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Negociando la descendencia

En los países desarrollados la tasa de natalidad está por debajo de la de reemplazo. Aunque la mayoría de gobiernos implementan políticas destinadas a aumentar la fecundidad, los resultados son diversos. Y es que reproducirse, en la mayoría de los casos, es cosa de dos. Por tanto, una política que incentive a una de las partes a tener (más) hijos puede topar con la oposición de la otra y tener un efecto limitado sobre el número total de nacimientos.

En un trabajo reciente Doepke y Kindermann (2016) (DK en adelante) incorporan a un modelo económico sobre decisiones de fecundidad la restricción biológica del acuerdo entre progenitores para tener (más) hijos. Lo que voy a contar a continuación se aplica al modelo de familia en el que hay un padre y una madre, ya que un elemento importante de su teoría es el diferencial de género en el trabajo reproductivo.

La novedad del modelo de DK es que contempla las importantes desavenencias que se observan entre hombres y mujeres con respecto a tener (más) hijos. Los autores utilizan la base de datos del “Generations and Gender Programme” (GGP) que recoge las preferencias sobre fecundidad de parejas en 19 países: Australia, Austria, Bélgica, Bulgaria, República Checa, Estonia, Francia, Georgia, Alemania, Hungría, Italia, Japón, Lituania, Holanda, Noruega, Polonia, Rumanía, Rusia y Suecia. En esos países entre un 25 y un 50% de las parejas no coinciden en su deseo de tener (más) hijos. También se observa que las mujeres tienden a ser las que más se oponen al deseo de su pareja de aumentar la descendencia. Por último, los autores documentan que las desavenencias son mayores en los países donde el cuidado de los hijos recae mayoritariamente sobre las mujeres. Estos países también presentan tasas de fecundidad más bajas.

España no está incluida en el GGP pero el CIS elaboró una encuesta en 2006 sobre “Fecundidad y Valores en la España del SXXI” que permite medir las preferencias sobre fecundidad de unas 3.000 parejas. Los datos del CIS revelan patrones muy similares a los anteriores. Primero, en un 41% de las parejas en las que uno de los miembros desearía tener (más) hijos el cónyuge se opone (ver Tabla 1). Segundo, en las parejas en las que al menos uno de los miembros querría tener (más) hijos, el porcentaje de mujeres que se oponen es mayor que el de los hombres. La figura 1 también pone de manifiesto que el grado de desacuerdo aumenta con el número de hijos.

Tabla 1: Preferencias sobre fecundidad.

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Nota: Elaboración propia. Fuente: Base de datos "Fecundidad y Valores en la España del SXXI", CIS (2006)

Figura 1: Preferencias sobre fecundidad según el número de hijos

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Nota: Elaboración propia. Fuente: Base de datos "Fecundidad y Valores en la España del SXXI", CIS (2006)

Lamentablemente la base de datos del CIS no contiene información sobre el reparto de las tareas del hogar. Sin embargo, recoge información sobre qué miembro de la pareja realiza una mayor contribución económica al hogar. La Figura 2 indica que a medida que disminuye la contribución económica de uno de los miembros mayor es su grado de desacuerdo con respecto a tener (más) hijos. Podría ser que la menor contribución económica debiera verse compensada con una mayor participación en el trabajo reproductivo, y quizá un menor deseo de aumentar la descendencia.

Figura 2: Preferencias sobre fecundidad en función de la contribución económica al hogar

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Nota: Elaboración propia. Fuente: Base de datos "Fecundidad y Valores en la España del SXXI", CIS (2006)

En el modelo de DK la tasa de fecundidad depende del deseo de hombres y mujeres de  tener (más) hijos y del reparto de las tareas relacionadas con su cuidado (ver ecuación (13) en su modelo). Una conclusión importante del estudio es que las políticas que intentan incidir sobre la fecundidad son más efectivas si se destinan al colectivo (padres o madres) que más se opone a tener (más) hijos. Los autores calibran el modelo para un grupo de países con tasas de fecundidad bajas en el GGP (Austria, Bulgaria, Alemania, Lituania, Polonia, Rumania y Rusia) y concluyen que las transferencias monetarias para el cuidado de los hijos son más efectivas si las reciben mujeres que cuando las reciben hombres. En concreto estiman que para conseguir el mismo aumento en la tasa de natalidad los hombres deberían recibir una transferencia entre 2,6 y 3,4 veces superior a la recibida por las mujeres.

Del trabajo de DK aprendemos que las preferencias sobre el tamaño de la descendencia pueden afectar a la efectividad de las políticas destinadas a aumentar la natalidad. Así pues, es importante tener en cuenta esas preferencias e identificar al colectivo sobre el que las políticas pueden tener mayor incidencia.