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De los efectos de la inmigración sobre el mercado de trabajo

Sin títuloLlevamos semanas observando las dificultades que tienen los líderes europeos y mundiales para gestionar la grave crisis de los refugiados sirios o para tratar de limitar los continuos naufragios en el Mediterráneo (ver aquí la entrada de Libertad de hace unos días). Esto podría hacer pensar que la llegada masiva de inmigrantes supone una importante carga para las sociedades de acogida. Es cierto que en el corto plazo los flujos migratorios pueden tener costes derivados de regularizar la situación de los recién llegados y de la necesidad de darles refugio temporal y recursos para cubrir sus necesidades básicas. Sin embargo, múltiples estudios demuestran que los efectos negativos de la inmigración sobre el mercado laboral y el estado del bienestar de la sociedad de acogida son nulos o, en el peor de los casos, muy pequeños, y que tienden a desaparecer con el paso del tiempo. En esta entrada trato de resumir los principales resultados encontrados en la literatura sobre el impacto de la inmigración en el mercado de trabajo de los países receptores (ver aquí y aquí para entradas anteriores relacionadas).

Una estrategia utilizada por muchos estudios ha sido comparar las variaciones en las condiciones laborales de los nativos (en términos de salario y empleo) entre regiones que han recibido distinto número de inmigrantes. Los resultados de esta comparación pueden estar contaminados por el hecho de que los inmigrantes tienden a localizarse en regiones con mayor crecimiento económico. Para minimizar este efecto se utilizan técnicas de estimación basadas en variables instrumentales que consisten en predecir el número de inmigrantes que llega a una región sobre la base de sus redes sociales (inmigrantes del mismo país de origen previamente establecidos), y no en función de las circunstancias económicas. Uno de los estudios de referencia que emplea este enfoque es el de Card (2001) donde utilizando datos del censo de Estados Unidos para el año 1990 encuentra que un incremento del 1 por ciento en la tasa de inmigración se traduce en una pequeña caída del salario de los nativos (de entre un 0,1 y 0,2 por ciento).

Algunos investigadores han criticado que el enfoque anterior no contempla la movilidad de los trabajadores entre las distintas regiones, hecho que tiende a diluir el efecto del aumento en la oferta de trabajo. Borjas (2003) argumenta que para medir el impacto de la inmigración debemos fijarnos en las características productivas de los trabajadores. Para ello propone comparar las variaciones en empleo y salario de los nativos con un determinado nivel de estudios y experiencia tras la llegada de trabajadores inmigrantes similares, a nivel nacional (en vez de regional). En este caso, los efectos estimados son de mayor magnitud. Para Estados Unidos se encuentra que un incremento del 1 por ciento en la tasa de inmigración de trabajadores inmigrantes con un determinado nivel de estudios y experiencia reduce el salario de los nativos en el mismo grupo entre un 0,3 y 0,4 por ciento, y el número de semanas trabajadas entre un 0,2 y 0,3 por ciento.

Los dos enfoques descritos anteriormente tienen limitaciones. Por un lado, a pesar del uso de variables instrumentales es difícil justificar que la llegada de inmigrantes a una determinada región o con determinadas características no esté correlacionada de alguna manera con las condiciones económicas del grupo o región. Por otro, los estudios anteriores no disponen de datos de panel que permitan observar a los mismos individuos a lo largo del tiempo, y por tanto no pueden aislar el efecto derivado de movimientos de trabajadores entre grupos o regiones como respuesta a los flujos migratorios.

El estudio reciente de Foged y Peri (2015) intenta superar estas limitaciones centrándose en un episodio migratorio que tuvo lugar en Dinamarca entre los años 1986 y 1996. En ese periodo llegaron al país miles de refugiados procedentes de países en conflicto (Bosnia, Afganistán, Somalia, Irak, Irán, Vietnam, Sri Lanka y Líbano). Tras su llegada fueron repartidos por las autoridades danesas entre los diferentes municipios según la disponibilidad de vivienda pública y sin tener en cuenta ni las preferencias geográficas ni las características socio-económicas de los inmigrantes (Spatial Dispersal Policy, Damm 2009). Esta forma de reparto territorial representa un incremento de la oferta de trabajo que no responde a las condiciones económicas locales.

El estudio analiza el impacto de la llegada masiva de refugiados sobre las condiciones laborales de los trabajadores nativos menos cualificados durante los años 1991 y 2008. Los investigadores escogen este grupo porque los refugiados podrían considerarse competidores directos al tener, por lo general, un nivel de estudios bajo, un dominio pobre del idioma y estar concentrados mayoritariamente en ocupaciones poco cualificadas y con un alto contenido de tareas manuales.

De esta investigación se derivan tres resultados principales. En primer lugar, la llegada de refugiados desplaza a los nativos hacia ocupaciones más complejas y con un menor contenido de tareas manuales. En segundo lugar, se estima un efecto nulo o positivo sobre el nivel de empleo y salarios de los nativos. Por último se observa que estos efectos persisten en el tiempo. Los autores concluyen que los resultados responden al hecho de que los trabajadores inmigrantes tienen características distintas a las de los nativos, y por tanto no son sustitutos perfectos en el mercado de trabajo. Mientras los inmigrantes tienden a concentrarse en ocupaciones con un mayor contenido de tareas manuales, los nativos se desplazan hacia ocupaciones menos manuales, con un mayor grado de especialización y sofisticación y posiblemente mejor remuneradas.

Resultados similares a los del caso danés se han encontrado en otros países al analizar el efecto de la llegada masiva de inmigrantes económicos (aquellos que emigran en busca de mejores oportunidades laborales). Por ejemplo, en Europa (Cattaneo, Fiorio y Peri, 2014), España (Amuedo-Dorantes y de la Rica 2011) y Estados Unidos (Peri y Sparber, 2009). Mención especial merece el trabajo de Del Carpio y Wagner (2015) que analiza el impacto de los refugiados sirios en Turquía. Utilizando datos para los años 2011 y 2014 los autores encuentran que la llegada de 1,6 millones de refugiados ha reducido las oportunidades laborales de los trabajadores del sector informal, especialmente de las mujeres. Sin embargo, también se observa un incremento del empleo en el sector formal y una mejora en la escala ocupacional de los trabajadores nativos.

Otro resultado interesante que ha aparecido en la literatura es la complementariedad entre trabajadores inmigrantes y mujeres nativas cualificadas. Muchos inmigrantes tras su llegada al país de acogida encuentran trabajo en el sector de los servicios, y en particular en el cuidado de niños y ancianos. Este incremento en la oferta de servicio doméstico ha permitido a mujeres nativas cualificadas sustituir horas de trabajo doméstico no remunerado por horas de trabajo remunerado, y progresar así en su carrera profesional (ver Cortes y Tesada (2011) para Estados Unidos y Farré, González y Ortega (2011) para España).

La evidencia descrita en esta entrada sugiere que los costes de la inmigración en términos de mercado de trabajo no son elevados para las sociedades de acogida. La reciente crisis de los refugiados sirios es sólo un pequeño ejemplo de lo que está por venir. Basta con dar una ojeada al panorama internacional para concluir que los flujos migratorios son imparables. Durante las próximas décadas, millones de personas del continente africano y el Próximo Oriente van a abandonar esas regiones escapando de las guerras, la falta de oportunidades y los conflictos por la escasez de recursos. Inevitablemente Europa va a ser uno de los destinos elegidos. Por tanto, en lugar de construir muros (que van a ser saltados igualmente), centrémonos en facilitar la integración a los recién llegados y en diseñar políticas que ayuden a mejorar la convivencia.