como correspondería. Esto impone costes innecesarios (por fricciones financieras en este caso) para muchas empresas de tamaño mediano. Descuidar estos detalles de diseño de las políticas ambientales puede transmitir un mal balance de efectividad frente al coste de la lucha contra el cambio climático.
Gracias. Entendido
Hola Antonia, y Luis. Excelente exposición.
Creo que la clave de bóveda de la solución al conflicto pasa por un aislamiento tanto nacional como internacional de Putin y por una apuesta por la paz. Hay que personalizar el conflicto en su figura. Sin los apoyos necesarios le será más difícil maniobrar. Sin embargo, veo un escollo importante en todo esto, producto de dos fallos tácticos a mi entender, cometidos por la precipitación y la visceralidad del discurso político en Europa. Por un lado el envío de armas para reforzar el bando agredido, y por otro la ineficacia de algunas de las sanciones económicas que como bien comentáis pueden volver a la población rusa a favor de Putin.
Mi opinión es pacifista o contraria a avivar el conflicto. Podemos tener un escenario de meses o una lucha encarnizada de odio y muerte que se cronifique durante años. Una herida mortal en el corazón de Europa.
Yo junto con la cirugía económica de las sanciones del entorno Putin, abogaría por una resistencia pacífica o desobediencia civil no violenta, como hiciera Gandhi en la India, cuando logró expulsar al invasor británico.
Un cordial saludo.
Muchas gracias, Jordi. Muy de acuerdo con lo que dices. Tan sólo insistir, como habíamos apuntado en el post, que muy desafortunadamente "cada tiro puede ser decisivo para el desenlace de la negociación".
cree que seria interesante reabriar las térmicas para no depender tanto de rusia, además asi se abarataría el precio,porque las renovables tiene problemas de intermitencia (la luz solar no produce energia de noche en época de frio y poca luz solar como el invierno es una energía ridícula)
Gracias, Jerka. Estaría bien saber cuánta necesidad de combustible fósil en el mercado eléctrico viene determinada por la intermitencia de las renovables.
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