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Hacia permisos de paternidad igualitarios

En una entrada anterior Libertad González señalaba la necesidad de fomentar la participación de los padres (hombres) en el cuidado de los hijos, para mejorar las perspectivas laborales de las mujeres. Voy a dedicar mi primera entrada a una política de conciliación que persigue ese objetivo. Se trata de los permisos de paternidad exclusivos para los padres (hombres) y no transferibles a las madres. Es decir, días o semanas para que el padre esté al cuidado de los hijos y la madre pueda reincorporarse al mercado laboral. Recientemente The Economist también abordaba este tema.

En España la Ley de Igualdad aprobada en 2007 establecía un permiso de paternidad de trece días, que debería haberse ampliado de manera progresiva a cuatro semanas hasta 2013. Sin embargo, los sucesivos gobiernos vienen posponiendo la ampliación de este permiso año tras año, argumentando que la crisis obliga a ocuparse de otras prioridades.

En otros países la crisis no ha representado un obstáculo para continuar avanzando hacia la igualdad de género. Islandia, el primer país en quiebra financiera por la recesión, aprobó en 2012 la equiparación de los permisos de paternidad. Desde entonces las madres disponen de tres meses de baja intransferible, los padres de otro trimestre y, finalmente, hay un permiso adicional de 90 días que puede repartirse entre ambos progenitores. En Noruega el permiso de paternidad fue ampliado en 2012 a catorce semanas no transferibles a la madre. En Suecia, padre y madre disponen de 480 días a repartir, de los que hay 60 días que están reservados para cada progenitor y son intransferibles. En los tres casos ambos progenitores reciben entre el 64% y el 89% del salario durante las semanas de permiso, con un tope en el importe de la prestación que varía según el país (ver aquí).

En el caso español el permiso de paternidad tiene una duración máxima de dos semanas, que son de uso exclusivo para el padre e intransferible a la madre. Por su parte, el permiso de maternidad se concreta en dieciséis semanas. De éstas, las seis primeras son obligatorias para la madre, mientras que las otras diez pueden repartirse entre los dos progenitores. Ambos permisos están retribuidos al 100%. A pesar de su diseño igualitario, en la práctica son las madres quienes acaban haciendo uso de las diez semanas "repartibles". La Tabla 1 pone de manifiesto que entre 2006 y 2013 menos del 2% de los permisos de maternidad fueron transferidos total o parcialmente a los padres.

Tabla 1: Permisos de maternidad

LF1

Nota: (1) Permisos de maternidad no transferidos parcialmente al padre. (2) Permisos de maternidad transferidos parcialmente al padre.

Fuente: Estadísticas de la Seguridad Social. Varios años.

Sin embargo, la Tabla 2 muestra que desde su entrada en vigor en 2007 el número de padres que han solicitado las dos semanas de permiso ha ido creciendo, hasta alcanzar su máximo en 2011.

Tabla 2: Permisos de paternidad

LF2

Fuente: Estadísticas de la Seguridad Social. Varios años.

Estos datos ponen de manifiesto que mientras la tasa de uso por parte de los padres (hombres) de la parte transferible del permiso de maternidad es muy baja, en el caso del permiso al que tienen derecho de manera individualizada -el permiso por paternidad- la tasa de utilización está cercana al 60% (respecto a los nacimientos). Hay que tener en cuenta que solo los padres que están activos en el mercado de trabajo pueden solicitar el permiso, así que aunque todos lo hicieran nunca representarían el 100% de los nacimientos.

Además de aumentar la participación de los padres (hombres) en el cuidado de los hijos durante las primeras semanas, la extensión de los permisos de paternidad podría tener importantes implicaciones tanto en la esfera familiar como en la profesional. En primer lugar, las madres podrían reincorporarse al trabajo con más facilidad. En segundo, la existencia de permisos que si no son usados por "ellos" se pierden reduciría el estigma asociado a solicitar bajas por parte de los hombres para quedarse al cuidado de sus recién nacidos. En tercer lugar, disminuiría la discriminación estadística contra las mujeres: en presencia de permisos de paternidad no transferibles el empleador debería esperar que tanto un hombre como una mujer abandonaran temporalmente el puesto de trabajo tras el nacimiento de un hijo.

En la esfera doméstica, los permisos de paternidad harían más parecida para los dos progenitores la experiencia inicial de tener un hijo. De esta manera padres y madres podrían desarrollar conocimientos sobre el cuidado de los hijos, desmontando los principios del modelo beckeriano en el que las madres se especializan en el trabajo doméstico no remunerado y los padres en el trabajo no-doméstico remunerado. Es decir, los permisos de paternidad no transferibles podrían alterar las normas sociales sobre la división del trabajo, acercándonos a un modelo en el que ambos progenitores tuvieran la misma posibilidad de elegir una carrera profesional completa (dual-earner, dual-carer family model).

Evidentemente, soy consciente de los aspectos negativos asociados a este tipo de políticas. Por ejemplo, el permiso de paternidad podría dificultar la prolongación de la lactancia materna, o interferir con las preferencias de las mujeres que optan por dedicarse exclusivamente al cuidado de sus hijos durante los primeros meses o años de vida. Sin embargo, los importantes desequilibrios de género que todavía existen en el mercado de trabajo pueden hacer recomendable la implantación de medidas tan intervencionistas como la que planteo aquí.

Un trabajo reciente de Ankita Patnaik (ver aquí) evalúa los efectos del permiso de paternidad sobre algunos de los aspectos que he discutido más arriba. Su estudio se centra en una reforma que tuvo lugar en el Quebec en 2006, el Quebec Parental Insurance Plan (QPIP). Una de sus novedades más importantes fue la introducción de un permiso de paternidad de cinco semanas no transferible a las madres, el 5-week daddy quota. Hasta entonces los padres solo podían repartirse con las madres algunas semanas de la baja de maternidad. Para evaluar los efectos de la reforma la autora utiliza la técnica econométrica llamada regression discontinuity approach, que consiste en comparar el comportamiento de los padres y madres que tuvieron un hijo justo antes de la reforma, es decir antes del 1 de enero de 2006, con el de aquellos que lo tuvieron justo después.

Los resultados del estudio muestran que la implantación del permiso de paternidad no transferible tuvo consecuencias sobre el comportamiento de ambos progenitores tanto dentro como fuera del hogar. En primer lugar, el porcentaje de hombres que solicitaron la baja por paternidad se incremento en más del 250%. Antes de la reforma solo un 21,3% de los hombres solicitaban permisos para hacerse cargo de los hijos. También la duración del permiso aumentó en más del 50%, pasando de dos a tres semanas de media. El estudio también revela importantes efectos sobre la distribución y el uso del tiempo. Después de la reforma los padres (hombres) están menos tiempo en el trabajo y más en casa, aproximadamente 43 minutos al día realizando tareas domésticas. En cambio las madres pasan media hora más en el trabajo cada día, reducen el tiempo dedicado a las tareas domésticas en 28 minutos y están más tiempo con sus hijos.

Estos resultados parecen indicar que los permisos de paternidad no transferibles tienen efectos importantes no solo sobre el mercado de trabajo femenino, sino también sobre la distribución de las tareas domésticas. Desafortunadamente no conozco muchos más trabajos con los que comparar el estudio de Patnaik, y ver así si sus resultados son o no exclusivos para el caso del Quebec. Esperemos que en un futuro no muy lejano otros países implementen políticas similares y las podamos evaluar.